ж Capítulo XXVII: La última esperanza de la guerrera. ж
Oír que su mejor amigo la llamaba por su nombre le quitaba un enorme peso de encima. Sintió como si el mundo hubiera cambiado sus colores: ya no era aquel panorama gris, sino que había adquirido nuevos matices.
Continuaron en esa posición en silencio, pero luego de varios minutos, la voz de Julian se escuchó del otro lado y la puerta fue abierta. Se vieron obligados a separarse, aunque no por eso se eliminó aquel gesto de alegría y complicidad que tenían en el rostro.
Julian, quien no traía una expresión muy amigable por lo que acababa de ver, se limitó a decirles que ya iban a subir todas las cosas y era necesario que bajaran para esperar los carruajes.
Draven removió los cabellos de Emerald y ella se sonrojó levemente. Que ahora no hubiera medias verdades entre ellos le brindaba la seguridad y la motivación que necesitaba para poder afrontar toda adversidad que se le pusiera enfrente.
Luego de activar el hechizo, los tres salieron y comenzaron a juguetear, y aunque el heredero de los Ases trató de mostrarse un poco más serio, terminó acompañándolos al ver la alegría en la cara de Emerald.
—¿Están emocionados? —Greyslan se acercó hacia ellos con una sonrisa plasmada en el rostro, los tres amigos no pudieron evitar observarlo con extrañeza.
Su maestro traía puesto encima un gorro para la nieve, mitones gruesos y un abrigo de muchas capas. Les daba calor de solo verlo, pero él parecía estar a gusto con todos los pliegos de piel encima.
—¿Es necesario que vayas así? —preguntó Draven sin tacto alguno.
—Prefiero estar listo desde ahora, no soy muy bueno con las temperaturas bajas —respondió sin quitar la sonrisa.
—Te ves ridículo —dijo Bristol, que traía todavía su uniforme de profesor.
—¿Por qué no te has cambiado? —exclamó mientras movía los brazos de manera dificultosa.
—¿Por qué debería cambiarme ahora? —respondió, enarcando una ceja—. ¿Has visto el cielo? Está completamente despejado. Debes ser el único lunático que está vistiendo de esa manera.
—Eso me ofende. —Greyslan colocó las manos en la cadera y les dio la espalda—. No escucharé nada más, iré entrando al carruaje. —Y tras decir eso, se metió en el vehículo con un gesto de indignación.
—Lunático —murmuró Bristol—. Ases —Julian lo observó con desgano—, estamos yendo a tu nación, pero no por eso vamos a dejar de ser tus tutores, ¿entendido?
Dindarrium, quien los observaba en completo silencio desde atrás, caminó con temple y se introdujo en el carruaje sin opinar al respecto.
—No esperaba otra cosa, profesor. —La respuesta de Julian vino con un alargamiento innecesario que provocó que Bristol también se metiera dentro de la carroza.
—Qué raro es ver al líder de los virtuosos no llevarse bien con uno de sus estudiantes —añadió Draven en voz baja—. Por lo general, lame el suelo por donde pisan.
—Eso hizo hasta que decidí mudarme a los dormitorios de los guerreros.
—¿Por eso te trata de forma tan cortante?
—Bristol es un clasista de lo más asqueroso —susurró—. Es claro que mi decisión de ir con gente que él no considera digna no lo hace muy feliz.
—¿Tu padre no dirá nada porque vayamos a hospedarnos en su palacio? Quizás también esté enojado porque eligieras nuestro dormitorio.
—Mi padre nunca cuestiona mis decisiones, me permite elegir con libertad lo que quiero o no hacer porque sabe que soy juicioso. —Julian volteó a observar a Draven de forma retadora—. Claro que para tener esa libertad uno debe ser excelente en todo lo que hace.
La respuesta no fue bien recibida por el otro joven, había tocado una fibra sensible de su cuerpo. Emerald no pudo evitar suspirar, el viaje a Navidia sería interminable.
Por un lado, tenía a Bristol y a Greyslan, que parecían agua y aceite; por el otro, Draven y Julian, que se trataban como perros y gatos. Ni siquiera entendía por qué había surgido esa rivalidad entre los dos. «Hombres», pensó.
