Prólogo
"El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella". Jesucristo (4 AC-30) Fundador del cristianismo.
Germania (Panonia), año 14 d. C.
Ninguno de los mandos que contemplaban el asesinato del centurión Lucilio dijo nada. Todos estaban de acuerdo, se había hecho justicia. No había mayor deshonor que perder el respeto de tus hombres.
El centurión era conocido por soldados de las legiones del Rhin con el sobrenombre de "cedo alteram"que significaba "dame otra". El centurión gustaba de linchar con saña a los soldados con varas de vid y no culminaba el castigo hasta romperla en las costillas de los legionarios y pedir a gritos otra vara para no perder el ritmo del castigo, de ahí el apodo.
Sabían que el centurión se lo había ganado con creces. Podían escuchar las voces de Lucilio gritando auxilio pero nadie acudió a socorrerlo aquel día. Murió como el mató, con el cuerpo roto por las varas de cientos de soldados que hartos de soportar aquellos castigos y de, tener costillas y huesos rotos por culpa de él, decidieron vengarse.
Cuando el linchamiento acabó, el cuerpo quedó tirado como un perro. Al igual que a una vasija rota se le escapaba el vino que tenía en su interior, a Lucilio se le apagaba la llama de la vida que solo había sabido vivir con deshonra.
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