Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ж Capítulo XXI: El pecado de la reina (II) ж

Emerald pudo ver a la reina alejarse del resto. No comía, no dormía y a todas horas lloraba. Los días pasaban y su rostro se iba demacrando cada vez más, y aunque el hermano de Marie venía constantemente a tratar de que ella se pusiera de pie, poco o nada podía hacer para animarla aunque sea un poco.

—Marie, debes comer algo.

El rubio, luego de dejar un plato de sopa sobre una cómoda de madera, caminó hacia los grandes ventanales y corrió las pesadas telas de color rojo. De inmediato, la luz inundó toda la habitación, provocando que Marie se encogiera aún más y se tapara la cabeza por completo.

—A Diómedes no le hubiera gustado verte de esta manera. —Su hermano caminó al borde de la cama y la palmeó por sobre las telas. Ella se removió, incómoda, y tomó asiento.

Recién en ese momento Emerald pudo ver el estado real de Marie. Su rostro estaba hundido a la altura de los pómulos y sus mejillas, empapadas. Su mata de cabello negro estaba grasosa y se dividía por mechones que caían sobre su rostro mientras sujetaba con fuerza el camisón de dormir de su amado. Su aspecto era deplorable; quien la viera no podría pensar que era una reina, parecía más la loca del pueblo.

August suspiró y se acercó un poco más.

—Estás hecha un desastre —le dijo, y ella agachó la mirada—, no puedes permitir que alguien te vea en este estado, Marie.

—¿Qué más da? —respondió con la voz entrecortada—. Por mi culpa ha muerto la única persona que me ha amado en toda mi vida...

—Yo también te amo. Diómedes no ha sido la única persona que lo ha hecho. —August sujetó sus delgados dedos y vio que ella se había mordisqueado las uñas al ras de la piel e incluso había logrado hacerse heridas en los lados—. Eres mi hermana, no me gusta verte así.

—¿Cómo seguiré mi vida sin él? —preguntó—. No sabes... Por las noches, imagino que él viene y me da un beso. Siento que me abraza, lo oigo decir mi nombre... Me dice que pronto volveremos a estar juntos.

—Marie, debes seguir tu vida como antes de conocerlo. —August agachó el rostro y volvió a suspirar—. No tengo experiencia en el lado amoroso, pero cuando nuestros padres murieron me sentí de la misma manera: triste, vacío, sin saber qué hacer. Sin embargo, volví aquella tristeza mi fortaleza y continué adelante.

Marie derramó unas cuantas lágrimas y August la apretó contra su pecho. Su hermano depositó suaves besos sobre su cabeza y, luego de separarse unos centímetros, sonrió.

—Eres la mujer más fuerte que conozco —le dijo—. Es terrible lo que le pasó a Diómedes. Pero estoy seguro de que, de alguna manera, aquella entidad que sientes por las noches es él tratando de decirte que sigas adelante, ¿no lo crees?

—No lo sé... —respondió en un hilo de voz.

—Estoy seguro de que es así, Marie.

Su hermano se puso de pie y estiró la mano en su dirección, Marie observó vacilante los dedos y, al fin, estiró la palma hacia él. August la ayudó a pararse y fue su apoyo hasta que llegaron a los baños. Allí dentro, lavó su cabello con calma, sin importarle que estuviera mojando su cara ropa elaborada especialmente para él. Marie cerró los ojos y, mientras dejaba que su hermano la consolara de esa manera, no pudo evitar llorar cada vez que el agua resbalaba por su frente en dirección a sus ojos.

Desde donde se encontraba, Emerald vio como el tiempo comenzaba a pasar y los mesesse sucedían. Siete años después de la muerte de Diómedes, Marie se había transformado de aquella muchacha frágil a una mujer con temple, fría y desconfiada. Y siempre estaba acompañada por August, quien seguía siendo su mano derecha.

Marie no volvió a comprometerse. En cuanto un noble o rey iba a pedir su mano en matrimonio, era enviado a realizar tres tareas imposibles, y al ver el fracaso que resultaban sus misiones, terminaban desistiendo de la idea de formar una familia con ella. August, sin embargo, era otro problema. Cada cierto tiempo insistía en que ambos debían ser los reyes y debían comprometerse, ya que él era el único que la amaba de forma incondicional y que jamás la lastimaría.

Marie lo seguía rechazando porque no quería seguir con las tradiciones enfermizas de tantas generaciones de su familia, algo que a él no le sentaba muy bien. Y pese a eso, luego de cierto tiempo volvía a insistir.

El lapso de tiempo continuó su curso. Marie se mantuvo sola y August se comprometió con Ginna Cinara, su antepasada. A partir de ese momento, Emerald sintió que una energía la impulsaba con velocidad más adelante. Las imágenes pasaban tan rápido que no podía verlas, mucho menos podía escuchar algo completo. Era como si faltaran fragmentos que, por alguna razón, ella sentía que eran importantes.

Para cuando la imagen se detuvo, se halló a sí misma dentro de la espesura de un bosque. Allí se encontraba también Marie, pero no estaba sola, a su lado había un hombre que, al parecer, acababa de decirle algo importante por la expresión que la reina traía. Ella llevaba su armadura de batalla, la cual estaba manchada con ceniza. En su brazo derecho se podía ver un vendaje: en apariencia, su acompañante la había ayudado a sanar aquella herida.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? —preguntó Marie con la voz temblando.

—Junto a ti, como siempre lo estuve... —respondió aquel hombre con tranquilidad en tanto observaba al suelo. Al alzar la vista, esbozó una sonrisa melancólica que generó una calidez dentro del corazón de ambas.

El muchacho era del mismo tamaño que Marie, de piel blanca y cabello castaño, y si bien sus ojos al inicio eran negros, en cuanto agachó la mirada y volvió a observar a la reina, estos se tornaron verdes como una esmeralda.

—Diómedes —dijeron ambas al unísono—. Pero no entiendo... ¿Cómo es que tú...?

—Fue gracias a ti que pude salvarme. —La abrazó con fuerza y ella dejó caer a Silky, su espada, a un lado—. Si tú no hubieras elaborado ese hechizo hace ya tanto tiempo, hubiera desaparecido de este mundo.

—Yo te maté... —dijo ella con la voz entrecortada—. Fui yo quien te asesinó aquel día...

Marie se separó y comenzó a llorar, tiró de su melena hacia atrás y se recostó sobre un tronco. Él se le acercó y acunó su rostro, obligándola a verlo mientras negaba repetitivamente con la cabeza.

—Escúchame, Marie, tú no me asesinaste. Yo ya estaba muerto cuando mi cuerpo fue colocado en la entrada de esa cueva. —Tras decir esto, él guardó silencio y esperó la respuesta de su amada.

Tal revelación sorprendió no solo a Marie, sino también a Emerald, quien aún permanecía en la forma de un orbe de luz que flotaba en el aire. Tratar de procesar aquellas palabras era en verdad difícil. Por más que la reina trataba de ordenar sus ideas para dar una respuesta clara, le resultaba imposible. Durante todos esos años había creído ser la causante de su muerte, durante todo ese tiempo se despertó por la noche llorando, pidiéndole perdón.

—Cuando nos separamos, corrí hacia el lado contrario y me deshice de todos los monstruos que quedaban, pero tenía que tomar un descanso. Uno de ellos había mordido mi brazo y sentía el veneno correr por mi torrente... —Conforme hablaba, el rostro de Marie se iba descolocando cada vez más y más—. Encontré una cueva donde podía esconderme, pero antes de poder entrar por mis propios medios, sentí que una fuerza me impulsó hacia adentro. No me percaté de quien era hasta que me encontraba en el suelo con todos los huesos rotos... Fue August. August usó un hechizo cuando estaba con la guardia baja, él me asesinó.

Marie cayó de rodillas al suelo; Diómedes se agachó hasta estar a su altura y volvió a hacer que lo mirara. Ella negaba una y otra vez con la cabeza. Recordaba que su mismo hermano había sido quien la consoló durante todos esos años en los que ella se sintió morir. Jamás se le habría cruzado por la mente que aquel lobo disfrazado de oveja hubiera sido quien asesinó a su prometido.

—Antes de que lograra darme el golpe final, logré desprender mi alma de mi cuerpo. Él se dio cuenta, pero no podía hacer nada para frenarme, ya que no sabía cómo capturar mi esencia. —Tras una breve pausa, continuó—: Algunos soldados más entraron a la cueva, entre ellos estaba Razer Sallow, el maestro titiritero, quien introdujo su magia dentro de mi cuerpo y comenzó a moverme. Me llevó hasta el lugar donde tú lanzaste el hechizo para protegerte. Fui a verte esa misma noche... —Diómedes la besó como si fuera la primera vez—. Esa noche después de mi muerte y todas las que siguieron estuve a tu lado, en tu habitación. Sé que me sentías y no sabes cuánto gritaba para que me oyeras, pero jamás logré que me escucharas.

