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ж Capítulo XI: No todo es lo que parece. ж

Giuseppe guio a Emerald hasta la parte trasera de su escritorio, frente a un enorme objeto ovalado cubierto por una tela roja.

El anciano se paró a su lado y tiró de la tela para que el objeto quedara al descubierto. En cuanto Emerald logró ver por completo el espejo, volteó a observar al director y, tras recibir una sonrisa de su parte, volvió a mirar el objeto.

—No tiene reflejo —le dijo y el anciano asintió.

—Es un espejo poco convencional —añadió mientras sostenía los bordes del marco de oro.

En cuanto Emerald dio unos pasos más hacia el frente, se percató de que al otro lado del espejo parecía haber unas ondas, era casi como si el agua del mar estuviera atrapada dentro y cada tanto emergiera a la superficie.

Giuseppe volvió a situarse a su lado y, de forma gentil, sujetó su muñeca y la dirigió hacia la fría superficie. Emerald vio como del otro lado aparecieron unas marcas doradas que comenzaron a bordear su mano. A continuación, el color azul del cristal se tiñó de negro y la concentración dorada que la bordeaba se dispersó en diversas direcciones, dejando únicamente la silueta de su palma justo en el centro.

—Con esto basta —le dijo y volvió a tomar la tela roja para taparlo.

—¿Por qué vuelve a cubrirlo? —preguntó con curiosidad.

—El espejo, al ser tan viejo, necesita restablecer su energía. Es por eso que entre cada estudiante dejo un intervalo de tiempo para que pueda descansar.

—¿Solo sirve para guardar las marcas de los alumnos?

—Correcto, joven Lagnes.

—¿Y es un hechizo que cualquiera podría realizar?

—Lamentablemente, en la actualidad no es posible replicarlo. —Sus cansados ojos observaron el objeto y suspiró—. Si bien hemos gozado de paz, ha habido una gran cantidad de información mágica que se perdió con el tiempo. Lo que sabemos ahora acerca de este vasto mundo mágico es solo una fracción de lo que supieron los primeros magos virtuosos.

—Director, ¿ni siquiera usted puede revelar esos secretos olvidados?

—Exacto —respondió con una sonrisa apagada—. Ni siquiera yo, con todos los años de vida que tengo y todo lo que aprendí, puedo replicar las cosas que dejaron los ancestros.

Ambos se dirigieron nuevamente al escritorio. El anciano extendió en dirección a la muchacha un cuenco repleto de dulces que estaba en medio de su mesa y ella, tímida, sujetó una mora caramelizada.

—Bueno, eso es todo por hoy, joven Lagnes —dijo mientras la acompañaba a la entrada—. Con esto ya podrá acceder a la biblioteca.

Ella asintió y antes de cerrar la puerta dio un último vistazo al espejo. Giuseppe, ajeno a lo que estaba pasando, tomó asiento en la silla del otro lado del escritorio y comenzó a leer papeles de una pila que había en él.

Draven ya la estaba esperando afuera, cerca de uno de los ventanales. Al llegar, Emerald se dio cuenta de que estaba jugando con una especie de cuerda, dándole distintas formas con sus dedos. El castaño, al darse cuenta de que ella lo estaba mirando, guardó la cuerda y alisó las arrugas de su uniforme.

—¿Y bien? —preguntó con prisa, pero lo suficientemente bajo para que no los oyeran.

—Ya tengo acceso —contestó. Draven sonrió, pero ella mordió sus labios—. Tuve otro sueño —dijo por fin y su amigo la observó con preocupación.

—¿Crees que sea prudente entrar a la biblioteca para conversar? —Draven elevó ambas cejas, ella asintió mientras miraba de soslayo hacia atrás.

Algo le decía que Julian, o alguien más, la estaba siguiendo: sentía un extraño escalofrío a la altura de la nuca, incluso traía los vellos de esa zona encrespados.

Quienquiera que fuera, quería oír lo que dijera; la biblioteca era el único lugar donde ella despejaría sus dudas. Si era el pelinegro el que venía pisándole los talones, la puerta se encendería en cuanto él pasara. Si era otra criatura, no podría ingresar.

Cuando llegaron, el enorme portón de madera negra lucía imponente frente a ellos. Algunas de las marcas que lo adornaban eran similares a las que Emerald había logrado ver en la puerta del mausoleo el día que su hermano murió.

—Alguien nos sigue —musitó bajo y Draven observó de forma disimulada hacia atrás.

—¿Sabes cómo activarla? —le preguntó su amigo y ella asintió.

—Solo tienes que colocar la palma en la superficie. Como nuestras marcas ya están añadidas, verás cómo esas líneas se llenan de luz hasta que nos den acceso.

—Fascinante...

—No quiero sonar rudo con esta pregunta pero... ¿ustedes no hacen lo mismo?

—Nosotros no podemos hacer ningún tipo de magia. —Se encogió de hombros a medida que colocaba sus brazos atrás de la cabeza—. Para que las familias conformadas por luchadores pudiéramos tener tales encantamientos, requeriríamos de la ayuda de alguien que pudiera hacer magia —sonrió divertido mientras palmoteaba la espalda de su amigo—. Pero como somos gente orgullosa y no nos gusta deber favores al resto, no añadimos ese tipo de seguridad en nuestras casas.

—¿Entonces usan candados?

—Candados, barracas, trampas, lo que sea que pueda mantener a alguien afuera. Somos ingeniosos al momento de elaborar artilugios, te sorprenderían las cosas que podemos hacer.

—Supongo que en clases aprenderé del mejor.

—¡Desde luego! —dijo con orgullo—. Verás las cosas que tengo en mente. Bien, ahora, volvamos a lo importante. ¿Solo tengo que poner mi mano, no?

—Correcto.

—¿No pasará nada malo?

—Te lo prometo.

Draven pasó saliva con evidente incomodidad. La puerta se veía intimidante. Tenía miedo, no le gustaba demasiado todo lo relacionado a la magia, pero si su amigo sentía que alguien los estaba espiando, debía ser cierto.

Inhaló una pequeña cantidad de aire y luego hizo e lo que le había indicado. Ni bien sus dedos tocaron la superficie, la puerta brilló de golpe. Aunque lo tomó por sorpresa y se sobresaltó, cerró los ojos y continuó.

La puerta terminó abriéndose y les permitió pasar. Ambos cruzaron con prisa al otro lado y aguardaron pacientemente para descubrir al que los venía persiguiendo, pero eso no pasó: las puertas volvieron a cerrarse y ni una sola persona se acercó.

—Quizás estoy siendo algo paranoico —dijo ella apenada mientras observaba al suelo—. Lo siento.

—Descuida, a veces yo también he sentido que me siguen.

Se ubicaron en las mesas del fondo y contemplaron los enormes e imponentes estantes repletos de libros. Aparentemente no había nadie, ni siquiera la bibliotecaria.

Emerald caminó hacia las repisas del tercer año, tomó el compendio de Merilov que le había mencionado Julian y agregó, además, otros libros para disimular el pesado tomo. Draven la observaba expectante, quería saber qué había soñado y que el tiempo se prolongara de esa forma provocaba que se impacientara mucho más.

Al ubicarse frente a él, abrió un libro pequeño y le entregó otro a su acompañante. Entonces comenzó a hablar. A medida que iba narrándole las cosas que había visto en su sueño, la expresión de Draven se iba transformado. Cuando finalizó su relato, Emerald sujetó algunas hebras de su ahora corto cabello y tiró de ellas hacia atrás.

—Entonces la persona que ves puede ser tu antepasado.

—Por más vueltas que le doy, no logro entenderlo, Draven.

Estaba confundida. No entendía por qué su rama se había empeñado tanto en borrar a esa reina de la historia.

—Si no hay rastro de ella es porque debió hacer algo terrible, Diamond.

—¿Al punto de borrarla de todo registro? —Él asintió—. ¿Entonces quién fue el que le usurpó el trono?

—Pudo ser un primo o algo. Tu apellido aún es Lagnes, por ende, quien tomara el cargo debió ser un familiar directo. ¿Miraste tu árbol genealógico?

—Sí, lo he visto y ella no aparece. Solo figuran los reyes con sus esposas.

—Es muy extraño. ¿Crees que esa habitación esconda algo acerca de ella?

—La vi allí dentro, aquel cuarto debió ser suyo.

—¿Ella será Cuervo? —Tras la pregunta, ella colocó los codos sobre la mesa y reposó el mentón sobre sus palmas.

—Es probable. Pude ver que poseía un poder formidable... Quizás por eso el duende le tiene tanto miedo.

—Entonces ese podría ser el motivo por el cual la borraron de tu historia. Piénsalo, rompió el sello protector y les permitió a las criaturas escapar. Si juntamos todos los sueños, quizás por eso fue decapitada.

—Lo había pensado.

—Debemos entrar otra vez a ese cuarto —afirmó Draven.

—Sí, pero esta vez debemos ser más prudentes. El duende escapó y pudo haber retornado a la escuela.

—Podríamos atraparlo otra vez.

—¿Cómo lo haríamos? —preguntó Emerald.

—Les gusta lo dulce... Podemos tenderle una trampa y tu harás esa cosa que hiciste con tu ya sabes qué la última vez.

—¿Estás seguro de que eso funcionará?

—Pues no, pero podemos intentarlo.

Draven y Emerald se quedaron un par de horas más dentro de la biblioteca. La cantidad de tomos diversos que había sobre los estantes era fascinante. Emerald descubrió aquella tarde autores de los que nunca antes había oído, y en el compendio mágico de Merilov halló información sobre hechizos reveladores. Si bien lo que descubrió estaba siendo útil, le preocupaba en gran medida que Julian hubiera recomendado ese libro en específico.

—Mira esta sección —Draven estiró el libro hasta centrarlo entre ambos y con su dedo índice señaló un párrafo en particular—: «Es posible revelar los acontecimientos de un lugar siempre y cuando se realice el siguiente encantamiento de forma correcta. Recuerda que los pasos deben seguirse al pie de la letra, de lo contrario, el encargado de realizar esta labor puede salir lastimado en el proceso».

—Esa es magia del tercer año —le respondió a Draven y él asintió.

—«Necesitas el cuenco revelador con base de oro del salón de clarividencia, un objeto perteneciente a la persona o al lugar del que deseas saber, garras de viandra hembra. Cuidado con esto, las garras de un macho pueden provocar una explo... sión... —Draven sintió como el corazón se le subía a la garganta—... ojos de cuervo blanco y, finalmente, una gota... de sangre de la persona encargada de la preparación».

—¿Te pide una gota de sangre?

—Estoy comenzando a dudar de que esto sea algo que nos ayude... —Leer sangre y explosión dentro de un mismo fragmento no le parecía una buena señal—. Mira si algo pasa o morimos descuartizados o intoxicados por algo...

—Los ingredientes que te pide no son para una poción, son para añadir en el cuenco de oro. Al parecer, esto hará un encantamiento que nos permitirá saber lo que queramos sobre algo en específico. —explicó Emerald.

—¿Y por qué pide sangre si solo es para saber algo del pasado?

—Imagino que es porque el hechizo necesita un lazo con el presente.

—No sé dónde podríamos conseguir esos ingredientes. El cuenco de oro sabemos que está en clase de clarividencia, pero el resto...

—Probablemente podrían sacarse del salón de hechicería. Y para poder entrar, necesito ser alumno.

—¿Has perdido el juicio? —Draven alejó el libro de Emerald al darse cuenta por la expresión de su rostro de que acababa de tener una idea.

—Necesito esos ingredientes.

—¿Para llevarlos a la habitación esa?

La idea de usarlo para ver la habitación era obvia, pero también podrían servirle para descubrir cómo abrir el endemoniado diario que su padre había dejado.

—Tengo que entrar a Clarividencia y Hechicería —respondió luego de una larga pausa en silencio. Draven colocó ambas manos frente a sus ojos y resopló con fuerza.

—¿Crees que es prudente? —le dijo mientras ella apretaba los labios—. Piénsalo un poco, Diamond. Nadie sabe que tienes magia, solo por eso se te permite andar por el castillo con total libertad. Si se enteraran de que puedes lanzar rayitos de colores, te moverían de clase a la fuerza.

—Sé perfectamente que pueden descubrirme, pero no pienso explotar todo el poder que tengo. Según lo que me dijo Igor, mi maestro, Hechicería puede comprender diversos encantamientos que no requieran magia. Además, el director Giuseppe me dijo que el docente evaluaría mi desempeño según mis capacidades, no según las del resto. Y en Clarividencia solo tendría que aprender a focalizar las visiones. No creo que haya demasiado misterio en eso, es normal que pueda visualizar cosas por los rezagos de magia en mi familia.

—¿Nada de lo que diga te hará cambiar de opinión, no es verdad? —Draven sonrió con resignación. Cuando Emerald le brindó una mirada pícara, suspiró resignado.

—La vas a tener difícil, te has metido solo a la boca del lobo. Estarán Trellonius y su pandilla.

—¿Y si tú también te inscribes? —Emerald observó con ojos de cachorro a Draven. Él agachó el rostro y volvió a sujetar su rostro con fuerza.

—No me gusta la magia —respondió con rapidez, pero ella volvió a observarlo de aquella forma inquietante—. Soy malo memorizando pociones... —trató de excusarse, pero ella hizo un gesto de que se despreocupara.

—Tan solo acompáñame a Hechicería... Dudo de que los engreídos esos se metan a Clarividencia. Los de familia noble lo consideran el arte mágico menos útil.

—Bien, bien. Pero más te vale ayudarme a aprobar, Diamond, no pienso perder un solo punto de mi promedio por esa clase.

—Descuida, tienes al mejor enseñándote —dijo, sarcástica—. No reprobarás, ya lo verás.

—Qué modesto.

—Es un don. —Emerald cerró los ojos y elevó el mentón, Draven rio y luego ella se le unió.

—Bien, llevémonos estos libros. Quiero estudiarlos un poco más.

—¿Nos dejarán sacarlos?

—No, pero si nos mantenemos callados, jamás se enterarán.

Emerald colocó ambas palmas de sus manos sobre el tomo más grande y cerró los ojos. Un pequeño destello tomó forma y cuando comenzó a fluir la magia bajo sus dedos, exclamó: «Reducto». Inmediatamente, el pesado tomo se transformó en uno que le cabía en la palma de la mano. Luego repitió la acción con el libro de Draven.

Al dirigirse hacia la salida, Emerald consiguió pasar con normalidad por la puerta. Sin embargo, en cuanto Draven puso un pie afuera, un extraño campo de fuerza de color rojo terminó empujándolo de regreso al interior. Cayó de bruces al suelo y el libro salió disparado. Emerald entró de inmediato para auxiliarlo.

—¿Te dije que odio la magia, no? —Comenzó a sobar su rostro, ya que la caída había provocado que una parte de su cara impactara contra el marfil del piso.

—No entiendo... ¿Qué pasó? —Emerald, luego de ayudarlo a ponerse de pie, caminó a la puerta, estiró el brazo y pudo pasar con normalidad—. Vuelve a intentar —le dijo, y él la miró como si hubiera perdido el juicio.

—¿Y si vuelve a tirarme lejos? —le preguntó.

—Es que ni siquiera entiendo por qué te empujó, no debería haber hecho eso.

Draven juntó todas las fuerzas del mundo, volvió a pararse frente a la puerta y extendió el brazo. Esta vez el campo no lo repelió.

—¿Y ahora? Esta cosa se rompió —le dijo a su amigo, pero él estaba tan enfocado mirando al suelo que no le prestó atención.

—¿Habrá sido por el libro? —se preguntó a sí misma, pero Draven alcanzó a oírla.

—Bueno, ahora no lo traigo en el bolsillo.

Ambos buscaron el diminuto tomo y, cuando finalmente lo encontraron, Emerald volvió a entregárselo. Él se acercó con lentitud a la puerta, como si esta fuese una especie de criatura peligrosa, y estiró el brazo. Para su mala suerte, volvió a pasar lo mismo: el campo de fuerza se tiñó de rojo. Sin embargo, esta vez Emerald se encontraba detrás y ayudó a amortiguar su caída.

—Esta cosa definitivamente está rota. —Draven acomodó su cabello despeinado detrás de las orejas. Emerald, por su parte, sujetó ambos libros en su mano izquierda y volvió a acercarse.

Contrario a lo esperado, ella sí logró pasar con naturalidad, el campo en ningún momento la repelió o la empujó al interior. Draven elevó ambos brazos al aire a modo de protesta, corrió a la puerta y pasó con tal velocidad que casi se estampa contra la pared que estaba enfrente.

—¿Por qué a ti sí te dejó sacar esos libros?

—No tengo la más mínima idea.

—No puede ser por las clases, estás en la misma que yo... ¿Será por los rangos? Es decir, tu familia es pura, la mía es una mezcolanza de razas.

—No creo que ese sea un dato muy relevante... Necesito más luz en estos temas. Si tan solo supiera un poco más acerca de este mundo...

