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Capítulo 20: Desaparecido

Muy a su pesar, Eirian no conseguía apartar los ojos de Indra, quien tenía una interesante conversación con Emma. Al parecer, las chicas tenían en común bastante más de lo que se podría decir a simple vista y, para martirio de Eirian, entre esas cosas se encontraba él. De vez en cuando recibía una mirada burlona de Indra cargada de segundas intenciones que le ponía los pelos de punta.

—Alec, ¿tu casa está muy lejos? —preguntó el hechicero con un fastidio que tampoco se esforzaba por ocultar. El aludido sonrió.

—¿Por qué, bruja de pacotilla? —inquirió jocoso. —¿Estás cansado de andar?

Eirian arrugó el entrecejo con desagrado, pero muy contrario a lo que esperaba conseguir con su gesto furibundo, Alec siguió con su repertorio de desagradables burlas.

—¿O acaso estás tan acostumbrado a transportarte con tu magia que te resulta incómodo hacer lo mismo que el resto de los mortales? 

Eirian sabía muy bien a qué se refería, pues Alec ya había puesto de manifiesto en varias ocasiones que no le había gustado quedarse atrás cuando fueron a buscar a Emma en Shiza. No sólo era un muchacho insoportablemente celoso, sino también rencoroso. Hizo una mueca de cansancio al pensar en lo que todavía tendría que aguantar mientras durase su frágil alianza y bufó hastiado. Sin embargo se obligó a dejar de lado las diferencias con el rubito, pues había alguien mucho peor entre ellos. Se aproximó a él para poder hablar con discreción y mantener su conversación lejos de la atención de Indra. 

—Déjate de niñerías, princeso —gruñó el hechicero. Después de una mirada para asegurarse de que la mujer del agua no les prestaba atención, siguió hablando. —No termino de entender por qué el anfibio tiene que venir con nosotros. No confío en ella. 

Alec se encogió de hombros con desinterés.

—¿Por qué no? Nos vendrá bien su ayuda. Además, parece que ha hecho amistad con Emma.

Señaló a las chicas, que se reían a carcajadas de algo que Indra había dicho y que parecía lo más gracioso del mundo. Eirian frunció el ceño molesto. Él estaba acostumbrado a viajar solo y hacerlo todo a su manera. Acatar las normas del grupo era algo que no llevaba bien, pero el hecho de que insistieran en ignorar sus advertencias sobre Indra le molestaba más aún.

—¿Se supone que eso debe tranquilizarme? —replicó Eirian. —Esa mujer no tiene escrúpulos. Da igual lo cercanas que parezcan ser. Si en un momento determinado le conviene traicionarnos, lo hará sin pensarlo. 

—Está bien, brujo. Estaré atento —le dio una palmada en la espalda y Eirian tosió resentido, pues carecía de la musculatura del joven rubio, que derrochaba testosterona por cada poro.

—Me quedo mucho más tranquilo —murmuró el hechicero sarcástico.

Si un par de días  atrás le hubieran dicho que volvería a caminar junto a Indra, se hubiera reído de buena gana. Hacía mucho tiempo que había aprendido la lección, pero al parecer todavía le quedaban cosas por aprender, pues a pesar de todo, había terminado por aliarse con otras personas, incluida Indra. Debía mantener su corazón aislado. Se prometió que, sin importar nada, no se implicaría más de lo necesario para lograr su cometido principal. Después, cada uno iría por su lado y no volverían a verse nunca más.

Un par de horas después llegaron a la casa de Alec. Eirian se esforzó por no hacer ningún comentario despectivo sobre el estado de la vivienda, pero tan pronto como alcanzaron el umbral de la puerta, los recibió un panorama lamentable. La casa se veía oscura, polvorienta y con maleza creciendo por todas partes.

—¿En serio vives aquí? —inquirió Eirian haciendo una mueca con la nariz al oler los restos de comida quemada y reseca que había en una olla. —No puedo creer que esta choza cochambrosa sea habitable.

—¿Algún problema? —replicó Alec ofendido. —Esta cabaña aguantaría los vientos de Karaburan sin problemas.

—Permíteme discrepar —murmuró Eirian observando el estado general de la cabaña. —Probablemente yo mismo podría echarla abajo a golpes.

—¿Cómo dices? —gruñó Alec irritado. 

—Eh, calma, par de gallitos —se burló Jutin, de nuevo en su forma humana. —Alec, ¿Dónde dices que está Kai?

—Pues... ahora que lo dices... —Alec miró a su alrededor, pero no veía señales de Kai por ninguna parte. De hecho, en algo tenía que dar la razón al odioso hechicero, y era que la casa presentaba un estado lamentable.

—¿Crees que le habrá pasado algo mientras hemos estado fuera? —musitó Emma preocupada. —Todo ocurrió tan rápido cuando nos marchamos... 

