ж Capítulo XVIII: La orden de los caballeros. ж
Sentía el cuerpo agarrotado, muy helado; incluso podría jurar que su corazón había dejado de latir. Una extraña sensación la envolvió desde la punta de sus dedos hasta las hebras de su cabello.
Poco a poco, desde el centro de su pecho, una sensación cálida, como si se tratara de una suave caricia, comenzó a brotar. Cuando sintió el cuerpo algo más aliviado, abrió los ojos y pudo ver que Julian estaba llorando a unos centímetros de su rostro.
—¡Despertó! —Escuchó a Draven gritar y enseguida lo vio posicionarse en su rango de visión.
Antes de que siquiera pudiera decirles algo, sintió deseos de toser. Al hacerlo, una gran cantidad de agua salió de su cuerpo y por fin pudo respirar con normalidad. Draven frotó su espalda; Julian, por su parte, la sujetaba de los hombros para evitar que se cayera hacia el frente.
Pasó un largo rato hasta que su cuerpo pareció recuperar su compostura habitual, pero en cuanto Draven se dio cuenta de que ya se encontraba bien, la sujetó de los hombros y la zarandeó.
—¿¡Pero qué demonios te pasa!? —la increpó el castaño mientras retenía las lágrimas—. ¡Podrás tener magia, pero no puedes flotar por encima del agua!
Emerald aún estaba atontada, pero al observarlo se dio cuenta de que, al igual que Julian, él parecía haber estado llorando.
—Lo... lo siento —respondió ella en un hilo de voz. La garganta le dolía, al igual que los pulmones.
—Pensé que no despertarías. —Julian prácticamente se abalanzó sobre ella y la abrazó con fuerza.
Draven no tardó en hacer lo mismo. Emerald se quedó estática, sin saber cómo reaccionar.
Cuando las cosas estuvieron más calmadas, la ayudaron entre los dos a ponerse de pie. Julian sacó el mapa, que por suerte aún era legible, y junto a Draven trataron de ubicarse en medio del bosque, que ya había comenzado a tornarse cada vez más oscuro.
—Será mejor marcharnos, está a punto de anochecer —dijo el castaño. Sus dos compañeros le dieron la razón.
—¿Estamos muy lejos del punto de encuentro? —preguntó ella luego de escurrir su uniforme.
—Bastante en verdad. Correr a tropezones nos alejó del camino... —exclamó Julian, que se había situado justo a su lado.
—¿Y si volvemos a donde estábamos? —sugirió Draven y el muchacho lo observó con los brazos cruzados.
—¿Sabes al menos de qué dirección vinimos? —cuestionó.
—Bueno... creo que vinimos de allá, ¿no? —preguntó señalando al norte.
—¿Seguro? —volvió a preguntarle.
Draven observó en todas direcciones, y aunque quisiera haberle respondido con firmeza que estaba seguro, la verdad era que no tenía ni la menor idea de dónde estaban. La única certeza que tenía era que se hallaban lejos del sendero que debían seguir.
—Yo... creo. Es que, vamos, está oscureciendo y ya no puedo ver bien el suelo, la lluvia borró nuestras pisadas. Lo único que recuerdo fue que golpeé una rama con el pecho y esta terminó partiéndose.
—Creo que buscar un árbol en concreto con una rama caída va a ser un poco difícil... —murmuró Emerald mientras frotaba sus brazos.
—Lo que debemos hacer ahora es encontrar un lugar seguro para que tu ropa pueda secarse —le dijo Julian a manera de reproche, y a Draven no le quedó más que asentir.
Los tres comenzaron a caminar sin un rumbo fijo. El joven Ases trataba de leer el mapa maltrecho, pero la tarea se volvía titánica por momentos.
—Según lo poco que entiendo —dijo, al mismo tiempo que se daba vuelta para observar a ese par que lo seguía—, es probable que estemos cerca de la montaña, debería haber alguna cueva por aquí.
Caminaron en medio del frío y la noche que acababa de hacerse presente. Emerald comenzó a estornudar y Julian le entregó su pañuelo, que estaba un poco más seco, para que pudiera sonarse la nariz. Al momento de acercar la fina tela, el aroma de su colonia llenó sus pulmones y una inexplicable sensación de nostalgia la envolvió por un momento.
—¡Veo una cueva! —murmuró Draven a medida que se acercaba de manera sigilosa al frente.
—Escucha, Draven, yo iré a la izquierda, tú a la derecha. El que logre acercarse lo suficiente, observará si hay alguien dentro o no.
El castaño asintió luego de recibir la indicación y terminó escabulléndose al lado opuesto de la entrada de la caverna. Emerald se quedó esperando junto a Julian en completo silencio, tan solo se oía el ulular de las aves nocturnas.
El pelinegro observó al frente y aguardó paciente. Draven asintió con una señal de la cabeza y ambos comenzaron a avanzar con sigilo hasta estar justo a cada lado de la entrada. El pelinegro tomó un pequeño puñal que traía escondido y visualizó el interior con el reflejo que se formaba sobre la templada hoja.
—Despejado —susurró y el castaño se introdujo de forma rápida, seguido por la princesa, quien se escabulló de la misma manera—. Draven, ayúdame a cerrar la entrada. Aquí hay una piedra lo suficientemente grande.
—Yo también ayudaré —dijo Emerald y se acercó a sus dos amigos.
Antes de que taparan la entrada, Draven recolectó unas ramas y hojas para hacer una fogata, las dejó dentro y luego regresó a empujar la piedra junto a los otros dos.
Les costó mucho lograr moverla, pero por fin consiguieron tapar la ranura y dejar apenas un pequeño espacio libre por donde circulara el aire.
Al llegar al centro de la caverna, Draven hizo un montículo con las hojas y ramas y comenzó a frotar los palos para hacer una pequeña chispa, pero Julian, tras poner los ojos en blanco, extendió la palma de la mano. Cuando estuvo a punto de lanzar el hechizo, se detuvo y observó la pulsera que tenía atada en la muñeca.
—¿Qué pasa? —dijo Draven con sorna—. Oh, es verdad, tendrás que hacerlo como una persona común y corriente.
Julian esbozó una sonrisa socarrona, tomó dos palos y hierba seca y empezó a hacer exactamente lo mismo que Draven, pero, para desgracia del castaño, él logró generar una chispa más rápido.
—Fanfarrón. —Tras decir esto y ver como el otro muchacho terminaba de encender la fogata, tiró dentro de esta los palos que estaba usando.
—Quién lo diría, tú estás acostumbrado a hacer esto y yo te he ganado —contestó con sorna.
—Eres un...
—¿Quién te enseñó a encender una fogata? —preguntó Emerald con la única intención de evitar una pelea entre ambos.
Si bien al inicio Draven se había mostrado fascinado por Julian, ella lograba darse cuenta de que entre los dos había una especie de rivalidad absurda y siempre uno buscaba sobresalir por encima del otro.
—Estoy acostumbrado a acampar. Mi padre siempre me dio este tipo de entrenamiento de supervivencia —respondió él y se sentó cerca del fuego para entrar en calor—. Y al igual que ahora, siempre usaba este tipo de encantamientos. En su momento me parecía absurdo que no me dejara usar magia, pero viendo la situación en la que estamos, solo puedo agradecerle lo que hizo por mí.
—¡Achú! —Draven estornudó con tanta fuerza que se levantó por unos milímetros del suelo—. Por los dioses, me voy a enfermar como siga con esta ropa.
Y de inmediato Draven comenzó a quitársela. Emerald lo observó atónita y enseguida desvió el rostro hacia otro lado. La única persona que había visto en paños menores era su hermano, pero cuando les explicaron que por ser un niño y una niña sus cuerpos eran diferentes, cada uno empezó a mantener su privacidad.
—Eres la definición perfecta de los modales —soltó Julian mientras se retiraba la parte superior del uniforme.
En cuanto los dos estuvieron en ropa interior, dejaron las prendas cerca del fuego para que comenzaran a secarse. Emerald, a quien no le quedó otra alternativa que sentarse un poco más lejos de ellos, abrazó sus piernas. Su nariz escurría, y ambos muchachos se observaron sin entender por qué no se quitaba la ropa como ellos.
—Te vas a resfriar —le advirtió Draven luego de volver a escucharla estornudar—. No me digas que te da pena desvestirte frente a nosotros —la molestó, pero ella hundió el rostro entre sus piernas—. Vamos, somos hombres todos, no tienes por qué ponerte nervioso.
—Ya sé que somos hombres todos —aunque trataba de sonar confiada, ella simplemente no podía hacerlo—. Es solo que... no sé si me puse el camisón interno.
—Pues podrías quitarte la parte superior y comprobarlo, ¿no?
—Bien... —dijo Julian y los dos voltearon a observarlo.
Ante la mirada atenta de sus amigos, el pelinegro se puso de pie, se acercó adonde estaba ella y se sentó dándole la espalda. De esa manera, evitaba que Draven la viera. Mientras lo hacía, continuó hablando:
—Me había olvidado de que en algunos linajes no se permite que los príncipes sean vistos en paños menores por el resto.
