Noelia 30💙
No diferencio si el sol que entra por la ventana es ante o post mediodía, y no me importa, no pienso moverme de aquí.
La cabeza no me duele, es mi cuerpo entero el que se resiste a salir de la cama por las agujetas que tengo hoy. Dios, ¡si creo que nunca he bailado tanto como lo hice anoche!
Muevo las manos y él no está a mi lado, sí, ha de ser muy tarde.
Me incorporo y a punto estoy de llorar, suelto un quejido que pronto se convierte en una sonrisa, porque veo en la cómoda una nota junto a algo de ropa para mí.
«Estoy pintando, ¿me ayudas?»
Me visto rápido, recojo un poco la cama y echo la ropa sucia de anoche al cesto de la colada.
Un momento. Algo llama mi atención de la ropa.
Cojo la camiseta de Samuel que veo manchada de sangre. Me preocupa la herida, ¿en qué momento ha vuelto a sangrar?
Busco la camisa de anoche de la fiesta y también la analizo. Nada en ella, ni una gota. Miro el resto del cesto y solo está la ropa desde que llegásemos el martes del hospital y toda está limpia de sangre, ¿cuándo ha sangrado entonces Samuel, que no me ha dicho nada? Espero no tener que agarrarlo de las orejas como a un niño pequeño para llevarlo de regreso al hospital.
Y antes de llegar a su habitación de ensayo, decido que prepararé café, de ese que ya empiezo a ser una adicta como el mismo Samuel.
No hago más que llegar a la puerta con las dos tazas y él se gira a mirame como si hubiese notado mi presencia. Ojalá y haya sido yo quien ha llamado su atención, o en el mejor de los casos, mi alma en el reclamo de la suya. Pero no, mira mis manos sonriendo, ha sido el aroma del café.
Se acerca a mí para tomar su taza y probar su líquido preferido. Creo que estoy hipnotizada con esos movimientos de taza arriba, labios rozando el borde, garganta tragando.
Samuel es guapo, de esos guapos que te hacen mirarlos sin querer porque desprende magnetismo a raudales. Tiene los ojos grandes y claros, que junto a su nariz recta y fina y su boca de labios gruesos, le dan ese aire sexi que gusta a cualquiera. Pero lo que más llama la atención de él es su melena negra azabache hasta la nuca, siempre engominada. Un hombre cuyo cuerpo delgado y fibroso, trabajado por el baile, puede hacerte babear estando de torso desnudo, como está ahora.
Y es mi alma gemela, no puedo estar más contenta.
Tengo que beber yo, o me abalanzo sobre él.
—¿Noe, me ayudas o quieres seguir mirándome un poco más?
—¿Qué?
—El café, hace rato que ya lo terminamos —dice sonriendo.
Miro mi taza vacía. La dejo en el suelo, un poco contrariada, para empezar a ayudarle.
—¿Por dónde empiezo?
—Quiero cambiar esa pared, antes tenía una escena de baile, pero el domingo solo me dio tiempo a pintarla de gris para borrarla. Solo hay que rellenar las pupilas de los ojos.
Pretende que le ayude con la pared que hay frente al pentagrama, que por cierto él también lo cambia por una nueva melodía, seguro y es la que hizo el domingo para mí.
La pared de la que habla tiene pintado ya dos ojos enormes, con una línea que se adivina será la nariz. Extraño diseño, creo que la escena flamenca de antes hubiese pegado más.
Siento que Samuel me observa, que no puede apartar sus ojos de mí. La pista definitiva me la da mi alma, que no tarda en calentarse y en hacer que yo vuelva a mirarlo. Un cruce de miradas que nos hace sonreír.
Disfruto de la sensación de verme seducida en este juego de miradas sexys, mientras él no deja de morderse el labio inferior. Está claro que es una invitación a acercarme, a dejar de devorarle con los ojos para empezar a hacerlo con la boca.
Me decido y ando hacia él, esquivando la pintura, pisando plásticos y cartones sin importarme manchar las zapatillas de deporte. Junto al sonido de mis pisadas solo se distinguen nuestras respiraciones en jadeos comedidos, en el latir de nuestras almas.
Camino deprisa, todo lo que mi entrepierna excitada me permite, y creo que no es mucho. Samuel desesperado por verme a su lado rompe esa barrera de centímetros que nos separan todavía. Se ha agachado hasta cogerme por los muslos y levantarme en peso. Yo he saltado con las piernas abiertas para encajar en su entrepierna, la que comienza a endurecerse a través de sus bermudas finas.
El roce caliente me provoca un gemido, y una sonrisa, antes de que mi boca se vea atrapada por la suya.
Ambos giramos a ciegas, perdidos en el beso húmedo que nos damos. Samuel me lleva hacia la puerta cerrada y hace que mi espalda la encuentre, que mis brazos cruzados se aferren a su cuello para no caerme.
—Pensé que no me lo pedirías nunca —susurra sensualmente en mi oído.
—Yo no te he pedido nada —le digo sonriendo.
—Tú boca no, pero tus ojos azules querían un beso.
Samuel apoya una mano en la puerta, por encima de mi cabeza, y empuja sin importarle nuestra ropa. Mi cuerpo lo acoge y se curva, mi vagina lubricada busca su pene erecto. Mis piernas ceden en su temblor y caen al suelo, para que Samuel, libre de mi peso, pueda acariciarme la cara. Jadea en mi boca mientras muerde mis labios.
—Gracias por encontrarme, Noelia.
—Gracias a ti por existir, Samuel.
💙
—¿Y puedes comer huevos? —me pregunta Samuel cuando me meto de nuevo en la cama con una bandeja en la que traigo varios sándwiches vegetales.
Hemos decidido comer aquí para darle un buen estreno al colchón, además de que necesito descansar porque hemos estado redecorando la casa durante toda la mañana.
—Pues claro, chaval, no soy vegana.
—No termino de entenderlo —contesta desde su ignorancia al tiempo que le da un bocado al sándwich que precisamente tiene huevo cocido.
—¿Y se puede saber a qué viene esa inquietud ahora?
—He de saber qué puedo o no comer yo también, cuando vivamos juntos.
Me río a carcajadas cuando compruebo que lo ha dicho muy en serio.
—Espera a que me entere bien, Samuel Carmona ¿estarías dispuesto a hacerte vegetariano por mí? —pregunto alucinada con su decisión.
—Claro, cariño, solo comeré carne a escondidas de ti.
Y río a carcajadas que a punto están de hacerme atragantar el pan que masticaba.
Despierto con hambre, creo que esta vez mi sueño ha sido tan real que me han dado ganas de comer, claro que si encima son las siete de la tarde ya no lo veo tan disparatado, ¡como he llegado a dormir tanto!
Me levanto con cuidado, Samuel duerme también, supongo que los días de hospital y la juerga nocturna que acabó al amanecer nos pasan factura ahora. He pensado en hacer algo de cena, algo frío que podamos tomar aquí en la cama, como en mi sueño.
Me visto con prisas y salgo a la calle, creo que no tardaré en dar con un supermercado cercano donde puedan vender humus.
—Cande.
¿Es que no voy a poder ir por las calles de Granada sin que me reconozca la gente? Joder, habré dejado de ser Noelia con el colgante puesto, pero Candela bien que tiene su propia fama.
Me giro al oír el que todavía es mi nombre y me llevo una sorpresa.
—José, ¿qué quieres?
Tras el ingreso de Samuel en urgencias tuve que volver a decidir si denunciarlo o no, y como no hubo pruebas contra él, de nada serviría, la policía tampoco pudo detener al verdadero autor. Así que todo quedará archivado como una pelea más de un bar.
—No me he atrevido a buscarte para hablar contigo.
—Has hecho bien, porque no me pararé a hacerlo.
Me quiero ir, pero él no me deja. Me agarra por el brazo. Miro su mano y paso luego a mirar su cara. Ha debido ver mi enfado porque deja de sujetarme de inmediato, se nota que aprecia los dedos de su mano sana.
—Yo no lo hice, Candela, de verdad. Solo dije que Samuel estaría mejor muerto, que así no se entrometería entre tú yo, pero eso fue todo en un momento de rabia y de coraje. Jamás le pediría a Yerai que le hiciera nada, tienes que creerme. Jamás.
—Dame una razón para que te crea, pero una más convincente, porque esa no me vale —le digo cruzada de brazos.
—Está bien... Eso hubiera sido perderte para siempre, y jamás me arriesgaría a tu desprecio, a que me odiaras de por vida.
Este hombre, con esos sentimientos tan sinceros y bonitos, poco tiene que ver con la bestia que creí que era.
—José, yo… —Agarro el colgante, en mi cuello, y lo veo a él frente a Candela. Sonríe, se le ve feliz, compartiendo con ella un momento de lo más íntimo, emotivo y esperanzador por su parte, como creo que fue el primer beso que se dieron.
No soy nadie para condenarlo sin pruebas, ya lo dije, y esos ojos que me miran ahora los puedo identificar en el recuerdo de Candela con los que la miraban a ella, enamorado.
José no me está mintiendo, hay mucho amor en él.
—Dime qué puedo hacer para que me perdones, Cande.
—Yo no tengo que hacerlo. —Y no lo digo porque sea Noelia en vez de Candela, sino porque a mí no es a la que han mandado a un hospital de un navajazo.
