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Capítulo 6: interesante desconocida


Alec había conseguido llevar el enorme cadáver del Botse hasta su casa y se pasaba un trapo húmedo por la piel, intentando quitarse el exceso de savia de sefus para paliar la irritación que le producía el pelo de la bestia. Estaba de mal humor. Se volvió a frotar el pecho con ahínco con las plantas que había encontrado en el bosque y podía sentir el alivio mientras la piel volvía a su color original. Y todo por culpa de la extraña chica de ropas más extrañas aún. Por alguna razón no se la podía quitar de la cabeza y eso le molestaba mucho. 

Recordó el momento en que la había visto por primera vez. Él corría delante del Botse, atrayéndolo hasta una trampa que había fabricado cerca de su casa. Ese ejemplar le daría para hacer carne seca que lo alimentaría durante mucho tiempo. Entonces fue cuando escuchó los gritos de la chica, llamando la atención del Botse, que se detuvo y, guiado por el sonido y un nuevo rastro de olor, cambió el sentido de la marcha.

Alec, extrañado por el comportamiento de la bestia, lo siguió y un poco más adelante, la vio. Tan asustada, tan indefensa... tan rara. Algo dentro de él se movió e impulsivamente corrió hacia ella, y la cargó a hombros, salvándola de una muerte segura a manos del furioso Botse.

Pero se arrepintió de haberlo hecho todos y cada uno de los minutos que había pasado en su compañía. Era torpe y parecía un imán que atraía problemas allá donde iba. Ese último pensamiento lo hacía sentir intranquilo, haciéndolo preguntarse si de verdad había hecho bien en dejarla sola. En seguida desechó el pensamiento. Después de todo, ella había vivido toda su vida sin él y así debía seguir.

—¡Alec! —escuchó la voz de Kai a su espalda. —¿Se puede saber por qué has llegado tan tarde? Si te ven cazando en el bosque nos causará problemas. ¿Acaso quieres que tengamos que cambiar de casa otra vez?

—Hubo un imprevisto —fue su única respuesta.

Kai era un Ferston. Un pequeño hombrecito de no más de diez centímetros con alas. Eran seres milenarios y él, en concreto, era uno de los más sabios entre los suyos. Hacía tiempo había sido asesor de la familia real, pero cuando Glynn se alzó, huyó para salvar su vida. Vivía escondido en los bosques, dedicándose a cuidar de Alec, después de que su familia fuera asesinada en un asedio. 

Había decidido que enseñaría a Alec a ser un gran guerrero, pues sabía que un día, no tan lejano como le gustaría, Glynn volvería, y debían estar preparados para acabar con ella para siempre. Sin embargo era consciente de que eso aún quedaba muy lejos. A ojos de Kai, Alec no era más que un niñato cabeza hueca, que sólo tenía ganas de buscar problemas. Eso los había llevado a mudarse de casa una vez tras otra, cada vez que Alec se enzarzaba en una pelea con algún vecino y llamaba la atención de los guardias de la zona. Al final, Kai encontró una casa abandonada en medio del bosque, lejos de todas partes. No había vecinos ni civilización. De lo único que tenían que preocuparse era de conseguir alimento y ni eso sabía hacer bien.

—¿Un imprevisto de tres horas? —exclamó el pequeño Kai furioso. —¿Por qué no te dedicas a cazar pequeños animalejos a diario en vez de traer un gigante de ese tamaño? 

—Sólo pretendía probarme un poco y desentumecer los músculos. Lo tenía todo controlado, de verdad —se excusó mientras volvía a colocarse la ropa.

—¿Y puedo saber qué ha pasado? —se interesó Kai.

—Encontré a alguien... —musitó Alec inseguro de querer seguir hablando. Sabía de sobra cuáles serían las siguientes palabras de Kai, que desaprobaba cualquier tipo de interacción social.

—¿Alguien? ¿Y qué diablos hacía alguien en medio del bosque durante la noche? ¿Acaso fuiste a la ciudad? —la furia de Kai iba creciendo por momentos.

—¡No! Era una muchacha. Apareció en el bosque y yo...

—Déjame adivinar. La salvaste de las peligrosas garras de la bestia que has traído a casa.

—Sí... básicamente fue algo así —se encogió de hombros.

—¡¿Pero tú eres tonto?! —exclamó el pequeño ser alado rojo de furia. Alec, desconcertado, abrió la boca para defenderse, pero Kai no se lo permitió y siguió hablando. —¿Eres consciente del peligro al que te has expuesto? ¿Una muchacha en el bosque? ¡Eso me suena a una bruja, en el mejor de los casos!

—No creo que fuera una bruja. No sabía hacer nada...

—¿Y si fingía?

—No lo creo. Tendrías que haberla visto. Tan torpe y...

—¿Era hermosa?

Las mejillas de Alec se sonrojaron ligeramente dando a Kai la respuesta afirmativa que esperaba.

—¿No te das cuenta, imprudente salvador? ¡Fuiste encantado por ella! Estoy seguro de que era una discípula de Glynn. Seguro que ya han puesto en marcha el plan para traerla de vuelta... ¡Seguro que ahora saben dónde estamos! —Kai empezó a revolotear por toda la casa nervioso. —Tendremos que marcharnos de nuevo. Empezar una vida de cero. Creí que te había advertido que te metieras en tus propios asuntos y no volvieras a mezclarte con otras personas nunca más.

—Pero...

—¡No hay peros!

—Deja de ser paranoico, Kai —replicó Alec relajado mientras se ponía una capa que le protegería del aire gélido. Salió de la casa en dirección al enorme botín. Había terminado de desollarlo y tenía que comenzar el tratamiento para secar la carne.

—¿Paranoico? ¿A quién llamas paranoico, mequetrefe? —exclamó Kai furioso. —¡Fantástico! Dentro de unas horas, cuando las hordas malignas hayan aparecido, no te quiero ver lloriquear pidiéndome ayuda.

El indignado hombrecillo se alejó de la puerta, introduciéndose en la casa y renegando para sí mismo por la mala suerte que tenía de haber encontrado un aprendiz tan inepto. En su larga vida, jamás había tenido un pupilo más insolente que Alec, y había tenido muchísimos. Con esa actitud descuidada, sería extraño que consiguieran sobrevivir mucho más tiempo.

Alec, por otra parte, estaba más enfadado de lo que usualmente estaba después de discutir con Kai. Normalmente ignoraba sus reprimendas, pero esta vez sus palabras le habían molestado mucho.  Él no había visto a la chica. Si lo hubiera hecho, entendería el sinsentido de sus sospechas.

Era cierto que no era común ver a una joven hermosa en medio del bosque de los quebrantos en una fría noche. Él tampoco se explicaba qué hacía allí, pero había sentido algo extraño proveniente de ella. Algo que lo llamaba. Un poder ancestral que desconocía y que, mucho menos, sabía qué significaba. La joven lo desconcertaba y por esa razón, después de asegurarse de que estaba a salvo, se alejó de ella sin volver la mirada, pues sabía que, si lo hacía, no sería capaz de dejarla. ¿Era acaso posible que se tratara de un hechizo? No. Él conocía a las brujas y sabía que, por lo general, se mostraban sensuales y astutas. Ésta muchacha era cualquier cosa excepto eso.


 Pasó la tarde y Alec fue al bosque de nuevo para cortar algunos árboles que servirían de leña para hacer fuego y mantener la casa caliente. Se aproximaba el frío y los inviernos eran muy húmedos en la región del oeste de Koh. Si no mantenían el calor de la casa, el frío helaba los huesos y era difícil entrar en calor.

Empezó a cortar el árbol, sintiendo cómo sus músculos vibraban cada vez que el hacha golpeaba el tronco. Echaba de menos la vida en la ciudad, donde había alguien que hacía esas cosas por él y a quien sólo había que pagarle para conseguir los bienes que necesitaba. Sin embargo, el ejercicio físico le ayudaba a mantener la calma y, después de todo, la sensación de ser capaz de valerse por sí mismo no le disgustaba tanto como había pensado en un primer momento.

Estaba centrado en sus propios pensamientos, cuando un destello entre los árboles llamó su atención. Seguidamente, sintió una fuerza que le resultaba familiar y su corazón bombeó acelerado.

—No puede ser... —musitó emocionado a la vez que irritado. 

Soltó el hacha, dejándola caer en el suelo y corrió en dirección hacia donde había visto el resplandor. Unos metros más adelante, en un pequeño claro del bosque, vio un bulto ensangrentado y, sintiendo que el corazón se le iba a salir del pecho en cualquier momento, corrió para encontrarse con lo que hubiera deseado no tener que ver.

—¡No! —exclamó al reconocer la melena pelirroja de la muchacha a la que había conocido aquella noche y que se había convertido en la dueña de todos sus pensamientos. —No puede ser...

Se arrodilló a su lado mientras sentía que sus manos temblaban y arrepintiéndose de haberla abandonado como lo había hecho. Se sentía miserable. Nunca debió haberla dejado. La tomó en sus brazos, apartando el pelo de su ensangrentado rostro y, para su sorpresa y alivio, todavía respiraba.

Apresurado, inspeccionó sus heridas. Parecían graves. Tenía que llevarla a casa cuanto antes. Tenía que hacer algo por ella, después de todo, se sentía responsable de que hubiera terminado así.  La cargó en brazos y corrió hacia su casa. Entró de golpe, pateando la puerta, nervioso.

—¡¡Kai!! —llamó acelerado.

El aludido acudió preocupado a su llamada.

—¿Qué ocurre, criatura? Me has dado un susto de... —las palabras se detuvieron de golpe cuando vio lo que Alec cargaba en brazos. —¿Qué es eso?

—Es ella, Kai. ¡Está herida!

El pequeño ferston miró el cuerpo de la joven, para devolver una mirada furiosa al alarmado Alec, que había dejado a la joven en el destartalado sofá y luego fue a toda prisa a encender la chimenea.

—Está helada. Tiene que entrar en calor... —musitó para sí mismo. —Debe haber perdido mucha sangre. No sé cuánto tiempo habrá estado...

—¡¡Alec!! —exclamó Kai comenzando a perder los estribos. —¿Te has vuelto loco del todo? ¿Cómo te has atrevido a traerla a nuestra casa?

El aludido se detuvo por un momento para dedicar una mirada de confusión a Kai, que negaba con la cabeza airado.

—¿Y qué querías que hiciera? Está así por mi culpa. ¡Yo la abandoné en medio del bosque!

—Hiciste más de lo que debiste haber hecho. Si muere o no, no es asunto tuyo —sentenció Kai con un tono grave.

—Bien, lo que tú digas, pero ella ya está aquí y no voy a dejar que muera —fueron sus últimas palabras.

En pocos minutos encendió la chimenea y mientras esperaba a que las llamas envolvieran por completo los troncos, extendió algunas pieles en el suelo, asegurándose de que quedaría confortable.

Acto seguido, volvió a tomarla en brazos y la recostó sobre las pieles. Se sonrojó al ver la suave piel de las piernas de la muchacha que estaban completamente descubiertas. Buscó una manta de lana y la colocó sobre éstas, esperando que pudiera entrar en calor cuanto antes. 

Después fue a buscar una palangana con agua y un paño húmedo y limpió la sangre que rodeaba las heridas. Había muchas y estaban agrupadas de cinco en cinco. Eran garras, sin duda. 

Kai observaba al muchacho en silencio. Jamás lo había visto tan preocupado por otra persona y empezaba a temer en sobremanera que, de verdad, lo hubieran hechizado, negándose a aceptar la otra posibilidad. Alec no podía haberse enamorado. Había mucho que dependía de él y no podía dejar que sus facultades se vieran mermadas por una cara bonita.

Se aproximó a la muchacha que yacía inmóvil y se sorprendió al ver su rostro. Le era familiar. Demasiado familiar. Eso lo hizo sospechar todavía más, pues cualquier persona que conociera su pasado, sabría que ella sería una debilidad para él y eso lo hizo ponerse más en guardia todavía.

Alec preparó un ungüento y lo colocó en cada herida. Eran bastante profundas. De nuevo se lamentó al pensar en lo asustada que debía haber estado cuando fue atacada por alguna de las salvajes bestias que vivían en las profundidades del bosque. 

—Parece que está recuperando el color —observó Kai todavía con el ceño fruncido. —Se pondrá bien. Deja de lloriquear un poco y continúa con tus quehaceres. Hay mucho que preparar antes de que se ponga el sol. Además, estoy seguro de que ella querrá comer algo cuando despierte.

Alec terminó de colocar los ungüentos en la piel de la muchacha y, preocupado, acarició su suave mejilla sonrosada. Eso apaciguó su corazón. Estaba cálida. Parecía que estaba mucho mejor. Se puso en pie y en dos zancadas salió de la casa para ir a recolectar algunos ingredientes y preparar un caldo que la ayudaría a recuperarse.

Mientras recogía algunas hortalizas del pequeño huerto que había en la parte trasera de la casa, Kai fue a su encuentro. Alec lo miró malhumorado. No quería seguir escuchando las interminables quejas de su mentor.

—Alec... —empezó a hablar el diminuto ser alado, indeciso. —Por favor, mantén los ojos abiertos y no te dejes cegar por la chica.

El joven lo miró hastiado, preguntándose cuánto más iba a insistir con ese tema.

—¿Podrías confiar en mí por una vez, Kai? —le respondió con el semblante serio. —Hay algo en esa joven que... no sé cómo explicar...

—Eso no me deja tranquilo. Pueden ser mil razones, todas igual de necias...

—O puede ser la respuesta a todas nuestras plegarias —confirmó Alec, dejando sin palabras a Kai. —Piénsalo. Puede que sea torpe, pero esa muchacha no es como nada que hayamos visto por aquí.

—Oh, sí, pequeño Alec. Yo conozco a alguien exactamente igual que ella y eso es lo que me hace sospechar.

—¿A qué te refieres? —inquirió el muchacho con curiosidad.

Ambos notaron movimiento en la cabaña y se pusieron en guardia. La muchacha estaba demasiado débil para haberse despertado y un escalofrío recorrió la espalda de Alec al pensar en que alguien pudiera haberles seguido y entrado en la casa para terminar lo que no había conseguido en el bosque. Corrió en dirección a la entrada y se escondió detrás del marco de la puerta, al acecho. Lentamente, sin hacer ruido, entró en la casa y, para su asombro, vio a la chica en pie, parada frente a la chimenea, abriendo el amplio escote de su enorme camisa para inspeccionar las heridas.

Se aclaró la garganta un poco avergonzado para llamar la atención de la joven, quien se cubrió rápidamente, clavando unos enormes ojos claros en él. Ese fue el momento exacto en el que Alec supo que su vida jamás volvería a ser la misma.


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