—¿Y no se te ha ocurrido pensar a quién debemos toda esa urgencia? —replicó el joven incapaz de resistirse al reproche.

—¡No empieces! —exclamó Emma sintiéndose atacada. —¡Ya te dije que no te necesitaba! ¡Tú fuiste quien me siguió!

—¡Y yo te he dicho que no habrías sobrevivido ni dos minutos si no hubiera ido detrás de ti!

—Oh, vaya. —interrumpió Jutin burlón. —Empiezo a pensar que tienes un problema con el mundo, querido Alec. ¿Por qué no dejas de discutir con todos y te centras en lo que es importante de verdad?

—¡Yo no soy quien está...! —Al darse cuenta de que estaba a punto de empezar una nueva discusión, dándole la razón al gato, Alec apretó los labios hasta que se formó una fina línea. Luego resopló y siguió buscando señales de su mentor por la casa.

Lo cierto era que últimamente tampoco se sentía él mismo. Estaba demasiado susceptible desde que el maldito brujo había entrado en escena. Y el hecho de que Emma hubiera encontrado en éste otro protector tampoco le fascinaba. De no ser por que toda ayuda era bienvenida para luchar contra Glynn, le habría dado una paliza sin pensar por el simple hecho de haber intentado matar a Emma.

—¡Kai! —llamó a su mentor sin recibir respuesta.

—Vaya... qué decepción —dijo Jutin.—Me apetecía ver una cara conocida.

Eirian observó una pequeña mesa llena de libros abiertos y papeles diminutos. Le llamó la atención una vela que había junto a la mesita. La cera estaba completamente derretida, llegando a gotear sobre uno de los libros que había abierto y arruinando el texto. Una pena. Se veía bastante valioso. La tocó y estaba tibia, señal de que se había apagado hacía poco tiempo. Todo indicaba que esos libros antiguos estaban siendo replicados y, para tomarse una molestia así, debía apreciarlos demasiado como para dejar que sus páginas se estropeasen con la cera de la vela. Sin duda, quien vivía ahí se había marchado de repente y en contra de su voluntad, probablemente durante la noche.

—¡Kai! ¡Maldita pulga piojosa! ¿Dónde te has metido? —insistió Alec.

Se adentró en el pequeño dormitorio y encontró su espada. Oh, cuánto la había extrañado. Se la ató inmediatamente a la pierna para no volver a alejarse de ella. Pero al hacerlo, un estupor le sobrevino. Como si un poder externo la hubiera adulterado, la espada le quemaba sobre la piel. Se la quitó y la dejó caer sobre el suelo.

—¿Todo bien por ahí? —inquirió Jutin desde el salón.

—Todo bien —respondió Alec. Sin embargo, su voz se fue apagando según trataba de descifrar una inscripción en la hoja de su espada. —¿Pero qué...?

El joven tomó la espada, todavía reducida, lo cual hacía imposible leer lo que estaba escrito. Con la conexión que lo unía a la espada, la hizo crecer hasta adoptar su tamaño original, y las letras se expandieron en la hoja de la espada.

Nim... bardos uruethien kalustro pe...

—¡¡Silencio, insensato!! —la voz de Jutin lo hizo detener la lectura al instante y alzó la mirada para encontrarse con los ojos espantados del protector.

En el poco tiempo que conocía a Jutin, jamás lo había visto perder la sonrisa burlona ni el tono jocoso. Asustado por su expresión de pánico, Alec dejó la espada de nuevo en el suelo y dio un paso hacia atrás.

—¿Qué ocurre? ¿Qué dice aquí?

—¿No conoces el Garthallion? —exclamó Jutin. Se acercó a la espada y gruñó al reconocer los caracteres enlazados entre sí. Se apartó y negó con la cabeza. —¿Qué diablos os enseñan hoy en día?

—¿Garthallion? —Eirian, que también entraba en la habitación, se aproximó a la espada y echó un vistazo a la inscripción de la espada. —¿Puedes leer lo que dice ahí? —inquirió devolviendo la mirada a un preocupado Alec.

—Sólo... conozco las letras, pero no entiendo qué está escrito.

—Ah, maldita sea... —bufó Jutin. —Kai siempre ha tenido una forma muy peculiar de hacer las cosas. Jamás hemos conseguido ponernos de acuerdo en nada. ¡Es demasiado cauto! Y ahora está en problemas...

—¿En problemas? —Alec dio un paso en dirección a Jutin, mientras sentía cómo un remolino de preocupación le aturullaba el estómago. —¿Dónde está?

—Probablemente buscando a las guardianas que... —se aclaró la garganta incómodo. —...yo debería haber protegido mejor —admitió en un susurro de voz.

—¿Qué quieres decir?