—Todo fue planeado...

Emerald se dio cuenta de que Marie sentía la sangre hervir dentro de su cuerpo. Estaba descontrolada, había confiado ciegamente en su propia sangre y él había jugado en su contra por su ambición.

—Necesitamos actuar de manera inteligente a partir de ahora. —Él entrelazó sus dedos con los de ella—. Si August se da cuenta de quien soy, es capaz de destruir este cuerpo, y no lo hará solo, Ginna será parte de todo esto.

—Sin pruebas me será difícil encarcelarlo y juzgarlo por traición.

Y aquello era verdad. Emerald era consciente de que si condenaba a su hermano a la ejecución pública, Marie se echaría la soga al cuello: estaría yendo en contra de todas las reglas existentes entre miembros de la realeza.

—Necesitas que Razer Sallow y Giuseppe de Lombardi confiesen. Ellos estuvieron allí ese día, Marie.

—¿Giuseppe también formó parte de todo esto? —preguntó.

—Fue obligado por Sallow, lo amenazaron. Dijeron que si no colaboraba, asesinarían a sus padres. Es apenas un niño que acaba de entrar al ejército... No culpo a Giuseppe de lo que me pasó, fue el único que pude sentir que estaba en contra de todo esto.

—Sallow lleva desaparecido desde hace un año —respondió Marie—, me tomará meses buscarlo sin que August se entere.

—Hay que ser cautos con todo esto. Él y Sallow serán quienes al final jueguen las piezas a nuestro favor.

Antes de que pudiera seguir escuchando más de la conversación, Emerald volvió a ser movida con brusquedad hacia el futuro. Acababa de darse cuenta de que su linaje estaba manchado con sangre. Su ancestro August, quien de forma injusta era llamado el Piadoso o el Liberador, no había sido más que un asesino codicioso, y ella formaba parte de ese linaje corrupto. Su familia no merecía tener la corona. Ni su madre ni ella. Su ancestro le había arrebatado la felicidad a su propia hermana con tal de obtener el poder para sí mismo.

Cuando el tiempo volvió a correr con normalidad, Emerald se encontró frente a un palacio que estaba ardiendo en llamas. Desde su sitio, oía los gritos de la gente que provenían del interior, e incluso creyó escuchar con nitidez el llanto de un bebé.

—¡No! —Al voltear vio a Marie, quien era contenida por una sirvienta.

Ella llevaba una bata manchada de sangre. La mujer que la sostenía impedía que se metiera dentro del edificio ardiente, y por más que ella trataba de soltarse, no tenía la fuerza necesaria para poder siquiera pararse.

—¡Mi reina, no podemos hacer nada! —gritaba la mujer, quien también lloraba.

—¡Déjame ir, aún poseo magia, puedo salvarlo!

Marie se puso de pie como pudo, pero tras dar dos simples pasos, volvió a caer de cara al suelo. Su rostro se raspó con algunas ramas que había allí, pero ni las magulladuras provocaron que ella quisiera detenerse.

—Mi reina, no puedo dejarla ir. Ya no se puede hacer nada, él acaba de morir...

Marie gritaba cada vez más fuerte, dentro del palacio se escuchaban los alaridos de los sirvientes que pedían ayuda al ser alcanzados por las llamas. La mujer volvió a sujetarla, pero en cuanto logró alzarla, las enredaderas negras de su cuerpo comenzaron a consumirla. La piel nívea fue oscurecida por la mata negra y todo a su alrededor empezó a morir. La sirvienta se desintegró al entrar en contacto con el aura morada que emanaba de su cuerpo y Marie siguió gritando sin poder controlarlo.

Un rayo de color rojo salió despedido al cielo, y en ese momento la nieve comenzó a caer por toda la nación. Marie estaba tirada en el piso, sujetando su cabeza mientras gritaba aún más fuerte, y los copos de nieve no tardaron en consumir toda la vegetación verdosa que la rodeaba. Las llamas que hasta hacía poco habían consumido el palacio se fueron apagando, y cuando el fuego cesó, ni un solo ruido se filtró en el ambiente.