—Hasta que pueda hablar con Samuel pasará tiempo.
—Comprende que él esté todavía a la defensiva contigo. Pero no te preocupes, yo puedo intentar que me escuche.
—Gracias. Es irónico, ¿verdad?, lo que ha ocurrido, en vez de separaros os ha vuelto a unir.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Sarai me ha contado la elección de Samuel, y tu actitud conmigo me corfirma tu propia elección.
Vaya, mi intimidad de cama expuesta en el barrio. Ni siendo Noelia Arenas tengo tanta repercusión en mi vida privada.
—José, entiendo que estés dolido conmigo, o en este caso con Samuel, pero ahora mismo es cierto que tratamos de darnos una nueva oportunidad, en la que ni tú ni Sarai tenéis cabida —le digo muy metida en mi papel de Candela, pero hablando desde la sinceridad de Noelia.
—Lo supe el domingo.
—¿Ah, si?
—Sí, tu forma de mirarme fue distinta, ahí supe ya que no te recuperaría nunca.
Me da tanto sentimiento su rendición fallida con Candela que quiero ayudarlo en sanar su desengaño pronto.
—José, ¿qué sabes de las almas gemelas?, porque yo creo que no pueden ser separadas una vez que se han encontrado, tú también lo crees, ¿verdad?
—Sí, pero tú y yo no lo somos.
—No hablo de nosotros. He tardado en entenderlo, pero al fin lo hice, la he encontrado en otro hombre. —Y esta vez sí lo preparo para cuando Candela regrese, yo le hablo más bien de Asier.
—Samuel —dice apenado—. Está bien, preciosa, si es así, no me queda más remedio que retirarme con dignidad.
José me agarra de nuevo la mano, esta vez para besármela. Poco afecto me parece para una despedida definitiva entre ellos, así que le doy un abrazo que le deja perplejo.
—Me alegro por ti, y en todo lo que yo pueda ayudarte, sabes que aquí tienes un perro fiel.
Vaya, tengo ante mí a un hombre verdaderamente enamorado, sincero y guapo, al que esos ojitos negros, casi humedecidos, hacen aún más hermoso, y que para más señas tiene una mano escayolada por mi culpa. No puedo dejar de lamentarlo, me parte el corazón. Él se marcha dejándome en mitad de la calle pensando en su ofrecimiento.
—¡José! —grito cuando he salido en su busca.
Se detiene para esperar a que llegue a él, me sonríe, y sé de pronto, y no me preguntes cómo, que está por encontrar a su alma gemela.
—Gabriel Carmona, seguro que sabes dónde puedo encontrarlo.
—Sí, claro —me confirma él—, y si te das prisa, lo pillas en el comedor social del centro cuando llegue para la cena.
💙
Me ha costado convencer a Gabriel para que me acompañe a ver a su hijo. Y no me siento orgullosa de la mentira que le he dicho, sobre todo porque implica el estado de salud de Samuel.
Una mentira a medias en realidad, porque le dije que había sangrado y que el muy cabezota se negaba a ir a un hospital.
—Noelia, no voy a poder. Mírame.
Lo hago y veo a un hombre maravilloso, así tenga su ropa sucia o esté desaliñado. Un hombre nervioso que se frota las manos, que parece que tiembla y todo, cuando ya estoy abriendo la puerta.
—Tranquilo, Samuel no te dirá nada inapropiado delante de mí. Y si te echa a la calle, yo me voy contigo.
—No digas tonterías, no lo harás, él es tu alma gemela.
—A él me lo impusieron cuando nuestra alma se rompió —le digo sonriendo de oreja a oreja—, a ti te elijo yo porque quiero, no lo olvides.
Y al fin reconozco en un hombre la figura paterna que nunca tuve. Gabriel acepta mi beso y me da las gracias, además de llamarme hija. Eso me emociona, me hace sentir la niña que un día dejé de ser a golpe de cinturón. ¿Es posible que las almas sean además afines en otros amores? Viendo la sonrisa de Gabriel ahora, no tengo dudas, quiero a este hombre como a un padre y no necesito a María para que me lo confirme.
La casa está a oscuras cuando entramos, solo hay luz en la habitación de ensayo.
—Samuel, he llegado —grito para que venga a nuestro encuentro.
Salí a por comida, pero creo que habrá que pedir cena para tres a cualquier restaurante de reparto porque al final no he comprado nada.
—Me tenías preocupado, no has contestado al móvil… —Mierda, sigue apagado desde que lo desconectase anoche para poder dormir.
Samuel está frente a mí y su padre, de ahí su bloqueo gramatical al vernos juntos.
—¿Tú? ¿Y con ella?, ¿cómo te atreves?
—Samuel, escucha... Yo quiero hacer esto por vosotros, ayudaros a los dos a reconciliaros.
—No necesito tu ayuda —me interrumpe con claro enfado en sus palabras—. Porque no hay nada que yo tenga que solucionar con este hombre.
Gabriel tiene intención de irse pero yo lo retengo, me afianzo más a su brazo y sostengo una mirada fría a Samuel.
—Vas a hablar con tu padre como el adulto que eres, no como el niño caprichoso que te empeñas en ser.
—En casos como este, uno nunca deja de ser un niño. Él me dejó en el peor momento de mi vida, porque cuando yo más necesitaba tener un padre, se murió también para mí.
—Pero ¡no es cierto!, lo tenías, estaba ahí, y tú no supiste retenerlo. No todo el mundo tiene esa suerte, ¿lo sabías? Hay quien nunca llega a saber qué es querer a un padre, quien odia la sangre de sus venas y desea sacársela a base de cortes —le digo exponiendo demasiado de mí en esta reclamación. Samuel, asustado, mira mis muñecas, sí, la cirugía puede hacer milagros—. ¿Le pediste alguna vez que se quedara contigo?
Samuel ya no está enfadado, parece que me tuviese lastima a mí ahora.
—Un padre ha de saber eso sin necesidad de palabras, solo con mirar a los ojos de su hijo.
—Tú debiste pedírselo y no darlo por hecho, porque a parte de padre es también un hombre.
—¡Pero ¿por qué tienes tanto interés en vernos juntos si no lo conoces de nada ?!
De nuevo vuelve a su enfado.
—¡Porque te amo, y Gabriel es parte de tu vida como pueda serlo yo! ¡Tu felicidad no estará completa sin él! ¡Yo no estaré completa si tú no lo estás!
—Tuvo años para acercarse.
—Los mismos que tú para ir en el sentido contrario —digo mientras me cruzo de brazos.
—No permitirás que lo deje así, ¿verdad? —pregunta algo más calmado, extraño, porque su respiración no lo está, se altera demasiado.
—Puedo llegar a ser muy testaruda.
No reparo hasta ahora en Gabriel, que nos mira a ambos sin saber qué decir, yo le guiño un ojo, creo que tengo a Samuel convencido. Bueno, casi.
—¡Pues vas a conocer cómo de testarudo puedo ser yo! —grita echando por tierra mi teoría de rendición.
—¡Testarudo y cobarde!
—¡Te equivocas, hay que ser muy valiente para no dejarse engañar por este hombre otra vez!
—¿Eso es lo que temes, que se vaya de nuevo? —digo detectando su miedo más que su rencor.
—¿Y quién me garantiza que no lo haga cuando se asuste de nuevo?
—¡Yo, joder! ¡Yo pongo la mano en el fuego por él!
—Noe, no puedo… —me dice mientras se toca el abdomen a la altura de la herida.
—¡Vas a hablar con tu padre o juro que no vuelves a verme en la vida, Samuel! —grito de nuevo, pero esta vez sin argumentos.
—Noe... No puedo respirar.
—Calla, Noelia, no es el mejor momento para recriminarle nada más —me dice Gabriel, que ha visto cómo su hijo se sostenía sobre la pared mientras discutiamos porque ya empieza a sangrarle la herida de nuevo.
—¡Samuel!
Y los dos corremos a sujetarlo antes de que caiga al suelo.
El me sonríe, trata de darme ánimos, pero no está bien, le duele mucho.
—Papá —le dice a Gabriel, quien tras llevar años sin oír esa palabra comienza a emocionarse. Yo muevo la cebeza para decirle que sí, que adelante, que conteste a Samuel que lo ha llamado padre y lo mira llorando.
—Dime, hijo —y la voz se le rompe al decir la palabra.
—Llama a un médico, por favor, antes de que esta mujer me encierre contigo y tire la llave.
Al ver su ánimo, Gabriel y yo nos relajamos hasta el punto de sonreírnos en complicidad. Lo he conseguido. Samuel escuchará a su padre mientras cenamos en el dormitorio, porque este testarudo regresa a la cama.
Mi alma no solo acabará la noche unida a su gemela, sino que comienza a sanar de sus heridas paternas.
Poquito, poquito, ya!!!! Estoy que me mueroooo💙
Pronto Noelia y Candela volverán a verse y a recuperar sus vidas, ¿acabarán compartiéndolas con sus almas gemelas? ¿O preferirán eso de "infelices para siempre" ?
Un cierre para José, que se lo merece, y una apertura al libro que pedías💙rosyca78
¿Esta relación se consolida?, ¿o es producto de una imaginación necesitada de amor? 💙
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro