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Capítulo 18: El viaje interior

Por la escalera descendía una mujer cuya belleza sólo era comparable con la maldad que emanaba de ella. Sus dedos, pálidos como el mármol, acariciaban la madera del pasamanos con suavidad, mientras sus pies se posaban sobre los escalones con tanto cuidado que parecía que flotaba sobre éstos. El cabello, negro como el ébano, estaba recogido en la nuca, mientras una corona de cristales irisados decoraba su cabeza. Sus ojos, de un brillante color ambarino, estaban posados sobre el hechicero, quien apretaba los puños para intentar controlar la necesidad instintiva de acabar con ella en ese mismo instante.

—¡Qué afortunada soy! —dijo con una sonrisa maliciosa. —Vengo a conseguir la Dévola y me encuentro con el último Urandero frente a mí. Hoy Mataré dos pájaros de un tiro.

—Glynn... —gruñó Eirian.  

Aquella bruja era la última persona que había esperado ver en el interior de Emma y por un momento se sorprendió de que estuviera usando la magia de Shiza, sin embargo todo cobraba sentido al recordar que Indra, esa arpía traidora, estaba involucrada. Al ponerse en pie para enfrentarse a ella, Emma lo agarró del brazo.

—No vayas... Es muy poderosa —suplicó. Su expresión era de puro terror y Eirian se preguntó a qué clase de tormentos debía haberla sometido antes de que él llegara para asustarla tanto.

Sin embargo, el hechicero era perfectamente consciente de sus limitaciones y sabía que todavía no estaba a la altura de la reina, pero también sabía que aquella era una oportunidad que no podía desperdiciar, pues, en aquel lugar, el espacio interior de Emma, se podía limitar el poder de la reina. La cuestión era si la muchacha sería capaz de hacerlo.

—Emma, escúchame —susurró Eirian sin perder de vista a su enemiga. —Todo esto no es real, ¿de acuerdo? No es más que un sueño y tú puedes controlar lo que ocurre.

—Es inútil —se rio Glynn. —En estos momentos esa niña no es más que una marioneta en mis manos. He conseguido someter la conciencia de la portadora y, aunque se diera el caso de que ella supiera cómo controlar su propio espacio interior, es demasiado tarde. Está completamente a mi merced. 

Eirian miró a la asustada muchacha, que se había aferrado a su brazo y lo agarraba con tanta fuerza que las manos le temblaban. Para su pesar, la reina tenía razón. Emma estaba en un estado casi catatónico y apenas respondía a lo que le decía. Pero no podía permitir que Glynn obtuviera la Dévola. No cuando él la había encontrado primero. Y haría lo que estuviera en su mano para detenerla.

—¿Acaso le tienes miedo? —la provocó Eirian. —No es más que una niña inexperta y asustada. ¿Por qué tomas tantas medidas de precaución?

—Sé perfectamente lo que es, Urandero. —La expresión de Glynn se endureció, pero en seguida recuperó la sonrisa. —Merece todas y cada una de mis medidas de precaución.

El hechicero lanzó una mirada de soslayo a Emma y frunció el ceño. ¿Esa joven merecía ser reconocida por alguien como Glynn? ¿Entonces no se trataba únicamente de la Dévola? Eso no hacía más que acrecentar sus sospechas. No. No podía ser sólo una portadora. ¿Qué misterio envolvía a la muchacha?

—En ese caso, ella merece todas y cada una de mis medidas de defensa —dijo Eirian. 

En una milésima de segundo creó un dardo de luz con su magia y lo lanzó directo al corazón de la reina, pero ésta lo detuvo con un ademán de su mano y se desvaneció.

—Mi turno —sonrió con malicia, —Y créeme, voy a disfrutarlo mucho.

Alzó ambas manos en el aire y empezó a concentrar una energía oscura. Eirian se estremeció al reconocerlo, pues fue el ataque que utilizó para arrasar a su pueblo. ¿De verdad era necesario un ataque tan poderoso? La energía que se concentraba sobre Glynn estaba levantando un fuerte viento y las puertas y las ventanas de la casa fueron arrancadas de sus marcos. Las paredes se movían de un lado a otro y empezaron a hacerse añicos.

—Fíjate en la fragilidad de este espacio interior, Urandero. No es más que una niña indefensa...

