Noelia 19💙
Nadie me dice nada. Nadie ha salido de ese maldito quirófano todavía para decirme nada. La espera me está matando. Miro mis manos, la sangre de Samuel está seca en ellas. No he querido moverme de aquí para ir al baño a lavármelas sin que me dijesen antes algo de él.
No sé qué hacer, el café de la máquina no ha hecho más que impacientar mis nervios y ahora no puedo ni sentarme a esperar. Lo único que me mantiene en pie, en un consuelo absurdo, es saber que mi alma no ha sentido todavía el desgarro del dolor por un daño irremediable a su mitad.
Samuel ha de estar bien ahí dentro, ¿verdad?
—Ven, siéntate junto a nosotras —dice Elisa mientras me lleva hacia los asientos de la sala de espera. Rocío está allí sentada, junto a otros compañeros suyos y de Samuel.
—Yo tengo la culpa.
—¿Por qué lo dices? —me recrimina ella cuando ha conseguido que me sentase a su lado.
—Yo le partí la mano a José esta mañana.
—Sí, pero no le has jodido el cerebro a ese idiota, todo ha sido idea suya. El canalla es él, Candela, él sabe muy bien lo que hace, no te culpes tú.
—¿Son amigos de Samuel Carmona?
Me levanto al oír su nombre creyendo que me van a decir algo de él. Pero el hombre que tengo delante poco tiene que ver con un doctor, más bien parece un paciente de un psiquiátrico.
—Soy su mujer.
Quizás sea exagerado decirlo así cuando Samuel y yo no estamos casados, ni siquiera comprometidos, pero decirle a este hombre que soy su alma gemela puede ser más extravagante si cabe.
—¿Y cómo está mi hijo? ¿Qué se sabe de él?
Vaya eso supera cualquier posesión que yo haya podido decirle sobre Samuel. ¿Su hijo?
Me da igual parecer una loca por mis actos, busco el colgante entre mis pechos y sin disimulo alguno lo saco de ellos, y de la camisa. Lo sujeto con mis dedos, tengo el temor de que mi fuerza pueda hacer añicos el cristal y ya no me deje ver lo que estoy necesitando saber. Mientras tanto, cierro los ojos.
Nada, no funciona la maldita piedra verde, no sé a qué se debe esta ignorancia ahora, ¿se ha estropeado?, ¿o con este hombre no sirve el embrujo?
—Disculpe, señorita, ¿sabe usted cómo está mi hijo o no?
—¿No me conoce?
El hombre niega con la cabeza, apenado. No se atreve a levantar la vista y enfrentarme.
Y es cuando entiendo la escasa relación que le une con Candela o con el propio Samuel. ¡Qué coño escasa!, es nula para que el colgante no me haya dicho nada.
—Lo siento, Gabriel. —Su nombre si lo sé y él levanta el rostro cuando me oye—. No sabemos nada, nadie ha salido a decirnos nada todavía.
Y como hiciera Elisa conmigo antes, yo tomo sus hombros para conducirlo hasta las sillas de la sala de espera, esta vez más alejadas del resto de nuestros amigos.
—¿Quieres un café o un poco de agua?
—No, gracias, Candela.
—Así que sí sabes mi nombre —le digo sin reproche, y procuro sonreír aunque poco se me note.
—Tú sabes el mío, ¿no?
—Pero yo vivo con Samuel.
—Yo hace años que no lo hago, pero nunca he dejado de interesarme por él.
—Claro —y ahora sí sonrío más abiertamente.
Que no esté presente en la vida de su hijo, no quiere decir que haya estado ausente. Yo que no tengo madre, y mi padre es como si estuviese igual de muerto, me alegro por él.
—El barrio es muy pequeño, Candela, y si además eres invisible, puedes oír a las sombras sin que reparen en ti.
—No sé si te he entendido eso de las sombras. —O al menos no quiero hacerlo del todo, porque mira que las pistas son evidentes.
Miro su aspecto desaliñado, y es ahora que reparo en su olor corporal, que si no se tratase del padre de Samuel me echaría para atrás con repulsa.
Tantos años de silencio en este colgante por él, cobran sentido ahora.
—Es difícil hablar de ello si Samuel no ha querido contarte nada de mí antes…
—Pues no lo hagas si no quieres ahora, Gabriel.
—Lo preferiría así, por lo menos hasta que todo esto de Samuel pase y él quiera verme.
—Está bien, lo haremos como tú digas. ¿Qué te parece si vas a casa, y hoy comes y duermes caliente? Mañana, por desgracia, seguiremos aquí. Yo llamaré al piso en cuanto sepa algo.
—Samuel se enfadará si me ve en su casa.
—Yo me encargaré de decírselo cuando despierte, conmigo no lo hará.
—¿Crees que despertará de verdad? —pregunta con el rostro lleno de esperanza, la mugre ya ni se ve tras esos ojos sonrientes.
—Ya lo creo que sí —le digo poniéndome de pie y dándole el juego de llaves de Candela—. Tiene mucho que explicarme, y mucho que disfrutar de ti.
—¿Por qué lo haces, hija?
—¿Sinceramente? No lo sé. —Me encojo de hombros—. Supongo que es lo que se hace por un alma gemela, ¿no?, hacer todo lo que esté a tu alcance por verla feliz. Y yo que no supe nunca lo que es un padre, creo acertado empezar por ahí.
—El alma pura de Samuel no ha podido encontrar mejor mitad. No te ocultes más y muéstrate.
Acabo de tener una revelación, porque no tengo otra manera de identificar lo que he visto y sentido con las palabras de Gabriel.
Ha sido una orden más que un consejo, ¿verdad? La misma orden que me daría un...
¿Qué? No puede ser. ¿Me ve a través del embrujo?
Me giro a mirar a Rocío, no se ha percatado de mi conversación con el padre de Samuel. Y ahora creo que me equivoqué con ella, y mi amiga no es más que una cotilla celestina a la que le gusta verme bien con “mi novio”. Ahora estoy segura de que mi verdadero maestro de Unión es él.
Gabriel.
Quiero decirle algo, necesito respuestas…, pero por lo visto tendré que esperar a volver a verlo, ya se ha marchado sin decirme nada.
La puerta del quirófano se abre y sale el doctor que operaba a Samuel, todos nos reunimos alrededor de él.
—Todo está bien con Samuel Carmona, no se preocupen. Solo ha sido un rasguño.
—Parece que la operación haya durado horas, ¿cómo dice que ha sido un rasguño? —pregunto preocupada, no termino de creerlo.
—Referente a eso… —El doctor me aparta del resto de amigos que ya sonríen y se abrazan por la buena noticia—. Verá, eso ha sido lo más insólito.
Todo parece serlo ya desde que Candela me llevase a rastras por medio Granada y me metiese en la cueva de María, ¿qué me va contar a mí?
—Sin tener nada que afectase a su cuerpo físico, sus constantes estaban descontroladas, ni si quiera se podían medir. Hemos tenido que esperar a que se estabilizaran, sin poder hacer más nada.
Voy a enfadarme de veras si una vez más tengo que pedir que me hablen como si fuera una niña pequeña para entender algo.
Y gracias a que este hombre debe de estar acostumbrado a ver las caras de los familiares a la salida del quirófano, a él no tengo que pedírselo. Me está viendo la mía de ingenua.
—Pues eso, joder, que estuvieron a punto de reventar el monitor sin razón científica aparente —sisea demasiado cabreado—. Debo de estar loco, puesto que lo ocurrido es algo que no voy a admitir nunca ante un tribunal médico, pero a ese hombre de ahí dentro lo descontrolaba algo de aquí fuera, de eso estoy seguro. Y por arte de magia, o yo que coño sé, aparecieron de repente sus parámetros de reposo, y es ahora que está vivo como si nada.
—Gracias. —Es lo único que le puedo decir, ahora sí que lo he entendido.
Y no está bien que me ría a carcajadas y le estampe un besazo a este hombre en los morros, pero sé que he sido yo la que ha regresado a Samuel a la vida, “¿verdad, María?”
—Pasará unas horas en cuidados intensivos, no voy a arriesgarme a que ese monitor nos dé otro disgusto mientras yo esté de guardia.
Dice el pobre hombre que ya regresa al interior de los quirófanos. Yo sonrío de nuevo.
💙
En cuanto suben a Samuel a la que será su habitación, ya entrado el amanecer, me despido de las chicas y los compañeros que ya regresan a sus casas. Rocío hace un último esfuerzo para convencerme de que yo también me vaya con ellas porque él no despertará en un buen rato.
Naturalmente no tiene argumentos suficientes para hacerme cambiar de opinión. Le acepto su chaqueta vaquera, que insiste en dejarme por si tuviera frío, y se va con todos para organizarse en el par de coches que hay.
Los veo ir y me alegro de que Samuel tenga tan buenos amigos, ojalá y pronto pueda hablarles con sinceridad y hacerlos míos.
Deshago mis pasos hacia al interior del hospital para subir con Samuel. Doy los buenos días ya a las enfermeras que hacen su ronda por los pasillos y abro la puerta de la habitación.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunto en un susurro al ver que hay otro enfermo que duerme tras la cortina de separación.
—Schhh —me manda a callar—. Samuel está dormido.
Trato de comportarme bien en un lugar como este para respetar el descanso de Samuel y del resto de pacientes que estarán igual de enfermos. Pero si Sarai no se levanta de esa cama ahora mismo olvidaré que es un hospital y una habitación compartida.
—Retírate, no vayas a hacerle daño a Samuel —le digo apelando al estado de él.
Suelto mi bolso y la chaqueta que traigo, encima de una mesita, porque presiento que no tardaré en necesitar las manos libres.
Ella, que hasta ahora me daba la espalda, tuerce su cuerpo lo justo como para mirarme a la cara.
—No sería ni la mitad del daño que le has hecho tú estos cinco años.
—No voy a hablar contigo aquí de mi vida privada con Samuel.
Ni de la mía ni de la de Candela, que antes tengo que ver por el colgante a qué se refiere esta mujer con eso del daño...
He tenido que tocar su fibra sensible, esa que nos hace enervar a todos en algún momento de nuestras vidas. Claro que no esperaba yo que la suya fuera tan delicadita para hecerle pegar un salto y venir hacia mí como si me fuera a pegar. Al menos no parece que vaya a levantar la voz.
—Hace tiempo que dejaste de tener intimidad con él, y no vas a sacarme de en medio ahora.
—No voy a sacarte yo, te irás tú sola cuando Samuel despierte y te diga con quién de las dos se queda.
Siento hablar de esta manera, con este pacto tan absurdo de propiedad, yo no soy así. Samuel es libre, no podemos obligarlo a elegir entre nosotras. Y lo lamento aún más profundamente cuando caigo en la posibilidad de que puede escogerla a ella, y no hablo de Sarai, sino de Candela.
—Pues de aquí de su lado no me muevo hasta que lo haga, no voy a dejarte un segundo con él de ventaja.
¿Es así como mi sombra actúa? ¿No permitirá que él y yo estemos a solas para conocernos, para intimar de verdad como necesito hacer?
Me preocupa que esa distancia me haga recapacitar y dude a la hora de estar con Samuel como hombre, porque aunque sé que no he de tener miedo a nuestra unión física, todavía no me encuentro del todo preparada.
Por lo pronto, y hoy, me basto yo sola para iluminar a mi sombra.
Si no se va Sarai ahora mismo, me va a hacer tomar medidas extremas, sin importarme quién duerma o dónde estemos.
—¡Enfermera!, ¡enfermera! —grito asomando mi cabeza por el pasillo, había dos muy cerca, no tardarán en llegar. Las luces de la habitación se encienden, he despertado a la otra familia—. Llamen a la policía, por favor, quieren acabar lo que empezaron con Samuel.
Y es que no es ningún secreto la reyerta que trajo a Samuel hasta aquí.
Sarai se queda de piedra al verme sonreír, ojalá y pudiese verme a mí, a Noelia.
—Me voy, pero regresaré cuando Samuel despierte.
—Te estaremos esperando. Juntos.
Y desaparece igual que entró, sin hacer ruido, sin que nadie más la vea.
Han de tranquilizarme cuando llegan a la habitación, me ven muy nerviosa, y hay hasta quien se atreve a recomendarme un sedante porque ha tenido que ser muy agotador lo que he pasado durante la noche, creen que pueda tener un delirio persecutorio o algo así después de la agresión con navaja a Samuel. No me vale del todo, porque sí que había alguien en la habitación, pero opto por mantener mi boca cerrada.
¿Y si se trata de verdad de una paranoia con mi sombra de la Unión de almas?, no es tan raro cuando también veo maestros que no sé si lo son, ¿y si es mi subconsciente quien materializa a Sarai porque sigo sin aceptar mi cercanía a Samuel?
Acepto ese tranquilizante, no quiero pensar mientras duermo o acabaré loca del todo. Pero que me lo inyecten, por favor, para que me haga mucho más efecto.
Llevo casi dos horas observando a Samuel dormir, sentada a su lado en la cama. Acaricio su frente y sigo cada una de sus arrugas de expresión. Está guapísimo con ese gesto relajado en su rostro, me parece que poco dolor puede llegar a sentir, porque sonríe. Sonrío yo, ¿y si lo hace conmigo, y si sueña con la Candela que se ha quedado con él aquí en Granada desde hace ya tres días?
En este momento entra la enfermera de turno. Se dirije a Samuel, a comprobar su estado, y me ha pillado embobada observándole, ¡qué vergüenza con ella! No podré ocultar que estoy enamorada con esta sonrisa que tengo ahora.
Me levanto para salir al pasillo y dejarla hacer su trabajo. Pero no puedo. La mano de Samuel agarra la mía con fuerza y caigo sentada de nuevo en la cama.
—Puedo dejar que me acaricies toda la vida y mandar a la mierda cualquier otra necesidad.
Me hace sonrojar. ¡No estamos solos!
Miro a la enfermera que suelta una risita tonta mientras comprueba el suero y los calmantes que supuestamente le mantienen tranquilo. Apunta algo en su carpeta, sin dejar de sonreír.
—¡Qué suerte tienen algunas! —dice la enfermera sonriendo.
—Es que es mi alma gemela —le contesta Samuel sonriendo.
Abro los ojos y miro a Samuel, ¿lo sabe, o habla por hablar? Él me sonríe y con tremendo esfuerzo se lleva mi mano a sus labios.
—¡Y además es romántico! No lo dejes escapar, niña —me dice a mí con un guiño de ojo.
Se me hace eterno el reconocimiento de esta mujer.
Espero impaciente a que la enfermera salga por la puerta y me dirijo a él cuando se ha ido.
—Estabas despierto y me has dejado hacer la boba —le digo al darle un golpe cariñoso en el brazo, tengo en cuenta que no ha despertado en toda la noche tras la pelea y puede dolerle más de la cuenta.
Samuel me sujeta por los hombros, no parece importarle las vías que tiene en la muñeca y tira de mí hacia él.
—Y me encanta verte así, embobada por mí —dice al tiempo que acaricia mi pelo hasta recogérmelo tras la oreja.
Nuestras cabezas están a pocos centímetros, puedo verme en sus pupilas ámbar, las que brillan con la emoción de nuestro beso de buenos días, ese que contengo como toda una campeona para no dárselo y hacerle daño, porque desde ya te digo que me subiría a la cama con él.
Cierro los ojos, ya no puedo más. No me importa dónde estamos.
—Creo que voy a pedir el alta médica ahora mismo para hacer algo que estoy necesitando hacer de inmediato.
—¿Y qué es eso tan importante que no puede esperar? —Me muerdo el labio inferior conteniendo una sonrisa. La sábana no puede ocultar su impresionante erección.
—Besarte.
Y abro la boca y me dejo besar por Samuel. Por la imperiosa necesidad de posesión que nos invade a ambos.
—Cariño… Cariño —me dice Samuel muy despacito, como temiendo que yo me despierte sobresaltada.
Puedo notar su mano acariciando mi cabeza que descansa sobre su cama del hospital.
—Cariño, suena tu móvil.
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? —digo al pegar el bote.
Ya me ubico, me cuesta despertar. Me he quedado dormida en esta postura que lamemtaré todo el día en mi espalda, sentada en la silla y echada sobre sus piernas
—Dormías.
Y tanto, que no lo jure, el calmante ha sido tan bueno que hasta me ha hecho soñar.
—¿Estás bien?, ¿te duele la herida?, ¿quieres que llame a alguien?
Samuel niega con la cabeza sonriendo. ¡Oh, no por favor! Dime que lo que siento caer por mi barbilla no es baba de verdad o voy a esconder mi cabeza bajo tierra para no sacarla jamas delante suya.
—El teléfono. Tenía que ser importante porque no ha dejado de sonar. Ya van tres veces.
—¿Y hasta ahora no me despiertas?
—Estabas tan mona, con esa… —y Samuel se toca la comisura de sus labios.
—Su mujer, ¿verdad?
La voz proviene del otro lado de la cama, una enfermera mira las constantes de Samuel que ya parecen encontrar su lugar en el monitor. Me hace gracia su pregunta.
Ha sido todo tan déjá vu, que no puedo asegurar que haya sido un sueño lo de antes. Todavía me siento rara con el calmante.
—Soy su alma gemela —le contesto yo riendo, antes de que hable él, que se ha quedado con la boca abierta mirándome y sonriendo.
—Ya me lo han dicho —dice cuando se dirige ahora a la puerta, y al igual que en mi sueño se ríe y noto cierta guasa en ella.
—Tu móvil ha dejado de sonar ya —me dice Samuel, y yo dejo de pensar en la enfermera. Él se está mordiendo el labio inferior, de buena gana terminaba de completar mi sueño con un beso como aquel.
Reacciono y me controlo, porque no está bien que lo lastime al subirme con él a la cama.
—Está bien —le digo mientras levanto los brazos para estirarlos un poco. Samuel sonríe, yo lo hago con él. El sol que entra por la ventana bien me dice que es hora de comer—. Salgo a llamar, y aprovecho para tomar algo, ¿vale? Tú descansa y duerme un poco más.
Quiero salir de la habitación pero él me impide levantarme, coge mi mano y me hace caer en la cama a su lado.
—No tardes. Te echaré de menos.
—No lo haré, anda, descansa.
—Necesito tus caricias para seguir viviendo.
—Vamos, no seas tonto —le digo al darle un último beso.
Y compruebo así que los sueños se cumplen, porque me besa como hace un rato sentí que lo hacía, profundo, ardiente. Único. Yo cierro los ojos y lo disfruto, aunque la mujer que él besa, la que en realidad necesita para vivir, sea otra.
Ya en el pasillo, Elisa, como encargada jefe de la cocina que es, me tiene malas noticias. He de pasar por el hotel a firmar mi despido, el de Candela más concretamente, por los incidentes de anoche. Y llamarán a Samuel cuando pueda ir por su propio pie, él tampoco trabaja ya para ellos. Serán hijos de… quieren hasta descontarnos los desperfectos del finiquito.
Sé que no debo de preocuparme por el dinero, puesto que a mí personalmente me sobra, y que puedo crujir al hotel con un buen abogado, pero claro, eso no podrá ser hasta que recupere mi identidad, y que si Candela no lo consigue con Asier, todo sea dicho, se descubrirá nuestro engaño este sábado.
Elisa tenía razón, el único culpable de nuestra situación ahora es José y juro que como lo pille no va a poder ponerse reloj por mucho tiempo, porque no podrá hacerlo encima de las escayolas de muñeca que pienso regalarle.
Gracias a la interacción de Candela y Noelia en el capítulo anterior, sabíamos que Samuel estaba en el hospital, con ese alivio ya este capítulo ha resultado más agradable
¿Será cierto que ambos verán a Sarai y él tendrá que elegir? 💙
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