La pelinegra ingresó a lo que quedaba de la construcción y recorrió los caminos de madera calcinada; quemaba, pero no le importaba estar descalza. Ahora ella no era más que un ente oscuro corroído por la magia negra que siempre habitó dentro de su ser. Acababa de perder la batalla contra aquella oscuridad a la que siempre había combatido.

Los cadáveres incinerados de sus sirvientes más leales estaban por todo el suelo, ennegrecidos y con la piel carbonizada, y cada vez que Marie daba un paso más hacia adelante, sus ojos comenzaban a inyectarse de sangre.

—Vuelvan a descansar... gracias por todo —murmuró, y los cuerpos se volvieron ceniza que terminó elevándose al cielo.

Escalón tras escalón se dirigió a los dormitorios. Llegó a uno que estaba muy alejado de todo, donde vio los muñecos destruidos emanando humo. Se acercó a la cuna, en la que encontró los pequeños huesos envueltos en la manta que acababa de hacer para él. Marie sujetó la pequeña osamenta y la aprisionó contra su pecho, pero al hacerlo, al igual que con sus sirvientes, ese cuerpo se empezó a disolver cual ceniza en el aire.

—Pagarán por lo que hicieron —dijo ella al tiempo que volvía a emanar aquella energía oscura—. Les haré sentir aún más dolor del que me causaron...

Marie volteó y observó directo a Emerald, quien volvió a tener su apariencia actual. Caminó con lentitud hacia ella, llorando sangre. Emerald, a diferencia de la primera vez, no sintió miedo; al estar ahora ambas conectadas podía sentir todo aquel dolor que Marie cargó hasta el día de su muerte.

—Busca la memoria faltante, de lo contrario, no podrás saber toda la verdad... —Marie tocó la frente de la princesa y ella salió disparada al cielo. Solo en ese momento se dio cuenta de que aquel territorio que acababa de ser congelado era la capital de Navidia.

***

Emerald despertó y comenzó a llorar. Observó el entorno, aún se encontraban en el salón de Clarividencia. Julian la mantenía aprisionada contra su pecho y lloraba de forma amarga, mientras que Draven, al ver que ella abrió los ojos, puso en alerta al pelinegro, quien se separó para poder observarla.

—¿Estás bien? —le preguntó el castaño y ella asintió con parsimonia.

Acababa de recordar toda una vida, aunque no entendía del todo porque faltaban partes. Esto hacía que se sintiera rara, como fraccionada.

—¿Por qué no la aceptaste? —le susurró Julian al oído—. Pensé que lo harías, trajiste el mechón de su cabello.

—No fui yo quien la rechazó —respondió Emerald en el mismo tono para evitar que Draven los oyera—, algo cortó el nexo desde otro lado.

—Será mejor que nos vayamos, deben haber pasado por lo menos dos horas desde que te desmayaste. —Draven ayudó a Emerald a ponerse de pie y Julian hizo lo mismo, la mirada que él traía era diferente ahora, pero era algo lógico. El Julian que había conocido hasta ese momento ya no existía.

—¿Encontraste la forma de entrar al cuarto? —le preguntó Draven, quien sentía la tensión agobiante en el aire.

—Sé cómo entrar —respondió ella—. Tomemos lo que vinimos a buscar.

La actitud de aquel par había cambiado. Emerald no sabía cómo mirar a la cara a Diómedes; aunque no lo dijera, él asumía que era su culpa que Marie no hubiera logrado fusionar sus almas por completo. Ella había estado dispuesta a hacerlo, pero algo o alguien había intervenido y lo hizo imposible.

—¿Tienes idea de cómo abrir el diario de tu padre? —Draven trataba de reducir lo mejor que podía la tensión, pero aquello no estaba resultando.

—Los tres diarios deben estar juntos —respondió Julian—. Es la única manera de que el diario de Cornellius se desbloquee. ¿No es así, Diamond?

Emerald se limitó a asentir y prosiguió con su camino hasta el cuarto que tantos problemas les había traído. Al ingresar, volvieron a ver el desorden, pero esta vez todos esos trofeos ennegrecidos y deliberadamente destruidos tenían otro significado.

En algún punto de su vida, la gente había aprendido a amar y a querer a Marie, habían entendido que no era alguien peligrosa, pero su mismo hermano había sido quien se encargó de entregarla a aquella oscuridad que terminó consumiéndola por completo. La historia que todos conocían estaba errada. Marie jamás entregó su ser a un hechicero del abismo, jamás quiso hacerle daño a nadie, pero August se encargó de hacer que todos la recordaran como la mala de la historia.

