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Capítulo 11: Hora de superar viejos anhelos

Kenneth se quedó sin respiración durante un instante. Miró a Emma con la boca abierta, como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras apropiadas que explicasen la situación que, al parecer, Emma empezaba a montar en su cabeza.  Desvió la mirada hacia Laura, que sonreía con malicia y luego volvió a mirar a Emma. Tragó en seco y optó por lo más natural. 

—Hola... —musitó con una sonrisa tímida. 

Ella sintió que el corazón le daba un vuelco, primero por verlo a él, pero sobre todo, por verlo con Laura. ¿Qué estaban haciendo ahí juntos? Es más, de todas las chicas que había en el mundo... ¿Por qué tenía que estar con Laura?

—Hola —respondió ella con la voz demasiado aguda para sonar natural. Se aclaró la garganta y se forzó a sonreír de forma casual.

—No te veía desde la fiesta —siseó Laura con tono burlón. —Veo que estás mejor después de lo que pasó.

—Sí —se limitó a responder bajando la mirada. 

Emma sintió la rabia carcomiéndole por dentro. Sabía que debía decir a Laura que ella era la única culpable de lo que había ocurrido, que era una mala persona y que, si la denunciaba a la policía, podría ir a la cárcel por drogar a alguien sin su consentimiento. Pero no dijo nada. Se limitó a fingir que aquello no había ocurrido, como siempre hacía. Quizá fuera porque temía que las cosas empeorasen si provocaba una confrontación directa con ella o tal vez porque, en el momento de la verdad, las palabras se trababan en su garganta y se negaban a salir.

Laura percibió el debate interno en la joven y disfrutó en silencio. Sabía que Emma no era más que una cobarde y que, por muy cruel que fuera con ella, jamás se enfrentaría. No era más que una niña débil e inmadura. Pero sobre todo, una bruja friki, igual que su madre y su abuela, demasiado cobarde para defenderse a sí misma.

—Nos llevamos todos un buen susto, pero en especial el pobre Kenneth, ya que él ya había sufrido en su propia piel una... rabieta de las tuyas. —Laura agarró el brazo del aludido y apoyó la cabeza en su hombro fingiendo que sentía lástima por él. Los ojos de Emma se posaron sobre el agarre de la parejita y sintió un pinchazo de celos al darse cuenta de que, al parecer, había ocurrido algo inesperado entre ellos después de marcharse de la fiesta. 

De repente, Emma se llevó la mano al pecho. Como si hubiese sido invocado por la presencia de Kenneth, aquel familiar ardor empezó a arremolinarse, creciendo y expandiéndose por todo su cuerpo. Quemaba su interior, como una bola de fuego que luchaba por salir. No podía entender qué le ocurría. ¿Por qué le pasaba eso cuando él estaba cerca? ¿Qué haría si volvía a explotar ahí mismo?

Sin embargo, cuando creía que no podría retenerlo más y que tendría que pagar las pérdidas materiales del supermercado, la voz de Alec acalló el malestar por completo. 

—¿Has terminado ya? —preguntó el muchacho con aire distraído.

El alivio que Emma sintió en ese instante fue tan grande que, de no ser porque estaba agarrada al carro de la compra, habría caído de rodillas al suelo.

—Sí... —respondió sintiendo cómo le temblaban las rodillas. Hizo un esfuerzo enorme por componerse y soltó el aire mucho más tranquila.

Laura, que había dejado de prestar atención a Emma desde que había visto al rubio despampanante girar el pasillo y caminar hacia ellos, todavía tenía la boca abierta, pero más aún al ver que él conocía a la friki. ¿Era su amigo? ¿Desde cuándo Emma tenía amigos así? Porque sólo era su amigo, ¿cierto?

Quiso acercarse a él, saludar, presentarse, besarlo apasionadamente en medio del pasillo de refrescos del supermercado, pero no tuvo tiempo. Emma y el dios griego recién llegado del Olimpo se marchaban hacia la línea de cajas.  

—¿Quién demonios es ese macizo? —musitó Laura boquiabierta.

—¿Se puede saber por qué has hecho eso? —replicó Kenneth disgustado apartándose de ella.

—¿Qué? ¿El qué? —respondió la joven sin apartar la mirada de la figura alta y atlética del rubio que acompañaba a Emma.

—¿Por qué me has agarrado así cuando ha llegado Emma? —insistió. —¿Intentabas provocarla?

A regañadientes, la muchacha devolvió la atención a Kenneth, pero después de ver al despampanante muchacho que acompañaba a la friki, le parecía demasiado... normal. ¿Cómo era posible que lo hubiera visto guapo en algún momento?

—No lo sé. Puede ser —respondió encogiendo los hombros con indiferencia. —Aunque tú tampoco has hecho nada por apartarte.

Kenneth resopló molesto y se fue de allí tratando de evitar, en particular, ir en la misma dirección que Emma y su amigo. La verdad en las palabras de Laura le había molestado mucho más que el hecho de ver a Emma acompañada por otro chico. 

Para ser franco, tenía miedo de ella. No tenía ni idea de qué había ocurrido hacía cuatro años en aquella fiesta, pero le fascinaba tanto como le asustaba. Es más, le atraía, lo volvía loco... Desde aquella explosión no había podido dejar de pensar en ella, aunque se había obligado a intentarlo. Al principio no se atrevía a dirigirle la palabra, pero con el pasar del tiempo, fue volviendo a acostumbrarse a ella y a mantener conversaciones breves y triviales. Ella tenía una especie de magnetismo que lo atraía irremediablemente y le daba igual que los demás pensaran mal de él. Estaba total y absolutamente enamorado de ella.

Sin embargo, cuando ella estaba delante, su razón se nublaba. Se preguntó, furioso, por qué no había sido capaz de reaccionar y soltar el brazo de Laura, pero para cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, era demasiado tarde. Emma ya tenía a alguien a su lado con quien sería imposible competir, pues, incluso él mismo, se había ruborizado al ver la belleza del muchacho. Sintió rabia, pero no podía hacer nada, ya que su propio miedo lo había echado todo a perder.


Emma colocaba la compra en la cinta transportadora con mal humor, golpeando con cada objeto que dejaba sobre ésta. No quería que le afectase lo que acababa de ocurrir, pero en el fondo no podía evitarlo. Kenneth había sido su amor platónico durante mucho tiempo y verlo junto a Laura le había dolido más de lo que le gustaría. 

—¿Quiénes eran esos? ¿Tus amigos? —preguntó Alec volviendo la mirada atrás con muy poco interés.

—No —respondió ella con sequedad. 

El muchacho alzó las cejas y se encogió de hombros. Al parecer, había mucha gente que la conocía, pero no los consideraba sus amigos. Le pareció curioso, pero no quiso hacer más preguntas al respecto.

—Parecía que lo estabas pasando mal. ¿Qué te ocurría? —insistió Alec.

Emma terminó de pagar la compra y entregó a Alec algunas de las bolsas llenas de comida. Ella cargó con otras cuantas y salió del establecimiento con prisa, por si acaso volvía a encontrarse con la parejita.

—Entiendo que no quieras contarme lo que ha pasado —Aceleró el paso hasta ponerse a su lado e insistió en sonsacarle más información. —Al fin y al cabo, no me conoces tanto, pero hay veces que hablar con un desconocido sobre tus problemas te ayuda a verlos desde una perspectiva diferente y puedes solucionarlos mejor.

—¿Desde cuando eres psicólogo? —espetó Emma sarcástica. Alec frunció el ceño.

—No sé qué es eso, pero no pagues tu mal humor conmigo, ¿de acuerdo? Sólo intento ser amable.

Emma puso los ojos en blanco y resopló. Alec tenía razón. Sólo quería ser amable y ella se estaba comportando como una idiota.

—Es el chico que me gusta, ¿vale? —admitió al fin. Era la primera vez que se lo contaba a otra persona y se sintió ridícula.

—Ah... —dijo Alec alzando las cejas. —Creo que ahora lo entiendo todo. ¿Y la chica?

—Una mala persona.

Alec asintió, comprendiendo. De no haber tenido las manos ocupadas, habría dado un par de palmaditas en la espalda a Emma para intentar consolarla. Esas cosas no se le daban demasiado bien. Nunca había tenido problemas románticos, ya que Kai le había prohibido cualquier tipo de relaciones sociales fuera de lo estrictamente formal, como hacer la compra en el pueblo y cosas así, pero la tristeza que desprendía Emma le afectaba de algún modo y quiso hacerla sentir mejor, aunque no sabía muy bien cómo.

La lluvia que venía anunciándose desde que salieron de casa, empezó a caer y gradualmente fue aumentando de intensidad, hasta que Emma tuvo que correr para ponerse a cubierto en una parada de autobús.

—Lo que faltaba —dijo sacudiéndose el agua del pelo con mal humor.

Alec la miró y una sonrisa se dibujó en sus labios. Dejó las bolsas con la compra en el suelo y tomando a Emma de la mano, tiró de ella hasta pararse bajo la lluvia.

—¿Qué estás haciendo? —exclamó tratando de volver al refugio, pero él se lo impidió.

—Vamos, Emma. Sólo es un poco de agua. Será divertido —insistió él con aire risueño. Alzó la cabeza y dejó que las gotas de lluvia cayeran sobre su rostro, disfrutando de la sensación de libertad que eso le producía.

Emma cedió y al final se quedó allí parada, sin compartir ni una pizca de la alegría del muchacho. Lo miró disgustada, cuando sintió cómo su ropa se le pegaba al cuerpo empapada y le dio un escalofrío. La gente, que corría a su alrededor para ponerse a cubierto, los miraba como si fueran extraterrestres recién llegados en una nave. Estaba llamando la atención y odiaba eso. No soportaba todos esos ojos sobre ella, los ceños fruncidos, pensando que estaba loca... 

Estaba a punto de soltar las manos de Alec y volver al refugio, cuando él interrumpió su huida.

—No pienses más en ellos. La tristeza no te sienta bien —le dijo cuando volvió a mirarla a los ojos.

Ella frunció el ceño. Sabía de sobra lo que debía hacer. Había tenido mucho tiempo para mentalizarse de que Kenneth jamás sería suyo, pero olvidarlo era algo muy distinto. Tomó aire y lo expulsó mientras alzaba la cabeza, como había hecho antes Alec, sintiendo que la lluvia salpicaba su frente. No se sentía tan mal. Siempre la habían enseñado a esconderse cuando llovía, pero, de alguna manera, le producía una sensación de paz que necesitaba en ese momento. 

Alec, que se había quedado mirándola embobado, observó cada rincón de su rostro, completamente empapado por la lluvia. Cada mechón de pelo. Sus pecas, sus pómulos, sus pestañas, sus labios... las gotas de agua caían recorriendo su cuello con sinuosidad y por un instante se imaginó sus dedos recorriendo el mismo camino que las gotas de agua.

Se aclaró la garganta y apartó la mirada. Emma abrió los ojos y le dedicó una sonrisa.

—Tienes razón. No merecen ni uno más de mis pensamientos —dijo con decisión. — Va siendo hora de superar los viejos anhelos de mi pasado. Les desearé lo mejor y que sean muy felices juntos.

Soltó las manos de Alec y al dar un paso hacia atrás, metió el pie de lleno en un charco de agua formado por un agujero en la calzada. El zapato se inundó por dentro y a Emma le dio un ataque de risa, contagiando también a Alec. Llevada por una sensación de euforia y liberación, empezó a saltar en el charco, salpicando a Alec, que se unió a ella y la imitó.

Para cuando llegaron a casa, estaban empapados y llenos de barro, pero les dio igual. Emma se sentía liberada, como si se hubiera quitado un peso gigante de encima. Al fin y al cabo, Kenneth jamás había sido suyo y, con toda seguridad, nunca lo sería.

—Parezco una tarta de virutas de chocolate —se rio la muchacha.

—Yo creo que te sientan bien —respondió él también con una sonrisa.

Alec empezó a quitarse la sudadera, que estaba empapada y Emma, al ver su torso descubierto, miró en otra dirección ruborizada. Lo cierto era que, debajo de la ropa, había un cuerpo que combinaba a la perfección con su cara. Se preguntó qué diablos pasaba con aquella perfección. ¿De dónde había salido Alec? ¿Serían todos en Koh así o simplemente le había tocado la lotería? ¿Por qué el mundo estaba tan mal equilibrado?

Fue entonces cuando se dio cuenta de que Alec comenzaba a desabrocharse los botones de su pantalón.

—¡¡Espera!! ¿Qué estás haciendo? —exclamó escandalizada.

—Este pantalón está congelado. Si no me lo quito, me pondré enfermo, seguro.

—¡No puedes quitarte la ropa aquí en medio!

—¿Por qué no?

—Pues porque... ¡soy una chica!

—¿Y eso qué tiene de malo?

—Pues... que no está bien —trató de explicar agitada, al ver que él no entendía algo tan básico. —Ve al baño, toma una ducha caliente  y yo te prepararé algo de ropa seca. 

—No entiendo cómo hay tantas normas en tu mundo— protestó. Entonces puso la voz aguda para imitar la voz de la muchacha— No puedes dormir conmigo, no me toques mientras duermo, no puedes quitarte la ropa...

—No son normas de mi mundo. ¿Alguna vez te has desnudado delante de una chica en Koh? —inquirió Emma sin haber terminado de recuperar el color natural de su piel.

—La verdad es que no, aunque eso no cuenta. No he tenido oportunidad de socializar con mucha gente, aparte de Kai— contestó pensativo.

—Sí, lo he podido comprobar... —suspiró la muchacha aliviada al ver que había desistido en su intento de quitarse el pantalón. Emma le dio algo de ropa de la vieja maleta y lo guio escaleras arriba, donde estaba el baño. 

Después de ducharse él, Emma hizo lo mismo. Sin embargo, y por precaución, no cerró la puerta con pestillo, por si acaso. No quería pensar en que el extraño personaje de la capucha volviera a aparecer y reclamar lo que fuera que estaba buscando. No repetiría el error de aquella mañana.

No demoró mucho en el baño. Se enrolló en su toalla favorita y en cuanto abrió la puerta para ir a su cuarto para vestirse, se encontró de bruces con Alec, que la esperaba en la puerta con los brazos cruzados y semblante serio.

—¿Qué haces ahí parado?

—¿No es obvio? Me aseguro de que no te pasa nada mientras estás ahí encerrada.

—Gracias, pero no era necesario —replicó ella pasando a su lado y dirigiéndose a su cuarto.

 Todavía no había hablado a Alec del misterioso encapuchado y aunque le preocupaba lo que pudiera pasar si lo hacía, se le había pasado por la cabeza la idea de que tal vez no fuera más que un farol. Después de todo, Alec era fuerte y podría defenderse de él, o eso esperaba. ¿Y si precisamente por no hablarle de él acababa por tener problemas? Decidió que, después de cambiarse de ropa, le hablaría del encapuchado, así estarían mejor preparados.

Emma entró en su cuarto y cuando se disponía a cerrar la puerta, se encontró con que Alec la seguía de cerca, muy dispuesto a entrar en el cuarto con ella.

—Eh... —protestó ella sorprendida. —¿Te importaría dejarme sola unos minutitos? Tengo que vestirme.

Él frunció el ceño disconforme.

—Si tanto te incomoda, puedo darme la vuelta.

—Venga ya... ¿Acaso vas a ser mi sombra constantemente?

—Si puedo, sí. ¿Qué tiene de malo?

Emma abrió la boca para decir algo, pero Alec siguió hablando molesto.

—¿Acaso no te das cuenta de que estamos en una situación peligrosa? ¿Por qué buscas constantemente quedarte sola?

—¡Por todos los unicornios arcoíris! ¡Vamos a estar a pocos metros! Si cayera un lápiz desde mi mesa lo escucharías. ¡No va a pasar nada!

Alec entrecerró los ojos y arrugó los labios en un gesto disconforme.

—No me gusta... No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento.

—No tardaré mucho. Lo prometo. —Emma sonrió, tratando de mostrarse lo más segura posible. Colocó las manos en los hombros de Alec, le dio la vuelta y lo empujó suavemente hasta que quedó fuera de la habitación.

El muchacho se cruzó de brazos poco convencido, pero el timbre de la puerta sonó, sobresaltándolos a ambos.

—Vaya, no imagino quién puede ser... —musitó Emma mirando en dirección a la escalera. —¿Te importaría hacerte cargo mientras me visto? Si preguntan por mí, di que bajo en seguida. 

Alec gruñó y maldijo un par de veces mientras bajaba la escalera. En cambio Emma cerró la puerta con un sonoro golpe y soltó un suspiro de alivio al poder quedarse sola un ratito. Le gustaba la compañía del muchacho, pero la soledad de su cuarto le hacía sentir que todo seguía igual que antes y que su vida no se había vuelto tan rara, al menos durante unos minutos.

Un escalofrío la devolvió a la realidad y vio que la cortina ondeaba con el viento. Había parado de llover, pero hacía frío y ella todavía estaba húmeda por la ducha, así que fue a cerrarla en seguida. Al hacerlo, le llamó la atención que en el jardín de su casa había un gato mirándola. Emma entrecerró los ojos para fijarse bien. Parecía el mismo gato... ¿Qué pasaba con ese gato? ¿Acaso la estaba siguiendo? Cerró la ventana y no le dio más importancia. 

Se vistió con algo de ropa cómoda y se echó en la cama. Estaba cansada. Apenas había descansado por la noche y había vivido demasiadas emociones en muy poco tiempo. Cerró los ojos un instante mientras se preguntaba si su madre y su abuela estarían bien y si podría encontrarlas en Koh, como había sugerido Alec. Esperaba que no les hubiera ocurrido nada grave. Aquel era un mundo peligroso y no sabía si ellas estarían preparadas para defenderse de las perversas criaturas que lo habitaban.

Un ligero ardor en la frente sacó a Emma de su ensimismamiento e inmediatamente abrió los ojos sorprendida, pero cuando quiso incorporarse, se dio cuenta de que no podía moverse. El pánico empezó a apoderarse de ella cuando, al intentar llamar a Alec, no le salía la voz del cuerpo.

Un susurro casi imperceptible empezó a recorrer la estancia por todas partes y supo de quién se trataba. El encapuchado había aprovechado el momento de soledad, mientras Alec estaba abajo, para seguir por donde lo había dejado esa mañana en el baño.

‹‹Estúpida humana, deja de jugar o acabaré contigo y con tus amigos. Entrégame la Dévola y puede que los perdone a ellos». Se escuchó la voz.





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