ж Capítulo XXI: El pecado de la reina (I) ж
Cuando la reina se desvaneció en el aire, la luna fue tapada por nubes negras, el revelador apagó su brillo y aquellos restos brillantes provenientes de su cuerpo terminaron escapando por la ventana. El domo lentamente se desvaneció y Draven se acercó con prisa a ayudarlos. Julian apretaba contra su cuerpo a Emerald llorando con amargura y Draven no entendía qué era lo que había pasado. Desde donde se encontraba solo los había visto levitar. No pudo oír nada, ni tampoco vio el momento exacto en el que la reina Marie se despidió, apenas alcanzó a ver como Emerald comenzaba a ahogarse.
—¿Qué pasó, él está bien? —El castaño trató de agarrar a su amigo, pero Julian se lo impidió.
El muchacho lloraba como si hubiera perdido a alguien valioso. Como era lógico, esto alarmó a Draven, pero tras ver que su compañero aún respiraba, se quedó un poco más tranquilo. Aunque el estado actual en el que se encontraba no era tampoco demasiado alentador.
***
Emerald se mantenía inmóvil, sumida en un mar de memorias, en gran parte dolorosas. No recordaba qué había pasado, ni siquiera sabía dónde se encontraba en ese momento, pero de algo estaba segura: por fin, luego de tanto tiempo, tenía las respuestas a aquellas interrogantes que rondaban su mente. Aunque también sentía como si la mitad de su ser hubiera sido arrebatado, tal y como le había pasado en la cueva.
En tanto flotaba por los pasillos como si fuera una esfera de luz, el tiempo comenzó a retroceder con lentitud. Reconoció a la reina Marie, quien no pasaba de los dieciocho años.
—¿Estás segura de esto? Podemos esconderlo en cualquier otro lugar, no es conveniente que nos quedemos en la escuela —escuchó que murmuraban. Al voltear, vio al joven de cabello rubio que había aparecido en la visión del lago.
—No conozco lugar más seguro —confesó ella a medida que abría la puerta de aquel cuarto.
Las paredes estaban repletas de trofeos y había cuadros pintados que se movían. En muchos aparecía ella alzando algunos de esos premios.
—Escúchame, Marie, no sé si sea conveniente dejar aquí las cosas... Alguien podría encontrarlas y usarlas a su favor. —El rubio temblaba como una hoja a medida que cerraba la puerta a sus espaldas y solo una vez que colocó el pestillo, se permitió a sí mismo respirar con cierta tranquilidad.
—August, te preocupas demasiado. —Ella sonrió—. Además, para poder abrir la entrada se necesita saber qué hacer, y solo tú, yo y Diómedes sabemos la forma de hacerlo. —La muchacha caminó hasta una pared que se encontraba cerca de la ventana, justo en medio de dos estantes, y colocó un pie delante de otro.
Cerró los ojos y respiró de forma pausada, de la palma de su mano derecha brotaba energía, la tan característica de ella, que poseía una tonalidad morada. Una vez que acumuló una cantidad suficiente, depositó la palma sobre la superficie de piedra. La imagen de una rosa comenzó a formarse y los bordes de una puerta aparecieron.
—Abreo —murmuró y los bloques se movieron para dar paso a un túnel secreto.
La chica pelinegra y el joven de cabello dorado bajaron los escalones seguidos por Emerald, quien seguía siendo un orbe de luz. Marie volvió a hacer un conjuro para que los faroles dentro se encendieran. La luz era tenue debido al espacio, pero al menos de esta manera la princesa ya pudo ver con mayor detalle hacia donde se estaban dirigiendo.
Las escaleras caracol eran estrechas, solo se podía pasar de a uno. Al parecer, ese pasaje secreto estaba muy metido entre las paredes del castillo de la escuela y, por algún motivo, la reina Marie escondía algo que no debía ser visto por otras personas.
En cuanto llegaron a la planta baja, Emerald se encontró con un salón lleno de especias, especímenes, calderos e incluso un revelador postrado en una esquina. Ambos jóvenes se acercaron a la mesa de madera, que tenía encima diversos pergaminos. Marie caminó un poco más lejos y trajo consigo un pesado libro con cubierta de cuero y hojas que tenían cierto brillo. Sujetó el tintero y una pluma, remojó la punta dentro y comenzó a escribir un nuevo hechizo. Con cada trazo que daba sobre las hojas blancas, ella sonreía. August, por su parte, estaba a un lado, analizando mejor toda la situación.
—¿Crees que sea buena idea que Diómedes tenga acceso a este lugar? —El muchacho caminó hasta los estantes y tocó algunos frascos de vidrio con colores extraños.
—Podría confiarle mi vida, August, no debes desconfiar tanto de él —respondió ella sin despegar la vista del libro.
—Piénsalo con cuidado, Marie. Diómedes no es de nuestro estatus social, podría estar resentido con nosotros por los años de mandato y estar usando una fachada para hacerte daño.
—Él no haría eso... —La muchacha volteó a observarlo mientras suspiraba—. Sé que me quieres, pero soy lo suficientemente grande para poder cuidarme por mi cuenta. —Tras decir esto, volvió a darle la espalda—. Dentro de unos meses será la coronación y necesito que ambos se lleven bien. Seremos familia, después de todo.
—Extraño cuando éramos solo nosotros. —Después de la confesión, la reina volteó para observarlo otra vez—. ¿No recuerdas lo mucho que nos divertíamos siendo solo nosotros?
—Seguimos siendo unidos —la respuesta de él parecía descolocarla un poco—, ¿por qué él tendría que venir a cambiarlo?
—Planeas meter a la familia a alguien que nunca estuvo rodeado de una vida... digna —soltó con cierto desdén—. ¿No crees que está sacando provecho de todo esto?
—¿No crees que alguien pueda amarme? —cuestionó y el muchacho expandió los ojos tras la pregunta—. Amo a Diómedes, quiero vivir a su lado... Sé que él me ama de la misma manera.
—Mancharás el linaje Lagnes por un capricho, hermana —respondió él de forma escueta.
—Ya te lo dije, August, no voy a casarme contigo. —Ella giró el cuerpo para no tener que verlo más—. Quiero cambiar esa tradición enfermiza de nuestra familia.
—Estás yendo en contra de los deseos de nuestros padres —confesó el rubio en tanto que se ponía delante de ella para observarla—. ¡Yo he vivido de primera mano todo lo que has sufrido! Debería ser yo el nuevo rey de Delia.
—¿Qué te molesta más? —Marie alzó una ceja, escrutándolo con la mirada—. ¿Mi seguridad y la del reino? ¿O que alguien tomará el cargo de rey cuando me case y que no serás tú?
—No quise decir eso, yo solo...
August se interrumpió, tal vez incapaz de darle excusas a su hermana.
—Seguirás siendo mi mano derecha —soltó finalmente ella—, pero nunca me casaré contigo, eres mi hermano. Lo siento.
Tras decir esto, la reina volvió a su labor y continuó escribiendo en el libro. August, quien se mostraba molesto, comenzó a subir las escaleras con prisa para irse de allí.
Emerald flotó por todo el espacio y se posicionó justo arriba del hombro de Marie. Una vez que observó el libro, vio el título que ya se encontraba seco sobre el papel. Decía «Preservación del alma».
Lo que la reina Marie estaba escribiendo justo en ese momento eran los pasos para que el alma de una persona viviera cambiando de cuerpo durante muchos años, método que ella misma usó el día de su ejecución.
Luego de exhaustivos meses de investigación, he concluido que es posible sacar el alma del cuerpo. Se necesita mucho control espiritual, es necesario saber manipular la magia que hay dentro de uno para que esto funcione. Pero no todo es disciplina mágica, también se debe tener en cuenta lo siguiente:
Primero, es posible salir del cuerpo y volver a entrar las veces que se desee, pero si el mismo sufre algún tipo de daño irreversible, no será posible regresar a él.
Segundo, si se está al borde de la muerte, una vez que el alma sale del cuerpo, si no hay un ser vivo que esté dispuesto a aceptar el alma, se estará condenado a vagar en la nada. Esta quizás sea una de las condiciones más difíciles de todas. No todos los portadores están dispuestos a dejar su propia alma para aceptar dentro a alguien más.
Tercero, este proceso únicamente funcionará si el cuerpo al que uno intenta vincularse posee su alma completa. Si por alguna razón el alma del receptor ha sido extraída, así sea en pequeñas cantidades, mediante magia oscura, este hechizo no funcionará y la propia esencia se terminará desvaneciendo.
Cuarto, si en medio de la vinculación el alma del receptor o la propia se arrepienten de tomar ese contenedor, el hechizo se romperá y el alma que intenta vincularse se desmaterializará.
Para que la segunda y tercera fase funcionen, debe haber luna llena. Esto no funcionará en otros estados en la que esta se encuentre. Hay que tener en cuenta que este hechizo requiere apagar la vida de uno y emplear toda la magia que haya dentro del ser. Por lo tanto, si al salir se estuviera en peligro de muerte, no se tendrá la cantidad de magia suficiente para poder proteger el cuerpo.
—Listo... —murmuró Marie una vez que terminó de escribir aquel pasaje.
Emerald ya no solo participaba como un ente ausente, ahora ella era capaz de sentir las emociones de la reina. Recordaba lo que pensaba en ese momento e incluso experimentaba la tristeza que le dejó su hermano cuando se marchó, evidentemente molesto por toda esa situación.
