
Capítulo 39:"La voluntad de la rosa marchita"
Con el culmino de su reunión con su padre, ella regresó a su propia recámara. El nuevo edificio le había dificultado un poco encontrar las habitaciones adecuadas, pero después de que Allan, el mayordomo, le mostrara la residencia lo memorizó todo, al menos lo necesario.
En su habitación, se detuvo un momento recostada a la puerta, lo observó todo agudamente. La habitación indudablemente era mucho más grande que la de la mansión. También notó que había sido preparada con mucho más esmero: La habitación, a la altura de donde debería estar el techo, presentaba un pasillo que bordeaba todo el exterior del área, delimitando un perímetro con un grosor de poco menos de dos metros, por lo que el techo estaba al doble de la altura original, y, sin embargo, el puntal primario era particularmente alto, por lo que el techo se alzaba poco más arriba de lo que se esperaría de un salón de baile. El corredor se conectaba al piso por una escalera de caracol en una esquina de la habitación, y las paredes del mismo eran estanterías, atiborradas de libros. Por lo que era una pequeña biblioteca. De igual manera, tanto el balcón, como la cama y el resto de muebles eran muchísimo más grandes, diferían evidentemente de su anterior dormitorio.
Emily se acercó al centro de la habitación, donde, como un toque de sentimentalismo, estaba perfectamente ubicado el piano blanco donde solía tocar su madre. Se sentó junto a él y deslizó suavemente sus dedos por las teclas, inconscientemente presionó una de ellas fuertemente y, como una invocación, una agradable brisa entró por las puertas abiertas del balcón situado exactamente frente al piano. Aquel viento frío le acarició el rostro y sus músculos se destensaron. Pero por un instante, le extrañó que aquella suave brisa fuera tan gélida, atardecía, pero el Sol aún brillaba; por lo que aquel viento fue como el soplido del invierno y muy distinto al primaveral. Aún con sus ojos cerrados, presionó algunas teclas del piano, y aquel viento se sintió como si le abrazase y le besase el rostro, era como el toque frío de las manos grandes de un hombre. Impresionada por tal sensación, abrió los ojos y junto con aquel suave toque, se fue la lacónica pero infinitamente dulce brisa.
Habrá sido su imaginación, la realización del profundo deseo que celosamente guardaba su alma, o aquel inconsciente rechazo a la soledad de su corazón -analizó-.
°°°
–Agradezco que hayas venido.
–No hay motivos para tu gratitud. Esta es una información y un peso que quiero liberar desde hace mucho.
–Comprendo, por favor, adelante.
Emilyette llevó a Karina por pasillos poco transitados, intrincados y escondidos, por los cuales su padre le había guiado anteriormente. Mientras que su compañera observaba con impresión la ostentosa decoración y la opulencia del palacio.
Sin siquiera notarlo, Emily se había detenido, la vio deslizar su mano por una pared y presionar en cierto lado, descubriéndose una manilla, la cual una vez agarrada por la mano de la dama abrió una puerta.
Sorpresa no era suficiente para describir la emoción plasmada en el rostro de la rubia, sin embargo la pareció más intrigante el hecho de que Emily le mostrara cómo llegar allí, no le noqueó, ni bendó sus ojos, era algo que le resultó demasiado raro en la Di Ivilliom -según ella-. Emilyette, basado en la opinión de Karina, era una chica negociadora, calculadora y retorcida con un carácter adusto y belicoso; por lo que esto no lo comprendía... hasta que se dio cuenta, ella no recordaba el camino para llegar; quizá Emilyette supo que esto ocurriría, que ella no podría memorizar sus pasos, y, claramente, no hay necesidad de bendarle los ojos a un ciego. Fue inevitable que sintiera que le llamaban estúpida a la cara, por lo que su enojo fue evidente e igualmente ignorado por Emily.
Bajaron por las escaleras sombrías que se habían mostrado, entre muros de ladrillo gris y frío. Un espacio gótico que fueron descendiendo a paso firme, la puerta se cerró y ellas desaparecieron como si la oscuridad las hubiese absorbido.
–¿Dónde nos dirigimos? -inquirió tropezando con algunos escalones descolocados-.
–Permite que la oscuridad te guíe, verás la luz pronto.
"¿Ver la luz?... ¿pronto? Oh, ya entiendo, seguramente tras obtener la información... me mate... es decepcionante, pero supongo que no es tan malo." -Suspiró resignada, la muerte no era algo a lo que temer-.
"Supongo que al descender estos escalones hay una cámara de tortura o algo como aquello..." -volvió a suspirar con pesadez- "¿Cómo moriré?"
Los nervios recorrieron el cuerpo de la chica de ojos carmesí, sus piernas temblaban y trataba de ver algo en aquella densa oscuridad. Sus pies se movían un poco inseguros. Ella estaba emocionada, no tenía miedo, su vida era algo de lo que se había despedido hace mucho tiempo, lo único a lo que se aferraba en este mundo era a la muerte, su única esperanza era desaparecer. Sin embargo, estaba un poco expectante de lo que sucedería, Emily era una persona que no conocía, incluso la información del libro sobre ella y su familia era tan escasa que era insignificante. Pero en la profundidad de su corazón sintió miedo, temor a no ver el final de la nueva trama que Emilyette empezó a crear. Pero fácilmente reprimió esa pequeña llama y todo aquello que la haría dudar, así que sus pasos fueron seguros, ella estaba determinada, después de todo, su misión en ese mundo era morir, lo humanos nacieron para perecer después de disfrutar la vida... pero ella más que nadie debía desaparecer, porque era su deber, su destino y su único propósito en este mundo.
Al descender el escalón por fin vio la luz, y a pesar de que aquella iluminación no era muy poderosa, se sintió cono ver el final de su camino y la etérea entrada al paraíso, por lo que confiada caminó hacia él. Rebasó a Emilyette y llegó a la luz...
En ese espacio, habían tres personas, de las cuales la rubia no pudo hacer más que sorprenderse. Las tres figuras le observaron fijamente y ella se sintió cohibida.
Inmediatamente Karina creyó que eran parcas. "¡Sí! ¡Eso deben ser!", pensó. Pero si era este el caso, porqué uno de ellos tenía la apariencia del duque. Velozmente se volteó hacia Emily, y habló en voz baja, casi como un susurro:
–¿No vas a matarme?
Una de las cejas de Emily se arqueó suavemente, Karina pudo comprender que estaba pensado algo como: "¿Qué estás diciendo, estúpida?" La realidad era cercana a semejante conjetura, pero excluía la ofensa; sin embargo, la mente de Karina, tras lo sucedido anteriormente -en el camino hacia el pasadizo-, empezó imaginar todas las situaciones existentes en las que Emily le decía "estúpida", esa fue la única palabra con la que creyó que la chica le describiría, por lo que se arraigó fuertemente en todos su pensamientos.
–Karina, te presento al Duque Di Ivilliom, mi padre.
A la diestra del duque Lucas, se encontraba un hombre experimentado, pero no viejo, una edad que rondaba la del duque -aunque la conservación no era igual-. Sombras de barba recorrían su mentón firme, y su piel ligeramente bronceada por la exposición al Sol era cubierta por una armadura de hierro refulgente de la cual colgaban cuantiosas medallas y sobre sus hombros descansaban charreteras que indicaban su rango.
–Esta persona es: el General Erich Grayshire y junto a él Mel-Abag, sirviente de mi padre.
–Comprendo, un gusto. -la joven dama observó intensamente a Emilyette, pidiendo explicaciones de la presencia de aquellos hombres-.
–Verás, Karina, querías acompañarme y ver mis acciones. Pues hoy comenzarán los planes de mi primer objetivo: destruir la abadía.
Karina sintió que Emily lo mencionó como si fuera tan sencillo como respirar. Por supuesto, ella sabía que Emilyette no tramaba nada bueno, sabía que lo que sucedería era enteramente distinto a lo que estaba acostumbrada, pero sin importar cuánto mentalices una idea, escucharla de otra boca siempre es devastador. Se estremeció y sintió un verdadero miedo, y en ese exacto momento, por su activa imaginación, vio pasar ante sus ojos cada escena del futuro del viaje en el que se aventurarían, supo que esto era lo más pequeño que aquella joven podría hacer... y el color que más vio fue el rojo, un nuevo mundo donde los únicos colores que la gente recordaría serían el carmesí y... el violeta de una mirada que parecía ser omnipresente...
Y descubrió que contemplar el nuevo mundo con sus propios ojos no estaría tan mal, por tanto, como un fuego al que se le arroja leña, su voluntad de vivir renació... y se asió determinadamente a ella.
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