En cuanto todo el equipaje estuvo cargado, ellos subieron y se ubicaron en los asientos traseros. La niña quedó en medio de sus dos amigos. Al igual que en la expedición, la carroza, que parecía pequeña por fuera, era mucho más grande en el interior.
Durante el trayecto, tanto Emerald como Draven conversaron sobre diversas cosas, claro que los temas no eran prohibidos, ya que estaban los profesores. Julian, por su parte, se mantuvo callado, leyendo un libro de protección contra hechizos.
Hubo un momento en el cual los muchachos, cansados de tanto hablar, cerraron los ojos. Draven recostó su cabeza en una de las paredes del carruaje y Emerald, quien estaba cabeceando, terminó apoyándose en el hombro de Julian.
Luego de algunos minutos, el cuerpo de ella comenzó a sentirse liviano y al abrir los ojos, se dio cuenta de que había salido de su cuerpo.
Escuchaba que alguien la llamaba, pero no sabía exactamente de dónde.
De un momento a otro, atravesó las paredes y se fue alejando poco a poco. Surcó ríos y montañas hasta llegar a la frontera nevada y la sobrevoló. Luego, a lo lejos, reconoció Orfelia por la imagen que había visto en los libros de geografía. Sabía que era una representación exacta: esas imágenes de los reinos se actualizaban de forma mágica todo el tiempo.
Llegó hasta el palacio que pertenecía a la familia Treical. Caminó por los pasadizos hasta alcanzar el ala contraria y oyó voces provenientes de un enorme salón. Cuando atravesó la puerta de madera, vio a todos los líderes de la Alianza allí reunidos, incluida su madre, quien estaba en la silla más adornada, encabezando la mesa.
Se veía cansada y había bajado de peso; su cabello estaba algo reseco, ya no tenía el mismo brillo de siempre, y pese a que estaba usando algo de maquillaje, podía distinguir las ojeras bajo sus ojos. Jamás la había visto de esa manera. De no ser por la ropa elegante o los accesorios, luciría muy desaliñada.
—¿Novedades? —preguntó con autoritarismo mientras entrelazaba los dedos y ponía los codos sobre la mesa.
—Hemos buscado en cada reino, pero es como si la tierra se lo hubiera tragado —dijo el líder de la guardia, el padre de Draven.
—Mi reina —habló el regente de Sudema—, ¿está segura de que sigue con vida? Nadie lo ha visto y aunque hemos ofrecido una recompensa lo suficientemente jugosa como para que alguien lo encuentre, no ha habido novedades.
—Está vivo —respondió ella cortante, y más de uno pasó saliva producto del nerviosismo—. Lo sé a la perfección. —Con delicadeza, removió su manga y dejó expuesta la marca aprisionadora que ambos compartían—. La marca sigue presente, eso significa que aún vive.
—Orfelia, como nación ya considerada parte de Delia, ha reforzado la seguridad y aumentado el número de gente dispuesta a conseguir información. —El padre de Denaisa no tardó en hacer alarde de lo que estaba haciendo por la reina.
—Gracias —respondió ella, hastiada.
—¿En verdad Igor de Merilov tiene algo que ver con el ataque al mausoleo de su familia? —Cuando el líder de Genivia habló, la expresión de la reina hizo que más de uno aguantara la respiración.
—¿Dudas de mi palabra? —preguntó entre dientes al tiempo que se ponía de pie.
Todos se quedaron en completo silencio y la observaron caminar, sus tacones resonaban en las paredes de la habitación. Ninguna mujer daba más miedo que Agatha porque sabían que cuando algo se le metía entre ceja y ceja era capaz de cualquier cosa. Pero pese a la radicalidad de sus decisiones, era la persona más diestra y poderosa después de su esposo.
—Lo... Lo siento, mi reina, jamás pondría en duda lo que usted dice.
Agatha sonrió complacida mientras daba la vuelta, observando a los demás reyes sentados y encogidos en las sillas. Finalmente, regresó a su lugar, donde tomó asiento y dirigió su atención a todos ellos.
—Necesito que se doblen los esfuerzos —dijo y todos asintieron en simultáneo—, las cenizas de Emerald pueden ser algo demasiado peligroso para que las tenga cualquier persona.
