Capítulo 5
𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 5
Matt me observó durante un instante, como si quisiera asegurarse de que hablaba en serio, pero no perdió más tiempo en intentar convencerme de lo contrario. Si algo habíamos aprendido a lo largo de los años, era que yo no solía dar mi brazo a torcer fácilmente.
—De acuerdo, pero quédate cerca de mí en todo momento —advirtió, con un tono que lejos quedaba de esa despreocupación que solía caracterizarlo—, que nos conocemos. Y no tenemos idea de lo que nos espera ahí afuera.
Asentí en silencio, ajustándome la chaqueta y comprobando que el cargador de la pistola estuviera lleno. Mientras cruzábamos la puerta del apartamento y descendíamos las escaleras del edificio de manera apresurada, mi mente era una amalgama de pensamientos. La idea de encontrar a Mello herido o incluso muerto hacía que un nudo incómodo se instalase en mi pecho, aun cuando se suponía que nada de lo que a él le pasase debería afectarme.
No importa, me repetí a mí misma, tratando de autoconvencerme de que lo que sentía no era preocupación, sino simple sentido de responsabilidad. Lo que le pase a Mello no importa. Yo únicamente había decidido unirme a esta misión suicida porque Matt tenía claro que vendría, y no pensaba dejarlo solo, pero no estaba aquí porque todavía me preocupase lo que pudiese o no pasarle a Mello.
Cuando salimos, el frío aire de la madrugada me pegó de lleno en la cara, aunque el resplandor anaranjado del fuego que iluminaba el cielo en la distancia traía ráfagas más cálidas.
—Me cago en la puta —masculló Matt, encendiendo un cigarrillo con nerviosismo. Era costumbre suya eso de fumar en momentos de ansiedad, lo que solo evidenciaba que estaba igual o más inquieto que yo.
Sí. Me cago en la puta.
El fuego se había expandido más de lo que hubiese podido pensar que sería capaz de provocar una bomba. El edificio estaba ahora completamente sumido en las llamas, las cuales parecían crecer con el viento.
Matt y yo nos movimos en silencio por los callejones cercanos, contemplando con angustia la escena. Las ventanas habían reventado, y el humo negro se alzaba en el cielo nocturno como un monstruo aún más oscuro. Algunos hombres yacían heridos o inconscientes en las inmediaciones. No tenía ni idea de si eran policías o acompañantes de Mello.
Entonces, un ruido estruendoso nos sobresaltó. Una de las paredes del edificio se derrumbó con un estruendo que hizo temblar el suelo bajo nuestros pies. Me llevé una mano a la boca para reprimir un grito, mientras Matt me sujetaba del brazo, probablemente para asegurarse de que no me lanzara corriendo hacia el peligro, y es que como él había dicho antes, nos conocíamos.
Nos conocíamos.
Y es que era eso precisamente lo que tenía pensado hacer. La idea de que Mello pudiera estar atrapado ahí dentro hacía que mi estómago se revolviera. El incendio iba a empeorar conforme avanzase el tiempo, y no podíamos llamar a los bomberos ni a ningún otro cuerpo de seguridad hasta que sacásemos a Mello de allí, pues de lo contrario acabaría siendo arrestado una vez pasase todo esto. Si queríamos recuperar a Mello no podíamos dejar pasar más tiempo, debíamos actuar ya.
—Voy a buscarlo —anuncié, quitándome la chaqueta para dejarla caer en el suelo.
—¿Qué? ¿Pero tú estás loca? —Matt aumentó el agarre en mi brazo, deteniéndome en seco—. Si entras ahí no saldrás. Tenemos que esperar un poco. Ni siquiera sabemos con certeza si Mello está ahí dentro.
—¿Y dónde coño va a estar si no, Matt?
—Te recuerdo que Mello iba bien escoltado. Se llevó a varios de sus hombres consigo, así que tal vez hayan logrado sacarlo.
—¿"Sus hombres"? ¡Joder, Matt, que sus hombres son jodidos mafiosos! ¿De verdad piensas que alguno de ellos iba a estar dispuesto a arriesgar su pellejo para salvarle el culo a Mello? —grité, girándome para mirarlo con incredulidad—. ¡No lo ves aquí fuera porque sigue dentro!
—Joder —maldijo en voz alta, dándole otra calada al cigarro. Por su tono y su postura vacilante podía apostar que, aunque mi idea le parecía loca y arriesgada, se la estaba replanteando seriamente—. Pero es que no, no. No podemos, joder, Mikka. Si entramos ahí vamos a morir, estamos hablando de un jodido edificio de dos plantas en llamas, y no tenemos ni puñetera idea de en qué habitación puede estar Mello.
—Pero si nos quedamos aquí esperando sí que no vamos a saberlo nunca, y ese idiota va a morir.
Matt abrió la boca, pero enseguida la volvió a cerrar. Sabía que yo tenía razón, por muy suicida que fuese la idea.
Antes de darle tiempo a añadir alguna excusa más, me zafé de su agarre y corrí hacia el edificio. No podíamos seguir perdiendo el tiempo, tenía que tomar la iniciativa. Actuábamos ya o dejábamos morir a Mello. Oí la voz de Matt gritando mi nombre, junto con algunas maldiciones, pero echó a correr detrás mío, justo como pensaba.
El calor era insoportable incluso antes de cruzar el umbral, y el aire estaba tan cargado de humo que me costaba respirar. Cogí todo el aire limpio que pude y me cubrí la boca y la nariz con la manga de mi sudadera, tratando de no pensar demasiado en lo que estaba haciendo.
Las llamas bailaban a mi alrededor, devorando todo a su paso. Miré tras de mí, pero no vi a Matt. Partes del techo ya habían caído, y las paredes se veían peligrosamente inestables.
Lo esperé unos segundos, pero no apareció. Entonces avancé por el pasillo principal, tropezando con escombros y esquivando los fragmentos de vidrio roto de las ventanas.
—¡Mello! —grité, aunque mi voz apenas era audible por encima del rugido del fuego.
No hubo respuesta.
Avancé más, mis pasos desesperados resonaban en el suelo ennegrecido. El calor me golpeaba con cada paso que daba, haciéndome dudar de si realmente podría encontrarlo antes de que el edificio colapsara por completo con los dos dentro.
La falta de oxígeno y el sofoco del calor estaban amenazando con comenzar a marearme cuando lo vi. Tirado en el suelo de lo que alguna vez debió ser una oficina, parcialmente cubierto por escombros.
Su chaqueta de cuero estaba ahora hecha jirones, y su rostro... No pude evitar un pequeño jadeo al verlo. Una parte de su rostro estaba quemada, la piel tan enrojecida y ampollada que daba miedo, casi irreconocible.
Estaba inconsciente, con los ojos cerrados, pero su pecho subiendo y bajando apenas perceptiblemente fue suficiente como para confirmarme que aún respiraba. Que aún seguía vivo.
—¡Mello! —me lancé hacia él entre toses, retirando con dificultad los pedazos de madera y metal que lo cubrían— ¡Joder! —siseé cuando un pedazo de metal ardiendo me quemó las manos. Sentía la carne de mis palmas arder con cada escombro que levantaba, tuve que reprimir las lágrimas ante el intenso dolor que, si es que lograba salir de esta, de seguro que me provocaría ampollas severas. Mi corazón latía con fuerza mientras comprobaba que seguía respirando, aunque de forma irregular.
Con esfuerzo, logré levantarlo lo suficiente como para pasarlo por encima de mi hombro. El peso de su cuerpo inerte me desequilibró. Era más alto y pesaba más que yo, pero no tenía tiempo para preocuparme por eso. Tenía que sacarlo de allí. Ahora. Fuese como fuese.
El camino de regreso fue aún más difícil que la búsqueda. Cada paso que avanzaba se sentía una eternidad, y el humo estaba comenzando a hacer que mi garganta ardiera. Tenía las manos tan llenas de quemaduras que el simple hecho de sujetar al Mello me hacía sentir como si me estuviesen clavando agujas una y otra vez sobre la carne.
—Vamos a salir de aquí —murmullé, como si Mello pudiese escucharme. Mi respiración era tan irregular que casi no reconozco mi voz—. Juro que nos voy a salvar el culo.
Tropecé más de una vez, pero no me permití caer ninguna de ellas. No ahora. No cuando estaba tan cerca de sacarnos de este infierno.
Finalmente, logré llegar a la salida. Mis piernas se tambaleaban, casi queriendo rendirse, y apenas crucé el umbral el aire fresco me golpeó en el rostro.
No me detuve hasta que estuve lo suficientemente lejos del edificio como para sentir que estábamos a salvo, al menos por ahora. Me dejé caer de rodillas en el suelo, jadeando y con Mello aún apoyado sobre mis hombros.
Con cuidado, me miré las manos temblorosas, y casi no las reconozco. La piel estaba enrojecida, algunas zonas ya tenían ampollas formadas, mientras que otras estaban oscurecidas; la sangre fresca mezclándose con el hollín.
El dolor era insoportable, pero no me quejé. Casi se me escapa un gemido lastimero, pero de algún modo me las apañé para contenerlo. Cada movimiento era una punzada, me ardían incluso las yemas de los dedos, como si la piel estuviera a punto de desprenderse con cualquier roce.
Mis manos eran una prueba de lo que acababa de hacer. Una prueba de que había conseguido salvarle la vida al idiota de Mello.
Matt llegó corriendo, su rostro una mezcla de alivio y desesperación al vernos. Tenía manchas de hollín en la cara, pero nada más, por lo que supuse que intentó seguirme pero no pasó más allá del umbral.
Su mirada se intercaló entre el cuerpo de Mello, su quemadura, y mis manos destrozadas. Balbuceba y balbuceba, pero no articulaba nada coherente.
—Y-yo... —su nuez de Adán se movió al tragar saliva— Maldita sea, tus manos.
—¿Dónde estabas? —espeté tosiendo, mi voz sonó rota por el esfuerzo y el humo—. Mierda, ¿dónde coño estabas, Matt?
Matt no respondió. Volvió a tragar saliva, y enseguida, una mueca horrible se dibujó en su cara.
Estaba avergonzado.
Avergonzado porque me había dejado tirada.
—Yo... Lo siento.
—¿Qué era eso de "quédate cerca de mí en todo momento"? —la sangre me hirvió al comprender que Matt se había acobardado. Que ni siquiera había hecho por entrar en el edificio a ayudarme. Que, si no llega a ser porque yo había conseguido salvarnos a mí y a Mello, nos hubiese dejado morir a los dos—. Si no llega a ser porque he dicho de ir contigo, Mello estaría muerto. Porque está claro que a pesar de tanta palabrería, tú no tenías pensado entrar a buscarlo ahí dentro.
—Lo siento —repitió. Su mirada parecía perdida, su voz sonó ronca cuando habló, y aún parecía seguir balbuceando alguna mierda incoherente. Era como si hubiese entrado en estado de shock, aunque no me extrañaba, teniendo en cuenta lo que había hecho.
Pero tampoco iba a seguir martirizándolo. Matt era consciente de que había sido un cobarde, por eso ahora parecía ido mientras seguía mirando alternativamente entre mis manos y las quemaduras de Mello. Porque sabía que, en parte, habían sido culpa suya.
Y ahora mismo no me hacía falta otra persona más de la que ocuparme. Ahora necesitábamos llevarnos a Mello de aquí. Rápido. Y yo sola, con mis manos en este estado, no podía.
—Necesito que me escuches, Matt. Ya tendrás tiempo para lamentarte cuando lleguemos al piso. Ahora necesitamos una ambulancia.
Al oír la palabra "ambulancia", Matt pareció salir al fin de su trance.
—¿Una ambulancia? ¿Y arriesgarnos a que nos encuentren? —Joder, tenía razón. Al parecer el hollín me había llegado hasta las neuronas—. No, lo llevaremos al piso, que es lo más cercano y seguro. Allí podremos atenderlo, y también curaremos tus manos.
Matt se encargó de levantar a Mello, y en cuanto lo tuvo, nos apresuramos a salir de allí antes de que la situación se complicara aún más. Los bomberos no tardarían en llegar, pues seguro que algún vecino habría dado la alarma.
Mientras avanzábamos, el peso de la realidad me golpeó con fuerza. No sabía si había hecho lo correcto al entrar a ese edificio, pero una cosa era segura: por mucho que quisiera convencerme de lo contrario, Mello seguía importándome más de lo que quería admitir. De lo contrario, no habría arriesgado mi vida y quemado mis manos con tal de sacarlo de allí fuese como fuese.
El refugio estaba a unas pocas calles de distancia, pero teniendo en cuenta el estado en el que estábamos —Matt cargando con el cuerpo inconsciente de Mello, y yo que con cada respiración que daba mis pulmones me hacían daño en las costillas—, se sentía como si estuviera al otro lado de la ciudad.
Cuando finalmente cruzamos la puerta del destartalado edificio, entramos en nuestra habitación y lo tendimos en la vieja cama, ambos nos desplomamos en el suelo, jadeando por el esfuerzo.
—Vale, necesitamos agua, vendas y algo para desinfectar las heridas —murmuró Matt, sacándose las gafas y pasándose una mano por el cabello con frustración. Todo en él parecía irradiar una ira que tenía claro que iba dirigida a sí mismo—. Yo me encargo de conseguir todo lo que haga falta. Tú quédate aquí con Mello.
—¿Pero en serio crees que con eso será suficiente? Míralo —repliqué, señalando a Mello como pude. Su rostro quemado era una herida severa, por no hablar de las demás quemaduras y cortes que de seguro tenía por el resto del cuerpo—. Puede que para mis manos sí que sea suficiente, pero Mello tiene quemaduras muy graves.
Matt no respondió. Se levantó de inmediato y comenzó a revisar las mochilas que habíamos traído, buscando lo que necesitábamos. Mientras él se ocupaba de eso, yo me acerqué a Mello. Respiraba, pero apenas. Sus ojos seguían cerrados, y su pecho subía y bajaba con dificultad.
Sentí un nudo en el estómago al verlo tan vulnerable.
No era la primera vez que lo veía herido, pero esta vez era diferente. Había algo terriblemente frágil en él ahora, como si el fuego no solo hubiera quemado su cuerpo, sino también algo de su espíritu.
—Eres un idiota —murmuré en voz baja mientras le apartaba con cuidado un mechón de cabello chamuscado de la frente, con la parte externa de mis dedos, claro, pues la cara interna la tenía abrasada—. El mayor idiota que conozco.
Matt regresó en cuestión de minutos, con una pequeña caja de primeros auxilios, una botella de agua y algunas toallas que había encontrado en el baño. Pero todo parecía improvisado, insuficiente para lo que realmente necesitábamos.
—Lo primero es limpiar las quemaduras —dijo, poniéndose de rodillas junto a la cama. Su voz había perdido por completo su tono sarcástico de siempre, reemplazado por una seriedad que rara vez mostraba.
—¿Y qué hacemos después? —pregunté. Intenté abrir la botella de agua para ayudar a empapar las toallas, pero nada más mi piel rozó el tapón solté una maldición.
—Tú nada. Yo, vendarle las heridas una vez que estén limpias y rezar para que no se infecten. No tenemos acceso a un hospital ni antibióticos. Tendrá que aguantar hasta que podamos conseguir algo mejor.
Yo asentí con la cabeza. Quería ayudar, pero poco podía hacer más.
—En cuanto termine con él me pongo con tus manos —añadió, esta vez en un tono más bajo y cargado de culpa.
Dejé escapar un suspiro.
—Lo de mis manos ha sido mi culpa, no tuya, así que no te martirices.
—Claro que ha sido mi culpa, joder. Si tus manos están así ahora es porque yo he sido un cobarde de mierda y no he tenido el valor suficiente como para entrar contigo, ayudarte y protegerte. Ha sido ver el fuego tan cerca y yo... —su voz sonó tan rota y dolida que no fui capaz de decirle que sí. Que, efectivamente, había sido un cobarde. Pero aún así, no podía cabrearme con él. Matt era lo único que tenía—. Si no fuera por ti —continuó, mientras limpiaba cuidadosamente el rostro de Mello con una de las toallas—, Mello estaría muerto.
En ese momento, el rubio gimió débilmente, moviéndose apenas. Por un momento pensé que despertaría, pero solo se quedó ahí, atrapado en la inconsciencia.
—Necesitamos más agua limpia y algo frío para aliviar la inflamación. Pero lo necesitamos ya, no podemos esperar a mañana.
Matt asintió a mis palabras, y salió rápidamente del apartamento, en busca de una tienda cercana. Yo me quedé sola con Mello, la habitación en completo silencio salvo por su respiración irregular.
Lo miré de nuevo, tratando de asimilar que la persona destrozada que tenía delante era el mismo Mello que tanto había admirado en un pasado. Y es que ese Mello que me parecía tan inalcanzable y perfecto, ahora, tan vulnerable, por primera vez me parecía humano.
—¿Por qué tienes que hacer todo siempre a tu manera? —le susurré, casi en un suspiro, aunque sabía que no podía escucharme—. ¿Por qué tienes que ponernos a todos en peligro, incluyéndote a ti mismo, eh? Sé que te lo he dicho ya como unas cuarenta veces hoy, pero es que, de verdad, eres un idiota, Mello.
Las lágrimas amenazaron con brotar, pero las contuve. No podía permitirme el lujo de derrumbarme ahora.
Matt regresó a los veinte minutos, con más agua y algunos cubos de hielo que había conseguido en algún lugar. Nos sumimos en un enorme silencio en el que ninguno de los dos dijo nada, Matt curando a Mello lo mejor que podía con los recursos tan limitados que teníamos, mientras que yo simplemente me limitaba a observarlo.
Pasaron horas antes de que finalmente termináramos de atenderlo. Las heridas estaban cubiertas con vendas improvisadas, y Matt había logrado reducir algo la inflamación.
Sin embargo, éramos muy conscientes de que esto tan solo era un parche. Si no conseguíamos antibióticos pronto, las quemaduras podrían infectarse, y entonces todo habría sido en vano.
—¿Crees que valió la pena? —le pregunté al rato a Matt, mientras me curaba las manos. Estaba haciendo un esfuerzo titánico por no sisear con cada roce, por muy cuidadoso que fuera. El ardor era insoportable.
—No lo sé. Pero es Mello. Él siempre cree que vale la pena, aunque le cueste todo.
Me quedé en silencio, dejando que sus palabras se asentaran, porque tenía razón.
Mello siempre creyó que sus decisiones eran las correctas, incluso si eso significaba arriesgar la vida.
Y era obvio que esta vez no iba a ser diferente.
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