Ella les pidió que la ayudaran a mover algunas de las cosas y ambos muchachos obedecieron. Emerald realizó los mismos pasos que ahora recordaba y cuando los símbolos llenaron la pared empolvada, el pasadizo apareció.

Luminae —dijo la princesa y las antorchas comenzaron a encenderse una a una.

El camino estrecho estaba cubierto de telarañas, había algunas filtraciones de agua y el moho cubría casi todas las paredes. No se veía como aquel espacio que recordaba, ahora era un lugar ajeno por completo a ella debido a la falta de uso. Su pequeño escondite estuvo oculto desde su muerte.

Al terminar de descender, lo vio allí: el tercer diario, que poseía una tapa azul.

—El diario faltante —dijo ella y colocó el de su padre justo del lado izquierdo; Julian colocó el de tapa verde del derecho.

En cuanto los tres diarios estuvieron juntos, el de color rojo comenzó a brillar. Cuando el resplandor cesó, se desbloqueó.

—¿De quién es el tercero? —preguntó Draven.

Emerald abrió el diario azul y en la primera hoja solo consiguió ver una firma: «Mariposa».

—Mariposa... —dijo Emerald en voz alta y una fugaz idea cruzó por su cabeza—. Cuervo —ella abrió el diario de Julian y vio el nombre colocado justo en el mismo lugar que en el otro—, Mariposa —dijo luego de observar el diario azul; al abrir el de su padre, leyó el nombre que aparecía allí— y Búho.

—¿Qué podrán significar esos nombres?

—Son animales relacionados con poderes mágicos —respondió Julian—. El cuervo representa la magia, es el portador de grandes misterios que guarda dentro de sí información importante, y ese diario está lleno de sucesos ocurridos durante la época en que fue escrito.

»La mariposa se refiere al arte de la transformación. Es la facilidad de cambiar la mente de alguien, es por eso que la mayoría de los clarividentes portan en algún momento ese símbolo. Si en la visión del lago pudiste ver a tu madre, es posible que ella escribiera esto.

»Y el búho puede ver lo que otros no pueden: presente, pasado y futuro. Si el padre de Diamond firmó el diario con ese nombre, puede que dentro haya escrito las visiones que pudo tener luego de aquel incidente en el lago.

—¿Pero por qué el diario del padre de Diamond es el único que tiene la firma verdadera en el lomo? —preguntó Draven.

—El nombre fue añadido después. Quizás... mi padre lo colocó adrede antes de dejarlo para que no se lo diera a nadie y solo lo leyera yo. —Al sujetar el diario celeste y el rojo, realizó el hechizo que los reducía de tamaño y escondió ambos en su bolsillo—. Yo lo encontré escondido dentro de mi habitación. Parece que desde que él lo dejó allí nunca nadie volvió a agarrarlo.

—¿Cuál es el siguiente paso? —Draven sentía cierto repelús estando dentro de aquella habitación, podía jurar que dentro de los frascos había criaturas que lo estaban mirando.

—Debo leer ambos diarios. Hay una parte que está faltando y no logro sentirme tranquilo con eso. —Emerald sujetó sus brazos e inclinó la cabeza.

—¿Crees que tu padre pudo saber lo que pasaría... con él?

Aunque hasta ese momento no lo había pensado, existía una enorme posibilidad de que su padre ya supiera en qué condiciones nacería ella y qué pasaría con él ese mismo día.

—Creo que ya entendí por qué el portal me dejó en la clase Luchadora. —Draven la observó sin entender a qué se refería—. Si no hubiera entrado a esa clase, jamás me hubieran enviado a los dormitorios y no hubiera encontrado el diario de mi padre. Todo fue planificado de forma meticulosa.

—¿Es posible modificar la magia del portal? —preguntó Draven, quien no concebía la idea; creía que las decisiones que el mismo tomaba eran imposibles de modificar.

—Lo sería si una magia muy poderosa interviniera —respondió Julian—, esto refuerza la teoría que alguien estuvo trabajando desde adentro.

—¿No crees que sería mejor contárselo al director? —sugirió el muchacho.

Al oír aquello, Emerald recordó lo que Diómedes y Marie hablaron en su momento. No recordaba qué fue lo que pasó con Giuseppe, pero el que estuviera aún con vida era porque, como él le había dicho en su despacho, fue forzado a decidirlo. Recordaba sus palabras con bastante precisión:

«Mi querido niño, a veces uno no planea las cosas con el debido cuidado. Si me preguntas si lo elegí, te diría que claro que no, pero aún tengo una misión aquí y es más complicado saltar de un cuerpo a otro que prolongar la vida con magia».

—Necesito leer los diarios para poder tomar una decisión, no involucraremos a otras personas por el momento.

La respuesta fue tajante y clara, Draven asintió. Diómedes simplemente se mantuvo callado sin expresar ningún tipo de opinión; lo único que hizo fue pasear la vista por todo el espacio, al parecer evocando memorias ya pasadas de cuando, al menos durante algún tiempo, logró ser en verdad feliz.

Los tres regresaron cuando faltaban apenas un par de horas para el amanecer. Greyslan se encontraba sentado en una banca, cabeceando, y fue en ese momento que aprovecharon para escabullirse dentro de los dormitorios. Se despidieron, pero en cuanto Draven se encerró en su cuarto, Diómedes fue con prisa y logró retener a Emerald antes de que ingresara a su habitación.

—Debes seguir comportándote como lo hacías hasta ahora con Julian, Draven va a sospechar. —Con sus manos sujetando su brazo, volvió a sentir la descarga. Ella aún podía percibir a Julian dentro de aquel cuerpo.

—¿Qué hiciste con él? —preguntó.

—¿Con Julian? Nada, solo está dormido.

—¿Por qué lo escogiste? —Temía escuchar la respuesta, pero necesitaba oírla.

—Porque desde el día en el que mi cuerpo fue destruido, la familia Ases siempre me cedió un recipiente donde pudiera habitar. Yo fui Rugbert en su momento, y luego él cedió a su hijo para que pudiera continuar.

—¿Puedo volver a verlo? —preguntó ella.

—¿Qué me darás a cambio si lo dejo salir, Emerald? —Al oírlo, ella tembló. Era la primera vez que escuchaba su nombre en mucho tiempo.

—Te ayudaré a descubrir qué pasó con Marie. —El hechicero la observó con desconfianza—. Se los dije, aquel día en la cueva algo salió de mi cuerpo. Creo que una parte de su alma fue a otro lado y por eso no debe haber podido unirse a la mía.

—¿Me das tu palabra, niña? —La mirada que le brindaba era todo menos tranquilizadora. Diómedes estaba enojado, el que su amada no hubiera regresado no estaba en sus planes.

—Aún la siento presente —dijo ella mientras se soltaba de su agarre—, su esencia no se ha perdido del todo.

—Creeré en lo que me dices. —Tras decir esto, él se cruzó de brazos y la analizó con detalle—. Esta conversación nunca pasó —añadió con severidad, ella asintió.

—De acuerdo.

—Y Emerald... —En cuanto dijo esto, él interpuso su mano para que ella no pudiera cerrar la puerta.

—¿Qué sucede?

—Ahora Julian es consciente de lo que yo sé. —Él enarcó una ceja, ella agachó la cabeza con incomodidad al entender a qué se refería—. Deberás decirle quién eres en verdad.

Tras decir esto, Diómedes se marchó. Cuando Emerald lo vio encerrarse dentro de su habitación, hizo exactamente lo mismo.

Una vez dentro, deshizo el hechizo y colocó la silla delante de la puerta, como hacía todas las noches. Mientras sujetaba el respaldar, una sonrisa irónica se formó en su rostro.

Al parecer nunca estuvo loca. Ella siempre creyó que Marie de alguna manera estaba empezando a afectar su memoria, pero no fue así. Siempre había asegurado la entrada para impedir que la descubrieran, y aunque Diómedes no lo hubiera dicho de manera directa, era obvio que cada vez que ella obstruía la entrada, él tomaba control del cuerpo de Julian para abrirla y luego volvía a cederle el cuerpo a él para que continuara con la conversación.

Comenzó a analizar la situación. Las piezas de ese extraño juego habían sido acomodadas de forma conveniente para que todo eso sucediera: las muertes de su padre y de su hermano, el regreso de Diómedes, el sacrificio de Julian... Incluso que el director aún se mantuviera con vida. En su memoria faltante debía haber mucho más, lo sentía, podía percibirlo muy dentro de su ser. Y aquel sentimiento era asfixiante, ya que algo le decía que todo eso no traería buenos resultados.

Algo grande estaba a punto de pasar, y por primera vez en su corta vida ya no huiría: les haría frente a esos problemas. Por sus amigos y por la gente que ahora ella amaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro