
Capítulo 3: "La sucesora de los Di Ivilliom"
Al salir de la pequeña capilla, donde se encontraba el cuerpo de su hermano, Emily empezó a cantar una melodía triste y oscura compuesta por su madre; pero con una letra aún más agonizante que ella misma compuso.
La melodía tenía un tempo tan lento y suave que parecía haber sido escrita solo con redondas y blancas.
Aunque el sol brillaba, era opacado por la densa niebla que la melancolía tiende a asentar en los ojos de sus víctimas. Hasta que el portón principal de la mansión se abrió estrepitosamente. Ella se volteó y, sin sorprenderse, dijo:
–Bienvenido, maestro ...
Era el Conde Félix Mateus Le' Belle , tutor de esgrima de Emilyette. Casi simultáneamente a su ingreso en la mansión, apareció el duque y con un gesto apartó al conde para hablarle:
–¿Aún no logras que mi hija desista de aprender esgrima?
–Lo lamento, duque. Pero cada vez ella se ve más interesada en el dominio del acero.
–El manejo de la espada no es algo que le incumba a una dama... Tsk -chasqueó la lengua- ¡Todo por culpa de esos bastardos!
A pesar de que era tradición en los Di Ivilliom que todos, sin excepciones, aprendieran a manejar las armas -aún más si iba a heredar el ducado, fuera hombre o mujer- el duque en un desesperado intento por construir un camino de facilidad para su hija la iba a liberar de esto; después de todo, él más que nadie sabía el destino que aguarda a todo aquel Di Ivilliom que ensucia con sangres sus manos y nadie aprende a manejar las armas sino para matar, ese es el único propósito de las espadas que son sostenidas.
Emily se acercó suavemente :
–Con permiso, padre, maestro, iré a cambiar mi atuendo para la clase. Si me disculpan...
El duque, antes de que Emily se fuera, la tomó por los hombros y la llevó a su pecho, acogiéndola en un abrazo. Emily se mostró indiferente, aunque sabía que su padre se había vuelto más cariñoso y amable con ella después de todos los acontecimientos.
–Hija mía, sé que has sufrido con todo lo que te ha pasado. Pero una lady no debe involucrarse con esta maestría, menos una señorita tan hermosa y delicada como tú. Sé que en el pasado nadie fue lo suficientemente competente para protegerte. Pero si es necesario, yo mismo seré tu guardia.
"Debes ser como todos, normal, enteramente discreta, así nadie se fijará en ti..."
El conde Félix estaba perplejo, ver al duque Lucas mostrarse tan vulnerable era inusual. Él se caracterizaba como el hombre más frío y cruel que pudiese existir. Sin embargo, ¿qué era esto? Es extremadamente cuidadoso y protector con su hija. Quizás porque es lo único que le queda, tal vez porque le recordaba a su esposa...
–Emily, por favor. ¡Desiste! Eres mi hija, la única... la heredera de los Di Ivilliom. ¡Mi sucesora!
–Padre, lo hago específicamente porque soy su sucesora... no puedo ignorar las razones de mi padre para alejarme de todas las responsabilidades que como hija suya debo admitir, pero es mi decisión.
El duque la liberó de su abrazo y vió la determinación en los ojos de su hija. Tenían una extraña fuerza que el duque fácilmente reconoció: sentido del deber y la responsabilidad.
"No, hay algo más en su mirada" -pensó el Duque -.
En efecto, en el fondo de sus ojos, casi imperceptible, como si quisiese ocultar sus sentimientos, había nostalgia, tristeza y odio. Quizás porque era su padre traspasó con facilidad su barrera...
Ella no estaba contenta con ocupar el puesto de su hermano y creía que debía superarlo para merecer llamarse la heredera.
Pero había otro motivo oculto, uno que enterró en lo más profundo de su corazón, sin dejar rastro. Solo se percibían leves residuos de un odio tan intenso que ni los más hipócritas podrían esconder; en todo caso fue una gran hazaña que solamente su padre hubiese divisado esto.
–Está bien, ¡esfuérzate! -apoyó el duque resignado-.
...
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