—Se me fue un poco de las manos, ¿vale? —se defendió airado. —¡Estaba tan centrado en proteger a Emma que bajé la guardia cuando ellas se marcharon! ¡Creí que sabrían defenderse mejor!

—¿Mi familia está en peligro? —Emma se abrió paso con los ojos muy abiertos, sintiendo, por primera vez, que perdía la esperanza de encontrarlas.

—Bueno... La inscripción en la espada nos da muchas pistas sobre dónde pueden estar... y que Kai haya sufrido un destino similar.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? —exclamó Alec.

—Bueno... ahora mismo no podemos hacer nada. —Jutin cubrió la espada con una manta y la tomó. La envolvió bien y la colocó sobre la cama. —Pasemos la noche aquí y preparemos un plan de viaje. Esto no va a ser agradable y quiero que todos sepáis muy bien a qué nos vamos a enfrentar.

Emma abandonó la habitación y salió a la puerta de la casa. El sol se había puesto y hacía frío, pero no le dio atención. no sabía muy bien cómo manejar todas las emociones que se revolvían en su interior. El miedo de perder a su madre y a su abuela la abrumaba a tal grado que empezaba a volverse algo físico. Quería hacer algo y quería hacerlo ya. ¿Y si llegaban demasiado tarde? El horror de pensar en ello le hacía arder por dentro. Era una sensación demasiado similar a lo que experimentaba antes de explotar, pero no podía permitirse algo así. Tomó aire y lo expulsó con un sollozo. Las piernas le temblaron y se dejó caer de rodillas al suelo.

Indra se acuclilló a su lado, abrazándose las rodillas y la observó de reojo, como si estuviera estudiándola antes de dar el siguiente paso.

—Lamento lo de tu familia —dijo posando los ojos sobre la negrura del bosque. —Puedo entender cómo te sientes.

Emma no contestó, demasiado concentrada en controlar su propio malestar.

—Hace tiempo yo también me preocupaba así, ¿sabes? Y las consecuencias fueron desastrosas.

La joven alzó la mirada hacia la mujer de agua, que seguía absorta en sus recuerdos del pasado. No estaba segura si era sólo una reflexión o la estaba invitando a preguntar, así que, sin fuerzas para lidiar con la interacción social, se limitó a esperar que siguiera hablando. 

—Ocurrió hace años, cuando yo estaba preparándome para ser la nueva Kahín de Taranai. Yo era una joven prometedora. La mejor de todas... En aquella época tenía ilusión y confiaba en el sistema, pero ignoraba acerca de las sombras oscuras que siempre recorren los resquicios donde no llega la luz. Mi predecesora ya había sido influenciada por Glynn y nos había traicionado, pero nadie lo sabía. Para cuando ella murió y me tocó ser su relevo, no pude escapar de las garras de la reina.

Indra suspiró con un estremecimiento y Emma, que había conseguido desconectar de su propio dolor, trató de infundirle ánimos por esos tristes recuerdos que estaba compartiendo con ella y le pasó la mano por la espalda.

—En aquella época Eirian vivía entre nosotros —Indra sonrió con un pequeño rubor. Era muy hermosa. —Al ser un urandero, no le resultó difícil integrarse y ser uno más de los nuestros. Pudo aprender sin dificultad sobre nuestra magia e, incluso, superar a muchos de los nuestros. Era un joven brillante y, de no ser por mi juramento de lealtad a la diosa Taranai, él y yo habríamos unido nuestros vínculos para formar una familia.

—Oh... ya veo —Emma asintió. Así que eso era lo que había entre ellos.

—Pero como he dicho  antes, Glynn me tenía en la palma de su mano. Si no la obedecía, acabaría con toda mi gente, como hizo con los uranderos. Ella deseaba que matase a Eirian y... oh, casi lo hice, pero... no fui capaz. —Indra se secó una lágrima. —Era un amor prohibido, pero yo le amaba... Fue difícil tener que escoger entre mi pueblo y el amor de mi vida.

Emma no sabía qué decir. No esperaba ese despliegue de sinceridad por parte de Indra. ¿Quizá había bebido de su propia agua?

—Es una historia triste... —se limitó a asentir.

—Cierto. Y aunque no me arrepiento de nada, mi elección me llevó a una vida de servidumbre bajo el yugo de Glynn. Estaba furiosa porque le había fallado, así que, como no podía matarme porque yo era la sacerdotisa de Taranai, empezó a maltratar a la gente y a infligirles el castigo que no podía imponerme a mí. Mató a miles de personas. Por esa razón la gente me odia y, además, perdí mi estatus como Kahín de Taranai. Aunque sigo poseyendo sus poderes, no puedo ejercer como tal...

—Glynn es un monstruo.

—Es cierto... —Indra asintió sin un atisbo de falsedad. Concordaba completamente con la afirmación de Emma. —¿Pero sabes? Ahora que he vuelto a ver a Eirian y que ya no soy sacerdotisa, el recuerdo de aquel amor me atormenta. Él me odia porque intenté matarle por mandato de Glynn y no hay manera de que pueda demostrarle que ahora puede confiar en mí.

—¿Todavía sientes algo por él? —murmuró Emma sorprendida. Estaba casi segura de que él también sentía algo, pero era difícil de decir.

—Si al menos pudiera entrar en su corazón para demostrarle la sinceridad de mis sentimientos... —de nuevo suspiró mientras pasaba la mano sobre la hierba y absorbía toda el agua del rocío. 

—Pero creí que la gente de Shiza tenía poder psíquico. ¿No puedes entrar en su interior como él hizo conmigo?

—Podría, pero como ya te he dicho, Eirian es poderoso. ¡Y bastante terco! La única manera de que me dejara entrar en su interior es dándole para ingerir el agua de Shiza y hacerle bajar sus defensas... —Indra sacudió la cabeza con una sonrisa derrotada, como si entendiera lo imposible de esa idea. —Por supuesto, él no confiaría en mí jamás. ¡Y lo entiendo! Yo tampoco confiaría en mí si estuviera en su lugar. Al tomar el agua de Shiza quedaría totalmente vulnerable. No sólo su mente, sino todo él... Yo podría protegerle mientras dure el efecto, pero jamás confiará en mí.

—Yo... podría ayudarte... —musitó Emma dudosa.

Indra se giró de repente y agarró las manos de Emma con la esperanza dibujada en sus ojos.

—¿Me ayudarías?

—Supongo... Podría hablar con él, intentar explicarle la situación y convencerle de que debería confiar en ti. Pero deberás darle tiempo. La confianza es algo que se va labrando poco a poco, ¿sabes?

—Por supuesto, tienes toda la razón. Sin embargo, siento que no tengo tanto tiempo como quisiera —se lamentó la mujer de agua. —No tenemos garantía de que sobreviviremos a nuestro viaje. Puede que Glynn nos mate a todos en el momento y no quisiera morir sin que él supiera, al menos, que nunca quise hacerle daño.

—¿Y quieres que yo lo convenza para que tome el agua de Shiza?

—Sé que él confía en ti ahora. Lo conozco bien y veo cómo te protege. No se cuestionará tus motivos para darle agua de Shiza, aunque... es muy reservado y le resultará difícil mostrarse vulnerable. Quizá, lo mejor sería que no supiera que está tomándola. Por su propio bien, para no herir su orgullo.

—¿Tú crees?

—Estoy segura. Él no dudará de ti, Emma. Hazlo por mí, por favor. Lo único que quiero es que entienda mis motivos y, si él quiere, que me acepte y corresponda a mis sentimientos.

Emma tomó aire y lo expulsó con un soplido que se esparció en el aire como vaho. Hacía mucho frío. Por un momento estuvo a punto de rechazar la petición de Indra, pues ella sólo quería ir a buscar a su familia, pero entonces pensó que, de no ser por la ayuda que constantemente recibía de todos, jamás habría llegado a donde estaba. ¿Con qué derecho negaría ella la ayuda a otra aliada? Y más siendo que le debía la vida de Alec.

—Está bien... ¿Qué necesitas que haga? —estaba casi segura de que acabaría arrepintiéndose de lo que estaba a punto de hacer.

Indra le tomó la mano y Emma se estremeció al sentir el tacto frío de la piel de la mujer de agua. Colocó una botella de nácar con forma de caracola entre sus dedos y los estrechó para que agarrase la botella con fuerza.

—Aquí tienes el agua. Sólo tienes que conseguir que la ingiera. Eso me permitirá tener un mínimo control sobre él para poder penetrar sus barreras y acceder a su corazón.

—¿Y qué hago? ¿Se la pongo con un té? ¿En la comida?

—Como tú quieras. Pero ten cuidado, no creo que quieras volver a verte afectada por el agua —sonrió. Emma se estremeció al pensar en cómo se sentía.

—Está bien. Ya me las arreglaré.

—Eres un ángel, Emma. Gracias.

Indra la abrazó y en seguida se puso en pie y se marchó.

Emma se quedó a solas observando la botella. En su interior no habría más de 250ml, pero sería suficiente para debilitar las barreras del hechicero. ¿Estaría haciendo lo correcto? ¿Por qué sentía que no debía meterse en asuntos ajenos?

Pero entonces se dio cuenta de que tenía que conseguir que Eirian bebiese del agua sin que él lo notase. ¿Cómo podía hacerlo? Tal vez lo mejor era mezclarlo con su comida. Pero entonces, si se suponía que estaba haciendo algo bueno por ellos, ¿Por qué sentía que estaba traicionando a Eirian?

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