Aunque Emerald sabía que Julian estaba mintiendo y le estaba siguiendo el juego por algún extraño motivo, agradeció que quisiera justificarla de ese modo.
—Vaya tontería, ¿no?
—Son... las reglas —respondió ella con timidez desde detrás de Julian.
—¿Y por qué tú no tuviste problemas en quitarte la ropa? —Esta vez le preguntó al otro muchacho.
—Porque en mi casa no fueron tan estrictos con ese tema. Los Ases no tenemos un linaje real ancestral, a diferencia de su familia. Imagino que a los Lagnes los instruyeron de otra forma. —Julian se encogió de hombros para restarle importancia al asunto.
Draven entonces pareció comprender la situación. Emerald comenzó a desvestirse en su sitio de forma cautelosa, protegida de la vista de ambos.
En cuanto se quitó la parte superior del uniforme, descubrió que el camisón de tela que traía debajo estaba pegado a su pequeño pecho, que por suerte aún no se había desarrollado. Luego, se quitó los pantalones y, al igual que con la parte superior, la tela estaba pegada al cuerpo de tal forma que insinuaba su entrepierna, la cual delataba a todas luces que ella no era un niño.
—Necesito... acercar la ropa al fuego —le dijo a Julian y este asintió.
—Draven, voltéate, necesita acercarse al fuego.
—Está bien —respondió el castaño de mala gana y se recostó en el suelo de piedra dándoles la espalda.
El otro joven, por su parte, se echó boca abajo mientras observaba la superficie rocosa. Solo cuando Emerald se sintió lo suficientemente segura, se puso de pie y dejó las cosas al lado de la fogata para que se pudieran secar.
Volvió a su lugar, tomó asiento y abrazó sus piernas para evitar que notaran algo que la delatara. Julian, al darse cuenta de que ella ya había regresado, volvió a sentarse, pero se mantuvo de espaldas a ella.
—Gracias —les dijo a ambos, pero en lugar de que Draven le respondiera, escuchó un ronquido provenir de su dirección.
—No tienes de qué preocuparte.
—¿Por qué inventaste lo de la familia real?
—No todos nos sentimos cómodos desvistiéndonos frente a otros. Solo lo hice para que Draven no malinterpretara la situación y esto ocasionara una nueva pelea.
—Gracias, lo aprecio mucho... Y gracias por brindarme los primeros auxilios.
—¿Qué fue lo que viste? —le preguntó—. No parecías ser tú mismo.
—¿Tuviste una visión? —Ella asintió.
—Vi a mis padres y a Cuervo cuando tenían nuestra edad.
—¿Los viste? ¿Qué estaban haciendo?
Emerald comenzó a contarle todo lo que había visto. Al llegar a la parte del encantamiento con el revelador, le mencionó los componentes que creyó reconocer: sangre de dragón, cuerno de unicornio, polvo de belladona... y la sangre de su padre.
—Él le dijo a mi madre que todas las visiones que había tenido lo habían llevado a ese sitio.
—¿Crees que la mujer ha guiado a más de tus antepasados a ciertos lugares? —preguntó Julian.
—No estoy segura, pero mi padre fue bastante enfático en que estaba allí por sus visiones.
—¿Qué es lo que querían? Los elementos que has nombrado son de criaturas que perduran en el tiempo, pero tienen la particularidad de que, según algunos hechizos, te permiten ver el futuro. Con respecto a la ofrenda de sangre, es algo que genera un vínculo y te permite ver lo que pasará con esa persona.
—Él dijo que, al ser la novena generación, debía saber si la reina volvería en la siguiente. Quería estar preparado.
—Entiendo... Bueno, es algo lógico. Después de todo, es mejor estar precavido.
Entonces, ella continuó relatándole lo que ocurrió una vez que tocó la estatua, sobre todo, acerca de los orbes de color y lo que ambos comenzaron a recitar durante su trance.
—«Un príncipe y una princesa. Uno guiará su nación a la grandeza, el otro destruirá todo a su alcance» —repitió Julian—. Te das cuenta de lo que esto significa, ¿no? —Emerald asintió levemente y él agregó—: El que asesinaran a tu hermano no fue casualidad ni algo al azar. Es probable que tú también debieras morir ese día. Quien sea que haya enviado a esos matones, deseaba quedarse con sus cadáveres para usarlos a su favor.
—Lo supuse...
—Tu hermana era la reencarnación de la reina Marie, quien debió haber sido la verdadera monarca de Delia, pero terminó siendo asesinada por su propio hermano. Quien haya robado las cenizas de tu hermana, quiere traerla a la vida para controlarla. Y es probable que haya sido el muchacho pelirrojo que viste en aquella visión.
—¿Lo crees posible? —Julian asintió.
—De hecho, tú también corres peligro, Diamond. Quien sea esa persona, va a buscar la manera de asesinarte, porque necesita otro contenedor para el alma de la reina.
—Los que salieron fueron dos orbes separados; el alma de la reina Marie quedó fragmentada.
—Y en este punto, sería muy difícil saber quién se quedó con qué parte: la bondad de la reina o su poder destructivo.
El ronquido de Draven volvió a interrumpirlos. Ambos se mantuvieron en silencio, oyendo como las pequeñas ramas eran consumidas por el fuego. El canto de las aves nocturnas provocaba que sintieran un nudo en el estómago.
Para este punto, Emerald ya no sabía ni quien era; ¿qué tal si su identidad no existía? Dentro suyo se hallaba la reina, pero no sabía qué parte exacta. ¿Sería acaso la destructiva? El poder que sus emociones generaban no era algo normal, era capaz de matar al punto de no dejar rastro alguno.
—Debemos mantenerte con vida cueste lo que cueste —dijo Julian mientras colocaba la mano hacia atrás y aprisionaba sus dedos con fuerza—. Si esa persona logra llevarte, traerá destrucción a cada reino existente.
—Tengo miedo... Temo que aquel lado destructivo sea el que termine lastimando a la gente que en verdad aprecio.
—Ya has pasado por una prueba importante: pudiste matar a Draven, pero te contuviste. No sucumbiste ante los deseos vengativos de la reina, Diamond. Debes anteponerte a ella si la situación así lo amerita.
—Jamás quise lastimarlo. Draven y tú son unos amigos muy valiosos, no me gustaría herirlos de alguna manera.
—Entonces deja de lamentarte por las cosas que pasaron y enfócate en el futuro —respondió Draven, quien al parecer acababa de despertar—. Te pido disculpas por mi actitud. Soy un tonto orgulloso y un completo imbécil. Te conozco y sé que no debí temerte; eres mi amigo, después de todo. Y por lo que me has dicho, sé por lo que estás pasando y que a veces no puedes controlarlo... Fue muy injusta la forma en la que te traté...
—Draven...
Él se puso de pie sin abrir los ojos y comenzó a caminar en dirección de aquel par. Se sentó dándole la espalda a Emerald, al igual que lo hacía Julian en esos momentos, y colocó su mano sobre la palma del pelinegro.
—¿De verdad quieres ayudarme...? —le preguntó al castaño, este asintió.
—Sí —contestó rápidamente—. Sentí mucho miedo en el lago, pensé que morirías —confesó—. No quiero volver a perder a alguien que quiero... Si algo malo llegara a pasarte, me arrepentiré toda la vida por no haber hablado a tiempo.
—La unión hace la fuerza, Diamond —respondió el pelinegro—. En esta noche oscura, le juro lealtad a tu nombre, Diamond Lagnes, de la décima generación regente en Delia, me ofrezco como tu caballero.
—De igual manera, Diamond Lagnes, de la décima generación regente en Delia, príncipe heredero al trono, yo, Draven Sallow, hijo del líder de la guardia de tu nación, me ofrezco como tu caballero y le juro lealtad a tu nombre.
—No tienes que esperar a ser rey para tener tus propios caballeros —añadió Julian con una sonrisa—. La orden ha sido formada y he de disponer todo recurso en Navidia con tal de mantenerte a salvo.
Emerald sintió por primera vez en mucho tiempo que una sensación cálida la embargaba. Se sentía por fin apreciada, que alguien en verdad se preocupaba por ella, y para una muchacha que había sido criada bajo constantes miradas de desprecio, aquella promesa que había surgido ese día resultaba algo en verdad invaluable.
***
Las criaturas del abismo sobrevolaban los cielos oscuros, algunos truenos retumbaban a lo lejos y alumbraban por fracciones de segundo la tierra árida y muerta. Los gritos de aquellos seres sonaban como cientos de personas siendo desmembradas, eran escalofriantes. En el interior de la cueva de aquel estéril lugar había una edificación subterránea dentro de la cual los únicos dos residentes de aquel territorio observaban con impaciencia un horno de barro con fuego de color azul.
—¡El cuerpo está listo! —Se escuchó decir al hombre de uñas largas al ver como la llama cambiaba al verde.
Las paredes del horno comenzaron a resquebrajarse y cuando una parte cayó, se volvió visible el ataúd de barro que resguardaba, que tenía la forma de una persona pequeña. Su acompañante, un enano de voz chillona, dio unos brincos y de inmediato tiró por encima diversas plantas que al ser calcinadas por las flamas desprendían un olor nauseabundo.
—¡Ya va a salir! —Rio con agitación mientras veía surgir una mano.
Ambos observaron expectantes como el cuerpo emergía: la jovencita de cabello corto y rubio y ojos celestes tenía la mirada perdida. Su cuerpo se quedó estático en ese sitio y el hechicero se acercó con cautela.
—Soy tu amo, Emerald Lagnes. Te ordeno que te pongas de pie y camines hacia mí —exclamó con impaciencia, pero aquel cuerpo se rehusaba a moverse—. ¡Te ordeno que te levantes! —gritó, desesperado, pero el cuerpo se mantenía igual de quieto que antes—. ¡Maldita sea! —expresó con furia y volteó hacia su ayudante.
—No entiendo qué pasó, amo. Las cenizas se fijaron bien al barro, el cuerpo se formó de manera adecuada...
El hombre caminó y lo tomó del cabello. El cuerpo lo observó por una fracción de segundo sin decir absolutamente nada. Sin embargo, al terminar de extraerlo de aquel ataúd, se dio con una gran sorpresa: aquel organismo formado desde la ceniza y el barro poseía un aparato reproductor masculino, no uno femenino, y ambos no tardaron en darse cuenta del porqué.
—Maldita perra —murmuró con rencor el hechicero mientras tiraba el cuerpo a un lado como si se tratara de un costal, el niño paseó la mirada por ambos—. Esa sucia de Agatha mintió a todo mundo. Dijo que fue su hija la que murió, cuando, en realidad, fue su otro hijo.
—Entonces el alma de la reina sigue atrapada en el cuerpo de la verdadera Emerald.
Cuando escuchó el nombre, el cuerpo del niño por fin se movió: se sentó sobre la dura superficie y entreabrió los labios.
—E... me... rald —dijo en un suave hilo de voz. Al terminar de pronunciar el nombre, su brazo comenzó a sangrar y una expresión de rencor se formó en su rostro.
—Interesante reacción —dijo el hechicero, acercándose para ver el cuerpo—. El fragmento de alma que quedó dentro de Diamond resguarda los sentimientos de rencor que posee por su hermana. —Una pequeña risa escapó de sus labios—. Diamond Lagnes, ponte de pie, soy tu amo.
Y, de forma automática, el cuerpo del muchacho empezó a erguirse, temblando. Las gotas de sangre provenientes de su brazo caían al suelo y aquel gesto de rencor se mantenía presente en su rostro.
—¿Quieres vengarte, no es verdad? —Él no dijo nada, pero su expresión lo delató—. Te ayudaré a cumplir tu deseo, te ayudaré a vengarte de tu hermana, quien te arrebató la vida y ahora anda viviendo la suya con normalidad.
El hombre materializó la imagen de Emerald, quien reía junto a Draven y a Julian.
—Este debiste ser tú. Estos debieron ser tus amigos. Pero ella se quedó con todo y te dejó morir aquel día.
La imagen de una Emerald enojada corriendo hacia el bosque, seguida por el mismo Diamond se hizo presente. A continuación, fue reemplazada por una visión de ella rompiendo de manera malintencionada el domo protector que él creó para protegerlas.
—Si tan solo ella no hubiera corrido al bosque... Si tan solo ella no hubiera deshecho el encantamiento... Si tan solo ella no hubiera huido y te hubiera dejado a tu suerte...
Y esta vez, la imagen de Emerald riendo de forma maliciosa mientras dejaba a su hermano atrás se materializó.
—Recuerda lo que sentiste al verla correr sin mirar atrás.
Y el cuerpo volvió a sangrar mientras la expresión de odio crecía cada vez más. Diamond cerró los puños, sus ojos se inyectaron de sangre y su pecho comenzó a subir y bajar.
—Recuerda lo que sentiste en el momento en el que se te arrebató la vida.
Tras oír esto, Diamond gritó; unos orbes negros emergieron de él y comenzaron a girar por toda la habitación. Al mismo tiempo, Emerald, en aquella cueva, sintió un dolor agudo y envolvente. Sujetó su brazo con fuerza y al retirar la tela, pudo observar las mismas marcas de sutura que su madre le hizo al cuerpo de su hermano el día que murió.
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