Capítulo 5
"El silencio es el único amigo que jamás traiciona". Confuncio (551 AC-478 AC) Filósofo chino.
Silencio, silencio y más silencio,... estaba harta de la tensión que se había instalado entre los dos y no soportaba ni un momento más. Desde el beso, Clemente no le había dirigido la palabra pero es que ahora, la situación se había vuelto insostenible. El pequeño habitáculo donde estaban condenados a permanecer juntos la estaba asfixiando y la actitud taciturna de Clemente no ayudaba en nada. Parecía como si hubiese cometido un delito imperdonable, como si no hubiese besado nunca a una mujer. No había tenido la intención que esa demostración se convirtiera en algo más intenso pero cómo iba ella a imaginar que ese beso los iba a afectar de esa manera. Aquello había sido cosa de dos, él podía no haber correspondido al beso, al fin y al cabo podía haberla apartado desde el primer instante y no haberla besado de esa manera. Pero la forma de responder de él había sido totalmente inesperada, y jamás le habían besado de ese modo.
Tan solo había pretendido dejar claro a aquellos necios que se burlaban de ella que sus inclinaciones eran perfectamente normales pero se le había ido de las manos. Perdió totalmente el control de sus emociones dejándose llevar a un mundo de sensaciones donde lo único que le importaba era no separarse de esa ardiente boca. Se había olvidado por completo de los pendientes espectadores que no le quitaban la vista de encima y ese era un error que no había cometido nunca. No debía de haberle demostrado nada a nadie, no tenía por qué dar explicaciones de sus actos ni de su forma de ser y no debería de haberle besado. Su indiferencia la hacía sentir culpable en cierto modo. Era tan sencillo como resolver los crímenes y regresar a Panonia, donde todo parecía condenadamente más fácil. Así que se acababan las lamentaciones porque ya no podía hacer nada para volver atrás.
—Vámonos lobo, necesito que me dé el aire... —dijo Paulina al tranquilo animal que se encontraba al lado de ella.
Tenía que salir de allí inmediatamente. Incorporándose en el lecho, bajó el cuerpo y cogió sus calcei que se encontraban en el suelo. Mientras se los colocaba miró de reojo a Clemente que se encontraba tumbado enfrente de ella. Sabía que estaba despierto, su respiración no podía engañarla pero había decidido ignorarla. Así que como había decidido evitarla, que así fuese. No sería ella quien se opondría.
En cuanto se los puso, se levantó y dirigiéndose hacia una pequeña balda donde tenía guardada sus cosas, terminó de colocarse las dagas que habitualmente llevaba y por último su gladius. En cuanto estuvo lista salió del lugar sin pronunciar ni una sola palabra, necesitaba dejar atrás el mal humor que ese hombre le provocaba.
Clemente fue consciente de los movimientos que hizo ella al levantarse, sabía en todo momento donde se encontraba. La tensión del momento lo estaba agotando y reconocía que había sido un verdadero alivio que ella se marchara. Por primera vez en su vida, no sabía como manejar aquella situación.
En un principio, el enfado le había imposibilitado pensar pero cuando consiguió serenarse, comprendió que quizás se había alterado demasiado. Si alguien hubiese puesto en entredicho su hombría, él tampoco lo habría dudado. Sin embargo, aquella mujer era peligrosa. Desde su deseo por Rebeca, no había vuelto a sentir nada por ninguna otra, ni siquiera cuando se acostó con Viria para vengarse de Máximus. Todas eran unas perras embusteras y la respuesta de la exploradora se lo había terminado de confirmar. Para lo único que estaban hechas, era para el placer de un hombre, para nada más.
De aquí en adelante, no volvería a acompañar a Paulina, era una tarea a la que no estaba dispuesto a someterse. El no era un perro para ir detrás de ninguna mujer, así que sospesándolo tranquilamente, había tomado la mejor decisión. Averiguaría por sí mismo, todo lo relativo a las muertes de los centuriones. Quizás, si conseguía adelantarse a la exploradora, le permitieran marcharse de allí y abandonar aquella maldita ciudad. No volvería a Roma, pero tampoco viviría el resto de sus días repudiado por los demás. Cada calle que recorría y cada paso que daba era consciente del asco y del rechazo que producía en la gente y si había algo que no soportaba era que la gente le rehuyera, él que había estado casi en lo más alto de la élite romana. Nadie iba a darle lecciones de moralidad, los demás podrían presumir de ser muy dignos, honorables y justos pero eso era una condenada mentira. Cualquiera en su situación, hubiese aprovechado la oportunidad de desquitarse con Máximus.
El único inconveniente era su maldita pierna que no le dejaba dar dos pasos sin recordarle que era un completo inútil. El dolor se había hecho crónico y no podría moverse por la ciudad en esas condiciones, hasta la exploradora era mejor luchadora que él. La viuda de Póstumo le había hablado de un galeno que era realmente bueno, a lo mejor le podía recetar alguna tintura que le sirviera para quitarle el dolor. Sí, eso era lo primero que debía hacer. Marcharse en busca del galeno.
Décimo Valerio se encontraba en ese momento en el foro, entrando a uno de los edificios principales que simbolizaba la máxima expresión del Imperio romano. La administración provincial y local era reflejo de todo lo que acontecía en Roma y para ello, el tabularium era el archivo donde se depositaba toda la documentación concerniente a los documentos oficiales que iban surgiendo en relación a las leyes municipales y a las actas oficiales que reglamentaban la vida política de la ciudad. Pero sobre todo la que más le importaba a él, que era la concerniente a la administración financiera.
El tabularium era un edificio de dos plantas cuyo interior albergaba varias salas repletas de tablillas de bronce con las leyes y las actas. Conforme iba pasando por ellas, los diversos funcionarios lo saludaban sin extrañarse de la presencia del gobernador allí. Era habitual verle acudir a las reuniones con el duumviro, lo que los demás no sabían era el objetivo oscuro que había detrás. El tabularium era la tapadera perfecta para llevar a cabo sus actividades ilícitas disfrazadas de públicas.
Entrando finalmente en una de las últimas salas, en concreto la que se utilizaba para atender los asuntos más urgentes, Décimo Valerio cerró cuidadosamente la puerta asegurándose que nadie escuchase la conversación privada que se mantendría allí adentro. Los tres funcionarios que le esperaban, se quedaron mirándole mientras el gobernador se sentaba.
Cornelio Severo era el duumviro del tabularium, entre los dos habían organizado toda la trama para desviar fondos de las obras públicas que se construían en la ciudad y evadir los impuestos que Roma les obligaba a pagar. No era nada fácil costear monumentos, obras nuevas, espectáculos y los actos religiosos que cada dos por tres se creaban en Augusta Emérita. Había sido necesario desviar parte de esos impuestos porque no siempre sacaban suficientes beneficios económicos y cada día era más difícil mantenerse en aquel puesto. Para ello había sido necesaria la colaboración de sus otros dos aliados: Rufus Lulianus, el curatory por supuesto, el imprescindible y siempre eficiente archivero. No se podía dejar nada en el aire, cualquier mínimo detalle podía dar al traste con todo el proyecto.
Cornelio Severo era el cerebro de toda la trama. Ingeniero militar perteneciente al ejército de Roma, llegó a la ciudad hacía ya tres años como parte de la tropa recién jubilada que durante muchísimo tiempo se había dedicado a destruir ciudades y que sin embargo, ahora se dedicaba a reconstruirlas. El afán de protagonismo de Cornelio junto con su poderosa ambición, le había llevado a crear una serie de obras públicas que suponían un lucrativo negocio para todos los implicados. Debía de reconocer que si no hubiese sido por Cornelio, él jamás hubiese imaginado tal entramado.
—Buenos días señores, espero que no lleven mucho tiempo esperándome —dijo el gobernador mientras se sentaba junto a ellos y los demás lo saludaban con la cabeza—. Como se habrán imaginado, el propósito de reunirnos hoy es ponerles al tanto de los últimos acontecimientos. Reconozco que la muerte de los centuriones ha resultado beneficiosa para todos, sobre todo la de Póstumo que se estaba acercando demasiado a la verdad y estaba a punto de fastidiarlo todo con su impaciencia. Sin embargo, eso ha despertado las sospechas de Roma y como sabrán, han enviado a un par de soldados para investigar las muertes de los centuriones.
—Sí, nos han llegado los rumores de la mujer que va acompañada por otro soldado... —dijo Aurelio Rufo.
Aurelio Rufo era el archivero, un enjuto pero inteligente liberto que había sabido estar en el sitio justo en el momento preciso. Era la pieza clave para que en los archivos de la ciudad no apareciera ninguna prueba incriminatoria que los acusara. Aurelio llevaba una doble contabilidad que les permitía de cara a los demás trabajadores del tabularium continuar con sus actividades fuera de la ley.
—En efecto, pero no deben preocuparse por nada. Ahora mismo se encuentran alojados en uno de los barracones del campamento. La mujer es simplemente eso, una mujer más... —dijo Décimo Valerio con un tono despectivo y socarrón que provocó las carcajadas de los demás.
—¿Es tan hermosa como dicen? —preguntó Rufus Lulianos.
—Sí, pero lo que gana en hermosura lo pierde en estupidez. Puede ser que el sobrino del emperador se haya dejado tentar por sus encantos y seguro que la ha enviado a esta parte del mundo para quitársela de en medio. Pero os puedo asegurar que de cerebro se sirve bastante escasa. Esta mañana mismo ha sido participe de un espectáculo que durante algunos momentos ha sido el entretenimiento de algunos legionarios.
—¿Y eso?... —preguntó Cornelio Severo con interés.
Décimo Valerio se volvió hacia el duumviro y mirándolo con guasa le dijo:
—Debía estar falta de hombre porque se ha tirado a los brazos del soldado que le acompañaba. Si no hubiesen estado en medio del campamento les aseguro que hubiesen organizado una de las escenas más tórridas que se puede ver en el mejor prostíbulo de la ciudad.
Todos rieron a la vez excepto Lulianus, cuyo desprecio hacia las mujeres era bien conocido después de que descubriera la infidelidad de su última mujer.
—¡Menuda furcia! —dijo Rufus Lulianus escupiendo en el suelo—. Todas las de su género son iguales.
—Por eso les digo que no se preocupen por ella, no conseguirá averiguar nada. En cuanto se aburra de estar paseando por la ciudad y llegue a la conclusión de que esas muertes fueron consecuencia de algún ladrón, se marchará y volverá al lado del sobrino del César a calentarle el lecho.
En cuanto escucharon el comentario no pudieron evitar sonreír ante la ocurrencia del gobernador.
—¿Y el otro soldado? —preguntó Cornelio Severo sin fiarse del todo.
De los cuatro hombres, el duunviro era el más precavido. Se aseguraba que todo marchara a la perfección y no había ningún cabo suelto que se le escapara.
—El otro soldado, tuvo un accidente y está completamente lisiado, no puede ni correr, dudo mucho que pueda incluso luchar. Tuvo que cometer alguna falta bastante grave para que el ejército no lo haya licenciado pero les aseguro que no he visto hombre más tosco y rudo en mi vida, es otro completo inútil. Me vino de perlas que apareciera por la ciudad, para poder asignarlo a la mujer. Los dos hacen una buena pareja de ineptos. No se preocupen más por esos dos, no llegarán muy lejos y pronto podremos deshacernos de ellos —dijo nuevamente el gobernador.
—Si usted lo dice, confiamos en su palabra pero de todos modos, intentaré averiguar algo de ese hombre, ya sabe que no me gusta dejar cabos sueltos... —contestó Cornelio mirando a Décimo Valerio.
—Como quieras, pero te aseguro que no conseguirás averiguar nada.
—Sí, pero tampoco pasa nada porque Cornelio indague por su cuenta, es más, yo podría averiguar también algo a través de mis contactos. Entre mis conocidos en Roma, todavía hay varios que ostenta algún puesto importante —declaró Rufus.
—Está bien, como quieran, si eso les va a dejar más tranquilos. Ahora pasemos a lo que realmente nos importa —dijo mirando al archivero—. Cuéntanos Aurelio las últimas novedades, necesito saber de cuánto dinero disponemos para proseguir con las obras de mi domus...
—Por supuesto señor, como verá... —dijo el hombre mientras le pasaba las anotaciones de los últimos ingresos— ...tengo la contabilidad distribuida en ingresos y gastos, los últimos desvíos están aquí anotados...
Los cuatro hombres continuaron por espacio de más de una hora, concretando y ultimando los beneficios de cada uno y las próximas actuaciones que realizarían. El dinero iba creciendo poco a poco y ahora había que aprovechar el momento. De seguir así, pronto se podrían retirar a un lugar más alejado de la urbe donde sus riquezas pasaran inadvertidas y ellos pudieran vivir como auténticos emperadores....
Paulina había vuelto al lugar de los crímenes, atenta miraba alrededor para comprobar si alguna de aquellas pequeñas casas tenía algún hueco o alguna ventana que mirara hacia el callejón pero sabía que dada la hora y la oscuridad, lo más probable es que nadie hubiese visto nada. Necesitaba hablar de nuevo con el centurión de la tabernae, quería que la acompañara a la parte del río donde habían encontrado otro de los cadáveres. Algo no cuadraba y su sexto sentido se lo decía.
—Vamos amigo, no nos queda mucha luz y debemos aprovechar el día.
La calle donde se encontraba el negocio de Vitelio era una de las más concurridas de la ciudad, por no decir la que más. A lo largo de la estrecha calle del decumanus máximus se levantaban una serie de pequeñas tiendas y negocios que otorgaban de una alegre actividad a sus transeúntes y habitantes.
No le faltaba mucho a Paulina para llegar a la entrada de la tabernae de Vitelio cuando le llamó la atención la algarabía que se había formado en uno de aquellos establecimientos.
—¡Me las vas a pagar!... —gritó un borracho que apenas conseguía mantenerse en pie mirando a una tabernera que lo miraba con mala cara.
La mujer, entrada en años, estaba plantada delante de la puerta de su negocio y con el brazo en alto le gritaba:
—Cuando tú tengas narices, entras otra vez..., que te voy a estar esperando.
—Que sepas que tienes el peor vino de toda Lusitania... —dijo el borracho dando un traspiés señalándola con el dedo.
—¡Ya! Por eso mismo tú te lo bebes a raudales... ¡Anda! Tira que te aguante tu mujer porque yo ya he tenido más que suficiente por hoy y que sepas, que hasta que no me pagues lo que me debes, aquí no entras.
—Necesitas un hombre que te meta en cintura... —dijo el borracho alejándose un poco de ella mientras decía las últimas palabras.
—Ja, ja, ja,... —dijo la mujer con las manos apoyadas en su cintura—. ¡Pues mira qué bien! Si me lo encuentras, me lo traes... que ya veré yo que hago con ese hombre... —dijo la tabernera riéndose mientras veía como el borracho subía la cuesta arriba intentando agarrarse a las paredes de las ínsulas para no caerse.
En ese momento, la tabernera volvió la cabeza al presentir la mirada de Paulina clavada en ella y se quedó observándola con interés.
—Si no lo veo, no lo creo... ¡Una soldado! —exclamó Amaranta alegremente extrañada.
Paulina se acercó lentamente hacia aquel terremoto de mujer y sonriendo le contestó.
—En carne y hueso, me llamo Paulina.
—Y yo Amaranta para servirte, soy la dueña de esta tabernae... —dijo la mujer señalando su humilde negocio.
—Encantada Amaranta.
—¿Y se puede saber qué anda buscando una mujer como tú por aquí?
—Necesitaba llegar a la tabernae de Vitelio, ¿lo conoces?
—¿Que si conozco a ese malhumorado? Por supuesto, soy su competencia..., ja, ja, ja... ¿Y se puede saber para qué lo necesitabas?
—Lo siento, eso es algo privado ... —dijo Paulina sin querer darle más explicaciones.
—¿No estarás liada con ese hombre? —preguntó la tabernera con el ceño fruncido.
—Claro que no... —contestó Paulina apresuradamente.
—Ya decía yo, eres demasiado joven para él... pero claro tratándose de ese hombre quién no querría meterse entre sus brazos —dijo la mujer suspirando.
Paulina sonrió ante el inesperado comentario, la verdad es que no se había fijado mucho en aquel centurión pero imaginaba que para tener la edad que tenía, debía de llamar la atención de alguna que otra mujer.
—Es tarde ya, si te apetece comer algo, que sepas que aquí tenemos las mejores carnes que te puedas encontrar en la ciudad y por supuesto, el mejor vino. No le hagas caso a ese borracho...
—La verdad es que empezaba a tener hambre, todavía no he probado nada desde que me levanté...
—¿Y a qué espera? Si lo desea, le puedo hacer un buen precio. No todos los días pasa por mi puerta una mujer como tú, entra y mientras degustas algo, me cuentas como has conseguido llegar a ser legionario, me has dejado totalmente intrigada.
—Está bien pero no puedo entretenerme mucho, tengo que llegarme a lo de Vitelio.
—Te prometo que no tardarás demasiado... —dijo la mujer mientras le señalaba la puerta y la invitaba a entrar.
Dos horas después, la tabernera acompañaba a Paulina a la tabernae del centurión. Con la mirada lo buscó entre sus clientes y cuando lo encontró sirviendo a unos que estaban en un rincón se dirigió hacia él.
Vitelio se volvió sobre sí para volver a llenar el jarro cuando se encontró de frente a las dos mujeres. Echando un vistazo rápido a ambas, frunció el entrecejo.
—Hola Vitelio, le he dicho a Amaranta que podía venir perfectamente sola, necesitaba comentarte un par de cosas.
El excenturión la miró de mala manera y sin contestar le preguntó a la tabernera:
—¿Qué significa esto?
—¡Borra esa cara! Yo no tengo la culpa de que se encuentre en este estado, la muchacha tan solo se ha tomado dos vasos de vino pero es que le han sentado fatal..., ¿qué querías que hiciera yo?
—No puede haber bebido tan solo dos vasos, está completamente borracha... —dijo el tabernero levantando la voz.
—Ya te he dicho que se ha tomado tan solo dos vasos de vino y lo que es más, ha estado comiendo también. No entiendo como pueden haberle sentado tan mal...
—No te enfades con Amaranta, no estoy borracha, no sé por qué decís eso. No estoy tan mal como dice ella, ¡ah, Viteliooo! Necesito hablar contigo... —dijo Paulina sonriendo y arrastrando las palabras mientras se abalanzaba hacia él.
—¡Por los dioses Amaranta! ¿Qué le has hecho?... Seguro que ha probado uno de esos vinos que sirves de vete tú a saber de donde los traes... —gritó Vitelio a la mujer que tenía enfrente.
—¿Yo que iba a saber que tenía tan poca resistencia al vino? Te repito que se ha tomado solo dos jarros además y que ha estado comiendo bastante bien.
—¿Pero no ves que es una mujer?... las mujeres no estáis acostumbradas a beber... —la regañó de nuevo Vitelio.
—¡Ah, y el hombre sí! Menudo descubrimiento que acabas de hacer —sonrió Amaranta mientras se burlaba del centurión.
—Algún día...,
—Algún día, ¿qué?... —gritó Amaranta mientras le miraba con el entrecejo fruncido.
—Algún día conseguiré que te cierren el negocio...
—¡Atrévete si eres hombre! No soporto a los engreídos como tú que se creen que son los únicos del mundo, pues que sepas que soy la dueña de esa taberna, soy la viuda de Sencio Víctor y te juro que nadie me quitará el trabajo que tengo, así que si tan macho te crees, pon un solo pie en mi negocio y te prometo por los dioses que va a ser lo último que hagas malnacido —dijo Amaranta perdiendo completamente los nervios. Enfadada se volvió y se marchó dejándolo allí con la legionaria.
Vitelio la vio salir de su tabernae ofendida como si la hubiese ultrajado, en verdad, esa mujer debería estar en su casa y no matándose a trabajar. Después de quedarse viuda, varios hombres le habían propuesto volver a casarse con ella pero Amaranta los había rechazado a todos. Vitelio se había llevado bien con su marido pero reconocía que su muerte había sido un completo infortunio. Aquella vida no estaba hecha para mujeres y mucho menos para esa. Y ahora, resulta que tenía una mujer completamente borracha.
—¡Venga! La acompañaré de nuevo al campamento, no creo que esté en condiciones de hablar absolutamente nada hoy... —dijo Vitelio mientras la sostenía para que no tropezase.
—Vitelio no hace falta que me acompañes, puedo ir perfectamente sola. Mi lobo me acompaña...
—¿Su lobo? —preguntó Vitelio extrañado.
—Sí, míralo ahí... —dijo la joven señalando hacia la entrada del lugar.
El hombre se quedó perplejo viendo la enorme figura de un animal que no le quitaba la vista de encima. Era un ejemplar hermoso, elegante pero su intensa mirada le hacía presentir que en cualquier falso movimiento, el animal se le echaría encima.
—Parece a punto de atacar...
—No, solo ataca bajo una orden mía.
—¿Estás segura?
—Por supuesto, ¿por quién me tomas? —dijo Paulina sonriendo mientras lo miraba embobada.
—¡No sé por qué me tienen que pasar estas cosas a mí!
—Vitelio suéltame que no me voy a caer... —dijo Paulina nuevamente mientras una sonrisa tonta mostraba el estado de embriaguez.
—Creo que voy a seguir mi instinto, no me fio de que llegues sana y salva a pesar de tu protector..., vámonos ya es de noche y no debería estar aquí. Las calles no son nada seguras para una mujer en su estado...
—¿Y en qué estado estoy? —preguntó ella extrañada.
—¡Déjelo estar así!... —dijo Vitelio mientras dirigía la mirada hacia la pequeña barra buscando a su joven ayudante—... hazte cargo durante un rato, voy a llevarla al campamento.
—Sí jefe, vaya con cuidado...
—No tardaré, enseguida vuelvo —dijo Vitelio mientras ayudaba a la joven a salir del lugar.
En cuanto llegaron a la puerta de entrada, un par de legionarios le dieron el alto preguntando a dónde iba. Vitelio les tuvo que explicar que tan solo había acompañado a la mujer hasta allí y que en seguida se marcharía. Los dos soldados conocían perfectamente al tabernero, Vitelio era muy conocido entre los legionarios por su tabernae.
—Tiene suerte de que el gobernador no la vea en esas condiciones —dijo uno de aquellos soldados.
—No estoy tan mal —dijo la joven sonriendo.
—No, no hace falta que lo diga —dijo el otro soldado sonriendo—. Vitelio llévala a su barracón antes de que la vez el jefe.
—¿Dónde está? —preguntó Vitelio al soldado.
—Allí, el último a la izquierda... —contestó el otro.
La joven sonreía tontamente mientras Vitelio casi la arrastraba por la oscura calle del campamento, estaba deseando dejarla y volverse.
—Tengo que hablar contigo Vitelio —dijo la joven insistiendo mientras llegaba a la altura del barracón.
—Ya le he dicho que mañana, hoy no está en condiciones..., ¿es este su barracón?
—Sí... —confirmó Paulina con la cabeza—. Ya entro yo sola, no hace falta que siga sujetándome...
—¡Ufff, ya estamos! —resopló aliviado Vitelio consiguiendo abrir la puerta.
Cuando Clemente sintió el par de voces fuera, se quedó mirando hacia la puerta desde el lecho donde estaba sentado. La puerta se abrió de repente y bajo su dintel apareció la figura de Vitelio sujetando a la gladiadora.
—¡Clemente! —saludó Vitelio aliviado como pidiendo permiso para entrar.
—¿Qué hace aquí? —preguntó el soldado extrañado.
—He venido a acompañarla, era tarde y me temo que no estaba en perfectas condiciones de andar por esas calles a esta hora de la noche.
Clemente desvió la mirada hacia ella y la observó más detenidamente. No quería inmiscuirse en los asuntos de esa mujer pero la respuesta de Vitelio le extrañó. A lo mejor la mujer había tenido algún percance.
—Ya le he dicho a Vitelio que podía venir perfectamente sola pero no sé porqué se ha empeñado en venir conmigo... —dijo la joven mientras sonreía entrando dentro.
—¿Está borracha?
—Nooo..., solo he bebido un pocooo... —negó Paulina.
—La tabernera que la trajo dice que solo ha bebido dos jarras pero mira en qué condiciones se encuentra... —contestó Vitelio mientras continuaba sujetándola—. ¿Dónde la dejo?
—No me tiene que dejar en ningún lado... —sonrió Paulina mientras intentaba soltarse del agarre del hombre.
—Ahí... —dijo Clemente mirando de malos modos a Paulina y señalando la litera donde dormía.
Clemente no daba crédito a lo que veían sus ojos, la mujer estaba completamente borracha. Apenas se sostenía de pie.
—Insiste en que quería hablar conmigo, si les parece bien mañana podemos volver a vernos en la tabernae como habíamos acordado.
Clemente asintió mientras veía como el hombre abandonaba la pequeña estancia.
—Creo que cuando se levante por la mañana, va a tener un dolor de cabeza horroroso... —señaló Vitelio mientras cerraba con cuidado.
—Ya le digo yo que no... —dijo Paulina mientras seguía sonriendo y comprobaba como Vitelio cerraba la puerta.
Clemente cerró la puerta y se volvió sobre sí, mirando de nuevo hacia la joven.
—¡Denigras tu sexo!
—¡Mira quién fue a hablar! —sonrió Paulina mirando a su lobo que se había sentado a la cabecera de su lecho.
—Estás completamente borracha...
—¡Párate ahí! —dijo Paulina levantándose nuevamente mientras se agarraba a la madera de la litera—... No había probado nunca el vino y reconozco que a lo mejor me ha podido sentar un poco mal..., pero de ahí a asegurar que estoy bebida, creo que es erróneo.
Clemente la vio avanzar hacia él mientras se tambaleaba y lo señalaba con el dedo.
—¡Ya! Y por eso estás a punto de caerte...
—Te he dicho que no estoy tan mal como parece además, ¿ya me hablas de nuevo?... —sonrió Paulina acercándose más a él—. No deberías, te recuerdo que estás enfadado..., o acaso no te acuerdas que te besé...
Clemente inspiró profundamente, la exploradora se estaba acercando demasiado.
—No me lo recuerdes..., me causas tan repulsión que no sé porqué te estoy dirigiendo la palabra. Eres igual que todas las de tu sexo, una perra en celo... —dijo Clemente enfadado.
—Serás desgraciado —contestó Paulina chillándole— ¿Y tú quién te crees que eres? Si no eres más que un maldito traidor que no puede ni luchar...
Clemente la agarró con las dos manos del uniforme atrayéndola hacia él y con voz mortalmente lenta le dijo:
—Si no fueras mujer te mataría ahora mismo...
—Inténtalo si te atreves, desgraciado..., levanta una sola de tu mano y te quedas sin ella...
En ese momento, Clemente desvió la mirada hacia el animal, el lobo no había emitido ni un solo gruñido pero se había levantado del suelo y esperaba a cualquier movimiento de él para atacarlo.
—Dile que se siente —dijo Clemente en voz más baja.
—¡Suéltame! —contestó Paulina mirándolo con odio.
—Ahora podrás esconderte detrás del animal pero en algún momento...
—¿Qué? ¿En algún momento qué? ¿Me vas a matar?... ¡Ya te vale! Enfadarte por el beso de una mujer. Ni que fueras... —dijo Paulina mirándolo de repente con interés mientras se quedaba momentáneamente pensativa—..., o acaso ¿te has enfadado porque te ha besado precisamente una mujer? —preguntó de nuevo la joven.
A Clemente empezó a correrle la sangre más deprisa en las venas. Sabía lo que estaba pasando por la cabeza de la exploradora y por los dioses que nadie había jamás dudado de su hombría. Estaba tan enfadado que ni pensó en las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer.
Inclinándose lentamente se acercó sobre su cuello y le susurró cerca de la oreja:
—No busques razones a mi desprecio por ti..., eres una furcia como todas pero eso ya lo dejaste claro el otro día cuando te abalanzaste sobre mí como una cualquiera...
—¡Desgraciado! No eres más que un completo canalla, cobarde... —insultó Paulina sin pestañear.
Él tiró de su pequeño cuerpo femenino atrayéndola hacia él. Esa mujer necesitaba una lección y él se la iba a dar. Cogiéndola de la menuda cintura, se limitó a retenerla con la firmeza de sus brazos a pesar de la firme oposición de ella.
—Nadie jamás me ha insultado de ese modo —dijo Clemente mirándola enfadado.
Paulina quiso apartarse de él, agachándose por debajo de su brazo, pero Clemente la sujetaba con tanta fuerza como si de una barra de acero se tratase.
—Has dejado bien claro que si no te atraen las mujeres, entonces te atraen los hombres...
Fue lo último que pudo pronunciar cuando Clemente bajó su boca hasta la de ella y a Paulina se le detuvo el corazón por completo. Sintió la fuerza de los dedos masculinos mientras aprisionaban su garganta. Quiso detenerlo, ese cerdo la había insultado y ahora la estaba lastimando. Levantó la pierna para pegarle un golpe en la entrepierna pero Clemente la aprisionó sobre la pared.
—Te prometo que te va a gustar... —sentenció Clemente hablándole con odio.
—Y yo te prometo que te voy a hundir la daga tan profundamente que ni te darás cuenta... —señaló Paulina mientras le clavaba la punta del arma justo donde sabía que una vez que la hincase, era hombre muerto.
Nota: Vemos que en este capítulo aparecen varios personajes nuevos. En la cúspide de los diferentes cargos administrativos ya conocíamos al Gobernador (Décimo Valerio) que era la cabeza de la administración provincial que desde Mérida regía sobre la totalidad de la antigua provincia de Lusitania. Por debajo de este entramado, se encuentra la administración local (personajes nuevos que aparecen en este capítulo). Su máximo exponente era el Duunviro (Cornelio Severo) quien repartía entre dos personas el gobierno de la ciudad. Tras esta especie de alcalde, se situaban los curatores (Rufus Lulianus), encargados de la gestión de aguas, obras públicas, espectáculos... Y más por debajo aún en la jerarquía, se encontraban una serie de funciones entre los que he querido rescatar la figura del tabulario o archivero (Aurelio Rufo).
Tengo que señalar que los nombres de estas personas no son ficticios, efectivamente existieron en la Augusta Emérita de aquella época. Los nombres de Cornelio Severo, Rufus Lulianus, Aurelio Rufo, la tabernera Amaranta y el galeno Publius Sertorius Niger están sacados de las lápidas funerarias existentes en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.
No es la primera vez que advierto que los personajes de mis historias pueden ir cambiando conforme se va desarrollando la trama. Aunque en un principio elaboro una lista de personajes, es la propia historia la que va decidiendo quién continúa, quién se va y quien aparece por primera vez. En cualquier instante puedo descubrir o conocer algún detalle, hecho o acontecimiento que resulta interesante y que decido introducir en la historia. Me gustaría disponer de todo el tiempo del mundo para estar escribiendo y documentándome todo el día pero como es imposible, tendréis que conformaros con mi forma de escribir.
También he decidido, poner al final de cada capítulo, el glosario de términos nuevos que vayan apareciendo en vez de ponerlos todos juntos al final del libro, así como los personajes que vayan apareciendo, creo que ayuda a que comprendáis mejor todo.
Muchas gracias por vuestra paciencia y espero que os vaya gustando la historia.
Glosario:
—Curatores: En la Antigua Roma y especialmente en el Imperio Romano, era un oficial público, magistrado o funcionario imperial a cargo de las tareas administrativas en un campo específico, como por ejemplo la gestión del suministro o patrimonio público en Roma o en Italia. En concreto, el curator aquarum, era el responsable de la gestión y mantenimiento del sistema de abastecimiento y la red de distribución de agua en las ciudades romanas (con personal para tener siempre en buen estado las cloacas, los acueductos y fuentes públicas, los caminos o vías, los puentes, calzadas, etc.
—Duunviro:Magistrado que en la antigua Roma ejercía su cargo junto con otro, y al que le correspondían distintas funciones legislativas, administrativas o judiciales. Duoviri significaba "dos hombres". Conocemos sus tareas por las . Desempeñan tanto tareas internas como externas. En tareas internas convocaban y presidían las asambleas legislativas y electorales, realizaban la jurisdicción municipal y la administración de las finanzas. En cuanto al exterior se encargaban de la correspondencia administrativa y jurídica con las estancias provinciales y el poder imperial, a su vez de firmar tratados con otras localidades y recibir personalidades.
—Tabularium:Archivo de documentos oficiales del Imperio Romano, las tablas de bronce con las leyes y las actas oficiales del estado. En Época romana se utilizaban como documentos las tablillas de madera recubiertas de cera, así como el bronce o el papiro exportado de Egipto.
—Tabularius (o archivero):Era el personal que trabajaba en el tabularium. A la cabeza de dicha organización estaba el magistrado, al que le competía la custodia y dirección del tabularium local y del personal que en él trabajaba. Y el encargado final del ordenamiento y custodia de los registros era el tabularius (archivero).
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