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💙EL RECLAMO DE NOELIA 2💙


   

     

     María me mira, espera a que le confirme lo que le ha dicho Candela. Le digo que sí, que nos vamos mañana y que cogeremos el avión de las doce del mediodía. 

     —A ver, chicas, puedo presentir a través de vuestros ojos que sois almas puras sin una reencarnación previa, y que es por tanto la primera vez que habéis visto a vuestras gemelas. Así que por eso, y porque la una posee el alma de la otra a su lado, dejadme deciros que estáis de suerte. Me va a resultar más fácil que os acerquéis a vuestras parejas para llevar a cabo la unión.

      ¿Hay una solución? Bien, perfecto, me alegro. Pero espera, espera, espera, ¿una solución a qué? 

     Candela agarra mi mano, esperanzada en algo que yo todavía no entiendo. 

     —Noelia, pequeña, no puedes dejar escapar la oportunidad de quedarte en Granada junto al alma de Samuel cuando la tuya acaba de reclamarla esta noche con ese beso. Si no la conquistas por ti misma, será tu alma la que vagará eternamente buscándola, sin encontrarla jamás, en todas las vidas que haya de vivir a partir de ahora.   

     —María, por favor, dicho así acojona a cualquiera, ya crea en todo esto de las almas o  no. Ten un poquito de tacto, anda —le pide Candela. 

     Pero se equivoca  no me he asustado en absoluto. Se están riendo de mí. 

     Descartada las opciones de secuestro y de estafa, ya solo me queda la de una cámara oculta para un reality de muy mal gusto que bien se podría llamar: Agotemos la paciencia de Noelia Arenas y veamos hasta dónde puede llegar antes de repartir tortas.     

     —Pues dígame cómo lo haremos sin que antes le tenga que decir a Asier que nos quedamos en Granada para que yo me una a otro hombre, que no es él, delante de sus narices porque he descubierto que precisamente ese hombre es mi alma gemela, sin la cual seré infeliz eternamente.

     Me cruzo de brazos al acabar de hablar y suelto un JA que no parece gustarle mucho a María, que se levanta sobresaltada y pone las manos en la mesa.

     —Nunca he dejado errar almas atormentadas en su búsqueda gemela si he podido hacer algo para ayudarlas. Y no lo voy a hacer ahora contigo aunque seas una incrédula, estúpida y maleducada.

     Candela aprieta de nuevo mi  mano. Entiendo que con mi actitud estoy cabreando a María, y si no le pido perdón, quizá se resista a ayudarnos. O peor aún, me eche mal de ojo. 

     Trataré de abrir la mente como ella me pidió y evitaré ser borde con la gitana, experta en esta chorrada, que ella tanto adora.

     —Lo siento, perdone usted —le digo, todavía sin saber por qué le he pedido perdón, y contengo mi risa—, estoy muy nerviosa por todo esto, es la primera vez que oigo que tengamos un alma gemela de verdad, entiéndalo, eso del hilo rojo me parece más de novela romántica que de ciencia probada. ¿Cómo puede ayudarnos entonces con nuestro destino?

     María ha fingido su enfado porque ahora ríe a carcajadas. Eso relaja a Candela, creo que  la pobre hasta dejó de respirar por un momento porque de verdad ella sí cree en todo esto de la Unión de las Almas. A mí lo que hace María es desconcertarme, ¡será cabrona esta mujer! 

    Y es cuando la anciana se levanta y busca algo en una caja llena de polvo, que seguro lleva ahí otro siglo como la mesa —el polvo, digo—, para darnos a continuación un par de colgantes a cada una.

     —Tomad. Con él puesto a los ojos del resto del mundo seguiréis siendo Candela y Noelia. Y no será diferente para vuestros dos hombres. Únicamente vosotras dos sabréis que es vuestra verdadera alma la que intenta unirse a su gemela.

     Tomo mi colgante, al igual que Candela el suyo. Es sencillo, discreto, no es una joya cara. Es solo una piedra de cristal, como las que tiene sobre la mesa, engarzada en un cordón de cuero. La mía es de color esmeralda. 

     —El color de ojos de la otra, el que los demás verán. Su espejo del alma. 

     Miro a Candela y efectivamente sus ojos son verdes. La piedra que ella sostiene en sus manos no podría haber tenido un tono más similar al de mis ojos. Zafiro. 

     —Debéis llevarla siempre al cuello. Oídme bien, siempre. En el momento que no lo hagáis, la gente no verá a Candela o a Noelia, respectivamente, sino que dejareis expuesta a vuestra auténtica alma, provocando el caos y la locura en quien os vea. 

     —¿Insinúas que intercambiemos nuestras vidas, cuando lo hagamos con nuestra imagen? —pregunta Candela, yo callo, sigo con la boca abierta, mirando ambos cristales de colores.  

     —Es la única posibilidad para que permanezcáis al lado de ellos hasta conquistar sus almas. 

     —Pero yo no soy Noelia. ¿Qué hay de la vida que Asier ha vivido junto a ella?, yo no tengo esos recuerdos, no tengo manera de enfrentarme a todas esas vivencias sin dejarme expuesta. 

     Candela hace la pregunta perfecta, tiene toda la razón del mundo, Samuel no deja de ser un desconocido para mí, puedo meter la pata en cualquier momento ante la vida en común que ellos llevaron juntos.

     —La piedra hechiza al que os ve con ella, y a vosotras os muestra los recuerdos vividos con esas personas. Esas vivencias acudirán a vuestra mente en cuanto la toquéis. Pero solo los recuerdos de terceros u objetivos. Vuestros sentimientos por vuestros hombres no podrán ser revelados a la otra.

     Creo entenderlo. Lo que alguna vez sintieron Candela y Samuel no lo sabré jamás.

    —A ver si lo he entendido bien. No podré saber en qué medida se amaron Samuel y Candela, pero sí cómo se conocieron o lo que han comido esta mañana, juntos,  por ejemplo.

     —Exacto. La intensidad de vuestros sentimientos es algo que os pertenece solo a cada una de vosotras. Esa ignorancia os ayudará a mantener a vuestra alma gemela a vuestro lado, de lo contrario los celos acabarían con vuestra cordura porque no es algo que la unión considere sano; dos gemelas jamás se celaran.

     «Y llegado el momento de la comunión verdadera, esas almas os complementaran sin ninguna duda, viendo a las auténticas Candela y Noelia en vuestro interior.»  

    —¿Y qué será de ellos? Se sentirán engañados cuando lo sepan. 

    Me alegra saber del buen corazón de Candela, eso quiere decir que es buena persona, que no me hará daño tampoco a mí.

     —Cuando sus almas os descubran de verdad, nada podrá con el amor que les une a vosotras. 

     —Pero ¿podrán perdonarnos? —Yo miro a Candela que parece que ahora no ve tan claro lo que hemos de hacer, sigue preocupada por ellos. 

     —Por supuesto, el amor gemelo todo lo perdona. Ni siquiera una traición como la vuestra podrá destruir lo que sentirán por vosotras. 

     Nuestras miradas se encuentran de nuevo. Ambas asentimos con una sonrisa y tomamos nuestros colgantes para pasarlos por nuestras cabezas. 

     No tenemos tiempo que perder. 

     Me llevo el colgante al cuello y cierro los ojos. Y en cuanto los abro no dudo, por la expresión de Candela que me mira alucinada, que haya dado resultado el hechizo de María. 

     Soy ella. 

     Toco la piedra y así sé su nombre completo. Candela Vázquez. Su edad, treinta años, y su nacionalidad, española. He dejado de ser Noelia Arenas, la guapísima actriz de raiz materna holandesa, pelirroja y  de ojos azules, que tiene embelesado a medio país desde que apareciera desnuda en su primera película a los veinte años. Hace ya más de una década. 

     La verdadera Candela reacciona igual de rápido que yo, se pone su colgante dejándome impactada ante la visión de mí misma, si no fuera por el vestido rojo que conserva, y que yo jamás me pondría por ese corte provocativo y porque no me favorece por mi color de pelo, juraría estar ante un espejo. Candela no se ve como yo la veo, se mira los brazos, no cree que el cristal de color zafiro haya hecho efecto en ella.

     —El embrujo es solo para el que os ve —le dice María para que entre en razón.

     Ella no se lo piensa, agarra el colgante para ver mis recuerdos. No sé qué habrá visto de mí, pero sonríe confirmando que es la falsa Noelia.

     —Tenemos que intercambiar los vestidos, nunca me sentó bien el rojo con mi tono de piel y mis pecas —le digo con un guiño de ojo, sin dejar de sonreír.

     —Eso es lo de menos después de haber intercambiado cuerpo y mente, ¿no crees? —me dice también con una sonrisa. 

     Me desabrocho mi vestido negro para dárselo y recibir el rojo de ella, dando gracias de tener talla semejante.

     No he notado que María se fuera y nos dejase a solas, pero Candela parece que sí. Antes de que la anciana desaparezca por otra vieja cortina de algodón, escondida tras un mueble lleno de libros que divide la estancia en la que estamos, la retiene con un grito.

     —Una última cosa, María, por favor. ¿Cómo sabremos que se ha dado la unión definitiva?, ¿bastará con la unión de nuestros cuerpos?

     María nos mira a ambas como lo haría una abuela o una madre que nos expone sin quererlo a un peligro fuera de su alcance. Sé que lamenta que estemos a punto de meternos en esto. Me gustaba más su expresión de cabrona guasona. 

     —No es suficiente con el sexo, querida, eso hasta los animales lo hacen sin sentimientos, solo por afinidad de especie. Pero piensa que por algo se empieza, porque siento decirte que tu alma estará caliente, excitada y receptiva por la de tu hombre a cada momento. —Joder, menudo marrón, estaré todo el día cachonda. Y de nuevo parece reírse de nosotras, nos guiña también un ojo—. Aprovéchalo bien y recuerda esto: Solo cuando no lleves el colgante puesto y tu hombre te diga que te ama mirándote a los ojos, el que es el verdadero espejo de tu alma, te unirás eternamente a él. Si lo conseguís, en cada vida que viváis os encontraréis. 

     ¡Joder, en menudo lío me he metido!

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