El tiempo comenzó a moverse con rapidez y Emerald pudo ver la coronación de Marie, así como también los avances que tuvo Delia luego de que ella se volviera la monarca.
Su poder crecía, y la belleza que ella poseía lo hacía de la misma manera. Su hermano August se volvió su mano derecha, como ella había dicho, y siempre estuvo apoyándola en la toma de decisiones. Diómedes, por su parte, se fue con ellos al palacio y se volvió el general de las tropas de reconocimiento y protección del reino.
El siguiente momento donde el tiempo se detuvo fue durante una noche en la que Marie y Diómedes estaban conversando en sus aposentos. Este le confesó que había descubierto una manera de mantener a raya a las criaturas del abismo. La reina, incrédula por lo que acababa de escuchar, le pidió que le contara más acerca de eso, pero la respuesta que su prometido y futuro esposo le brindó no era demasiado alentadora.
—Si se hace un vínculo con ellos, es posible mantenerlos a raya, pero el precio es alto. Debes estar dispuesto a dar la mitad de tu alma al rey de la colonia.
—Es contraproducente hacer eso —respondió ella—. Imagínate que te quede poco tiempo de vida... Esas criaturas pueden ver cuánto está destinado a vivir un humano, y hacer tal trato con ellos es injusto.
—Lo sé, a menos que tengamos la certeza de en cuanto tiempo moriremos, no es posible fiarse y hacer un trato —coincidió con calma—. Sin embargo, estoy seguro de que puede haber otra forma de combatirlos. Después de todo, son animales mágicos. Si logramos criar a uno que llegue a su adultez sin volverse corrupto, significará que el resto todavía tiene salvación.
—Necesitaríamos tener una de sus crías y es poco probable adquirir uno de esos huevos.
—Puede que haya conseguido algunos en la frontera...
—¿Fuiste sin consultarme? —Marie parecía claramente ofendida. Se recostó contra el respaldar de la cama con los brazos cruzados.
—Estoy cansado de no hacer nada. Vivimos en tiempos de paz, necesitaba volver a retomar mis investigaciones.
Diómedes abrazó la cintura de Marie y esta acarició su larga cabellera negra. El pendiente de esmeralda que tenía colgando en la oreja brillaba por la tenue iluminación de los faroles y la luz de la luna.
—Estamos próximos a la boda, no quiero que nada malo te pase. —Tras la confesión, él se quedó quieto y ella detuvo las caricias que le estaba brindando—. Eres mi mundo, no sé qué haría sin ti.
—Aún si muriera, te volvería a buscar hasta encontrarte. —Diómedes se colocó a la altura de Marie y depositó un suave beso sobre sus labios—. Solo una vida no me bastará para amarte, prometo buscarte en la siguiente...
Emerald comenzó a avanzar en el tiempo hasta el momento en que la reina marchaba al campo de batalla con su espada Silky en la funda que traía en el cinturón.
El paisaje que se le estaba mostrando era devastador: había muchos pueblos cercanos a la frontera destruidos y los cadáveres calcinados de los aldeanos se veían con nitidez esparcidos sobre toda la tierra.
—Reporte de la situación. —Diómedes caminó hacia uno de los soldados y este le dio la información que había obtenido hasta ese momento.
—General, según reportan los pobladores, hace un mes aproximadamente vieron un extraño destello en el domo bien entrada la noche. Desde ese día, algunas criaturas de adentro han estado apareciendo por los poblados.
—Bien, nos dividiremos en cuatro grupos. La prioridad es encontrar la fisura y ver la manera de sellar el portal. —El general dio la orden y los miembros del pelotón se agruparon.
—Yo iré con este grupo por el lado izquierdo —dijo August.
—Yo iré con este otro por la derecha —definió Marie.
—Entonces, nosotros iremos por este contorno.
Tras asentir, todos se separaron, no sin que antes Diómedes y Marie se despidieran sin que los demás se dieran cuenta.
Emerald se mantenía cerca de la reina y cuando se dio cuenta, ya se encontraban frente a la grieta. Marie vio pisadas de caballos que ingresaban por el umbral, así que decidió ir a inspeccionar.
—Si no regreso en cinco minutos, avísenle a Diómedes y a mi hermano.
Luego de dar una orden a sus soldados, ella desenvainó a Silky. Emerald podría jurar que la espada rechinaba debido a la carga de energía maligna que había allí. Caminó durante un largo tramo, y cuando ya estaba a punto de dar media vuelta y retornar por donde vino, a lo lejos, justo cerca del esqueleto de una hipermeria que medía unos cinco metros, vio a su hermano y a Diómedes conversando, así que apresuró el paso para poder ver qué hacían allí.
—¿Qué hacen aquí?
—Había una grieta en mi lado —respondió su hermano.
—También en el mío. Distinguí pisadas de caballo que venían hasta acá.
—Me pasó lo mismo, ¿no les parece extraño?
—¿El portal se estará debilitando? —preguntó August cruzándose de brazos.
—Si hay tres grietas, significa que sí.
—Iré por un pelotón de reconocimiento. He visto nidos con crías de estas criaturas un poco más adelante. Si no las destruimos, las que nazcan irán al pueblo más cercano y matarán a los aldeanos.
Diómedes y Marie asintieron y dejaron que se marchara. Ambos caminaron hacia el nido que August había mencionado, donde vieron los cadáveres de algunos aldeanos.
—Están acumulando alimento para cuando nazcan. —Él emitió un rezo por el alma de los cuerpos allí presentes.
—Estaremos en problemas si esas grietas crecen más.
—¿Crees que puedas reforzar la protección?
—Podría intentarlo, espero que resulte bien.
Antes de que pudieran seguir conversando, los huevecillos comenzaron a romper el cascarón. Ambos se pusieron alerta y Silky comenzó a brillar debido a la magia de la reina.
La primera de las crías saltó hacia el cuello de Marie y ella alzó la espada para protegerse; la segunda se tiró cerca de Diómedes, buscando morder su pierna, pero este logró incinerarla en el aire. Los bebés comenzaron a gritar y los padres no tardaron en aparecer en manada. Estaban rodeados. Las criaturas mordisqueaban con desesperación tratando de aniquilarlos y ellos a duras penas lograban esquivar los ataques. Diómedes le indicó a Marie que corriera en dirección contraria y ella accedió a hacerlo, aunque estuviera dubitativa. Disiparlos sería más fácil si se dividían, ya que de mantenerse en un único grupo, continuarían atacando sin parar.
—¡Te veré en la entrada! —gritó ella mientras se alejaba.
Emerald siguió a Marie, quien corría por medio del campo árido y muerto, esquivando a todo lo que tratara de lastimarla. Una gran acumulación de seres la venía persiguiendo y, a pesar de que ella los mataba, su número no disminuía. Parecía como si cada cabeza que ella cortara se multiplicara.
Al alcanzar una cueva, se introdujo en ella. No tenía otra opción que usar el hechizo que alguna vez usó siendo joven. Tiró a Silky a un lado y extendió las palmas, las enredaderas negras se expandieron por sus dedos y desmaterializaron la armadura de sus brazos. Ella gritó y un orbe de energía oscura salió desde su centro; sin embargo, en cuanto aquella energía destructiva estuvo cerca de las bestias, logró distinguir una silueta justo detrás de ellas.
—¡Cuidado! —gritó, pero la magia ya había destruido todo a su paso.
Un destello la cegó momentáneamente y se acercó a rastras a la entrada, donde vio un casco partido al medio, una de sus mitades destruidas. Era de Diómedes.
—No, no... —dijo sin creer lo que veía.
Tiró su propio casco a un lado mientras comenzaba a llorar, jaló de su cabello y sujetó aquel trasto de metal contra su pecho.
—¡Está muerto! —Escuchó que gritó su hermano desde más atrás; alzó la mirada y lo vio a él solo mientras que, al fondo, el ejército se venía acercando a todo galope—. ¿No lo ves? Lo pusiste en peligro, lo mataste, ya nada se puede hacer.
—¡No fui yo! —gritó ella sin poder concebir la idea de lo que acababa de hacer—. ¡No pude ser yo, jamás lo lastimaría!
Por más que ella tratara de imaginar que era otra persona la que estuvo allí de pie, no podía. Diómedes no estaba por ningún lado. August la levantó del suelo y la obligó a subirse a su caballo. La reina Marie lloraba, aunque él le colocó el casco para evitar que los soldados la vieran.
Una vez que estuvieron en el palacio, la cargó hasta su recámara. Ella comenzó a gritar de una forma tan dolorosa que todos los sirvientes se preocuparon.
—¿Diómedes... regresó? —masculló con la voz entrecortada. Su hermano, quien se hallaba al borde de la cama, tan solo se limitó a sujetar su cabeza y esconder el rostro.
—Está muerto —respondió de forma escueta, y el silencio volvió a reinar entre ambos.
—No, no... —musitó ella, sentía como si su garganta se le partiera en dos.
—¡No quedó rastro de su cadáver, fuiste tú! —Su hermano volteó a observarla con desesperación en el rostro—. ¡Solo tú regresaste de la misión!
—¡No fui yo, no pude ser yo, nunca le haría daño!
—Está muerto... Tú viste su casco, yo mismo lo vi desintegrarse cuando el orbe lo alcanzó.
Marie comenzó a llorar y su hermano la apretó contra su pecho. Quería creer que Diómedes no había sido la persona que vio afuera de la cueva, pero al ver como las horas pasaban y su lado de la cama aún se mantenía vacío, entendió que todo había sido su culpa.
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