Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7

"El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo, se precipita en un abismo de males, del que no hay posibilidad de salir". Sócrates (470 AC-399 AC) Filósofo griego.


—¡Bajad de la grada! Este pueblo desea conocer a tan peculiar luchadora... —ordenó el gobernador disimulando delante de todos los presentes.

     Rufus Lulianus no podía estar más contento, se iban a quitar de en medio a esa mujer y nadie sospecharía nada. La muerte de la gladiadora pasaría desapercibida como una de las tantas que a lo largo del año se producían en la arena del anfiteatro y sería olvidada a los pocos días, en cuanto se organizase el siguiente enfrentamiento. Aunque últimamente, los lanistas eran reacios a que sus luchadores perdieran la vida. El dinero y el tiempo en formar a uno de esos hombres obligaba a que, casi siempre se perdonara la vida del perdedor, práctica que a él no le gustaba pero que todo el mundo debía acatar. Últimamente escaseaba el número de buenos gladiadores.

Paulina asintió con la cabeza y cuando hizo el intento de pasar por el pasillo de la grada, su mirada se topó con la preocupación del rostro de Amaranta. La mujer no comprendía absolutamente nada de lo que estaba pasando, pero ella sí. El curator  había puesto en sobre aviso al gobernador de su presencia, la pregunta era por qué, cuestión que iba a averiguar ella en cuanto lo tuviera en frente. Había puesto demasiado empeño en que luchase y si pensaban que se iba a dejar matar, se iban a llevar una sorpresa.

     Los espectadores retiraban sus piernas para dejar paso a la gladiadora que avanzaba hacia la grada del gobernador. La mitad de la población de Augusta Emérita había sentido hablar de la exploradora que había llegado a la ciudad y su presencia allí no había pasado desapercibida en cuanto empezó a realizar preguntas indiscretas. Pero lo que no sabían es que esa mujer que pertenecía a la gloriosa Legión romana, había sido gladiadora en otros tiempos. Y si había algo que entusiasmara al público era una atracción que no se esperaban. Nunca habían visto luchar a una mujer y encima, contra un hombre.

     Conforme Paulina pasaba por el pasillo, la gente la animaba y la vitoreaba, en especial desde las gradas superiores donde se encontraban la gran mayoría de las mujeres presentes en el anfiteatro.

—¡Ánimo guapa! Dale su merecido... —dijo una de ellas levantándose mientras gritaba—... ¡Córtale los huevos!

—¡Eso!, que se vaya de aquí sin ellos... —dijo otra que se levantó también con el puño en alto y haciendo el gesto de que llevaba las partes pudientes del hombre en la mano, hecho que arrancó las carcajadas del público asistente que alcanzó a escuchar los comentarios de ambas mujeres.

     En cuanto la joven llegó a la altura de la tribuna del gobernador, bajó con cuidado por el pasillo que conducía a la arena y una vez que accedió, varios pares de ojos se quedaron mirándola. Los gladiadores que iban a luchar no estaban muy conformes con la decisión del gobernador, no les habían contratado para matar mujeres. Otro hombre, que seguramente era el lanista, avanzó y se acercó en seguida al lugar donde estaban sus luchadores y la mujer pero antes de que consiguiese llegar, Paulina se dirigió al gobernador.

——¡Señor! Es un honor para mí luchar contra estos valerosos campeones.

—¡Señor gobernador! —dijo el lanista que llegaba en ese preciso momento—. Si me disculpa, solo quería hacerle constar que mis hombres no acostumbran a luchar con mujeres.

—¿Y se puede saber por qué? —preguntó Décimo Valerio repentinamente enojado—. ¿Acaso les asusta una mujer?

El comentario sacó las carcajadas de los presentes y aunque el único propósito del gobernador había sido intentar ridiculizar a los luchadores, el lanista insistió saliendo en defensa de sus hombres y de la mujer.

—Bien sabe usted que no pero no sería honorable que un hombre de las características y dimensiones de estos gladiadores luchara con una mujer más indefensa que ellos, ¿dónde quedaría la dignidad de estas personas? ¿Acaso a usted le resulta entretenido el combate de dos gladiadores tan dispares? —preguntó el lanista que no se dejó amilanar por los deseos de ese gobernador.

     Las palabras emitidas por el lanista en vez de apaciguar el deseo del gobernador, lo enojaron.

—¿Qué me está queriendo insinuar?

—Si me permite solicitar un ruego —intervino Paulina interrumpiendo la conversación— podría luchar si me otorgáis una venia.

—¿Un ruego?..., ¿y qué venia es esa? Si se puede saber... —sintió curiosidad el gobernador por las palabras de la exploradora.

—Puesto que lo que desea el gobernador y los espectadores es verme luchar, desearía poder elegir mi contrincante. De todos modos no creo que al público le agrade volver ver al mismo gladiador luchar, quizás si mi contrincante fuese otro..., quizás uno de vuestros hombres.

—¿Uno de mis hombres? ¿A qué os referís? —volvió a preguntar Décimo Valerio.

—No me importaría enfrentarme al centurión que os acompaña, seguro que sus habilidades no pueden ser superiores a las mías —sonrió Paulina ofendiendo al soldado y a su vez al mismo gobernador—. Quizás, podría otorgarle alguna gracia y perdonarle la vida...

     De repente, el público que había alrededor de la tribuna del gobernador empezó a reírse a carcajadas al escuchar la conversación de la atrevida mujer que insinuaba ser superior a la escolta del gobernador. El público estaba disfrutando con la ocurrencia de la exploradora mientras que el gobernador caía en la trampa de Paulina y ofendido preguntaba:

—¿Y se puede saber con quién deseáis luchar? Porque os aseguro que cualquier soldado que me protege está suficientemente capacitado para luchar con cualquier mujer...

—Si disculpáis mi osadía, creo que hay una persona con la que me gustaría batirme en combate...

—¡Hablad ya!... —ordenó el gobernador irritado.

     Cornelio Severo, permanecía en completo silencio observando el espectáculo que estaban dando el gobernador y esa mujer. No le gustaba para nada que el gobernador hubiese atraído la atención de los espectadores sobre esa exploradora y el cariz que estaba tomando aquel asunto, ahora todo el mundo la conocería y si no sabían de la existencia de la mujer, acabarían por enterarse. Había otros medios para hacer desaparecer un cadáver y de todos modos, si habían acordado no preocuparse por ella, por qué había metido sus narices Lulianus en este asunto. Se suponía que la mujer se marcharía en cuanto se aburriese de dar vueltas infructuosas por la ciudad.

—¿Que mejor contrincante que vuestro hombre? Según tengo entendido, el centurión de vuestra escolta es conocido por sus grandes dotes para la lucha pero claro a lo mejor no le agrada luchar contra mí...

     El público se vino arriba en cuanto escuchó la exigencia de la joven y todos vitorearon la decisión de la gladiadora. Décimo Valerio dio un respingo en su asiento, aquello no era lo que tenían en mente. Pero esa mujer le estaba poniendo en evidencia delante de todo el maldito graderío. Aunque quizás no era tan mala idea, por lo menos se aseguraría de que Lulianus acabara con ella.

—¡Sea pues tu petición! Te concedo que el combate sea entre mi guardia personal y vos pero será a muerte. En cuanto tenga lugar el combate de los dos campeones, ustedes dos lucharán detrás.

—Gracias señor gobernador... —dijo Paulina mientras desviaba levemente la mirada hacia el lugar donde se encontraba el curator.

     Rufus Lulianus que se había levantado del asiento en cuanto escuchó pronunciar su nombre, se dirigió hacia el gobernador mientras los gladiadores se retiraban para dar comienzo el primer combate.

—¡Señor!

—¡Acabad con ella! No la quiero ver en esta ciudad...

—Así se hará señor —dijo Lulianus abandonando en ese momento la tribuna, dispuesto a ir a la sala desde donde tendrían que salir a la arena.

     Clemente comprobó como el gobernador daba comienzo a los juegos mientras los hombres que iban a luchar se preparaban mentalmente para enfrentarse en ese duelo mortal. Paulina desapareció en ese momento de su vista y el soldado, se dirigía a su vez hacia el lugar desde donde tenían que esperar mientras se producía el primer enfrentamiento.

      Con disimulo sorteó a los espectadores que ya se hallaban pendientes de los dos hombres que se saludaban en la arena, expectantes apostaban y comían entretenidos. Conforme Clemente se adentraba por el oscuro pasillo que conducía hacia el sótano donde estaban los luchadores, el ruido de fuera ensordecía cualquier conversación. Apoyado en el bastón y sumido en sus pensamientos, bajó con cuidado la rampa que daba acceso a la parte más baja del anfiteatro. Unos minutos después, Clemente recorrió el largo pasillo hasta dar con la puerta por donde tenía que salir Paulina. La joven estaba de espaldas a él sin percatarse en ese momento de su presencia.

     No había dado dos pasos hacia ella cuando el soldado que iba a enfrentarse a Paulina hizo el intento de acercarse también a la joven pero en ese momento, como si de un sexto sentido lo hubiera alertado, Lulianus levantó la mirada y se fijó en el soldado que se aproximaba a ellos, reconociéndolo en ese mismo instante. Las miradas de los dos hombres no se apartaron pero sí que hizo retroceder al curatorde sus intenciones de aproximarse a Paulina.

     Clemente fue consciente del leve movimiento de ese hombre pero sin decir absolutamente nada se acercó por detrás a la joven.

—¡Paulina!

     La joven se volvió y se mostró sorprendida de verlo allí.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Paulina extrañada en voz baja.

—Estaba en la grada superior cuando el gobernador te ha ordenado enfrentarte en combate, ¿qué está sucediendo? —preguntó Clemente mirándola sin dejar de observar por el rabillo del ojo al hombre que se iba a batir en combate con ella.

—No lo sé pero estoy segura que ha sido el comentario de este sujeto el que ha iniciado todo...—dijo Paulina mirando a su vez a Lulianus.

—Sí, yo también lo creo..., ¿qué vas a hacer? El combate es a muerte... —dijo Clemente observándola de nuevo.

—¡Vaya! Por fin veo un sentimiento verdadero en ti, ¿estás preocupado por lo que me pueda pasar?

—No seas estúpida, que la opinión que tengo de ti no sea la que tu deseas no significa que quiera verte muerta, no tengo nada en tu contra...

      Paulina se calló pensando en las palabras de Clemente, necesitaba unos minutos para centrarse en el combate que le esperaba. No era el momento más adecuado para estar manteniendo esa conversación con Clemente. Tenía que centrarse en los motivos tenía este sujeto para querer verla muerta y por supuesto, en el combate.

     En ese momento, el lanista se dirigió hacia los dos siguientes combatientes:

—¡Preparaos! Vais a salir enseguida.

     Paulina asintió al lanista y mirando rápidamente a Clemente le dijo:

—Ahora no es el momento de hablar, cuando termine el combate ya te veré...

—¿No te das cuenta de que existe el riesgo de que te mate? Esto no es normal, tú no deberías estar luchando, ya no eres una gladiadora, sino un soldado de la Legión y tu misión no es batirte en combate...

—No es casualidad que quieran verme muerta, no temas por mi vida hombre de poca fe. Estás acostumbrado a otra clase de mujeres, quizás sea el momento de que tú también aprendas una lección... —dijo Paulina en el mismo momento en que levantó su brazo y posando su mano en el cuello de Clemente desestabilizó al soldado para acercarlo a ella y darle un beso en la boca.

     Mientras intentaba apoyarse en el bastón, Clemente agarró torpemente la cintura de Paulina con la otra mano libre y sin pensarlo respondió al beso, sus lenguas se tocaron y se reclamaron desesperadas. La mano que sostenía el bastón lo soltó y mientras caía al suelo el objeto, ña mano que se había quedado libre de nuevo subió hasta el rostro femenino intentando sostener firmemente su cara mientras su boca se apoderaba de la de ella. No quería acabar ese beso pero unos segundos después el ensordecedor ruido terminó por separarlos mientras ambos se miraban intensamente.

     Paulina se sintió agradecida de que él estuviera allí, intentando advertirle del peligro. Notando cómo él aspiraba con fuerza después del profundo beso, Paulina se separó de su cuerpo y con una enorme sonrisa en el rostro le dijo:

—No seas mal pensando, solo te he besado para desearme suerte, así que no vayas a pensar otra cosa que tú eres muy malintencionado... —dijo Paulina alejándose sonriendo mientras lo dejaba totalmente aturdido y comentaba en voz baja hacia sí misma— ... parece que no eres tan insensible después de todo, a lo mejor todavía me lo pienso y te doy una segunda oportunidad.

—¡No bajes la guardia! —terminó de aconsejarle Clemente con la voz ronca mientras ella escuchaba esas palabras a su espalda.

     Clemente cambió la dirección de su mirada y la posó en el soldado que había estado observándoles desde enfrente. Clemente no dijo nada pero intentó advertir silenciosamente a aquel sujeto de algo. Aunque las palabras no salieron nunca de su boca, ambos hombres sabían que después se verían las caras. Lulianus dejó de sostenerle la mirada y se colocó al otro lado de Paulina.

     Bastante inquieto, Clemente continuó observándoles mientras comprobaba como entraban al gladiador muerto y Paulina salía, quizás en busca de su propia muerte. Desde la sombra que el lugar le proporcionaba, sus ojos no se apartaban de cada paso que daba la joven. Paulina no era consciente del riesgo que estaba corriendo. Un sabor amargo le subió a la garganta, sin comprender por qué estaba tan preocupado por la suerte que iba a correr, esa mujer de una manera u de otra lo volvía loco. Había jurado no volver a dirigirle la palabra ni inmiscuirse en sus asuntos y ahora, desde aquel lúgubre escondite vigilaba cada movimiento que se producía en la arena. No quería que le pasara nada, una sensación de perdida lo embargaba sin saber por qué. Cuando aquello pasara tendría que pensar en todo lo ocurrido, no se entendía ni él mismo. Unas veces la detestaba y otras la deseaba. Y ahora temía por ella, era para volverse loco.


     Paulina se detuvo cuando llegó al centro del anfiteatro, sin mirar al soldado que había a su lado saludó a las autoridades que se hallaban en la tribuna y sin mediar palabra se volvió hacia el soldado. En posición de defensa, la joven susurró en voz baja:

—Aquí me tienes, ahora dime ¿porqué deseas verme muerta?

—¡Cómo lo sabes! Ya sabía yo que tenías algo de cerebro en ese cuerpazo..., va a ser una pena matarte sin haberlo probado antes.

—No eres lo suficiente hombre para mí... —dijo la joven dándose aires de grandeza.

—¿Y el tullido ese sí? —preguntó el centurión mientras escupía en la arena.

—Quizás ese tullido tiene algo que a ti te falta...

     Paulina con los cinco sentidos puestos en el hombre, se olvidó de todo lo que le rodeaba excepto del peligro sujeto que tenía en frente. Pretendía irritarle y sacarle la información que necesitaba.

—¿Me vas a decir la verdadera razón por la que quieres matarme o voy a tener que sacártela poco a poco?

—No vas a vivir lo suficiente para saberlo perra... —dijo Lulianus escupiendo en la arena.

—Si me lo dices ahora, rogaré porque te salven la vida o quizás en vez de matarte lentamente me apiade de ti y lo haga rápido para que no sufras.

—¿Tú? ¿Una furcia como tú va a suplicar por mi vida? Eres tú la que va a morir hoy aquí y te aseguro que nadie suplicará por la tuya cuando te mate lentamente.

—¿Es tu última palabra? —preguntó Paulina intentando entrar en razón a ese hombre—. Dime por qué tenías tanto interés en acabar conmigo y qué tiene que ver el gobernador en todo esto...

     En ese momento el soldado atacó a la exploradora logrando que su gladius pasara justo por su costado pero sin conseguir alcanzar ni un solo trozo de su piel.

—¿Qué están hablando? —preguntó Cornelio Severo enfadado.

—Desde aquí no consigo escucharlos —contestó consternado el gobernador.

—Ha sido un completo error atraer la atención hacia usted, ahora la exploradora sospechará. Esto no es lo que acordamos... —dijo Cornelio.

—La exploradora morirá y nos quitaremos este estorbo de en medio —dijo el gobernador intentando defenderse de esa torpeza.

—No era ningún estorbo, acordamos que cuando se cansara de callejear se marcharía, era todo demasiado fácil y ahora lo han complicado...

—¡Ya basta con eso! Ya no hay remedio, reconozco que a lo mejor no debí dejar... —dijo el gobernador irritado—. A lo mejor no tenía que haber hecho caso a Lulianus pero tampoco pasa nada por que nos quitemos a esa mujer de encima —contestó el gobernador.

—Ya veremos, ya veremos... —contestó Cornelio mirando hacia la lucha que se desarrollaba enfrente.

     Paulina debía de cansar primero al soldado antes de contraatacar e intentar herirlo, el hombre no le ganaba en agilidad pero en fuerza sí por lo tanto era necesario el ingenio. Como si de un baile aprendido fuese, la joven empezó a moverse alrededor de él mientras lo cansaba recordando todos los movimientos y las técnicas que Vero y Prisco le habían enseñado y que llevaba grabados a fuego en la sangre.

—Estás demasiado gordo para proteger al gobernador... —se rió Paulina en su cara.

—Te vas a quedar sin lengua en cuanto te la corte —amenazó el centurión cuando la sintió burlarse de él.

—¿Por qué? ¿Por decir verdades? Entre el peso que te sobra y el vino que ayer te bebiste, hoy no estás en condiciones de luchar a muerte.

     En ese momento, Paulina atacó a Lulianus levantando la gladius e imprimiendo con toda la fuerza de su cuerpo la velocidad suficiente para intentar herirlo en el brazo. Alcanzando con éxito el antebrazo, la piel del soldado se abrió mientras la sangre caía instantáneamente a lo largo de su brazo.

     El centurión entrecerró los dientes mientras sentía colarse entre su mano y el arma su propia sangre, la mujer había sido rápida y le había herido. De reojo observó el tajo profundo que le había hecho y un repentino mareo se apoderó de él cuando comprobó que podía ver entre la carne abierta un trozo de hueso. Un acceso de nausea se apoderó de Lulianus, nunca le habían herido y jamás había experimentado esa sensación. Con rabia observó a la malnacida que tenía enfrente.

—Dime qué pretendes y te dejaré con vida... —volvió a aconsejar la mujer.

      Clemente observaba nervioso el combate y se movía hacia un lado y hacia otro como si fuese él el que tuviese que esquivar el golpe mortal de la gladius del soldado. Por ahora, Paulina se estaba desenvolviendo bien, había herido en el brazo al centurión y éste, perdía agilidad y rapidez. No obstante, no se fiaba del hombre herido, cuando la rabia les dominaba podían ser demasiado peligrosos.

—¡Vamos atácale ahora! —dijo Clemente en voz baja a pesar de que la joven estaba demasiado lejos y era incapaz de escuchar aquellas palabras.

     Rufus Lulianus sabía que podía debilitarse por la pérdida de sangre, así que intentó casi la única oportunidad que tenía de pillarla desprevenida. Doblando su cuerpo por la mitad, cogió rápidamente arena del suelo y se la echó en los ojos a la exploradora.

     Ese era un truco demasiado utilizado por los desesperados pero Paulina lo sabía y aunque intentó cerrar los ojos a tiempo, algo de esa arena le entró dentro de sus cuencas haciendo que sus ojos se cerraran por acto reflejo. Intentó retroceder varios pasos hacia atrás pero el centurión era rápido y consiguió herirla por la espalda. Paulina sintió sobre su propia carne, el momento en que la gladius se adentró en su cuerpo y aunque no sintió apenas el dolor, sabía que la había herido.

     Volviéndose sobre sí levantó nuevamente el arma pero en ese momento su hombro no interpretó las señales que le mandaba el cerebro y apenas pudo levantar el brazo más arriba de su pecho. Hecho que aprovechó el soldado para volver a atacar a Paulina golpeando su gladius e intentar arrebatársela.

     El silencio entre los presentes en el anfiteatro era llamativo, raro era el espectador que no tenía los puños cerrados intentando insuflar algo de su propia fuerza a la joven que luchaba en desigualdad de condiciones contra un hombre que casi le doblaba en tamaño. Amaranta nerviosa se mordía el dorso de su mano mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. Eso era culpa de ella, no tenía que haber insistido en que esa muchacha la acompañara.

—¡Lucha, maldita sea! —dijo una voz que sobresalía sobre el público.

     Paulina escuchó la voz de Clemente gritándole que no se diera por vencida. En un segundo pasaron por su mente imágenes de su madre y de su padre, e incluso de su querido abuelo y asustada, trastabilló. Decían que cuando la muerte te rondaba, veías pasar por delante de ti tus recuerdos más queridos.

—¡Nooo...! —gritó Paulina.

     Todavía no estaba preparada para morir. Se pasó la gladius a la otra mano y comenzó de nuevo a luchar. Los lanistas les habían enseñado a utilizar ambas manos y podía luchar con las dos hasta con los ojos cerrados. Como todavía tenía arena en ellos, apenas podía abrirlos bien mientras las lágrimas se derramaban por ellos como si quisieran limpiarse por sí mismos.

     En un rápido giro, Paulina puso su rodilla derecha en la arena y sujetando firmemente con las dos manos la empuñadura de la gladius describió de izquierda a derecha un arco que alcanzó al centurión en el centro del estómago sin darle tiempo a esquivar la hoja mortal. Cuando el hombre bajo su mano para contrarrestar el golpe, no consiguió parar la estacada. La hoja del arma de la mujer se había introducido en su abdomen describiendo un arco perfecto a lo largo de su estómago mientras iba desgarrando la piel, carne y tripas en un ágil movimiento. Lulianus tiró el gladius y echándose ambos brazos a su estómago, intentó cerrarse la herida como si pudiese lograrlo.

     El centurión bajó la mirada hacia su cuerpo mientras parte de la sangre y de sus intestinos luchaban por abrirse paso a través de la hendidura y salir de esa piel que ya no tenía fuerza suficiente para contenerlos. El soldado terminó de caer arrodillado en la arena atónito a lo que le estaba sucediendo mientras la gente que miraba el espectáculo se levantaba de sus asientos, el gobernador entre ellos.

     Un acceso de nausea se apoderó de Décimo Valerio, conocía a ese hombre valeroso desde hacía tiempo. La imagen del que había sido casi un amigo mientras las tripas se le salían del cuerpo fue demasiado para él y sin poderlo remediar, vomitó en la misma tribuna. Cornelio Severo se levantó también en ese instante al observar como Rufus Lulianus caía muerto en la arena derrotado por aquella mujer. Mirando con severidad y de malos modos al gobernador, se volvió sobre sí y se marcho del palco de la tribuna completamente irritado. Ahora no sabía cómo desviarían la atención de esa mujer sobre ellos. Todo aquello se estaba complicando demasiado.

     Paulina miró hacia la tribuna y observó la indisposición del gobernador, sospesó qué hacer en ese momento así que optó por lo que tantas veces había hecho. Cogiendo del suelo la gladius de su adversario levantó en alto las dos armas mientras echaba a andar a lo largo de todo el semicírculo del anfiteatro mientras era aclamada por los espectadores. El público que jamás había asistido a un combate entre una mujer y un hombre vitoreaba totalmente enfervorecido a esa campeona que había luchado con uñas y dientes por su vida. Paulina sintió en ese momento el bajón de la tensión que había acumulado, su cuerpo había decidido exudar los nervios que había pasado durante la lucha y su cuerpo chorreaba sudor mezclado con su propia sangre. Conforme iba terminando el breve paseo y su cuerpo se enfriaba, Paulina fue más consciente de la enorme herida que debía cruzarle todo el hombro derecho. Cuando alcanzó la sombra de la entrada triumphalis, detectó el cuerpo de Clemente que se adelantó varios pasos hacia ella:

—¿Cómo estás?

—Regular, consiguió herirme en la espalda, está empezando a dolerme y creo que estoy perdiendo sangre, me estoy empezando a marear.

—Lo sé, lo he visto todo, vuélvete —dijo Clemente mientras se posicionaba detrás de ella para observar la herida—. Creo que el galeno se encuentra varias salas más allá, le diremos que te eche un vistazo. Necesitas que te cosan esto.

     Paulina asintió mientras Clemente la acompañaba adonde creía que estaba el galeno. En ese momento el lanista que había salido a la arena para interceder por ella y por sus luchadores los detuvo.

—¿Está bien la muchacha? —preguntó el lanista interesándose por el estado de salud de la joven.

—Necesita que el galeno le cosa la herida, ¿sabe si se encuentra por aquí?

—Sí, síganme..., está dos salas más allá. Ha tenido demasiada suerte, no sabía que era gladiadora.

—Fui gladiadora, ahora soy exploradora... —respondió Paulina.

—Luchas como dos de mis hombres juntos, nunca había visto nada igual, si algún día quieres volver...

—No creo, se lo aseguro —dijo Paulina sin ganas de añadir nada más.

—Aquí es..., el galeno se encuentra dentro —señaló el lanista.

     Clemente asintió mientras hacía pasar a Paulina dentro de la sala que en ese momento se encontraba bastante iluminada por las lucernas. Publius Sertorius junto con su joven ayudante, se hallaban limpiando la aguja que utilizaría para coser a la luchadora. Desde las gradas habían contemplado el combate y sabía que esa tarde tendría que asistir por lo menos a uno de los dos luchadores. Y aunque no lo reconocería delante de nadie, se había sentido aliviado cuando la mujer consiguió salvarse. Pero ahora era urgente curarle, habría que examinar rápidamente el hombro. A pesar de estar pendiente del instrumental, levantó la cabeza para observar a las dos personas que habían entrado. La mujer era la gladiadora que había luchado unos instantes antes pero ese soldado no lo había visto nunca en su vida. Publius no dijo nada pero del aspecto de ese hombre. Tenía unos ojos tan fríos como dos témpanos de hielo y una actitud hosca que no animaba a dirigirle ni una sola palabra, a pesar de que la barba ocultaba gran parte de su rostro. De gran complexión el hombre hubiese intimidado a cualquiera sino hubiese sido por la dificultad que tenía al andar. Apoyado sobre su bastón, el soldado cojeaba ostensiblemente, un hecho totalmente incomprensible en un legionario. Todos los soldados que habían sido heridos en batalla estaban licenciados.

—Túmbate boca abajo, date prisa antes de que se te enfríe la carne, luego te dolerá más...—comentó Publius a la muchacha.

     Paulina sabía exactamente a lo que se refería, dejando las dos gladius en el suelo, intentó soltarse el corsé de cuero que llevaba como protección. El peto estaba abotonado a la espalda y era fácil quitárselo pero el brazo derecho ya se le había quedado casi dormido y le dolía demasiado como para levantar los dos brazos a la vez.

—¡Déjame que te lo quite! —dijo Clemente intentando ayudarla en cuanto vio que no conseguía desabotonarse por sí misma.

—Ha tenido demasiada suerte... —dijo el galeno mientras enhebraba la aguja con la que se disponía a coser el hombro.

     Paulina no protestó siquiera, permaneciendo quieta permitió que Clemente le fuera desabrochando las hebillas que cruzaban su espalda. La mirada del hombre permaneció fija en la gran abertura de la carne desgarrada y un pesado silencio se instaló en el soldado mientras sus manos paraban de repente. La herida era demasiado grande y estaba perdiendo bastante sangre. Paulina continuaba sin emitir ni un solo gemido cuando era más que evidente que aquello debía de doler. Volviendo la vista hacia el galeno hizo un movimiento de cabeza para que el hombre observara el hombro femenino.

     El galeno asintió dándole a entender a Clemente que comprendía el alcance de las heridas.

—Bueno, vamos a coser a esta joven y enseguida podrá marcharse a descansar, se lo ha ganado con creces. Que sepa que aposté por usted y me ha hecho ganar una pequeña cantidad de dinero.

     La joven tan solo emitió un leve gemido de risa cuando escuchó al galeno pero continuó sin emitir palabra alguna. Permanecía totalmente rígida esperando que Clemente terminara de quitarle todas las hebillas. Cuando el soldado le dijo que ya estaba y retiró sus manos, la joven de manera rápida y eficiente se desprendió de la prenda que la cubría quitándosela por delante mientras se tapaba con disimulo los pechos con ella. Tumbándose con cuidado boca abajo en la tarima intentó taparse todo lo que pudo.

     Clemente no quitó la vista de encima a la joven en ningún momento, la esbelta espalda que parecía en ese momento afeada por el largo tajo de la gladius era realmente hermosa. Se había quedado estático en el sitio sin emitir ni una sola palabra. Parecía un inexperto joven que se quedaba embobado por primera vez viendo a una muchacha desvestirse, como si jamás hubiese observado a una mujer quitarse sus prendas íntimas. Menos mal que allí nadie dijo nada porque Clemente se había quedado enmudecido admirando la mitad del cuerpo desnudo de Paulina.

     No hizo el galeno más que limpiar la sangre de alrededor de la herida e hincar la aguja en el cuerpo de la muchacha cuando Paulina perdió la consciencia y se desmayó encima de la tarima.

—Siempre es preferible, esto me va a llevar tiempo de lo necesario, hay demasiada carne desgarrada.

     Clemente asintió mientras observaba la minuciosa labor del galeno y el joven que lo acompañaba, punto por punto fue cerrando la herida mientras Paulina se hallaba perdida en el mundo de los sueños. A pesar de la frialdad de la sala, el ayudante secaba de vez en cuando la sudor de la frente de su señor. Cuando terminó de coserla, la joven todavía no se había despertado.

—¿Qué hacemos? ¿Se espera aquí con ella mientras se despierta o intentamos despertarla?

—Pronto será noche cerrada y aquí descenderá demasiado la temperatura, si hubiese algún carro donde podamos transportarla, yo mismo me encargaré de llevarla al campamento —dijo Clemente mirando al galeno—. Si estuviera en otras condiciones podría llevarla en brazos o en caballo pero no puedo ni conmigo mismo.

      Aquella declaración debía haberle costado trabajo reconocerla.

—Ya veo que cojea usted sin embargo, sigue trabajando... —dijo Publius mientras lo observaba.

—Sí... —contestó Clemente de modo brusco.

—Si quiere puedo echarle un vistazo a esa pierna, pásese por mi hogar cualquier día de estos, estaré esperándole.

—Es inútil, ya estoy resignado a mi suerte... —contestó Clemente desviando la mirada hacia Paulina.

—No obstante, déjeme echarle un vistazo, no pierde nada. Voy a avisar ahora mismo para que le ayuden a trasladar el cuerpo de la joven, quédese aquí con ella mientras tanto... —dijo el galeno guardando la aguja dentro de una tela blanca.

     Cuando el galeno y su ayudante salieron de la sala, Clemente se acercó a Paulina y observó el vendaje que cubría la herida que le había cosido. Completamente desmayada, la joven no era consciente de que estaba totalmente desprotegida. El inútil intento de acabar con su vida todavía podía llevarse a cabo si ella estuviera totalmente sola y más estando en esas condiciones. Alguien quería verla muerta.

—¿Y ahora qué hago contigo? Parece que ahora estás totalmente a mi merced... —preguntó Clemente en el aire sin esperar respuesta alguna mientras con la mano acariciaba la helada y blanca piel de aquella atractiva espalda que invitaba a acariciarla.

     A pesar de que la joven tenía ambos brazos pegados al lado del cuerpo podía entrever el borde redondeado de las curvas de esos pechos que se adivinaban por al lado de la tela. En ese mismo instante, el deseo se apoderó nuevamente de él y sin pensarlo, deslizó su mano hacia el costado de ella mientras con sus dedos intentaba llegar torpemente al borde de los pechos que se insinuaban entre el costado femenino y su brazo izquierdo. Debía estar volviéndose un enfermo si el contacto con el calor de aquella piel le provocaba una erección. Hubiera deseado acariciar y juguetear con la punta de aquellos pechos. Los pezones femeninos se erguirían empujando hacia su mano y él buscaría pasarle la mano por los dos pechos y los frotaría hasta hacerla gemir. Necesitaba sentir a esa mujer contra él, se estaba volviendo loco de deseo.

     Ensimismado escuchó voces por el pasillo. El galeno llegaba acompañado de varias personas hablando del modo de trasladarla, Clemente retiró rápidamente la mano sobre ella antes de que nadie fuera consciente de la ardiente caricia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro