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ж Capítulo XXX: Juntos hasta el final (II) ж

Decidió tratar de deshacerse de aquel malestar, pero le fue imposible conseguirlo del todo. Ni siquiera cuando se puso la ropa de dormir y se acurrucó bajo las cobijas afelpadas logró entrar en calor con facilidad.

Oía la brisa afuera de la ventana. Era como si todo el mundo estuviera susurrándole muy cerca del oído y ella no lograra callar aquellas voces para poder descansar.

Tras una ardua batalla, por fin cayó dormida. Lo necesitaba. Aunque la serie de sueños que tuvo en cuanto lo hizo eran de todo menos tranquilizadores.

Lo primero que logró ver fue el palacio desmoronándose. Uno a uno, los bloques de piedra cedieron y del interior las llamaradas de fuego comenzaron a surgir. Todos los bellos cuadros que había visto se fueron consumiendo hasta ser nada más que cenizas. Su corazón palpitaba de forma violenta. El sonido de un animal extraño llegó hasta sus oídos y al observar al cielo, vio a una criatura gigantesca aletear sobre su cabeza.

Oyó su nombre venir desde alguna parte lejana. Se giró y miró más allá, en dirección al pueblo. Una horda de monstruos se acercaba peligrosamente hacia donde se encontraba.

Antes de que pudiera ver nada más, un enorme estruendo la hizo saltar de la cama. Emerald corrió a la ventana y observó hacia afuera. Una enorme bola de fuego de color verde estalló contra el domo protector que Bristol y Dindarrium habían colocado alrededor del castillo.

—¡Diamond! —Greyslan entró corriendo al cuarto, traía una pechera metálica y la espada sujeta con fuerza en la correa de su cintura—. ¿Estás bien? —le preguntó.

—¿Qué está pasando? —dijo, sentándose en el borde de la cama.

—Están atacando el palacio. Bristol y Dindarrium están protegiendo la entrada, tengo que llevarlos a un lugar seguro.

Recién entonces notó que Julian y Draven estaban en el marco de la puerta. El segundo traía también una espada, aunque más pequeña, sujeta del mango.

—¿Ellos no necesitarán ayuda? —Emerald se puso de pie y caminó hacia sus amigos.
—Mi prioridad es protegerlos —dijo Greyslan mientras la sostenía de la muñeca—. Tienen las cosas bajo control.

Aunque él les sonreía para tranquilizarlos, aquello no funcionaba en ese momento. Todos sabían que quien había ordenado ese ataque estaba buscando a Emerald.

Avanzaron por el pasillo; sentían como las paredes se iban tambaleando con cada paso que daban. El estruendo que venía de afuera resultaba estremecedor. Al llegar a la primera planta, encontraron a todos los sirvientes reunidos, Debra y Anatole eran los únicos que tenían puestos uniformes de la armada de Navidia.

—Joven amo, es momento de usar los pasajes que le enseñamos —dijo Anatole en tanto que caminaba en dirección a la chimenea.

Al llegar, empujó uno de los ladrillos de piedra y una compuerta se abrió, pero antes de que los tres muchachos lograran ingresar, una de aquellas bolas de fuego verde entró por la ventana y provocó que todos volaran en diversas direcciones.

La explosión desorientó a Emerald. El chirrido en sus oídos y el humo proveniente del exterior no le permitían percibir con claridad qué estaba pasando.

—¿Estás bien? —preguntó Draven, a quien le sangraba la cabeza luego de que le cayera un escombro.

—¡Príncipe Julian! —comenzó a gritar Debra, que estaba cerca de ellos.

En cuanto el humo se disipó un poco, Emerald alcanzó a ver a Julian. Estaba un poco más lejos, resguardando a algunos sirvientes con un campo de protección. Cuando lo observó con mayor detenimiento, se dio cuenta por la expresión de su rostro que era Diómedes quien había tomado el control.

—¡Bristol, Dindarrium! —gritó Greyslan, quien al parecer había visto como sus cuerpos entraron volando por la ventana.

Dindarrium lucía completamente diferente. Sus ojos eran rojos, su piel parecía estar cubierta por una especie de plumaje y sus brazos se habían convertido en alas.

—Mierda, no esperaba que hiciera eso —dijo él mientras se sentaba con dificultad.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí, pero el tonto de Bristol se ha desmayado por protegerme.

A través de la ventana, Emerald pudo ver que una nueva bola de fuego verde se acercaba a gran velocidad. Dindarrium se puso de pie y generó un campo de protección. Greyslan volteó a observar a Diómedes y los otros sirvientes.

—¡Corran! —le gritó a ese grupo y Diómedes asintió.

De inmediato, el antiguo hechicero deshizo el campo, corrió en dirección al pasaje y tomó a Emerald del brazo para obligarla a entrar en él. Draven permaneció afuera y, tras ver que sus otros maestros estaban protegiéndolos, comenzó a arrastrar con dificultad el cuerpo de Bristol, que yacía inconsciente cerca de ellos. Pronto, Anatole se le unió para ayudarlo.

En cuanto lograron introducirlo al pasaje, Diómedes empezó a curar a Bristol con un hechizo sanador y este no tardó más de unos segundos en despertar. A continuación, enfocó sus esfuerzos curativos en Debra.

Con el siguiente impacto de una bola de fuego, Greyslan y Dindarrium corrieron. Draven dio un paso dentro del pasadizo, pero antes de que Anatole pudiera cerrar las puertas, escucharon unas pisadas metálicas que entraban desde la ventana ahora destruida. Al asomarse a mirar, vieron a una mujer acercarse paso a paso de forma pesada.

Era joven; su piel era de un tono azulado producto del frío y su cabello castaño le tapaba la mitad del rostro. En cuanto pudieron verlos, sus ojos carentes de vida les revelaron que ella estaba muerta. No era más que una marioneta.

—Leila... —dijeron Draven y Greyslan al unísono.

Al oír su nombre, ella comenzó a correr con habilidad y blandió su espada contra Greyslan, quien apenas pudo reaccionar. Se hizo hacia atrás y colocó una postura de pelea que solo ella solía tener.

—Hermana... —Draven avanzaba de manera involuntaria, Julian tuvo que sujetar su brazo con firmeza para evitar que cometiera una tontería—. ¡Leila, soy yo, Draven! —gritó, pero aquel ser ni siquiera se inmutó.
—Pelea... —Fue lo único que dijo, sus labios partidos denotaban que llevaba muerta mucho tiempo.

Nuevamente ella se lanzó al frente, Greyslan solo daba ataques defensivos. Leila en más de una ocasión estuvo a punto de cortarle la cabeza, pero Dindarrium enseguida empleaba su magia para protegerlo.

Tras una estocada diestra, Greyslan tumbó a Leila en el suelo y colocó la espada sobre su cuello. Sus manos temblaban, era incapaz de deslizar el frío metal hacia abajo.

De pronto, por el mismo lugar por el que ella había entrado, comenzaron a ingresar cada vez más cadáveres que empuñaban armas.

Draven, al observar la horda de muertos que entraba, le gritó a Greyslan que huyera. Volvió a avanzar hacia el frente, quedando algunos pasos delante de todos. Diómedes trataba todavía de frenarlo, pero el castaño, debido a la impresión de ver a su hermana en ese estado, parecía no terminar de entender el enorme problema en el que estaban metidos.

—Draven —le dijo Dindarrium, dedicándole una mirada penetrante—, Bristol y tú deben protegerlos a todos, no cometas una idiotez. —Tras decir esto, empujó al muchacho hacia atrás y él cayó sobre los otros.

Diómedes terminó de curar a uno de los sirvientes y se acercó a Draven, quien se había quedado unos segundos en el piso, desconcertado. Pero mientras se le acercaba, el castaño se puso de pie deprisa, corrió hacia la entrada y comenzó a golpear la pared de piedra.

—¡Leila! ¡Déjenme salir, es mi hermana! —gritó entre lágrimas.

Los sirvientes se observaron unos a otros. El hechicero, que ya había comenzado a perder la paciencia, caminó hasta donde él estaba, giró su cuerpo con brusquedad y le asestó un puñetazo en el rostro.

—¡Ella ya no es tu hermana! —gritó encolerizado.

—¡Es Leila! —Draven lo sujetó del cuello y este lo observó con fastidio.

—Alguien está controlando a tu hermana, mocoso tonto —dijo con desprecio mientras se liberaba de su agarre—. Quien sea que maneje su cuerpo no debe de estar demasiado lejos. Lo que buscó era separarnos, y lo ha logrado.

—¿Por qué mi hermana se ve de esa manera? ¿Por qué no me reconoce? Todo este tiempo buscamos su cuerpo... Jamás la encontramos.

—Ella fue traída a la vida porque era una gran guerrera, la mejor de todas. —Draven alzó el rostro para poder escucharlo—. Quien la ha revivido debe ser la misma persona que planeó la emboscada en la misión en la que ella participó.

—¡Tengo que liberarla! —dijo con determinación.

—¿Liberarla? —cuestionó Diómedes—. Mírate, eres patético. ¿Quieres ir afuera a morir? Adelante, ni siquiera lograste empuñar la espada cuando la viste atacar a Greyslan. —Tras oírlo, el castaño agachó la cabeza—. Quien la controla quiere exactamente eso, que tu estúpido sentimentalismo te lleve a cometer un error tras otro. De esta forma le estarás dejando todo demasiado fácil, servirás tu cuello en bandeja de plata.

—Diómedes... —susurró Emerald, queriendo aportar algo, pero el hechicero la observó con reproche.

—Eres un guerrero, mocoso. Compórtate como tal. En las misiones no puedes pararte a velar a tus muertos, eso te llevará a la ruina. ¿Quieres liberar a tu hermana? —bufó—. Entonces sobrevive a esta noche, conviértete en un adulto de utilidad y córtale el cuello al bastardo que la hizo su prisionera.

Draven se quedó quieto y apretó los puños a cada lado de su cuerpo. A continuación, limpió sus ojos con brusquedad usando las palmas de sus manos y caminó hacia donde estaba Emerald para poder ayudarla a cargar a Bristol.

—Tenemos que seguir —dijo Debra—, este pasadizo nos llevará hacia un búnker subterráneo debajo del pueblo. El rey Rugbert no debe de estar demasiado lejos, tan solo tenemos que resistir.

Comenzaron a caminar en completo silencio, los tres trataban de cargar lo mejor que podían a Bristol, pero el peso del maestro era algo que les dificultaba avanzar con normalidad y eso los estaba retrasando.

—Sigamos, es por aquí —señaló Debra, pero ni bien puso un pie al frente, el suelo cedió y todos cayeron.

Cada uno se deslizó por un pasaje diferente. Diómedes trató de transformarse en dragón para llegar a Emerald, pero una pesada roca lo golpeó y perdió el conocimiento.

Emerald siguió resbalándose. En la caída su cuerpo impactó con varias piedras que le provocaron dolor y su rostro se llenó de telarañas. Para cuando al fin visualizó el suelo, no tuvo tiempo de reaccionar, su cabeza golpeó la superficie de tal manera que terminó inconsciente.

Cuando despertó, se sintió desorientada. No tenía ni la más mínima idea de dónde estaba o cuánto tiempo había pasado. De lo único que tenía certeza en ese momento era del terrible dolor de cabeza que la embargaba.

—Emerald. —Una voz la llamó en medio de la oscuridad.

Invocó un haz de luz que le permitiera al menos ver más allá de su nariz y descubrió que Julian se acercaba a ella con la respiración entrecortada. Su ropa estaba sucia y rasgada y un hilo de sangre bajaba por su frente.

—Me alegro de que estés bien, te he estado buscando desde hace una hora.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella mientras se ponía de pie de forma dificultosa.

—Es la zona que está debajo de la bodega. Logré comunicarme con mi padre, me dijo que todos estaban bien. Al parecer los atacantes fueron retirados del palacio.

—¿Cómo lograste comunicarte con él? —cuestionó ella.

—Siempre traigo conmigo esto. —Al meter su mano en el bolsillo, sacó un pequeño cristal—. Me ayuda a contactarlo. Por lo general, usamos la chimenea.

—¿Quiénes fueron los que atacaron?

—Criaturas del abismo. La persona que las estaba controlando se hizo atrás en cuanto mi padre llegó. Si no hubiera sido por él, todo se hubiera desmoronado.

Tanto Emerald como Julian siguieron caminando en medio de la penumbra. Se sentía demasiado mal, la cabeza le estaba doliendo y los escalofríos aún no desaparecían por completo

—Por aquí. —Julian extendió la palma de su mano y de esta emanó una energía oscura. Una pequeña compuerta se abrió hacia arriba.

Al subir, Emerald vio un lugar muy diferente al palacio. Lo que más le llamó la atención fue que en medio de ese gran espacio había un féretro protegido por un escudo, y Rugbert se encontraba justo al frente, observándolo con atención.

—Bienvenida, Emerald —soltó el rey mientras ella se posicionaba detrás de él.

Por un momento le resultó extraño que la llamara por su nombre, pero entonces recordó que tanto Rugbert como su padre sabían quién era ella en realidad. Al menos eso era lo que decía el diario.

Ella observó al ataúd y sintió que su cuerpo reaccionaba a este. Cuando comenzó a acercarse de a poco, el campo protector que lo rodeaba se desestabilizó.

—¿De quién es el féretro? —preguntó ella.

—Del segundo mago más poderoso que alguna vez vivió en este mundo —respondió Rugbert.

Emerald había comenzado a sentirse peor. Era como si su cuerpo de alguna manera le estuviera diciendo que algo no estaba del todo bien.

—Te contaré una historia —acotó el rey en medio del silencio—. Después del descenso de la reina Marie, todos los reinos comenzaron a estancarse. Ya no había nuevos hechizos, ya no había avances significativos. Navidia era el único reino que, pese al castigo que estaba sufriendo, seguía emergiendo. Pero, desde luego, esto no era del agrado de los demás reyes.

»Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que al fin naciera alguien capaz de movilizar otra vez a la sociedad. Cornellius Lagnes, el hijo predilecto de Delia, el más hábil de todos los virtuosos. Pero había un problema con él: era el heredero de un traidor, de un sucio individuo que robó el trono por su propia ambición.

»Claramente, al ser heredero de August, Cornellius era un ser curioso. Y fue esa misma curiosidad la que provocó que Marie volviera a la vida.

»Él tenía dos opciones: vivir y no tener descendencia, entonces los Lagnes morirían con él, o continuar con su vida y traer otra vez a la vida a la mejor reina que tuvo este mundo. La única mujer que fue capaz de gobernar con gracia y belleza cada faceta de la magia.

Emerald comenzó a alejarse de Rugbert, pero al ver de soslayo, se dio cuenta de que Julian aún se mantenía allí.
—Sin embargo —continuó el rey—, quien vendría no sería en verdad la persona majestuosa que ella alguna vez fue. —Rugbert volteó a observar a Emerald y esta no pudo evitar sentir miedo al ver su mirada—. Una Lagnes, sí. Pero el alma de aquella Lagnes opacaba a la de Marie. Tu propio espíritu fue el que impidió que ella regresara completamente a la vida.

Emerald se dio la vuelta para comenzar a correr, pero antes de que pudiera dar un paso más, la voz de Julian la detuvo.

—¡Aprisionae! —Ella cayó al suelo, sujeta con fuerza por unas ondas de energía negras—. Pobre Emerald, siempre tonta, siempre ingenua.

Julian la observó con total repulsión. No pudo reconocerlo en ese momento. Trató de descifrar con quién hablaba, pero aquella simple tarea se le hizo imposible. No se trataba de Diómedes ni mucho menos de Julian, era otra persona. Debía tratarse de otra persona.

—Quítate ya esa sucia apariencia. —En cuanto él se acercó para retirar el medallón, supo quién era en realidad.

No sintió aquella descarga que solo Julian le provocaba cuando su mano la tocó. Y, además, solo una persona sabía acerca de ese medallón.

Mutatio. —Tras estas palabras, la apariencia de Julian se fue desvaneciendo para dejar, en cambio, a su hermano Diamond, quien la observaba con una ira incontenible.

—¿Hermanito? —Su voz salió entrecortada. Diamond, luego de escucharla, le escupió el rostro. Ella se quedó estática, sin saber qué decir.

—Vámonos —respondió el falso Rugbert mientras se acercaba a ellos—. El show está por comenzar.

La llevaron hasta una plataforma, y una vez que los tres estuvieron encima, esta comenzó a subir hasta dejarlos en un bodegón. El estruendo de la puerta rompiéndose hizo que Emerald cerrara los ojos. Las paredes de la bodega temblaron y un gigantesco animal con alas entró en medio de una cortina de humo.

—Vámonos, Diamond.

Y como si se tratara de un simple costal, tiraron a Emerald encima del lomo de aquella criatura. Diamond se quedó justo detrás de ella y el sujeto, que hasta ese momento no había mostrado su verdadera apariencia, fue al frente.

Al sobrevolar Navidia, ella logró ver que todavía estaban atacando el pueblo. Los tejados estaban envueltos en llamas y unos enormes monstruos correteaban a la gente para devorarla. Los soldados corrían al ataque y combatían con bravura, pero la pelea parecía bastante perdida.

—¿Por qué hacen eso? —preguntó ella llorando; de inmediato, observó a su hermano, pero no vio ni una pizca de compasión en sus ojos—. Déjenme ir, se los ruego.

—Cierra la boca. —Diamond le propinó un golpe en la boca del estómago, del que ella tardó en reponerse.

—¿Por qué me haces esto, hermanito? —Desconsolada, trató de apelar al hermano que amó tanto, pero fue en vano. El Diamond que ella alguna vez quiso no estaba allí.

La criatura del abismo voló por las montañas hasta llegar a un edificio deshabitado. Ella enseguida lo reconoció como el palacio donde Marie había perdido a su hijo.

El animal aterrizó con destreza, tomaron a Emerald y la hicieron entrar. En medio de lo que parecía ser la sala, había dos tinas de metal con agua de color verde dentro. Una vez allí, la tiraron dentro de la bañera. Ella seguía intentando moverse, pero era imposible que pudiera zafarse del hechizo que había realizado su hermano.

—Ahora, Diamond, recuéstate sobre la otra tina para que podamos comenzar.

—Sí, maestro —respondió él con severidad. Emerald lo observaba, pero poco a poco había comenzado a adormecerse producto de la mezcla en la que se encontraba.

—¿Qué planean hacerme? —preguntó mientras se removía con la poca energía que le quedaba.

—Regresar el alma completa de Marie a este mundo.

El sujeto se colocó justo en medio de ambos y por fin reveló su verdadera apariencia. Se trataba de un anciano, el mismo que Emerald había visto en aquel sueño entrenando a su hermano.

—Los dioses, envidiosos de tu poder, te condenaron —comenzó a recitar y las tinas verdes comenzaron a brillar—. La gente de tu propio pueblo prefirió creerle a un usurpador. —El agua empezó a arremolinarse justo debajo de sus cuerpos, Emerald ya no podía respirar con facilidad—. Marie, diosa de la oscuridad; Marie, reina de las artes que fueron olvidadas ya, regresa. Vuelve a este mundo y erradica a toda la descendencia corrupta que coronó a un farsante y traidor.

Emerald vio como de su cuerpo fueron emergiendo uno por uno unos orbes morados para finalmente dirigirse hacia Diamond. Cada vez que un fragmento del alma entraba en su cuerpo, este comenzaba a brillar, y cada vez que una parte salía del cuerpo de ella, sentía como la vida se le iba escapando.

—Es tu momento, es el tiempo de la purga, es tiempo de que regreses —gritó mientras alzaba los brazos al cielo—. Toma el cuerpo que te estoy entregando y úsalo como tu caballero para que blanda tu espada y en tu nombre tome venganza por lo que te hicieron pasar.

Emerald sintió que su vista se hacía más y más borrosa. Las imágenes de sus amigos, de sus maestros y de los divertidos momentos que había tenido en la escuela fueron pasando frente a sus ojos. Dolía. Pero al menos el hecho de que Julian y Draven se encontraban a salvo lograba calmar su dolor.

De pronto, oyó la voz de un hombre que generó que abriera otra vez sus ojos: «Hija mía, di mi nombre», y la petición hizo eco en su mente.

Abrió la boca para llamarlo, pero era imposible, se encontraba demasiado débil para hacerlo.

—¡Pyro! —Escuchó que alguien gritaba y una brisa de fuego alcanzó a la criatura alada que los estaba protegiendo.

El animal blandió las alas y emitió un alarido. El anciano observó hacia el frente y vio acercarse hacia ellos al rey Rugbert, Dindarrium, un malherido Bristol y Greyslan, quien también tenía varios cortes sobre el rostro.

—Tontos, no podrán detenerme.

El anciano caminó hacia ellos y de sus palmas emergió una onda de poder. Muchas almas comenzaron a llegar desde diferentes partes de Navidia y fueron revitalizando su cuerpo, dándole más movilidad.

Greyslan fue el primero en lanzarse al ataque, empuñando la espada con destreza; Bristol y Dindarrium le brindaban apoyo desde atrás cuando veían que el anciano lanzaba un hechizo tras otro. Rugbert corrió por el lado derecho, esquivando los encantamientos, para tratar de liberar a los dos hermanos. Al darse cuenta de esto, el anciano, astuto como era, hizo que una silueta emergiera del suelo. Era Amelie, la amada esposa del rey. Su apariencia demacrada producto de la putrefacción hizo que él se detuviera de golpe.

—¡Está jugando con tu mente! —gritó Bristol—. No lo dejes entrar.

Rugbert extendió la palma de la mano y emitió una onda de rayos dorados que desvanecieron por completo a su esposa. Lo que quedó en su lugar fue un monstruo de cuerpo negro y una sonrisa enorme.

—Disfrutaré haciéndote pedazos —dijo mientras con su enorme lengua relamía sus amarillentos dientes.

El rey comenzó a pelear contra aquel ser. El que tomara la apariencia de su esposa había sido la gota que derramó el vaso. No solo estaban atacando su reino, sino que también habían puesto en peligro la vida de su hijo.

Emerald, todavía en la tina, sentía como de a poco la energía se le estaba acabando. Los párpados le pesaban y su corazón ya había comenzado a latir más lento.

—¡Destructo encantatium! —Un pequeño dragón negro apareció en cuanto el conjuro fue lanzado. Este se posó en el suelo y se transformó en Julian.

El anciano trastabilló y cuando bloqueó el ataque terminó golpeando la tina donde se encontraba Emerald. Un poco del líquido verde se escapó y solo en ese momento pudo sentir que poseía más movilidad.

—¡Cornellius Lagnes! —Fue lo primero que dijo en cuanto pudo hablar, con un grito lo suficientemente fuerte para que hiciera eco en las ruinas y el bosque.

Un haz de luz proveniente del palacio de los Ases apareció y se elevó hasta el cielo. Cual meteorito, el rayo llegó hasta donde ellos se encontraban. Un hombre de armadura apareció cuando la luz comenzó a disiparse. Se trataba de su padre, era nada más y nada menos que el mismo Cornellius, quien empuñaba entre sus manos a Silky, su espada.

—¡Sucio Lagnes! —El anciano dirigió sus ataques hacia Cornellius, pero su espada repelía cada encantamiento.

—Lamentarás esto —respondió mientras se acercaba despacio hacia él.

Julian aprovechó esto para correr hasta donde se encontraba Emerald. Ella estaba demasiado débil como para poder moverse por su cuenta, había usado toda su energía para gritar el nombre de su padre.

En cuanto su amigo llegó, se apoyó con suavidad en él, pero antes de que lograra salir del todo de la tina, Diamond se sentó y lanzó hacia Julian un hechizo que cortó la oreja donde tenía el pendiente. La piel se partió por la brusquedad con la que esta fue arrancada y la sangre no tardó en esparcirse por su cuello.

—Largo de aquí, sucio Ases.

—Te arrepentirás de eso —dijo Diómedes, dedicándole una sonrisa psicótica.

Diamond comenzó a pelear con Julian y la cantidad de hechizos que ambos generaban era algo sorprendente. El rubio usaba la fuerza de la cautiva Marie, que si bien no estaba del todo completa, todavía era muy peligrosa, mientras que Julian empleaba el poder de Diómedes, quien sabía cómo contrarrestar cada hechizo de su amada.

Emerald reposaba a un lado, sentía el cuerpo helado y sus músculos no reaccionaban. Tenía demasiado sueño. Intentaba abrir sus párpados, pero volvían a cerrarse. Las voces y los estallidos de los impactos de magia habían comenzado a escucharse cada vez más lejanos.

En medio de aquella confusión, escuchó que los arbustos se movían a su derecha. Viró sus ojos hacia allí y en medio de los escombros del palacio destruido vio una silueta negra aparecer y acercarse hacia ella.

—Voy a sacarte de aquí, no te dejaré morir —susurró Draven mientras se aseguraba de que los demás no lo observaran.

Trató de ser muy discreto. Para su fortuna, todos estaban tan enfrascados en sus peleas que ni siquiera repararon en su presencia. Arrastró el cuerpo de Emerald entre las piedras y los cascotes hasta introducirla dentro del bosque. Colocó su brazo alrededor de sus hombros y comenzó a caminar, Emerald arrastraba ligeramente los pies.

Intentaba alejarla lo más posible de la batalla, pero no podían avanzar demasiado rápido. Draven le hablaba para evitar que se durmiera, pero aquella tarea estaba siendo mucho más difícil a medida que pasaban los minutos. El frío estaba haciendo mella en su cuerpo, cada vez la sentía más helada.

—Tengo sueño —dijo, y Draven la zarandeó un poco para despertarla.

—No te duermas —le pidió. Se sacó el abrigo y se lo puso encima; sentía que hasta los huesos se le congelaban, pero no le importaba, quería ayudarla a como diera lugar—. Cuando lleguemos podremos entrar en calor, solo sigue hablándome, no te duermas.

Oyeron un estallido detrás y ambos voltearon para ver qué era lo que había pasado. Observaron como algo parecido a una estrella fugaz verde impactaba en el lugar donde los demás seguían peleando. No pasó mucho para que el animal alado alzara el vuelo y desapareciera en medio de un portal rojo.

Algo, bueno o malo, había llegado a ese lugar, pero Draven no podía darse el lujo de regresar y ver de qué se trataba. Necesitaba llevarla a un lugar seguro donde pudiera encender alguna fogata.

Se apresuró a darse vuelta y continuar, notaba que Emerald cada vez se le iba más y más. Tan solo dieron otros diez pasos antes de que ella cayera a la nieve. El muchacho no pudo sostenerla, así que también cayó al suelo con ella.

—¡Despierta! —gritó al mismo tiempo que la giraba para ver sus labios casi azules—. ¡No puedes morir!

La abrazó para que entrara en calor, pero su mismo cuerpo estaba casi tan helado como el de ella. Impotente, Draven comenzó a llorar y la apretó contra su pecho. No quería que Emerald muriera, era su mejor amiga. Pese a que al inicio le había mentido, supo entender las circunstancias por las que lo hizo. Si él hubiera estado en su lugar, hubiera hecho lo mismo.

—Te quiero... —exclamó mientras sus dientes castañeaban—. Eres mi mejor amiga, estoy feliz de haberte conocido.

Draven ya se había rendido. Si iban a morir, al menos quería que ella supiera cuánto la quería. No deseaba que partiera sintiéndose sola, como siempre lo estuvo.

—Hiciste un gran trabajo —oyó que le dijeron. Al alzar el rostro, vio a Cornellius parado frente a él.

El rey emitía un aura amarilla que fue derritiendo la nieve que estaba cerca de ellos. En ese mismo momento, tanto él como Emerald empezaron a entrar en calor. Cornellius le sonrió y él entendió eso como una señal de que debía dejar a su amiga en el suelo, así que lo hizo. El rey acarició el rostro de su hija con ternura, pero también con profunda pena y dolor.

—¿Morirá? —preguntó Draven sin dejar de llorar, Cornellius negó con la cabeza para tratar de tranquilizarlo.

—No, llegaste justo a tiempo —dijo ante su pregunta mientras apretaba el hombro del muchacho—. Gracias por esto.

Cornellius colocó su espada justo a la altura del pecho de Emerald e hizo que sus manos la sujetaran. Ella entreabrió los ojos y observó bien a su padre por primera vez en toda su vida.

—Papá... —susurró.

—Hiciste un gran trabajo, hija mía. —Tras decir esto, depositó un beso en su frente que expandió el calor por todo su cuerpo—. Puedes descansar por ahora.

Emerald cerró los ojos y se quedó profundamente dormida. Cornellius colocó ambas manos sobre la espada y una corteza de hielo comenzó a formarse, envolviendo a la muchacha de los pies a la cabeza.

—Seis años —dijo en tanto se ponía de pie.

—¿Seis años? —Draven veía como su amiga poco a poco se iba cristalizando hasta quedar cubierta por completo por aquel material transparente.

El cuerpo de Cornellius estaba empezando a desmaterializarse. El polvillo dorado que se iba formando se unió a unos orbes del mismo color y fueron entrando dentro del cristal hasta introducirse en el cuerpo de Emerald.

Los demás no tardaron en llegar a donde ellos se encontraban, incluida Agatha, quien observó a su esposo, que estaba allí de pie.

—Cornellius... —lo llamó sin poder creer que en verdad él estuviera ahí delante.

El rey volteó y observó con reproche a la mujer mientras negaba con la cabeza. Emitió un suspiro, pero no le dijo nada. Volteó a mirar a su hija y antes de desaparecer por completo, les sonrió a sus amigos, que estaban un poco más atrás. 

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