Era un hecho que tenía mucho por aprender. Diamond, por haber sido el que más acceso había tenido a todo lo relacionado con la magia, era más diestro que ella. Pero al tener el compendio de Merilov a su total disposición, un abanico de opciones se abriría frente a ella.

Pero, claro, debía ser alguien discreta, tal y como había dicho Draven. La ventaja que tenía sobre el resto era que hasta los mismos profesores asumían que ella no poseía magia, por eso la dejaban vivir su vida con algo más de tranquilidad. Pero no debía excederse, si quería revelar los secretos de esas paredes antiguas, necesitaba avanzar con cautela.

***

Los días posteriores, Emerald se dedicó exclusivamente a devorar las hojas del libro: había encantamientos, hechizos, trampas y métodos para romper ciertos campos de seguridad dentro de la escuela. Le sorprendía el hecho de que tal libro estuviera al alcance de cualquier alumno. Era un libro un tanto peligroso: en manos equivocadas, podía provocar muchos problemas. Por eso era necesario que lo guardara de forma recelosa.

—¡Diamond! —escuchó como Greyslan la llamaba desde el otro lado de la puerta de su dormitorio, de forma rauda ella volvió a encoger el libro y lo guardó dentro de su bolsillo—. La ceremonia de ingreso ya va a comenzar, te estamos esperando.

—¡Voy enseguida, me estoy terminando de alistar!

Lo escuchó alejarse de la puerta, miró su uniforme color rojo encima de la cama y suspiró con pesadez. Se había acabado el tiempo de ocio de esos meses, las clases por fin habían comenzado de forma oficial. Ahora venía lo más complicado: inscribirse en las materias que no estaban diseñadas para alguien de su clase. Si bien ella ya le había adelantado sus deseos de estudiar Clarividencia y Hechicería al director, y Draven había hecho lo mismo con la segunda asignatura, los docentes de dichos cursos no tomaron muy bien la noticia.

Habían accedido, sí, pero esto fue más por la presión que sentían, ya que frente a ellos el director expresó cuán alegre se sentía de que ambos no se conformaran con las materias que les habían impuesto.

—¿Listo? —Draven asomó el rostro por el dormitorio cuando ella terminaba de abrocharse el saco rojo y negro y se acomodaba algunos de los mechones de su cabello atrás.

—Aparentemente sí.

—¿Tienes noticias de la indeseable criatura que andamos buscando? —preguntó él luego de cerrar la puerta a sus espaldas.

—Revisé la trampa esta mañana, pero la pila de dulces sigue allí. No ha desaparecido ni siquiera una sola paleta de la ruma.

—Curioso... Por lo general, no suelen resistir el olor. Los duendes tienen el olfato agudo.

—Creo que es tiempo de cambiar la estrategia, quizás a este no le guste lo dulce.

—Jamás oí de un duende al que no le gustara, pero podría ser una posibilidad.

—Debemos darnos una vuelta por la biblioteca —le dijo ella mientras se ponía justo a su lado y colocaba una mano sobre su hombro.

—Ni loco, no pienso volver a pisar ese lugar. Aún me duele la cara de la última vez.

—Tendrás que volver a entrar en algún momento, necesitas estudiar para Hechicería. —Al oír esto, su amigo palideció. Había olvidado por completo que por presión terminó accediendo a tomar esa clase.

—A veces quisiera no haberte conocido —exclamó él con seriedad.

Tras escucharlo, Emerald se quedó congelada en su sitio. Observó a Draven, pero este seguía con el gesto duro en su rostro. Inevitablemente, comenzó a recordar todas las veces que había sido rechazada y los ojos comenzaron a arderle. De solo imaginar que pronto su único amigo comenzaría a odiarla y dejaría de hablarle, le dolía el corazón.

—Pero, para ser franco, mi estadía aquí sería muy aburrida —añadió y ella alzó el rostro, Draven había vuelto a sonreírle—. Era una broma. No deberías tomar todo tan literal —acotó mientras la rodeaba con un brazo y la abrazaba—. Eres mi mejor amigo, Diamond. Me alegra muchísimo haberte conocido.

Draven salió de la habitación y Emerald apretó los puños a ambos lados de su cuerpo. Él sentía afecto por su hermano, no por ella.

Había días en los cuales sentía que debía decirle la verdad, pero la simple idea de que algo malo pasara terminaba frenándola y le impedía sincerarse de todo corazón.

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