Capítulo 9: Como un niño con un juguete nuevo
Emma respiraba con dificultad. Miró a su alrededor y, para su alivio, comprobó que estaba en su habitación. Entonces se dio cuenta de la razón por la que no podía respirar bien cuando un sorprendido Alec, tendido sobre ella, la miraba aturdido.
El joven se incorporó visiblemente nervioso, mientras paseaba la mirada de un lado a otro del cuarto, intentando ubicarse.
—¿Qué clase de lugar endemoniado es este? —inquirió mientras agarraba un oso de peluche y lo inspeccionaba con detenimiento. —¿Qué hechizo han usado para dominar a esta bestia?
Emma alzó una ceja desconcertada. Ver a Alec en su cuarto era una imagen que no le desagradaba del todo, pero lo más inesperado era ver al imponente muchacho, tan valiente cuando derrotó al Botse, sorprendido por un peluche.
—¿Es que nunca has visto un juguete? —preguntó burlona, pero la respuesta negativa del muchacho borró la sonrisa de sus labios.
—¿Un juguete? ¿Y eso deja a las bestias en este estado? —lanzó el peluche sobre la cama con urgencia por si acaso era contagioso y eso arrancó una carcajada en Emma. —¿Qué tiene de divertido?
—Lo siento, es que... —se mordió el labio intentando contener otra risa. Si Kai se había encargado de criar a Alec desde pequeño, probablemente nunca le había dado un juguete. En realidad era algo triste, pero el desconcierto del muchacho resultaba divertido. —Eso nunca ha sido una bestia. Pero hay una que sí debe preocuparnos —recordó poniéndose seria de repente.
Emma bajó la voz mientras sus ojos se dirigían a la puerta de su habitación. No sabía dónde podría estar el pequeño monstruito rojo, pero al tener a Alec a su lado, se sentía un poco más segura.
—¿Esta es tu casa? —preguntó Alec observando a su alrededor con curiosidad.
—Sí. El monstruo me atacó cuando estaba en el pasillo, al otro lado de la puerta —dijo señalando en esa dirección y sin atreverse a abrirla ella misma.
Alec se palpó la pierna en busca de su espada, pero para su disgusto, el apremio había hecho que la olvidara en Koh. Bufó contrariado y abrió la puerta despacio, intentando no hacer ningún ruido. Asomó la cabeza y miró a ambos lados, deteniendo los ojos en la mancha de sangre que había en el suelo a uno de los lados del pasillo, identificando el lugar donde Emma había sido atacada. Por el estado en que estaba cuando la encontró, el atacante parecía haberse ensañado con ella. Si la joven estaba en lo cierto y se trataba de un Devoit, había varias cosas que no encajaban. ¿Por qué había sido tan agresivo? Por lo general, eran peligrosos, pero no actuaban por instinto, como la mayoría de la beligerante fauna de Koh. Ellos eran más inteligentes y cuando mataban, lo hacían con un objetivo. En cambio, esa criatura había destrozado la piel de Emma. Sin embargo, eso no era lo peor de todo. Había un pensamiento que ponía los pelos de punta a Alec. ¿Cómo había llegado hasta allí?
Cerró los ojos y trató de concentrarse. Había aprendido a percibir la presencia de un monstruo cuando estaba cerca y, por suerte, allí no había nada. Empujó la puerta con suavidad hasta que se abrió por completo.
—Vía libre —sentenció algo más tranquilo.
—¿Estás seguro? Tal vez está abajo —susurró Emma todavía asustada.
—No tengo dudas, pero por si te quedas más tranquila, echaré un vistazo al resto de la casa.
Salió de la habitación y, con las manos en los bolsillos, fue paseando con despreocupación, asomándose en cada habitación. Emma lo seguía de cerca, con la vaga esperanza de que, tal vez, su familia ya estuviera de vuelta y se hubieran desecho del monstruo ellas mismas. Pero para su pesar, todo estaba del mismo modo en que lo había dejado.
Bajaron la escalera de la casa y la preocupación empezó a tomar cuenta de Emma. ¿Dónde estaban? ¿Y si no volvía a verlas?
—En fin... Es obvio que aquí no hay nadie. ¿Cómo volvemos? —preguntó Alec mientras abría cada armario de la cocina. Alzó las cejas con interés cuando llegó a la nevera y vio algunas frutas y quesos. Los agarró y empezó a comer.
—¿Volver? No lo sé. —frunció el ceño insegura. —No sé cómo hemos hecho para llegar hasta aquí. Sólo sé que de repente aparecen esas luces verdes y al atravesarlas paso de un lugar a otro.
Alec dejó de masticar en ese momento y centró su atención en la muchacha. Por un momento se le pasó por la cabeza la idea de que tal vez Emma hubiera estado fingiendo todo el tiempo. Si eso era cierto, era buena, pues le había engañado incluso a él.
—A mí me ha dado la sensación de que tú has invocado el portal que nos ha traído hasta aquí y, probablemente, todos los que te han llevado de un lado a otro hasta ahora —replicó él mientras mordía una manzana fingiendo estar distraído. No había duda de que había algo extraño en ella, pero hasta que no descubriera de qué se trataba, tendría que vigilarla de cerca.
—¿Yo? —Instintivamente, Emma se pasó la mano por la frente, al notar una ligera presión.
—¿De verdad no sabes cómo lo has hecho?— Alec frunció el ceño con una mezcla de sorpresa e irritación. No habían solucionado un problema, cuando encontraban otro.
—¡No! Yo no he hecho nada. Sólo quería venir aquí para asegurarme de que mi madre y mi abuela...
—¿Sabes lo que acabas de hacer? —Alec negó con la cabeza. —¿Se te ha ocurrido pensar que cabe la posibilidad de que ellas estén en Koh?
—¿Tú crees? —Emma empezó a temerse lo peor. Jamás volvería a verlas. Podrían estar perdidas en cualquier lugar de Koh, o peor, que un monstruo las hubiera encontrado y... No quiso seguir pensando en ello. Gruñó enfadada consigo misma y con Alec por haber resaltado lo obvio con tan poca delicadeza. Se sentó en una silla de la cocina y apoyó la frente en sus brazos, en un intento imposible de abrir los ojos y darse cuenta de que todo había sido sólo una pesadilla.
—Nunca había visto una casa como esta— murmuró Alec mientras abría y cerraba el grifo de la cocina con mucho interés. —Debéis tener mucho dinero.
—¿Qué podemos hacer?— Emma levantó la cabeza con brusquedad, tratando de que Alec se involucrase en el problema y la ayudara.
—¡Hey, tú eres la que me ha arrastrado hasta aquí! Creí que sabías lo que hacías.
—¡Tú eres el que se abalanzó sobre mí! —replicó ella a la defensiva. —¡No te pedí que vinieras conmigo!
—¡Vaya! ¿Entonces crees que podrías haberte enfrentado de nuevo al devoit?
—No ha aparecido, ¿no? Estaría perfectamente a salvo aunque no estuvieses aquí.
—Pero si sigue suelto por ahí, sin duda volverá. Esos malnacidos pueden percibir a sus presas a kilómetros —señaló mientras volvía a abrir la nevera. Esta vez su víctima fue una cuña de queso, que empezó a morder con sorpresa por lo sabroso que estaba.
—Entonces... ¿volverá? —Emma tragó en seco mientras sentía un leve temblor en las piernas al pensar en el pequeño diablillo.
—Si de verdad se trata de un devoit, es lo más probable. A menos que esté muerto, volverá.
Emma frunció el ceño mientras intentaba pensar en un plan de defensa. El problema era que no tenía ni idea de cómo defenderse de un monstruo como ese. Miró de nuevo a Alec, que seguía escarbando en la nevera. Aunque tenerlo a él allí le daba seguridad, hasta ese momento sólo había demostrado ser un cretino que actuaba por interés. ¿La ayudaría si llegaba el momento? ¿O le daría la espalda por no tener nada que darle a cambio?
—¿Por qué este armario está tan frío? ¿Tiene algún hechizo especial? —preguntó con la cabeza embutida en el congelador.
—¿Y qué vamos a hacer si vuelve? —siguió hablando Emma, ignorando las preguntas de Alec.
—Deberías haber pensado en eso antes de lanzarte como una desesperada al portal.
—¡Es que estoy desesperada!
—En fin... mientras averiguamos cómo volver, será mejor que nos preparemos por si el devoit vuelve. —Cerró el congelador con contundencia y mordió otro pedazo de queso demasiado grande para ser una sola ración. —¿Quieres? —se lo ofreció a Emma, que arrugó la nariz con disgusto.
—Estaría más bueno con un poco de pan —dijo mientras buscaba en el armario donde su madre lo guardaba.
Sentía el estómago revuelto. Todo lo que estaba pasando le había quitado el apetito, por lo que dio un trozo de pan al muchacho, que lo mordió agradecido y se fue escaleras arriba, directa a la ducha. Era más de la una de la madrugada y aunque había pasado casi todo el día inconsciente, estaba cansada. Las emociones fuertes podían resultar más agotadoras que el ejercicio físico.
Al entrar en el baño vio su disfraz de Minnie lleno de barro y sangre tirado en el suelo. Su sueño de una vida normal se le había escapado de entre las manos. Siempre se había sentido diferente, pero ahora sabía el porqué, y eso, lejos de hacerla sentir mejor, la hundió más todavía en su propia autocompasión. De nuevo, se permitió sentir un atisbo de envidia por la vida que tenían sus compañeras de clase, mucho más fácil que la suya, sin monstruos asesinos ni mundos mágicos.
Tras una ducha rápida, se puso un pijama diferente y volvió a su cuarto. Estaba deseando echarse en su cama y, durante unos instantes, olvidarse de todo a su alrededor. Sin embargo, gruñó con recelo al ver a Alec recostado sobre su cama en una posición muy cómoda.
—Se descansa bien aquí— dijo él al oírla entrar.
—Esa es mi cama. Tú no vas a dormir ahí —sonrió mientras intentaba aplacar su enfado. Ese era uno de los pocos rinconcitos de "normalidad" que le quedaban y no quería perderlo también.
Alec alzó la cabeza y la miró con disgusto.
—Ya que me has arrastrado hasta aquí, deberías ser un poco más amable, ¿no crees?
—Ya te he dicho que no te he pedido que vinieras.
—Además, —siguió hablando, haciendo caso omiso a las replicas de Emma. —Si viene el devoit a atacarte durante la noche, como seguro hará cuando perciba tu presencia, no podré salvarte a tiempo si no estoy a tu lado.
—Espera. ¿Quieres dormir conmigo... en mi cama? —Emma soltó una risa incrédula. —Olvídalo.
—¿Acabo de decirte que un devoit puede aparecer en cualquier momento y lo que te preocupa es que estemos en la misma cama durmiendo? Eres increíble —Alec negó con la cabeza. Jamás había conocido a nadie que fuera tan insensato como para preocuparse por nimiedades cuando, nada menos que un devoit andaba suelto.
—¡Está bien! Duerme donde quieras —se rindió Emma. —Pero no se te ocurra tocarme.
—¿Por qué querría tocarte? —Al principio parecía genuinamente confuso, pero cuando entendió lo que implicaba la amenaza de Emma, se sonrojó.
Se puso en pie para disimular su leve rubor y empezó a curiosear de nuevo.
—Huele bien —dijo mientras seguía el rastro de olor que había dejado la ducha de Emma hasta que se paró frente a ella, que tenía el pelo mojado y las mejillas sonrosadas por el calor de la ducha. O tal vez no.
