
Capítulo 49: "Antes del fin del principio"
Cuando la abadía comenzó a vaciarse sus pasos se detuvieron al escuchar la voz de la abadesa susurrar -en el momento en que pasó a su lado- esas palabras que prontamente la satisfarían:
–Bruja, eynus alē, di diash aitish tus frent.
Las palabras desconocidas vibraron en sus oídos, esto no era el idioma imperial, no era Galliano o Gemmavés, ni siquiera lengua antigua. La abadesa, no, Clare, sonrió y continuó:
–Al Oeste, frente a la efigie de la diosa. -tradujó escupiendo las palabras-.
Sus pies recorrieron los pasillos casi involuntariamente y, como Clare había dicho, había un busto de Iris y frente a este... nada. Solo una pared vacía. Emily conocía muy bien este tipo de sistemas de pasadizos, después de todo las propiedades de Di Ivilliom están plagadas de ellos, solo debía encontrar la llave, que muy probablemente estuviera en el busto de su predecesora.
En efecto, girando la cabeza de la estatua se dejó entrever una llave. Observó atentamente la efigie e introdujo la llave en el ojo izquierdo. La pared a su espalda se abrió, como debía suceder.
Permitiéndole a la oscuridad absorberla encontró el anexo secreto de la abadesa, un pequeño cuarto de ladrillos fríos y grises, con moho recorriendo las paredes y las esquinas del suelo, telarañas en el techo y entre las columnas y la pared, un balde con un extraño contenido bajo una mesa de madera vieja y barata y un fétido olor a cadáver.
A juzgar por estas apreciaciones era un lugar normal. Entonces, ¿qué fue aquello que suavizó la mandíbula de Emilyette tanto como para que su boca se abriera de impresión?... esto fue que una pared entera estaba cubierta de papeles, algunos más viejos y húmedos, otros que apenas parecían haber sido colgados anoche, pero todos tenían algo en común: las imágenes de su familia; habían retratos de ella, su madre, su hermano e incluso sus tíos. Entonces ella comprendió: su padre era el único ausente, esto porque el linaje de la bruja no era Di Ivilliom, era Gallyand, la sangre que había heredado de su madre. Por eso era que no habían atacado al duque y adoraban a Iris con una vehemencia casi imposible de fingir.
No permitió que su mente se turbara ni se oscureciera su semblante, rápidamente buscó más información, más pistas, cualquier cosa que sosegara su actual estado de frenesí con cavilaciones lo suficientemente profundas para enajenarla. Sin embargo, solo encontró dos cartas sin enviar; no esperó un mejor momento y lugar para leerla. Las abrió toscamente, rompiendo los sobres sin destinatario y empezó a leer. El contenido aceleró su corazón, mas la emoción no alcanzó su mirada. De estas obtuvo poca información concluyente, pero perfectamente podría valorarse como un gran paso, siendo que descubrió que La Hiedra tenía variados credos desperdigados en distintas localizaciones de los cuatro imperios y unos pocos reinos. El líder era conocido por el seudónimo Liber* y, como el más importante de sus hallazgos, uno de los credos estaba en el último de los grandes imperios: Zahrya, La Tierra del Sol Errante.
Viendo esto dudó, sabía que su venganza no sería lograda estáticamente, había un mundo entero tras las nubes de su incertidumbre. Siempre lo supo, aunque jamás con tanta certeza como la que la embargaba ahora. Su camino, el que escogió ella y no el destino, la llevaba lejos, más allá de mares y horizontes y más allá de la vida; la llevaba directamente a la muerte...
°°°
El viento despiadado que escoltaba la primaveral tarde envolvió su musitar y hurtó sus remembranzas para sostenerla en el presente. Sus pensamientos empezaron a cambiar de rumbo.
Por alguna razón la gente que empezaba a llegar al ducado para el debut la hizo sentir melancólica, había tanta gente que apenas se interesaba por ella realmente y ni siquiera estarían aquellos a quienes no pudo invitar, no estaría su madre, su hermano, su abuelo Lawrence... no estaría Light.