—¿Fragilidad? —repitió incrédulo, pues no dejaba de sorprenderlo que Emma pudiera soportar la presión a la que Glynn la estaba sometiendo. Volvió la mirada para mirar de nuevo a la muchacha que, con ambas manos en el suelo, apenas conseguía levantar la cabeza. 

—¡Basta! ¡La matarás! Si ella muere perderás la Dévola —exclamó el hechicero colocándose entre la reina y Emma en un fútil intento de protegerla.

—Entonces consíguela para mí —siseó la reina con una sonrisa que le helaba la sangre. —Y más te vale ser rápido o no sólo morirá ella. Tú y los dos protectores que están fuera también moriréis.

Eirian gruñó con impotencia. ¿Qué podía hacer? Una vez más se volteó para mirar a la muchacha que se cubría la cabeza con ambos brazos para protegerse de los escombros que volaban de un lado a otro a su alrededor. No podía entregar la Dévola a Glynn. Sería su perdición y la de los cinco reinos. Tenía que hacer algo, pero ¿qué? 

—Emma... —el hechicero, en actitud suplicante, agarró a Emma de los hombros tratando de llamar su atención y hacer contacto visual. Tenía que borrar los tentáculos controladores de la reina que aturdían los sentidos de la joven.  —Mírame, Emma.

La muchacha alzó la vista, pero no hacía más que negar con la cabeza.

—¡No! ¡Nos matará a todos! ¡Vete de aquí, Eirian!

—¿Qué puedo hacer para que despiertes? —insistió el hechicero, pero la muchacha insistía en su petición.

—Tu tiempo se agota, Urandero... —canturreó Glynn con sorna.

Entonces, Eirian recordó la historia que Emma le había contado mientras estaba bajo el efecto de Shiza, cuando explotó al ser besada por un muchacho. Si él lo intentaba, podría ser que ocurriese lo mismo y, aunque saldría herido, bien valdría la pena si conseguía detener a Glynn. O tal vez no. Era un riesgo, pero tenía que intentarlo.

—Maldita sea... Más nos vale que esto funcione —murmuró el hechicero. Agarró el rostro de Emma con ambas manos y juntó sus labios con los de la muchacha. Fue un contacto rápido, pero no lo suficiente como para evitar sentir la calidez de su boca.

Eirian se apartó sorprendido y observó a Emma, que parecía haber despertado de repente y lo miraba con expresión furiosa. Poco a poco, el pecho de Emma se fue iluminando y el hechicero hizo un amago para cubrirse, pues podía prever el peligro aproximándose, pero no tuvo tiempo de reaccionar. Un relámpago de color azul salió directamente del pecho de la joven y se expandió a su alrededor como una tela de araña, arrasando con todo y alcanzando al hechicero y a la reina, cuyo ataque se vio interrumpido. Ambos salieron disparados y cayeron al suelo malheridos.

—Ah... niña necia... —consiguió musitar Glynn con esfuerzo mientras se incorporaba. Había quedado vulnerable al invocar su ataque, pues no había esperado que la muchacha fuera capaz de despertar el poder de la Dévola mientras estaba bajo su dominio. —Volveremos a vernos, portadora.

La reina se desvaneció en el aire y todo alrededor de Emma quedó en calma y silencio. Ella, todavía algo aturdida, se puso en pie y vio al joven Eirian tendido en el suelo e inconsciente. Alarmada, se arrodilló a su lado.

—¡Eirian! No... ¿Qué he hecho? —comenzó a sollozar.



La reina se tambaleó cuando regresó a su cuerpo que, por suerte, estaba a salvo en el palacio de Shiza. El ataque de la portadora la había debilitado y y tuvo que apoyarse en su báculo para no caer al suelo.

—Malditos mocosos engreídos —gruñó. —Creen que son rivales para mí...

—¡Mi señora! —exclamó Indra cuando fue a socorrerla. —¿Qué ha ocurrido?

—El Urandero ha conseguido hacer reaccionar el poder de la Dévola. —La reina lanzó una mirada cargada de odio hacia Indra. —Creí que dijiste que la muchacha quedaría totalmente bajo mi merced. 

—No lo entiendo. Había bebido muchísima agua de Shiza. Debería estar todavía bajo el efecto de...

Glynn agarró a Indra del cuello y la levantó varios centímetros del suelo. 

—"Debería" no me sirve. No pienso tolerar otro error como este, Indra —rezongó la reina haciendo un despliegue de magia que quemaba en la frágil piel nacarada de la mujer de agua.

—Mi... señora... —murmuró con dificultad. —No puedo... respirar...

La reina clavó sus largas uñas en el cuello de Indra y la lanzó al suelo con rabia. Ésta empezó a toser y a respirar con urgencia intentando recuperar el aliento.

—Si no hubiera reaccionado a tiempo para cubrirme, habrían conseguido matarme —pensó Glynn en voz alta con expresión furiosa. —Sin embargo, todo tiene su lado bueno. Al haber lanzado ese ataque desesperado, he conseguido visualizar el lugar exacto en el que está la gema. Ese maldito Jutin... La ha escondido muy bien, pero ya es demasiado tarde. No podrán impedir de nuevo que se la arrebate.

Con paso lento, mientras iba trazando un plan en su mente retorcida, la reina se aproximó a Indra, que todavía estaba tendida en el suelo y alzó la cabeza aterrada para mirarla.

—De momento voy a prescindir de ir personalmente. Parece que esa niña se desenvuelve bastante bien. Por eso serás tú la que intentará conseguir la gema para mí. —Glynn se acuclilló frente a Indra y pasó la mano por su mejilla con suavidad. Una suavidad tan fría que la mujer del agua se estremeció. —Sé lo que estás pensando, pero no pienses en traicionarme. Tú tienes mucho que perder, Indra.

—Sí, mi señora —Indra bajó la mirada con sumisión y se aguantó un sollozo para no volver a provocar la ira de su reina.

—Y más te vale que esta vez te deshagas de ese Urandero molesto. Si no eres capaz de eso, no me sirves para nada y te destruiré junto a todo tu pueblo.

Indra se puso en pie y, tras una torpe reverencia, salió apurada de los aposentos que había preparado para la reina en su palacio. Se pasó la mano por el cuello y gruñó al ver la sangre que salía de las heridas provocadas por la reina. Eran superficiales, pero lo suficiente molestas para ensuciar su ropa. De haber sabido que sería humillada de esa manera, habría buscado una forma diferente de salvar a su pueblo, pero era demasiado tarde. Debía obedecer, pues era mucho lo que había puesto en manos de Glynn para echarse atrás.

De nuevo miró sus manos ensangrentadas y se le ocurrió una idea que le ayudaría a ganarse la confianza de la inocente portadora.




Emma lloraba desconsolada sobre Eirian. No parecía estar muerto, pero era fácil ver que estaba muy mal herido y ella no podía hacer nada por salvarlo. Si no conseguía ayuda, moriría ahí mismo. Los recuerdos del pasado empezaron a atormentarla y al mirar al hechicero tendido en el suelo, casi podía visualizar el cuerpo de Kenneth ensangrentado.

—Eres un idiota... —musitó. —Te advertí que no lo hicieras.

La muchacha se maldijo a sí misma. ¿Por qué tenía que ser así? Él sólo quería protegerla y, a cambio, ella lo había dejado al borde de la muerte. Tenía que aprender a controlar su poder, pero ¿Cómo podría hacer algo así?

"Emma, despiértate..." Empezó a escuchar susurros a su alrededor.

La muchacha alzó la mirada. Las paredes de su casa habían desaparecido y fuera de ésta sólo se podía ver un bosque oscuro. Reconocía el lugar. Era el bosque de Koh, pero ¿Por qué estaba su casa en medio de un bosque de Koh?

"Emma, abre los ojos", de nuevo escuchó los susurros.

—¿Que abra los ojos?

Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que aquella no era la realidad. No sabía muy bien si se trataba de un sueño o no, así que se pellizcó en un brazo y, para su desgracia, sintió dolor. A causa del dolor, sintió algo extraño en la cabeza, como si su cabeza se sintiera menos pesada que el resto del cuerpo y todo empezó a darle vueltas. Supuso que si lo volvía a intentar, tal vez acabaría por despertar. Miró a Eirian y cruzó los dedos para que todo saliera bien. No podía dejar que muriese.

Insistió en su intento de despertar y esta vez se pellizcó más fuerte. Cuando lo hizo todo empezó a dar vueltas a su alrededor, sintiendo como si se metiera de lleno en un remolino que la llevaba de un lado para otro, hasta que, de repente, abrió los ojos. Sobre ella, vio la negrura del cielo nocturno y árboles. Estaba de vuelta en Koh. Había mucho ruido y al levantar la cabeza vio que había distintas bestias extrañas a su alrededor. Vio a Alec, que parecía estar herido y a un enorme felino negro que luchaba contra las bestias del bosque. Junto a ella, estaba tendido Eirian, pero él no se despertaba.

—¡No! ¡Eirian! —dijo mientras sacudía su hombro intentando despertarlo.

Al escuchar la voz de la joven, tanto Alec como el enorme felino negro miraron en su dirección.

—¡Emma! —exclamó Alec que, después de patear a un pequeño monstruo peludo con dientes tan grandes como dedos, corrió hasta ella. —¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?

Una fuerte onda expansiva fue lanzada por el felino, que impelió a las bestias que estaban cerca en ese momento, lanzándolas por los aires. Se tambaleó agotado. Ese ataque absorbía mucha de su energía, pero no era momento para descansar.

—¡Alec, súbela a mi lomo! —le apremió el felino. —¡Tenemos que irnos de aquí!

Alec obedeció y deslizó las manos por la espalda y las piernas de Emma, pero ella lo detuvo.

—¿Y Eirian? —inquirió, adelantándose a las intenciones de Alec de dejarlo allí.

—¿Por qué no se ha despertado? —preguntó extrañado.

—Se ha arriesgado para salvarme. Tenemos que ayudarle o morirá... —suplicó la joven apartándose de Alec. 

Éste gruñó y  después de ayudar a Emma a subir al enorme felino, tomó al hechicero en brazos y se lo echó al hombro. Era mucho más pesado de lo que parecía y si no llegaban a su casa pronto, tendría problemas. La herida le quemaba en el brazo y el ardor había empezado a extenderse hacia el hombro que tenía libre y parte del pecho. No sabía cuánto tiempo más podría soportar, pero tampoco quería averiguarlo.

Emma se abrazó con fuerza al cuello del felino cuando éste emprendió la marcha, y el animal protestó en respuesta al incómodo agarre.

—¿Te importa? Me estás ahogando —se quejó.

—¿Eres Jutin? —dijo la muchacha al reconocer la voz del gato que hablaba. —¿Qué te ha pasado? ¡Eres enorme!

—¿Acaso crees que sólo puedo ser un gato? Puedo convertirme en casi cualquier cosa...

—¡Deja de alardear y ve más rápido! —protestó Alec sintiendo que las mejillas le ardían.

 Probablemente tenía fiebre. No sabía mucho acerca de los síntomas de los venenos, pero podía sentir cómo sus fuerzas disminuían y su velocidad se veía comprometida. Lo peor era que a su debilidad se le sumaba tener que cargar con el brujo inútil y no tenía muy claro si resistiría hasta el final del trayecto. Si quería sobrevivir, tendría que pensar en una alternativa.

Emprendieron la carrera contrarreloj hacia el sur. El lago era el más grande de todo el continente y no sabía exactamente a qué altura se encontraban, por lo que descartó la opción de llegar a su casa y pedir ayuda a Kai. Sin embargo, había algunos pueblos a lo largo de la orilla del lago y, con un poco de suerte, podrían parar en alguno de ellos para comprar algo que le ayudase a paliar el efecto debilitante del veneno de los bilustibas y no tener que cortarse el brazo para sobrevivir. 

Apenas media hora más tarde, llegaron a un pequeño poblado llamado Salwa, que contaba con una pequeña flota de embarcaciones. Vivían de la pesca y el comercio con la ciudad submarina de Shiza. Alec lo conocía porque había comprado algunas veces en la lonja de allí.

—¿Cómo te encuentras, muchacho? —preguntó Jutin preocupado al percibir que el joven había reducido considerablemente la velocidad a lo largo del camino.

—¿Qué quieres que te diga? Este estúpido brujo de pacotilla pesa más que una Gocha de mar —protestó Alec sintiendo que las piernas empezaban a flaquearle.

—Ese hechicero acaba de arriesgarse para salvar a Emma. Tenlo en cuenta —intercedió el felino frunciendo el ceño, un poco harto de la insustancial competitividad que había entre los dos jóvenes.

Alec no respondió. No le gustaba admitirlo, pero tenía mucho que agradecer al hechicero. Ese sacrificio parecía ser suficiente para demostrar su lealtad al grupo y ahora le debían la vida de Emma. Lo mínimo que podía hacer era darle los cuidados necesarios hasta que despertase, eso si despertaba, pues no sabía cuál era el mal que lo afligía y, así, no podría buscar un remedio.

Se detuvieron frente a una posada y palpó en la pequeña alforja que Eirian tenía colgada del cinto, ya que él no había podido traer nada consigo. Con sorpresa y alivio, descubrió que había monedas suficientes para pagar un mes entero en la posada, así que se valdría de ellas para alquilar una habitación y adquirir los materiales necesarios para preparar un ungüento para él.

Jutin volvió a adoptar su forma humana y, con Emma cargada en brazos, que todavía se encontraba bastante débil, siguió a Alec al interior de la posada. Entraron en una habitación que tenía dos camastros a ambos lados y recostaron a Emma y a Eirian a cada lado, respectivamente.

—Iré a buscar algo para prepararte un ungüento —dijo Jutin observando el lamentable estado en el que se encontraba Alec. —Descansa tú también. Yo tardaré poco.

Jutin abandonó la habitación sin esperar una respuesta del agotado Alec, que apenas ya podía mantenerse en pie. Se sentó a los pies de la cama de Emma y se miró la herida del brazo. Las venas, oscurecidas por el veneno, se extendían como una red a lo largo del brazo, hombro y cuello, y en el centro había un bulto supurante de colores negruzcos con forma de luna doble que palpitaba de dolor.

El joven encontró una palangana con agua limpia y un paño de algodón. Con dificultad se puso en pie y mojó el paño, lo escurrió y se lo puso sobre la herida. Gimió de dolor al sentir el contacto de la suave tela. Era inútil intentar limpiar la herida. El veneno ya corría por su torrente sanguíneo y si no tomaba algo que lo neutralizase, moriría. 

Cargó ambas manos con el agua de la palangana y se refrescó la cara. La fiebre alta hizo que el agua se sintiera incómoda sobre la piel, por lo que desistió en seguida. Al incorporarse, todo empezó a darle vueltas y, agotado, volvió a sentarse a esperar a que volviera el gato con algo para aliviarle el malestar. Con todo lo que había corrido para llegar hasta allí, había acelerado el proceso de expansión del veneno y lo más probable era que no le quedase mucho tiempo para que el efecto fuera mortal. Pensó que, tal vez, lo mejor que podía hacer era buscar algo cortante, pues tendría que estar preparado para lo peor. Buscó por la habitación, pero no vio nada que le pudiera servir. Entonces, un destello en el cinto de Eirian llamó su atención. Él tenía una daga. La sacó de su funda y pasó el dedo por el filo. Estaba muy afilada, aunque no era suficientemente grande como para cortarle el brazo de un solo tajo. Tragó en seco y sólo esperó no tener que llegar a ese extremo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Emma con un hilo de voz.

Alec se sobresaltó y la daga se resbaló de entre sus dedos.

—¡Nada! — replicó nervioso mientras recogía el arma del suelo. —No sabía que estabas despierta.

—No tienes buen aspecto. —Emma se incorporó y dio un par de palmadas sobre el camastro en el que estaba. —Pareces necesitar una siesta más que yo.

—No... estoy...

Emma no esperó a que Alec terminase de formular su excusa. Se puso en pie, lo agarró del brazo sano y lo llevó hasta el camastro. El joven, que apenas tenía fuerza para resistirse, se dejó llevar por la testaruda insistencia de la muchacha y volvió a sentarse en la cama.

—¿Cómo has acabado en este estado? —preguntó la joven, hasta que sus ojos se posaron sobre la grotesca herida que decoraba el brazo del muchacho. —¡Cielo santo! ¿Cómo te has hecho eso?

—¿Esto de aquí? No es nada —se rio. —Verás cómo se me pasa tan pronto como me ponga el ungüento que va a preparar... ugh... —un repentino mareo le obligó a guardar silencio.

—Échate. Tienes que intentar dormir. Te vendrá bien. —Lo ayudó a tenderse sobre la cama y le puso la mano en la frente. Estaba muy caliente. —Habría venido bien tener algunos anti térmicos a mano. La próxima vez que vuelva a casa, prepararé un botiquín de emergencias.

Emma observó a los dos jóvenes echados en sendas camas y no pudo más que sentirse culpable por el lamentable estado en que terminaban todos los que se preocupaban por ella. Quizá su sino era ser un peligro andante.

—Lo lamento... —musitó sintiendo cómo la culpa la corroía por dentro. —Habéis acabado así por mi causa.

—Pues tenías que ver cómo acabó el que me hizo esto. Créeme, se llevó la peor parte —se rio sin fuerzas.

—Si yo fuera más fuerte... —musitó con la cabeza baja, sin llegar a mirar a Alec.

—Si fueras más fuerte, esto no tendría gracia. ¡Nos perderíamos todo lo divertido! 

Alec respiraba con dificultad y Emma, lejos de prestar atención a los constantes intentos del muchacho por desviar el tema, se preocupó. Se veía bastante pálido y gotas de sudor perlaban su frente. Emma tomó el paño húmedo que había usado previamente Alec y lo pasó por su rostro. Eso hizo que Alec se estremeciera por el contacto del agua fresca.

—Emma, ¿Podrías hacerme un favor? —dijo Alec tan agotado que ni siquiera podía abrir los ojos.

—¿Qué necesitas?

—Si ves que pierdo el conocimiento y Jutin no ha vuelto... —Le puso la daga de Eirian en la mano. —¿Podrías cortarme el brazo?

—¡¿Qué?! —se horrorizó la joven. —¿Cómo voy a hacer algo así?

—Bueno, siempre puedes dejarme morir, aunque agradecería que no lo hicieras...

—¿Morirás si no lo hago? —inquirió con espanto.

—Eso me ha dicho la bruja de pacotilla...

La muchacha miró la daga en su mano y deseó lanzarla por una ventana. Pero si la vida de Alec estaba en juego, tendría que olvidarse de la aversión que le producía y hacer lo que le había pedido.

—Está bien. Lo haré... pero mantente despierto hasta que llegue Jutin, ¿de acuerdo? —suplicó sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. 

—Haré lo que pueda... —Hizo un guiño de dolor.

Emma se guardó la daga en la cinturilla del pantalón y suspiró. Alec, luchando por mantenerse despierto, agarró la mano de Emma que, sorprendida al principio, tomó la del muchacho con las dos manos y la sostuvo con fuerza. No podría soportar perder a Alec. No de esa manera. Él sonrió al ver la preocupación en la muchacha, pero en seguida volvió a entristecerse. Habría dado cualquier cosa por que esa situación hubiera sucedido de forma diferente. Luego miró a Eirian, que dormía en la cama al otro lado de la pequeña habitación. 

—¿Qué le pasó a él mientras estabais en tu interior? ¿Por qué no se despierta?— preguntó tratando de mantenerse despierto.

Emma, con el recuerdo de lo ocurrido todavía latente en su memoria, frunció el ceño y apartó la mirada.

—Glynn estaba ahí, buscando la Dévola.

—¿Glynn?

—Me tenía hechizada en una especie de trance donde yo era consciente de todo lo que ocurría, pero no podía reaccionar como sabía que debía hacerlo. Tenía mucho miedo y éste me paralizaba... Quería ayudar a Eirian, pero lo único que podía hacer era pedirle que se fuera... —La voz le temblaba a causa del nudo que se le había formado en la garganta. —Y de repente...

Emma no se atrevía a mencionar en voz alta lo ocurrido. Lanzó una mirada fugaz al hechicero y luego volvió a mirar a Alec, que la observaba expectante con los ojos apenas abiertos a causa de la fiebre.

—¿Fue Glynn quien lo dejó así? —trató de terminar la frase por ella, al ver que no seguía con el relato.

Emma soltó la mano del muchacho y se secó las palmas de las manos en las rodillas.

—En realidad fui yo.

—¿Tú? — el desconcierto reflejado en su rostro cansado.

—Exploté...

—Espera... ¿Qué? ¿Qué significa que explotaste?

—Es algo que me ocurre cuando alguien se acerca demasiado a mí. No puedo controlarlo. Siento cómo mi pecho arde y de repente, libero una cantidad enorme de energía, como una explosión, que hiere a los que están cerca de mí.

—¿Cerca de...? Espera un momento. —Alec se pasó la mano por la frente intentando recomponer los recuerdos de cada momento compartido junto a Emma. —Me estás diciendo que si me acerco demasiado a ti, ¿explotarás? Pero hemos dormido juntos y... te he abrazado... ¿Y habrías podido explotar durante todo este tiempo?

—Bueno, cada vez que ha ocurrido ha sido por un contacto un poco más... íntimo.

Alec frunció el ceño y miró al hechicero mientras una idea desagradable le rondaba la mente.

—¿Cómo de íntimo? 

Emma vio la expresión de espanto en el muchacho y en seguida se ruborizó al entender que la mente de Alec iba un poco más allá de lo que ella quería decir.

—¡No! Me refiero a que... me... besó.

—¿Te besó? ¿En medio de la batalla contra Glynn? —Alec no estaba seguro de si se trataba de su propio aletargamiento o era Emma quien decía tonterías. —No entiendo nada.

—Creo que, no recuerdo cuándo, probablemente cuando estaba atontada por el efecto de Shiza, pero le conté sobre una experiencia que tuve hace muchos años con Kenneth, ese chico que...

—Sí, recuerdo a ese tal Kenneth —murmuró con mal humor. Emma, al principio desconcertada por la reacción de Alec, prosiguió con el relato.

—Cuando Glynn estaba a punto de matarnos a ambos, me besó. ¡Pero lo hizo como un ataque desesperado para salvarnos de ella! Él sabía lo que ocurriría y...

—Y de paso, disfrutó del momento, ¿no? —gruñó.

—¿Disfrutar? ¿De qué estás hablando? ¡Mira en qué estado está! —replicó indignada señalando al hechicero con ambas manos. —Fue un acto de sacrificio desinteresado para salvarme.

—Lo que tú digas. 

Alec se giró sobre su brazo bueno y dio la espalda a Emma, que estaba tan sorprendida como molesta por la reacción del muchacho. Apretó los puños con rabia y se puso en pie. Se asomó por la ventana con la esperanza de que Jutin no tardase mucho más. No quería tener que cortar el brazo de Alec, aunque en ese momento se lo mereciese por idiota. 

Por la ventana vio algo que le llamó la atención. Entre la gente que paseaba por la calle, una figura femenina con la cabeza cubierta por una tela tan blanca que destacaba del resto de transeúntes, caminaba renqueando por la calle. La tela parecía estar manchada de sangre y Emma tuvo un mal presentimiento. 

La mujer cayó al suelo y la gente, lejos de socorrerla, la evitaba, como si fuera un animal con una enfermedad contagiosa. Al principio, la muchacha sólo podía mirar, pero sentía que debía ir a socorrer a aquella persona desconocida. Miró a Alec y a Eirian en las camas a los lados de la habitación. ¿Cómo iba a dejarlos solos para ir a ayudar a una extraña? Pero de nuevo, algo en su cabeza le decía que debía ir.

De repente, se dio cuenta de que algunas personas se agolpaban a su alrededor y algunos la empujaban y se mostraban agresivos con ella. ¿Qué les pasaba? ¿Acaso no veían que estaba herida?

—Alec, ¿crees que aguantarás despierto un poco más mientras voy a ver una cosa? —dijo la joven sin apartar la mirada de la mujer. Se palpó la daga bajo su ropa y se puso la capa de Eirian, que estaba colgada en un destartalado perchero.

—¿A dónde vas? —inquirió el muchacho preocupado.

—Tengo que ir a ver algo.

Sin esperar una respuesta del joven, Emma abandonó la habitación, ignorando las insistentes llamadas de Alec, que dejó de intentar detenerla tan pronto como escuchó la puerta cerrándose. Gruñó furioso e impotente. Nunca le hacía caso. La cabeza le martilleaba por el esfuerzo y casi no podía mantener los ojos abiertos. Se preguntó preocupado qué podía haber visto para salir corriendo de esa manera.

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