—No te acerques tanto... —dijo ella apartándose incómoda. —Si quieres, puedes darte una ducha también.
—¿Ahora? —alzó una ceja.
—¡Claro! Verás como te relajas un poco.
Emma lo guio hacia el baño y le proporcionó toallas limpias y ropa vieja de hombre que guardaba su madre. Siempre pensó que había pertenecido a su padre, pero en cierta ocasión, su madre le dijo que lo guardaba para posibles visitas. En ese momento no lo había entendido, pero ahora, sabiendo que Koh existía y que ellas podían pasar con libertad de un mundo a otro, se dio cuenta de que probablemente lo guardaban por si alguien de allí les hacía una visita y necesitaba pasar desapercibido. En cualquier caso, a ella le vino bien.
Mientras Emma explicaba al sorprendido Alec todos los misterios del grifo de la ducha, hubo un momento en que lo sorprendió mirándola fijamente.
—¿Qué ocurre? ¿Hay algo que no te haya quedado claro? Izquierda caliente, derecha fría...
—Sí, esa parte está clara. Es sólo que me preguntaba por qué siempre dejas expuesta tanta piel —dijo mientras señalaba el pantalón corto de Emma.
Ella dio un tirón del viejo suéter de su pijama para cubrir sus piernas, pero eso dejó al descubierto uno de sus hombros.
—Es cómodo —se limitó a responder, dándose por vencida en su intento de cubrir sus piernas. En cualquier caso, Alec sólo la había visto usando el disfraz de Minnie o los pijamas. Ella, por lo general, era bastante recatada para vestir.
—Pero no es eficiente. No te protege del frío y si eres atacada o herida, aumenta las posibilidades de que sea mortal.
Alec miró la suave piel de las piernas de la joven y tuvo que apartar la mirada. Se veía demasiado frágil. Jamás había conocido a nadie así, aunque debía admitir que él no sabía nada de cómo vivía la gente en Midos. Tal vez fuera un lugar demasiado seguro y por eso, sus habitantes se habían convertido en completos inútiles.
—En fin... gracias por tu preocupación —dijo mientras salía del baño. —Si necesitas ayuda con algo, avísame.
Cerró la puerta y se apoyó en ésta mientras recapacitaba un poco. Tal vez deberían acabar con el pequeño monstruo antes de volver a Koh, si es que conseguía hacer que apareciera otro portal.
El estómago de Emma rugió con vehemencia. Tras la ducha había conseguido relajarse un poco, y el hambre y el cansancio se hicieron notar. Ni sabía cuántas horas llevaba sin comer.
Bajó hasta la cocina y encontró algo de queso y jamón york que habían sobrevivido al saqueo de Alec. Lo puso en un bocadillo y lo mordió con gusto mientras sentía un escalofrío por todo su cuerpo. Jamás un bocadillo le había sabido tan bien.
Un ruido llamó la atención de la joven. Giró la cabeza en la dirección de donde procedía el sonido y se quedó helada al ver a la pequeña criatura roja abriendo una ventana de la cocina. Sus ojos blancos se clavaron sobre ella y, por un segundo le pareció ver una ligera sonrisa decorada con pequeños dientecillos afilados.
—Maldita sea... eres un bichito muy oportuno —musitó mientras daba un paso hacia atrás. —¡Alec! —llamó, pero él no podía oírla desde la ducha. Estaba perdida.
Sin apartar la mirada del devoit, Emma pasó la mano por la encimera en busca de algo que le sirviera como defensa. Sus dedos temblorosos palparon el cuchillo que había usado para cortar el pan. No estaba afilado. Había otros cuchillos más mortíferos, pero estaban al otro lado de la cocina, junto al pequeño monstruito, que se relamía triunfal, sabiéndose vencedor en aquella batalla completamente desigual.
—Tranquilo, gatito... —murmuró Emma, sintiendo su corazón bombeando sangre, mientras la adrenalina se disparaba en su interior. El gruñido de la criatura se intensificó. —Vale, puede que no seas un gatito, después de todo...
El devoit dio un pequeño impulso antes de saltar para abalanzarse sobre Emma. Ella, instintivamente, se agachó, dejando que el monstruito pasara sobre ella. Éste clavó las garras en el suelo de madera y lo arañó, dejando profundos surcos. Si esas garras tocaban la indefensa piel de Emma, la cortaría como mantequilla. Había entendido demasiado tarde por qué Alec se había preocupado tanto por su piel descubierta.
El devoit se giró para mirarla con los ojos llenos de ira por el ataque perdido y se dispuso a saltar de nuevo hacia Emma. Ella alzó el cuchillo y cerró los ojos asustada, pero la bestia no llegó a caer sobre ella.
Se atrevió a abrir los ojos y se quedó boquiabierta al ver al monstruo suspendido en el aire, retorciéndose para intentar liberarse. Rugió un par de veces con su estridente chillido, obligando a Emma a taparse los oídos. El cuello del devoit se contorsionó hacia un lado hasta que un crujido indicó que se había roto. Segundos después, la bestia cayó flácida al suelo y Emma, dio varios pasos hacia atrás, colocando una silla entre ella y el monstruo inerte.
—Pero, ¿qué...?
Tras un par de minutos sin atreverse a mover ni un pelo, se acercó al devoit y lo tocó con la punta del cuchillo. Definitivamente, estaba muerto. Miró a su alrededor en busca del motivo por el cual ella no era comida de monstruo, pero no había nadie. Todavía podía escuchar el agua de la ducha de Alec, por lo que descartó la posibilidad de que fuera él. ¿Un milagro, tal vez? No. Esas cosas no le ocurrían a ella.
Entonces empezó a escuchar susurros a su alrededor, que poco a poco se fueron unificando hasta formar una sola voz que resonaba como un eco en su cabeza.
"Dame la dévola, dame la dévola, dame la dévola..." el sonido parecía venir de todas partes, pero no dejaba de ser un susurro aterrador. Sintió un escalofrío al pensar que podría tratarse de Glynn, que venía a matarla, aunque para eso, podría haber dejado a la bestia que terminara de hacer su trabajo.
—¡¿Quién eres?! ¡Muéstrate! —exclamó con la voz todavía un poco temblorosa.
Una sombra oscura empezó a materializarse frente a ella, mientras sentía cómo le ardía el pecho. Se lo cubrió asustada
"Dame la Dévola." La voz sonaba etérea, lejana. Como si proviniera de los cielos, pero poco a poco se iba materializando y se volvía más consistente. El extraño ser tomaba forma, mientras las palabras se seguían repitiendo a su alrededor, resonando dentro de su cabeza. "Dame la Dévola. Dame la Dévola. Dame la Dévola..."
En ese momento, Alec apareció por la puerta de la cocina, mientras se frotaba el pelo con una toalla.
—Esa ducha es maravillosa. ¿Cómo funciona? ¿Hay una caldera de agua caliente con sirvientes que mantienen el fuego encendido al otro lado de la...?
Se detuvo en seco cuando vio al pequeño monstruo contorsionado en el suelo. Luego posó sus ojos sobre Emma mientras la duda seguía creciendo en él. ¿De verdad la muchacha era tan indefensa como pretendía parecer?
—¿No puedo dejarte ni dos minutos sola? —exclamó todavía sorprendido por la visión de la criatura muerta. —¿Lo has matado tú?
Emma negó enérgicamente e intentó hacer señas con la cabeza en dirección al extraño personaje que empezaba a verse de forma sólida. Usaba una capa negra y una capucha le cubría la cabeza, no dejando ver su rostro. Alec inclinó la cabeza hacia un lado confuso, mientras paseaba la mirada de un lado a otro de la cocina.
—¿Te has vuelto loca? Oh, ya sé. Tienes dolor de cuello.
Emma gruñó impotente. ¿De verdad no podía verlo tan claramente como ella?
De repente, en un abrir y cerrar de ojos, el encapuchado desapareció. Emma, sin perder un segundo más, corrió en dirección a Alec y se escondió tras él. No tenía ni idea de quién era el siniestro personaje, pero por alguna razón había sentido un poder enorme proveniente de él y eso la asustaba aún más que el pequeño monstruo que yacía en el suelo de la cocina.
—¿Qué haces? ¿Qué ha pasado? —Inquirió Alec más preocupado.
—¿Pero es que no lo has visto?
—¿El qué? ¿El devoit? —Se dio la vuelta para encarar a la asustada joven, cuyos ojos llenos de temor confirmaban dos cosas. La primera, ella no había matado al devoit. La segunda, quien quiera que lo hubiera hecho se escondía y eso no podía ser nada bueno. Tal vez un adepto de Glynn o algo peor.
Recorrió de nuevo la cocina con la mirada, pero no había nada. Su percepción le decía que, quien fuera, aunque no estaba allí, les acechaba. Tendría que mantener la guardia alta toda la noche, pues temía que el nuevo peligro del que tendría que defender a la muchacha era más peligroso que un devoit.
—¿Qué vamos a hacer con esa cosa? —preguntó Emma señalando a la criatura.
—¿Con eso? Ah, estoy cansado. Lo pensaremos por la mañana. Vamos a dormir ya. —Alec se dio media vuelta fingiendo que bostezaba, pero mantuvo todos sus sentidos alerta.
Emma miró al monstruo con desagrado. Tenía la cara llena de verrugas y como nariz, dos pequeños orificios en el centro de su cara. Era muy feo. Habría querido, al menos, sacarlo de la casa, pero sintió un nuevo escalofrío y, sin perder más tiempo, salió corriendo detrás de Alec.
El encapuchado tenía poder para estrujar a la criatura, que había estado a punto de matarla, sin darle oportunidad para que se defendiera. Sólo de pensar que podría matarla con la facilidad con que se aplasta una hormiga, la llenó de miedo. Y lo peor, Alec no podía verlo y, por tanto, no podría defenderla de él.
Una vez en su cuarto, Emma colocó algunos cojines y mantas en el suelo para Alec, pero éste, haciendo caso omiso, se echó sobre la cama y miró a Emma con una sonrisa burlona.
—No es necesario que duermas en el suelo, puedes echarte aquí conmigo— dijo con descaro mientras pasaba la mano sobre la colcha de raso. Emma se incorporó indignada, sus ojos chispeando con rabia.
—Esto es para ti— señaló apretando los dientes.
—Ni lo sueñes. Yo pienso dormir aquí mismo. Tú haz lo que quieras.
—¿De qué vas? Te dejo dormir en mi habitación, no que te metas en la cama conmigo— protestó.
Alec lanzó una leve carcajada y terminó de acomodarse dándole la espalda. Emma, furiosa, se subió a la cama y trató de echarlo a empujones, pero él no se movió ni un ápice.
—¿Vas a dejarme dormir?— se quejó el muchacho fingiendo que no le importaba el enfado de Emma.
—¡No! Tú vas a...
En un movimiento rápido, Alec se dio la vuelta y se colocó sobre ella, atrapándola por las muñecas. La observó unos instantes con el ceño fruncido, como si esperase algún tipo de reacción de parte de ella que le diese alguna pista sobre si realmente su fragilidad era fingida, pero ella, con las mejillas sonrojadas, se quedó inmóvil, mientras su pecho subía y bajaba al compás de su respiración acelerada.
—Yo me quedo aquí —sentenció él. —Y tú haces lo que quieras.
Alec se apartó y volvió a echarse en la cama, dándole la espalda. Emma no había conseguido reaccionar. La había pillado desprevenida y, aunque su proximidad no le había desagradado en absoluto, se había sentido indefensa. En realidad, ¿Qué sabía sobre Alec? Nada. Y ahí estaban los dos solos en casa. Si en cualquier momento quisiera hacerle algo, se lo estaba ofreciendo en bandeja.
—Está bien. Tú ganas. ¿Contento? Me iré yo a otra cama... —farfulló furiosa mientras se ponía en pie y caminaba en dirección a la puerta.
—¿A dónde crees que vas? —inquirió el muchacho dándose la vuelta con el ceño fruncido. —¿Tanto te cuesta confiar un poco en mí?
—Disculpa mi desconfianza —se giró molesta clavándole una mirada cargada de odio. —Pero cuando nos conocimos me diste de lado porque no tenía con qué pagarte. ¿Crees que soy tonta? Tú siempre esperas algo a cambio de la ayuda y no pienso dártelo. ¡Soy una chica decente!
Alec abrió la boca para protestar, pero la volvió a cerrar antes de reírse.
—A ver, pequeña pelirroja pervertida —se sentó en la cama y miró a Emma aguantando la risa. —La única que tiene pensamientos lascivos eres tú. Tal vez sea yo quien deba protegerse de ti.
—¡Eso es lo que te gustaría a ti! —replicó indignada.
—¿Te importaría tranquilizarte un poco y acostarte a mi lado? Por favor, no voy a hacer nada. ¡Ni siquiera estoy interesado en una enana inmadura como tú!
Alec empezó a burlarse de Emma para tratar de distraerla un poco. Se mostraba relajado, pero la sensación de que estaban siendo vigilados era más fuerte que antes. No podía dejarla sola ni un segundo, mucho menos toda la noche. Si al menos hubiera traído su espada, estaría preparado para afrontar lo que fuera.
Sin embargo, la muchacha, sin quererlo y con sus recelos, empezaba a poner pensamientos en su cabeza que lo incomodaban. La chica era bonita y él no era de piedra, por lo que tendría que hacer acopio de mucha fuerza de voluntad para ignorar los instintos que se movían en su interior.
La joven, con la desconfianza claramente dibujada en sus ojos, cedió y se echó en la cama. Inmediatamente se tapó con la manta y dio la espalda a Alec, quien se encogió de hombros y se echó también, dándole la espalda a ella.
Por un segundo, casi se sintió decepcionada por las palabras de Alec. ¿Realmente no estaba ni un poco interesado en ella? Se avergonzó de su propio pensamiento y se cubrió la cabeza con la manta. Por supuesto que no lo estaba. Gente como él jugaba en una liga diferente. Era obvio que no estaba a su altura y jamás podría soñar, siquiera, resultar atractiva para alguien como él. Por lo que había dicho, lo más probable era que le gustasen las chicas mayores, y no una enana inmadura como ella. ¿Qué esperaba?
Un ruido proveniente del exterior la hizo sobresaltarse y sintió cómo su corazón palpitaba con fuerza dentro de su pecho.
—¿Alec? —preguntó casi en un susurro. Un gruñido del aludido fue la única respuesta que recibió. —¿Crees que todavía habrá más monstruos por ahí fuera? —siguió preguntando asustada.
— No lo sé. Puede ser —murmuró adormilado.
Su respuesta dejó a Emma más nerviosa todavía y eso hizo que el sueño no llegara a ella. En la penumbra de la noche observó todo a su alrededor con detenimiento. ¿Y si el hombre de la capucha volvía? ¿Sería peligroso?
—Alec... —volvió a susurrar, pero esta vez, la respuesta que recibió fue la respiración acompasada y tranquila de un agotado Alec. Se había dormido.
Emma se dio la vuelta y aprovechó que dormía para agarrarle el bajo de la camisa. Estaba aterrada. Aquella prometía ser una noche infinita.
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