—¿Por qué serían tan peligrosas? —preguntó el rey de Danuri.
—Si la persona incorrecta las toma, puede traerla a la vida, y ninguno de nosotros quiere que ella regrese, ¿no es verdad?
Solo pensar en ello hizo que algunos de los presentes se removieran incómodos. La muchacha, por su parte, entendió por la insistencia que el cansancio de su madre se debía a que estaba buscando las cenizas de su amado hijo.
—Las cenizas de los Lagnes han sido tomadas desde hace muchos años —acotó, y Emerald recordó eso del diario—. Mi esposo durante mucho tiempo estuvo luchando contra una persona que usa la sangre de su familia para abastecerse de poder.
—Entonces, el que las cenizas de ella desaparecieran junto con Igor... podría significar que él trabaja para la persona que lo ha estado haciendo —sugirió el rey de Orfelia. Agatha asintió y los demás se observaron unos a otros.
—Correcto —afirmó con frialdad—. Y debido a la ineptitud de nuestros soldados, es probable que para este momento ya hayan traído a Emerald a la vida. Necesitamos encontrar a Igor, es la única pista para encontrar a ese enemigo.
—Redoblaremos esfuerzos —dijo el líder de Sudema y fue secundado por el resto.
—Mi hogar ha sido destruido por ese monstruo que se llevó las cenizas de mi amada hija, así que me vi forzada a enviar a Diamond a otra ubicación por seguridad.
—¿Qué hay de los demás? —preguntó el padre de Trellonius—. ¿Corren peligro alguno?
—Ninguno —respondió ella—, lo que esa persona está buscando es tomar la sangre de mi hijo.
Aunque Agatha estuviera diciendo abiertamente que su intención era protegerla, no podía evitar sentir que había algo detrás. Su madre jamás se tomaría tantas molestias por ella, lo sabía porque la había visto de lejos lo suficiente para saber cuándo mentía.
—Está ocultando algo —dijo Emerald mientras sentía que la llamaban desde el exterior.
Volvió a elevarse y dejó a los líderes allí reunidos. Al despertar y abrir los ojos de manera aletargada, vio que Julian la observaba con una sonrisa.
—Hemos llegado —le dijo con ternura—, tenemos que bajar para hacer el cambio de carruaje.
Ni bien Emerald abrió la boca para decir algo, una humareda blanca salió de ella. Solo en ese momento se dio cuenta del frío gélido que hacía afuera.
—Greyslan me dio tu abrigo. —Tomó las pieles que reposaban sobre su regazo y las extendió en su dirección.
—¿Hace cuánto hemos llegado? —preguntó ella.
—No mucho, pero dejaron que descansaras porque todavía no terminan de transportar las cosas.
—Julian, ¿es posible abandonar tu cuerpo e ir a otros lados? —preguntó mientras se erguía en la silla.
—Requeriría de muchísima magia, los grandes hechiceros como mucho pueden alejarse unos metros.
—He ido hasta Orfelia —le dijo y él no pudo evitar sorprenderse—. Pero, para ser franca... no sé si lo que he visto ha sido una visión o si en verdad me transporté hasta allá. Pasó lo mismo la vez que vi a Diamond.
—En teoría los reyes están reunidos en Orfelia, entonces no puede ser un recuerdo. ¿A quiénes viste?
—A todos, menos a tu padre —respondió ella.
—¿No estaba mi padre? —Julian se puso de pie, seguido por Emerald—. No tiene sentido, Giuseppe nos dijo que estaría allá junto con los demás líderes.
—Puedo haberme equivocado, quizás aún no llegaba a Orfelia.
—¿Qué sentido tendría que estuvieran todos reunidos menos él? —cuestionó—. ¿Cuál era el tema de conversación?
—Están buscando a Igor. Todos los que estaban allí le prometieron a mi madre que redoblarían esfuerzos para encontrarlo.
—Es lógico que no lo hayan llamado. —Julian acababa de poner un pie fuera de la carroza de la escuela, enseguida ayudó a Emerald sin que nadie se diera cuenta—. Agatha nunca hablaría sobre comenzar a cazar a alguien como un perro hambriento frente a mi padre, él es el único que no se doblega a las decisiones de ella.