Repentinamente su rostro se volvió amargo con contracciones insípidas. Era consciente de que ese sujeto había congraciado con sus percepciones y estándares de manera tal que nadie fuera de su familia lo había hecho jamás. No podía evitar sentirse enlazada a él por algo que aún no podía definir, y esto lo aceptaba, después de todo es la sensación típica de amistad, ¿no? ¿A quién intentaba engañar? Ella no sabía nada de la amistad, ni de los sentimientos que esta evoca, cómo hacerlo si nunca había realmente sentido nada por sus supuestos amigos que no fuera un ligero interés. Quizá por esto nunca los llamó como tal. Pero él y ella ni siquiera eran amigos, apenas tenían un silencioso –y por ambos conocido- acuerdo de utilización mutua. Pero más allá que esto, se impresionó por haber dicho su nombre en su mente y no los comunes apelativos de: "sujeto", "ese", "persona" o cualquier palabra que evadiese su nombre de su privacidad.
Fuese lo que fuese, las definiciones comunes, las conocidas y las de la sociedad no podrían distinguir su relación con una palabra. Una relación que le hacía querer verle, pero que era demasiado molesta y causaba emociones demasiado repugnantes para permitírselas. Frunció el ceño.
—Olvida todo lo que pueda llenar tu soledad... El vacío es lo que eres, lo que estás destinada a ser, y donde estas destinada a permanecer, muñeca rota. -susurró para sí, con una mirada extraña: casi iracunda, casi triste, casi nada-.
En ese momento sus ojos divisaron un color peculiar en el entorno moverse en su campo de visión. Retiró su vista de la primera estrella del cielo y la posó en la pasarela adoquinada por la cual iban llegando los nobles invitados. Cerca del portón, como si acabase de llegar, había una persona con rasgos distintos y expresión despreocupada que parecía acaparar la atención de todos, o al menos la suya. Tras un pestañeo, los ojos azules como amazonita cristalizada estaban en ella, él la encontró incluso a la distancia. Ella frunció el ceño, mas él no apartó la vista. Parecía seguro, confiado, tal vez demasiado, como si supiera lo que fuera suceder a continuación, como si fuera tan rápido para anticiparse al sonido antes de que se emitiera, para ver antes de que todo sucediera o estar en todo su universo al instante de una invocación con el pensamiento, como si fuera luz.
Lo vio sonreír y contrajo el rostro en una cómica expresión de confusión, la sonrisa de orgullo y victoria se profundizó. Ella volteó su mirada por desconcierto y esta posó sobre una verde intensa y escudriñadora: Fred la miraba con réplica y decepción, un vórtice de emociones reprimidas coaccionaban entre sí en el interior de sus orbes esmeralda. Definitivamente, estaba cansada de este extraño enfrentamiento de miradas, por tanto, regresó a su habitación.
Deslizó sus suaves guantes color lila hasta poco más arriba de su codo y después colocó el anillo de rubí que los herederos de la familia debían portar desde su mayoría de edad, el anillo que significaba el comienzo de un nuevo camino, el anillo de su hermano mayor. Extendió su mano y la luz de los candelabros hizo resplandecer el rubí con un brillo hipnotizante y, justo en el centro de la piedra, una flor de iris destellaba solitaria pero orgullosa, atrayendo la atención con su peculiar fulgor. La sortija pesaba en su mano, después de todo significaba su total entrega y lealtad al legado familiar, un sinfín de responsabilidades y deberes, mismos que deberían esperar, porque ella jamás postergaría sus anhelos.
El sonido procedente de la puerta la despertó de su ensoñación y lentamente su mano regresó a su costado.
—Ya voy, padre.
Antes de salir, escudriñó su porte en el espejo y lo que vio le perturbó: sus mejillas, e incluso las puntas de sus orejas, tenían un leve color rojo que se desvanecía. Entendió, entonces, el porqué de la risa de Light, él estaba satisfecho por haber roto la barrera de su expresión; pero estaba equivocado, se debía al frío de la tarde solamente.
Sus pensamientos, en Light otra vez, divagaron sin fin a través de una sola pregunta: ¿por qué el siempre estaba cuando se suponía que su voz no podía alcanzarle? Si ella nunca le pudo invitar, ¿cómo él estaba ahí, obedeciendo sus traicioneros pensamientos? De alguna manera parecía que él estaría donde ella estuviera, siempre...
Su padre la guió al salón de baile sosteniéndola suavemente y antes de entrar el duque le dijo:
—Dime: ¿qué es lo que deseas? Cumpliré con aquello que me pidas.
Ella, cuyos deseos se no existían más allá de su venganza, guardó su preciado silencio.
—Solo recuerda que siempre estaré de tu lado y siempre confiaré en ti... Aún si vas tan lejos como para no regresar.
Sorprendida, buscó los ojos de su padre con los suyos, acaso... ¿Él sabía? A juzgar por sus últimas palabras así debía ser. Las infinitas preguntas que quería hacer se atascaron en su garganta y jamás fueron escuchadas, ya que el duque se anticipó y abrió el portón y los adentró al gran salón de bailes.
Tras la anunciación, el duque ofreció un pequeño discurso y bailó con Emily, iniciando la fiesta.
...
Tras llevar un largo rato dando vueltas y vueltas con distintos nobles, que más bien parecían cuervos desesperados por comérsela como carne muerta, logró detener el ciclo vicioso con una débil excusa de cansancio. Mientras se alejaba, sus ojos volvieron a fijarse sobre el que la observaba desde la distancia, rodeado de tantas mujeres como ella de hombres, pero que nunca bailó con ninguna y solo la miró. Como costumbre, retiró su mirada de él y siguió su camino hasta el balcón.
Las puertas de cristal se cerraron detrás de sí, mas no por su mano.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila a sabiendas de que un hombre te sigue a tu soledad?
—No hay nadie que pueda matarme antes de que logre mi venganza, menos en mi propia casa.
—Suena demasiado confiado para alguien que reconoce mi poder.
—Aunque quisieras no podrías dañarme, no sé porqué, pero me necesitas.
Se apoyó en la balaustrada dorada y jamás se volteó a verlo. Él tampoco se acercó más.
—Tan astuta como siempre –dijo- ¿Qué querías decirme?
Ella levantó levemente la comisura de su boca.
—Tan perceptivo como siempre...
—Sé directa -habló, cortante-.
—Sígueme –dijo, sin necesidad de decirle a dónde- igual sé que lo harás, pero quería pedírtelo yo misma-suspiró- ¿Sabes? No tiendo a guiarme por sensaciones o presentimientos, los instintos siempre son más certeros, pero esta es la primera vez que ambos coinciden y me dicen que debes estar a mi lado, eres una carta demasiado buena para no ser jugada. Necesito de tu poder.
—Gracias por el halago, pero no me agrada ser considerado una herramienta.
—Mis instintos también dicen que me traicionarás -continuó, en el mismo tono de voz inalterable, ignorándole- pero si ese es el precio de tu poder, que así sea. Mientras obtenga mi venganza no me importa qué me suceda después.
Una brisa susurrante se escurrió entre ellos, arrastrando el aullido de un lobo. Light acortó la distancia y aunque su tono discordaba, bromeó:
—¿Esta es tu extraña manera de declararte?
Emily frunció el ceño con disgusto y dijo:
—Digiérelo como te apetezca.
Él volvió a acercarse y puso su mano en el cuello de Emilyette, en su garganta, sintiendo su pulso y presionando ligeramente.
—No quisiera tener que traicionarte. Créeme...
—No es importante. Después de mi venganza yo misma me entregaré de ser necesario. Pero durante el tiempo que seas mi aliado, no serás más que un instrumento.
Otro silencio se instaló en el balcón, solo se escuchaba el débil sonido de la música del salón de baile. Las nubes cubrieron la luna y el mutismo se sostuvo por otro rato de extensa reflexión. Emilyette sintió sus manos moverse sobre su cuello y después retirarse. Un material frío rodeó su nuca y cayó sobre su clavícula, llegando casi al nacimiento de su pecho. Bajó la vista y observó el collar: una cadena de plata tan fina como el hilo, con un pendiente con forma de estrella de cuatro puntas (y las dos puntas verticales eran más extensas que las horizontales) hecha de un zafiro traslúcido y brillante con un color muy semejante al de... No, no era un zafiro, era una amazonita, demasiado preciosa y con fulgor inextinguible. Y justo en el centro de la piedra, había un rubí que, por el azul, parecía cárdeno; simbolizando los ojos rojos de su linaje y sus propios ojos violetas. Definitivamente este no era un simple regalo, el detallismo voceaba que era algo especialmente para ella, un objeto irreplicable.
—Te seguiré y pondré tus enemigos a tus pies –dijo, con una extraña convicción- Seré tu mejor arma -aseguró, como si renovara la promesa del baile de Kebiara- pero no estoy dispuesto a luchar por alguien débil.
Emilyette lo sintió marcharse, y posteriormente decir:
—Feliz cumpleaños...
*Liber: de Liber Pater, nombre que dieron los romanos al dios griego Dioniso, a menudo representado por la vid y la hiedra.
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