Capítulo 14
"Las apariencias engañan la mayoría de las veces; no siempre hay que juzgar por lo que se ve". Molière(1622-1673) Comediógrafo francés.
Todos los soldados del campamento buscaban a Clemente sin dejar ni una sola calle y ni un solo palmo de la ciudad sin registrar. Desde el primer momento que hallaron el cuerpo sin vida del soldado, saltaron todas las alarmas y Paulo empezó a impartir órdenes como si estuviera fuera de sí. Paulina hubiese deseado asistir impertérrita al despliegue de soldados que lo buscaban pero era incapaz de no alterarse o de mostrar ningún tipo de emoción ante la supuesta huida de Clemente. Un presentimiento le oprimía el corazón, le hacía intuir que ese hombre no se había ido por su propio pie sin un motivo consistente. Inmóvil, mantenía la mirada fija en un punto del barracón donde ahora se encontraban todos los hombres de Paulo sin mostrar que estuviera en desacuerdo o en acuerdo con las acusaciones de los soldados. Habían matado a uno de los suyos y encima en su propio terreno, eso era algo imperdonable para los legionarios sobre todo, si lo hacía uno de ellos. Si algo le faltaba a Clemente era que, además de traidor, lo acusasen de asesino y de desertor. No, ella tenía que comprobarlo con sus propios ojos, su intuición rara vez le hacía equivocarse. Había amado a ese hombre, dentro de él tenía todavía quedaba algo de orgullo y dignidad, se negaba a pensar en lo contrario. Él, no era un asesino.
Paulina se hallaba conmocionada, pero intentaba disimular delante de Paulo. No había ningún motivo para que Clemente hubiese decidido escapar. Algo horrible debía de haber sucedido para que no estuviera en el barracón. Se negaba a creer que era responsable de la muerte de ese soldado. Le había protegido tanto durante su convalecencia, temiendo que el gobernador pudiese atentar contra ella, que se negaba a creer que pudiera ser tan mala persona. Incapaz de permanecer más tiempo dentro del campamento esperando noticias, Paulina decidió averiguar qué había tras la extraña desaparición.
A Paulo no le gustó ese hombre desde el mismo momento que lo conoció. Sabía que le daría problemas pero de ahí a que matara al soldado que le custodiaba, era algo que no se esperaba. Desde que descubrieron al legionario degollado en el exterior del barracón, intentaba averiguar los hechos que se habían producido mientras Paulina se hallaba con él. Clemente debió de pensar que era el momento oportuno y decidió actuar al saber que solo un soldado le custodiaba. Ya debía hallarse muy lejos de allí pero todavía estaban a tiempo de atraparle. Era de noche, en cuanto amaneciera, la búsqueda sería más efectiva, no habría un lugar donde se pudiera esconder.
En ese momento, mientras hablaba con sus subordinados, por el rabillo del ojo pudo comprobar cómo Paulina hacía el intento de abandonar el lugar, seguida de un animal.
—¿Dónde crees que vas? —preguntó Paulo irritado.
—¿Dónde crees tú que voy? —preguntó a su vez Paulina volviéndose.
Todas las miradas se dirigieron hacia ella.
—No lo sé, por eso te pregunto.
—Quiero saber qué ha ocurrido, voy a buscarle...
—¿Y qué te hace pensar que vas a saber donde encontrarle? ¿Acaso ocultas algo que yo no sepa? Parece que soy el último en enterarme de todo...
—Por favor Paulo, no me vengas con esas. Nadie te está quitando las atribuciones que te corresponden pero estoy demasiado preocupada y quiero sumarme a la búsqueda, no oculto nada pero no creo que sea culpable de lo que le acusas...
—¿Qué más pruebas quieres?
—Un hombre muerto no es indicio de que lo haya hecho él ¿Por qué actúas con tantos prejuicios? No lo conoces lo suficiente como para...
—¿Te parece pocas razones el que quisiera matar al hermano de Marco? Por si se te ha olvidado, fue el causante de su desgracia durante muchos años...
—Llevas razón en eso, pero ha cambiado..., voy a intentar encontrarle y averiguar toda la verdad.
—¿Aunque lo que encuentres no te guste? —preguntó Paulo evidentemente enfadado.
—¿Qué quieres decir con eso?
Paulina empezaba a cansarse de tantas acusaciones sin base alguna.
—Pareces creer en su inocencia, y me pregunto por qué..., cuando todo apunta a que él es el asesino.
—¿Qué apunta en su contra? ¿Dime? Te vuelvo a repetir que eso no significa absolutamente nada, sabes perfectamente que pueden haber matado al hombre que custodiaba la puerta, el mismo gobernador quiere nuestras cabezas por si se te ha olvidado y alguien...
—¡Déjate de tonterías! Nadie en su sano juicio se llevaría a un prisionero retenido en un campamento y mucho menos el gobernador...
Paulina permaneció callada ante la diatriba de Paulo que se empecinaba en creer que Clemente había escapado. Fue consciente que el resto de personas que asistían a la conversación entre los dos, la acusaban silenciosamente de actuar a favor de Clemente. Eso solo contribuía a abrir más la mecha de enemistad hacia Clemente y ella misma. Por las miradas acusatorias de los soldados, tal parecía que ella también era cómplice con el asesino.
—No sé cómo puede haber logrado desaparecer pero te puedo asegurar que Clemente no tiene motivos para irse de aquí como si fuese un desertor y un asesino.
—So pena de que pensase que podríamos descubrir algo...
—Pero ¿Tú te estás escuchando? Eres un hombre inteligente Paulo, utiliza la cabeza para algo, al fin y al cabo imagino que para algo la tendrás.
—¡No te pases! Parece que se te olvida quién soy. No te voy a permitir que me hables así... —dijo totalmente indignado de que la joven le humillara. Paulina le estaba faltando el respeto delante de sus hombres.
—Entonces déjame ir tranquila, soy incapaz de permanecer aquí sin hacer nada.
—Ya hay suficientes hombres buscándolo, te recuerdo que no estás totalmente recuperada o por lo menos ese fue el argumento que esgrimió Clemente para que os dejara en el barracón... ¡Qué tonto he sido! —dijo Paulo pegando un golpe seco con el puño encima de la mesa—. Seguro que lo hizo con la idea de poder escaparse..., ¡maldita sea! —dijo Paulo volviéndose mientras le daba una patada al banco que había a su lado.
—¡Me voy!..., cuando encuentre algo te lo comunicaré —dijo Paulina.
—No vas a ir detrás de él hasta que le encontremos. No saldrás sin que yo lo sepa y permanecerás en el barracón escoltada en todo momento.
Paulina le sostuvo la mirada, contrariada por los acontecimientos y la actitud cabezona del centurión. Irritada, se volvió dejando a Paulo con la palabra en la boca.
—¡Mujer imposible! —pensó el centurión cuando comprobó cómo la joven salía airada.
Paulina necesitaba salir de allí, se estaba cansando de la actitud de Paulo. Tenía que encontrar a Vitelio, él podría ayudarla pero el problema era cómo despistar a los dos soldados que vigilaban la puerta. Nerviosa, paseaba de un lado a otro del habitáculo, su lobo levantó de pronto la cabeza y la miró de frente. Paulina se quedó mirándole a su vez cayendo en algo.
—Tú..., tuviste que ver todo lo que pasó aquí, seguramente si te muestro algo de él, podrás seguir su pista ¿verdad? —preguntó la joven al animal como si le comprendiera perfectamente.
Acariciando el pelaje del animal, la joven revisó el lecho de Clemente por si se había dejado alguna prenda allí. Efectivamente, Clemente no tenía apenas túnicas pero si un par de ellas para poder cambiarse. Eso bastaría para que lobo pudiese seguir los últimos pasos de Clemente pero necesitaba darse prisa antes de que la mañana se echara encima. A plena luz, no podría andar con total seguridad por las callejuelas, en cuanto Paulo descubriera su desaparición, montaría en cólera buscándola también.
—Vámonos, no tenemos tiempo que perder..., pero necesito una excusa creíble, ¿qué puedo hacer para despistar a esos dos? —se preguntó Paulina así misma mientras intentaba pensar en algo rápido.
Encima de la mesa había un cuchillo con varias piezas de fruta.
Ni corta ni perezosa, cogió su daga que guardaba entre sus ropas y se abrió de nuevo un poco la herida, con cuidado de no excederse, quería escaparse no volver a perder un montón de sangre. Con cuidado, se rajó lo justo. Preparada para disimular, miró en silencio al animal y abrió la puerta del barracón, los dos soldados desviaron la mirada hacia ella al sentir el ruido.
—Necesito ir a enfermería, no me encuentro bien —dijo Paulina mirando con cara de preocupación a aquellos hombres mientras sostenía una gasa en la herida.
—¿Cómo te has hecho eso? —preguntó uno de ellos observando cómo estaba manchada de sangre.
—He tropezado sin darme cuenta y me he golpeado con el borde de la mesa —añadió Paulina.
—No hemos sentido ningún ruido —afirmó uno de los soldados.
—Lo sé, ni yo misma sé cómo he podido caer.
—Estas no son horas de acudir al galeno, tendrás que esperar hasta mañana —añadió el otro soldado mirándole de malos modos.
—Tengo que ir ahora, la herida del hombro se me ha abierto y esto está sangrando demasiado... —dijo la joven dejando de presionar el corte que se había vuelto a hacer mientras manaba sangre nueva.
Los dos soldados se miraron entre sí dudando de si llevarla o no ante la presencia del galeno al final, aceptaron y la escoltaron hacia el lugar.
Unos fuertes golpes en la puerta despertaron al tabernero y a Amaranta que dormía a su lado, desorientada se incorporó sin saber qué ocurría.
—¿Qué sucede?
—No lo sé, quédate en la cama, saldré a comprobar que no sea algún cliente despistado. Si ocurriera algo, no se te ocurra salir, atranca la puerta en cuanto salga.
—Está bien... —asintió preocupada.
Amaranta se levantó inmediatamente cubriéndose con la túnica que había dejado encima de la silla. En cuanto Vitelio salió cerró tras de él, como le había sugerido.
Vitelio no quería alarmar a Amaranta pero era demasiado raro que alguien a esas horas estuviese golpeando su puerta, por si acaso eran hombres del gobernador, cogió su gladius que últimamente siempre tenía a mano y colocando varias dagas en su cintura, se encaminó a comprobar quién era.
—¿Quién es? —gritó el tabernero.
—Vitelio soy Paulina, ábreme por favor...
El hombre reconoció la voz y abrió rápidamente.
—Paulina, ¿qué estás haciendo aquí a estas horas de la noche? Se suponía que estabas en el campamento... —preguntó Vitelio extrañado mientras la hacía pasar al interior.
Cauteloso, miró ambos lados de la calle para comprobar que nadie había seguido a la joven, en cuanto cerró la puerta, la muchacha habló precipitadamente.
—¡Necesito que me ayudes! Clemente ha desaparecido —dijo Paulina caminando nerviosa entre las mesas de la tabernae.
—¿Qué quieres decir con que ha desaparecido? Siéntate, te va a dar algo.
—No sé qué está ocurriendo pero seguro que no puede ser bueno..., necesito dar con él.
—Empieza desde el principio —dijo Vitelio sentándose al lado de ella mientras Amaranta se acercaba a ellos al reconocer la voz de Paulina.
Varios minutos después, Vitelio se levantaba del asiento y se ponía en marcha.
—Amaranta, espéranos en tu casa y si compruebas que a media mañana no hemos llegado, alcánzate a casa de Sempronio y le pones al tanto de todo lo ocurrido. Él, sabrá lo que hacer. Y no nos esperes aquí, correrías también demasiado riesgo. A estas horas, deben de saber que Paulina se ha escapado y este es el primer sitio donde la buscarán.
—Está bien, pero ¿qué vais a hacer?, ¿y si os sucede algo a vosotros también?
—No te preocupes por nosotros, sabremos cuidarnos —dijo Vitelio mientras comprobaba que había vuelto a vendar la herida de Paulina convenientemente—. En cuanto Clemente compruebe que te has vuelto a herir, se pondrá hecho una furia.
—¡Ojalá los dioses te escuchasen! Prefiero tenerle de frente aunque me esté gritando que estar con esta incertidumbre.
—¿Ya se te ha pasado el enfado? —preguntó Vitelio con cierto tacto.
—Reconozco que nunca imaginé que Clemente fuera capaz de una atrocidad así con nadie y mucho menos con el que fue su mejor amigo, sé que ha cometido muchos errores... Sin embargo, no puedo dejar de recordar todos los días que estuvo pendiente de mí. Como mínimo, tengo que darle la opción de poder explicarse... —declaró Paulina un poco entristecida.
—Llevas razón, debe de haber algún motivo para su desaparición. Cuando empezaron los asesinatos, él ni siquiera estaba aquí. Podrá ser culpable de otros delitos, pero de matar a ese soldado y a los demás, ya te digo yo que no ¡Vámonos! Todavía faltan varias horas para que amanezca.
—Gracias Vitelio, no sé que haría sin tu ayuda —dijo Paulina mientras salía de la tabernae.
—Pues arreglártelas igual de bien, no olvides que eres una luchadora. Desde que te conozco, has podido con todo, ahora no te vas a venir abajo por esto... —dijo el tabernero sonriendo.
—Pues claro que no, ¿por quién me tomas? —afirmó Paulina con rotundidad.
Amaranta los vio salir e inmediatamente ella hizo lo mismo, cerrando la puerta de la tabernae regresó a su hogar. Pensativa no podía dejar de advertir que su amiga se estaba enamorando de Clemente, era demasiado evidente los signos de preocupación en su rostro. Mientras se dirigía hacia su casa deseaba que pronto le llegasen con la noticia de que lo habían encontrado y que habían logrado dar con el asesino.
En cuanto estuvieron en un callejón oscuro, la joven sacó algo del interior de su ropa y agachándose se lo puso al animal en el hocico.
—¡Vamos lobo! Dime dónde se encuentra Clemente...
El animal olisqueó la prenda que su dueña le mostraba y unos segundos después, empezó a correr a través de las calles. Paulina y Vitelio le seguían a poca distancia, siempre con cuidado de no tropezarse con ningún soldado en alguna esquina. Poco tiempo después, el animal se detenía en un conocido lugar oliendo algo en el suelo. Levantando la mirada, la cruzó con su dueña mostrando un brillo especial en esos ojos felinos. Ambos, dueña y animal se observaron silenciosamente como si fuesen capaces de comunicarse entre ellos. En el intercambio, Vitelio comprobó que la joven sabía algo que a él se le pasaba por alto.
—¿Qué sucede?
—Lobo se ha detenido... —declaró Paulina mirando a su alrededor—. Ha olido algo.
Paulina se había agachado junto al animal observando su reacción sin embargo, el lobo no permaneció más que unos segundos junto al muro de piedra. Desesperado, empezó a correr a lo largo del lugar intentando hallar algo que Paulina no acertaba a saber.
—¿Qué busca?
—Creo que ha encontrado alguna pista de Clemente, ¿crees que puede estar aquí? ¿Qué es este edificio?
—¿Es que no lo reconoces? —preguntó Vitelio extrañado.
—No, no sé donde estamos ahora mismo...
—Es el tabularium—afirmó Vitelio con rotundidad.
—¡El gobernador! —declaró Paulina cayendo en la cuenta.
—Era de esperar que ese tipo intentara hacer algo, posiblemente se encuentre ahí dentro. Debe de haber algún modo de entrar que no sea la puerta principal. Si lo han introducido ahí, cualquier persona que pasara por el lugar, podía advertir que entraban a un hombre. No se arriesgarían a tanto, seguramente por detrás podamos entrar.
Paulina seguía a lobo mientras Vitelio corría tras de ella.
Clemente ya no era capaz de sentir absolutamente nada. Debía de encontrarse en algún sótano, la oscuridad y la humedad, penetraba en los huesos provocándole unos tiritones que era incapaz de controlar. A eso se le sumaba, la fuerza con que le habían atado las manos y el hormigueo y dolor constante que sentía en sus brazos y en sus hombros. Si no se le habían desencajado del cuerpo, poco le faltaba. Estaba a una altura considerable del suelo, la soga atada en una argolla tenía varios nudos fuertes hechos para que aguantara el peso de un hombre. Sus secuestradores le habían dejado de tal modo que lo único que podía ver era las piedras de la pared de enfrente. Y si alguien entraba al lugar, no sería capaz de ver quién llegaba por su espalda y eso le hacía sentirse más indefenso.
No sabía el tiempo que había estado desmayado desde que le dejaron sin sentido, así que tampoco podía saber qué hora del día era. Eso sí, había tenido tiempo suficiente para repasar cada detalle de lo ocurrido y reconocer la mano del gobernador detrás de su secuestro. Preocupado, lo único que le importaba era la seguridad de Paulina. Los hombres habían hablado de ella y tenían el propósito de matarla también porque estaba segura que el único objetivo que habían tenido era acabar con la vida de ellos. Jamás se hubieran arriesgado a tanto si no fuese esa la última intención.
Los goznes de hierro de la puerta sonaron en ese momento, y Clemente se tensó, alguien entraba. Una corriente de aire pasó por su helado cuerpo erizándole el vello. No era capaz de sentir los pasos de sus visitantes. Su respiración se aceleró y su mente se preparó para lo que posiblemente le esperara ¿La muerte? No estaba seguro si habían regresado para rematarle. Ya no le importaba nada, excepto poder hablar por última vez con Paulina. Lamentaba haber terminado con ella de ese modo, no quería irse de esa vida sin decirle que verdaderamente era la única mujer por la que de verdad había empezado a sentir algo.
Él no era un hombre cariñoso, ni dado a expresar sus afectos. Hacía demasiado tiempo que la realidad de la vida le había golpeado dejándole inutilizado para el resto de las mujeres. Pero con ella, las cosas habían sido distintas. El simple hecho de tenerla a su lado le provocaba emociones que era incapaz de descifrar todavía. Le preocupaba su seguridad y no había momento que no deseara estar enterrado en lo más profundo de su cuerpo. Solamente así se sentía en paz y tranquilo consigo mismo haciéndole olvidarse de todo. Era la calma en el ojo de la tormenta. Lamentaba no haberla conocido en otras circunstancias.
En cuanto Vitelio y Paulina consiguieron penetrar en el interior deltabularium,lobo parecía saber qué camino tomar. Las estancias del lugar estaban a oscuras y era casi imposible saber dónde podía hallarse Clemente. De repente, el animal se detuvo frente a una pequeña puerta camuflada por una cortina. Si no fuese por él, hubiesen pasado de largo. Una corriente de aire les dio la bienvenida a un pasillo estrecho y oscuro. El animal emprendió la carrera y tras él, Vitelio le siguió.
—Ponte detrás mía Paulina, necesito que vigiles nuestras espaldas —pidió el hombre mientras miraba al frente intentando seguir al animal. Enseguida, llegaron a otra puerta cerrada. No sin hacer un poco de ruido debido al deterioro de la propia madera y del hierro, Vitelio consiguió abrir lo suficiente como para poder introducirse en el interior. El animal se coló por las piernas del hombre.
En cuanto Paulina y Vitelio estuvieron en su interior, respiraron aliviados al comprobar que habían conseguido encontrar a Clemente. Colgaba de una soga en el interior de aquel reducido y húmedo espacio.
Lo primero que consiguió ver Clemente en cuanto bajó la mirada al suelo fueron un par de ojos azules tan claros como el cielo. El animal se sentó en el suelo con sus patas traseras como si esperara algo. El alivio inmediato que sintió fue enorme pero no tanto como cuando comprobó que Vitelio y la misma Paulina estaban frente a él. El aire regresó de nuevo a sus pulmones al comprobar que ella estaba sana y salva.
Nadie pronunció palabra, no hizo falta. La corriente de entendimiento fue mutuo entre las tres personas que se hallaban allí.
—Hay que descolgarle... —dijo Vitelio.
Paulina permaneció en el sitio, frente al cuerpo de Clemente incapaz de desviar la mirada de los ojos que la observaban con ansiedad. Clemente no decía nada y eso inquietó a la joven. Mientras los segundos parecieron pasar lentamente, Vitelio consiguió desatar los fuertes nudos y con cuidado fue poco a poco bajando al hombre hacia el suelo.
En cuanto los pies del soldado tocaron el suelo, sus piernas fueron incapaces de sostenerse pero Paulina que se encontraba preparada, consiguió abrazarse al cuerpo del soldado lo suficiente para evitar la fuerte caída a pesar de que el peso muerto del cuerpo de Clemente los arrastró al suelo. Su desplome permitió que cayesen con cierta gracia y no se hiciesen más daño del necesario.
Clemente sintió el suelo a lo largo de su cuerpo pero el alivio de saber que Paulina estaba bien, afloró la necesidad de asegurarse que realmente estaba a su lado. Sin pensarlo, la abrazó fuertemente entre sus brazos mientras ella se dejaba hacer. El simple movimiento de abrazarla le supuso un dolor atroz por las invisible agujas que se clavaban en cada uno de sus músculos por haber permanecido durante tantas horas en esa posición, pero el placer de volver a tenerla entre sus brazos era más grande que todas las penalidades que pudiera sufrir.
—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? Parece imposible... —dijo Clemente respirando aceleradamente.
—Ha sido lobo... —dijo ella con la congoja en la garganta que le impedía hablar—. ¿Te han hecho algo? —preguntó inquieta.
—No, pero necesito un poco de ayuda para poder levantarme —dijo sin poder apartar la vista de ella—. Tengo que hablar contigo...
Paulina se sentía aliviada que Clemente continuase con vida y que hubiesen podido llegar a tiempo
—El gobernador... —señaló Clemente.
—Sí, nos lo hemos imaginado, no podía ser otro... —puntualizó Vitelio a su lado.
Habían estado tan ensimismados en el fuerte abrazo que ni siquiera detectaron la presencia de Vitelio cuando se agachó al lado de ellos.
Sin importarle la presencia del otro hombre, Clemente se quedó unos segundos más observando el iris brilloso de los ojos de ella y sin pensarlo, la besó ansioso. Paulina incapaz de rechazarlo, respondió al beso como si nunca más volvieran a verse.
—Si no os importa besaros en otro momento, sugiero que nos marchemos inmediatamente de aquí. No sabemos en qué momento pueden entrar de nuevo los que te trajeron... —puntualizó Vitelio.
—Exactamente, pero me temo que ya es un poco tarde para ustedes... —dijo una voz detrás de ellos provocando que los tres se volvieran a mirar hacia la entrada temiéndose lo peor.
Cinco hombres entraron junto al gobernador taponando la única salida que existía.
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