—Todos parecían tenerle miedo... —La simple mirada que su madre les había brindado le provocó escalofríos.
—Te lo dije hace tiempo, Agatha es la persona más sanguinaria que he conocido.
Los maestros los llamaron cuando todo estuvo preparado, el carruaje que abordarían esta vez tenía los colores morados propios de la familia Ases. No era ostentoso ni mucho menos nuevo, el clima no contribuía a que las cosas duraran nuevas demasiado tiempo. El cochero se encontraba ya sentado en su sitio, el hombre se podía distinguir a duras penas entre los pliegues del abrigo mullido que tenía; usaba guantes de piel y mantenía fuertemente sujetas las riendas de los osos pardo que estaban al frente de todo.
—¿Cómo han podido entrenar osos? —Draven se mostraba asombrado, sabía que no eran nada dóciles.
—Los animales en Navidia son diferentes a los de otros reinos. Al haber escasez de comida, están más dispuestos a ser domesticados.
—Joven amo, ¿listos para partir? Tenemos que llegar a la posada del siguiente reino antes de que caiga la noche —preguntó el cochero. Julian observó a sus maestros y al resto y todos asintieron.
—Estamos listos —respondió y comenzaron a subir al carruaje.
Bristol ya se había colocado su cambio de ropa, pero, por la expresión que traía, se notaba que aún tenía frío. Greyslan sonreía de forma sarcástica: era el único que se mantenía bien abrigado. Y Dindarrium no iba con casi nada encima, ya que, como residente de Navidia, estaba más acostumbrado a la temperatura.
—Si te inquieta el tema, puedo preguntarle a mi padre —susurró Julian muy cerca de su oído.
—¿Crees que esté en tu palacio cuando lleguemos?
—Si no lo lograste ver, es probable.
—Tengo que decirles algo. —Draven interrumpió su conversación y Emerald giró un poco para escucharlo.
—¿Qué sucede? —preguntaron ambos.
—Bristol se está comportando de forma extraña. Cuando fui al baño, lo oí hablando con alguien; no parecía ser el director ni tu padre, Julian. —Los tres se miraron entre sí—. No pude escuchar mucho porque estaba lejos, pero cuando se dio cuenta de que me encontraba ahí, se puso muy nervioso.
—¿Bristol, nervioso? —Draven y Emerald no conocían demasiado al docente, pero Julian parecía sorprendido por su comportamiento—. Es un pedante y petulante, en todo este tiempo no lo he visto ponerse nervioso por algo.
—Crees que sea... —Emerald susurró hacia Julian y este asintió.
—Puede que Bristol no sea él en verdad. Lo sabremos esta noche. Si pide una habitación personal es porque oculta algo.
—¿Crees que nos deje acercarnos? —Draven no quería demostrar que se sentía un poco incómodo por toda la situación, pero no era muy bueno disimulándolo.
—Tendremos que encontrar la forma de ver qué es lo que oculta.
—De acuerdo —respondieron.
Los tres comenzaron a hablar de otras cosas para despistar a los maestros, quienes cada tanto les brindaban una mirada curiosa, pero su inquietud no se disipaba. Durante todo ese tiempo habían pensado que Greyslan era el impostor, pero cabía la posibilidad de que siempre hubiera sido el supuesto líder de los virtuosos.
Los osos avanzaban de manera lenta y pausada; el traqueteo de las paredes y la ventisca del exterior hacían rechinar la madera.
—Pondré más leña —dijo Julian mientras se ponía de pie.
—¿Leña? —preguntó Bristol, quien frotaba sus brazos para entrar en calor.
—Los carruajes de Navidia tienen calefacción interna.
El muchacho caminó hacia la pared que se encontraba a la izquierda de los maestros y corrió la cortina morada, lo que dejó expuesto un pequeño horno empotrado. Se colocó un guante marrón y abrió un cajón con leños. Tiró en total tres a las brasas y de inmediato en aquel mínimo espacio comenzó a aumentar la temperatura.
—Gracias —respondió Bristol dejando de temblar.
—¿No quieres que te dé uno de mis abrigos? —preguntó Greyslan.
—No, estoy bien ahora. —Bristol lo observó con poca paciencia, no se le veía demasiado feliz.
Ni siquiera supieron cuántas horas pasaron, pero cuando la carroza se detuvo y el cochero abrió la puerta, toda la nieve de afuera entró, generando pequeños montículos.
—Joven amo —dijo el cochero—, hemos llegado a la posada, los están esperando.
Los sirvientes del lugar salieron de inmediato con unos paraguas y linternas para alumbrar su camino. El primero en descender fue Julian, seguido de Emerald, Draven y, por último, los maestros.
—Por aquí, joven amo. —El dueño del lugar hablaba más fuerte de lo normal, la ventisca no dejaba que lo escucharan del todo claro.
Caminaron por un sendero acordonado. En los bordes de las cuerdas se habían formado unos picos de hielo que podrían lastimar a cualquiera.
El edificio de madera parecía ser bastante amplio, aunque debajo de la enorme cantidad de nieve acumulada se asemejaba más a un iglú. Al entrar, los sirvientes le retiraron los excesos de nieve a todos; comenzando por Julian, claro está. Cuando terminaron, les dieron un breve recorrido por todo el lugar.
Emerald estaba embelesada, jamás había visto en persona la nieve, y el ver los copos caer afuera de los inmensos ventanales provocaba que se quedara observándolos durante largo tiempo.
—Les mostraré sus habitaciones —dijo el dueño e inmediatamente los amigos se miraron.
Al subir al segundo piso, el sujeto de barba y cejas pobladas se detuvo ante una puerta de color marrón oscuro. Ingresó la llave dentro de la cerradura y un rechinido los recibió. La habitación tenía tres camas grandes y simples colocadas una al lado de la otra.
—Este es el dormitorio de los maestros. —Le entregó la llave a Greyslan y Bristol no pudo evitar poner una mueca de desagrado.
Emerald, Julian y Draven se observaron, parecía que el profesor no objetaría por la distribución, pero tampoco se lo veía demasiado contento por la decisión que acababan de tomar sin siquiera consultarle.
—¡Es muy bonita! —Greyslan entró como si fuera un niño pequeño y de inmediato se lanzó sobre la cama—. Tienen un lugar muy lindo y el colchón es muy suave. ¡Gracias por sus atenciones!
—Joven amo, príncipe Diamond... —Luego de que el dueño hiciera una pequeña reverencia, les pidió que lo acompañaran.
Que le hiciera aquel desplante a Draven no terminó de gustarle a Emerald, quien no perdió la oportunidad de mirar a Julian. El pelinegro se disculpó en nombre del dueño, pero no hubo mucho más que hacer; la clase social influía mucho en el trato de los comerciantes y de los propietarios de hospedajes.
Su habitación estaba un poco más lejos, pero se diferenciaba mucho de la de los maestros. Dentro del cuarto había dos camas de oro, las sábanas y cobertores se veían de una calidad sublime. Era evidente que esas dos eran para los príncipes, ya que justo enfrente había otra cama de madera que no se veía demasiado segura ni cómoda.
—Cambia esa cama —le ordenó Julian al hombre, quien lo observó como si no entendiera lo que le estaba pidiendo—. Voy a dejar pasar tu comportamiento del día de hoy, pero no permitiré que insultes a mi amigo de esta manera.
Oír que Julian lo llamara amigo provocó en Draven sentimientos encontrados. Siempre peleaban y vivían en una competencia constante, pero el que ahora estuviera defendiéndolo le agradaba. Sin embargo, también le molestaba un poco porque no le gustaba que le tuviera pena.
—Lo siento, joven amo, no fue mi intención faltarle el respeto.
El sujeto se marchó disculpándose tanto con Emerald como con Julian, e inclusive con Draven, aunque con este lo hiciera a regañadientes.
Los tres ingresaron al cuarto; Julian tomó la pijama que reposaba sobre la cama y se quitó las prendas que traía encima. Emerald desvió el rostro y miró en dirección a la puerta.
—Será mejor que te cambies para que ella pueda vestirse sin que la veamos —susurró el muchacho y Draven casi corrió para hacer lo mismo.
Emerald se quedó quieta hasta que dieran la orden y luego cambió su atuendo de la misma forma, solo que esta vez eran ellos quienes miraban la puerta.
—Tengo una pregunta, aunque quizás sea algo obvia. —Draven sujetó su nuca con incomodidad—. ¿Puedo seguir tratándote de la misma forma? No sé cómo tratar a las... mujeres —dijo en voz baja.
—Sigo siendo yo, no tienes por qué cambiar tu forma de ser conmigo.
—No lo pienses tanto, Sallow. —El otro muchacho se cruzó de brazos y enarcó una ceja—. Es la misma persona, solo que ahora sabes su verdadero nombre.
—Por cierto, Julian...
—¿Qué? —preguntó con fastidio.
—Gracias por defenderme... —dijo apenado. Julian, ante la sorpresa, se limitó a asentir.
Luego de media hora, uno de los sirvientes tocó la puerta de su habitación y les indicó que bajaran a cenar. En ese lapso aprovecharían para cambiar la cama de Draven y colocarían una que fuera más adecuada para él.
Al llegar a la planta baja, vieron a los profesores discutiendo en un rincón un poco más alejado, pero el origen de la pelea no parecía ser algo referente al cuarto que les había tocado compartir. Al darse cuenta de que los observaban desde el extremo contrario, decidieron dejar de lado lo que estaban diciendo y caminar en dirección al salón.
Se sentaron y les sirvieron una gran variedad de comida, un banquete propio de Navidia. La mayoría de los platos constaba de estofados de carne sustanciosos o sopas contundentes que los hicieran entrar en calor; por último, como postre, sirvieron un budín de nueces. Los ojos de Draven brillaron al ver todo lo que tenía para probar.
Una vez que terminaron, el primero en disculparse fue Greyslan, que subió con prisa a la habitación. Bristol no tardó en seguirlo. Su poco disimulo les indicó que debían hacer algo para saber qué era lo que estaba pasando.
Comieron lo más rápido que pudieron y agradecieron por la comida. Dindarrium se quedó allí sentado mientras terminaba de tomar un té, en tanto que ellos se dirigieron a la habitación donde debían dormir. Tal como les habían dicho, la cama ya había sido cambiada.
—¿Cómo vamos a espiarlos? —preguntó Draven—. Esos dos se darán cuenta de inmediato de que estamos al otro lado de la puerta.
—Emerald... —Julian la observó y no fue necesario que le dijera nada, ella acababa de tener la misma idea.
—Lo sé. Ustedes cuiden mi cuerpo —pidió.
—¿Qué va a hacer? —Draven no entendía qué estaba pensando aquel par.
—Va a salir de su cuerpo e ir al otro cuarto, necesitamos ser su conexión de regreso.
—¿Y cómo vamos a hacer eso?
—Tenemos que tomar sus manos —respondió Julian—. Emerald aún no controla el viaje, lo hace de manera inconsciente y podría salir algo mal si no estamos los dos junto a ella.
Sin más que decir, Emerald tomó asiento en el suelo y pegó su cabeza al borde de la cama. Sus amigos se sentaron uno a cada lado y entrelazaron sus dedos con los de ella.
—Ve con cuidado —le dijo Julian y ella asintió.
Lentamente fue cerrando los ojos hasta que sintió su cuerpo liviano. No entendía muy bien cómo lograba salir de él por su cuenta, pero sí había deducido que pasaba solo cuando estaba dormida.
Al levantarse, se vio a sí misma allí sentada, su cabeza había caído hasta quedar reposada en el hombro de Julian, quien se mantuvo tranquilo mientras le pedía a Draven no soltarla en ningún momento.
Comenzó a caminar por el pasadizo hasta que estuvo en la puerta del dormitorio de los profesores. Atravesó la madera y vio a Bristol y a Greyslan conversando con seriedad justo en el centro de la habitación, Dindarrium ya se les había unido.
—¿Estás seguro de que lo oíste? —preguntó el castaño con los brazos cruzados.
—Estoy seguro, pude sentirlo en el bosque, nos está siguiendo los pasos —añadió Dindarrium con falsa calma.
—Debemos partir a Navidia a primera hora de la mañana. No podemos dejar que nos encuentre, me estoy quedando sin energía —respondió Greyslan.
—Giuseppe me entregó esto para ti. —Bristol sacó de su maletín un pequeño frasco, dentro del cual había energía que se movía de forma constante.
—No sé cuánto más pueda seguir usándolo, mira. —Greyslan se elevó la pijama que traía y allí, en medio de su pecho, se vio marcado un círculo a la altura de su corazón, las ondas que lo formaban se parecían a unas espinas que se iban cerrando—. Ha pasado mucho tiempo, mi cuerpo se está debilitando.
—Falta poco —respondió Bristol—. Piensa que Leila depende de esto, no podrá descansar tranquila si no seguimos empujando la rueda.
—Lo sé. —El guerrero desvió la mirada mientras se sentaba en la cama.
Bristol tomó asiento justo a su lado, abrió el frasco y a continuación cerró los ojos. La palma de su mano izquierda comenzó a brillar. La energía contenida dentro del recipiente se movió y se elevó poco a poco hasta situarse justo en el medio de su mano aún abierta. Él suspiró de forma calmada; un orbe de color celeste se formó y, finalmente, Bristol situó la palma sobre el pecho de Greyslan, quien durante algunas fracciones de segundo fue envuelto por un aura celeste.
—¿Mejor? —preguntó Bristol.
—Sí, muchas gracias.
Luego de que hicieran esto, cada uno fue hacia su cama. Sin embargo, antes de que apagaran la lamparilla de aceite, Bristol caminó hacia el lugar exacto donde se encontraba Emerald y la atravesó con su brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó Greyslan.
—Pensé que había alguien aquí.
—¿No puedes sentir a esa persona? —cuestionó Dindarrium.
—No, y eso es lo que me extraña. Pondré un hechizo de protección sobre toda la posada, esto permitirá disipar nuestra magia y hará más difícil que nos encuentren.
—De acuerdo.
Bristol realizó unos dibujos circulares y triangulares con una tiza en el centro del cuarto, cerró la palma y drenó toda su energía. De inmediato, el ruido exterior de la ventisca ya no se pudo escuchar más.
—Con esto estaremos bien.
Emerald salió de la habitación y regresó a la suya. Sus palmas se sentían calientes porque sus dos amigos aún la mantenían fuertemente sujetada. Tomó asiento en el sitio donde estaba y su alma entró dentro de su cuerpo.
—¿Qué viste? —preguntaron.
—Dindarrium dijo que alguien nos está siguiendo, que pudo sentirlo en el bosque.
—¿Crees que sea el causante de nuestra muerte en la visión de Eugene? —preguntó Julian.
—No lo sé, la conversación partió desde donde la dejaron, no añadieron más cosas —mintió.
Emerald no sabía si hablar o no acerca de Leila. Draven era alguien explosivo y no controlaba bien sus emociones; revelarle que su hermana tal vez estaba atrapada en algún lado podría generar que fuera y encarara a su exprometido.
—Esconden algo —añadió—, en especial Greyslan. Vi una marca en su pecho.
Julian le alcanzó una hoja de papel y ella comenzó a dibujar el símbolo como lo recordaba. Una vez que terminó, tanto Julian como Draven se observaron sin poder creer lo que estaban viendo.
—¿Estás segura de que viste este símbolo? ¿No te has equivocado en algún detalle? —preguntó el castaño.
—No, es ese, tal cual. —Ambos se siguieron mirando más que preocupados—. ¿Qué tiene este símbolo?
—En las batallas hay gente que usa... cuerpos de soldados muertos. Cuando los regresan a la vida, siempre tienen esa marca justo a la altura del corazón.
—¿Muertos? —preguntó ella sin entender.
—¿Había algo más extraño aparte de esto? —preguntó Julian.
—Bristol tenía un frasco que poseía un aura celeste en su interior. Inclusive usó su magia para meterla dentro del cuerpo de Greyslan.
—Emerald... —Julian sujetó sus manos y las apretó con fuerza—. Lo que acabas de ver no era que Bristol le estuviera dando magia a Greyslan, le estaba dando... una parte de su alma.
—¿De su alma? —preguntó ella horrorizada.
—La única forma de mantener un cuerpo que es traído a la vida es darle una gran cantidad de almas.
—¿Me estás diciendo que...?
—Greyslan en realidad está muerto —respondió Draven mientras agachaba la cabeza.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro