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Candela 4💚

La suite de mis suegros tiene sala de visitas. Y me permito llamarlos "míos" porque siendo Asier mi alma gemela ellos vienen incluidos en el lote afectivo que pronto me pertenecerá.

     Nunca antes tuve semejante lazo familiar, Samuel no quiso nunca que conociera a su padre. Fue tan fácil como que yo no preguntaba por el hombre y él no lo mencionaba jamás.

     Así que puede estar bien eso de tener una familia política, a la que está visto que también necesitaré conquistar como Candela.

     Volviendo a la suite del hotel en la que me encuentro, estoy sentada en el sofá esperando a que mis suegros se dignen a aparecer, casi veinte minutos de espera que intuyo son intencionados.

     Asier está callado y pensativo, él en cambio permanece de pie junto al ventanal que da a la plaza, con una copa, esta vez de whisky, en la mano. Vaya, iba en serio eso de estar borracho delante de su madre porque acaba de bebérsela de un trago y se sirve otra. ¿Tan insufrible es esa mujer que me deja ver a otro Asier que no es ya el hombre agradable del coche?

     No sé todavía por qué Noelia y él no mantienen contacto con Estela y Unai Llanes, el colgante lo único que me revela es el tiempo que no se ven. Cinco meses.

     Y estoy tratando de ver el verdadero motivo de esa distancia familiar a través del cristal zafiro cuando Asier me dice, sin mirarme del todo:

     —Tal vez no haya sido buena idea venir juntos.

     —Relájate, hombre, ¿qué puede pasar?

     —Ya no sé si me lo dices de coña o de verdad finges por mí, para que no me lleve el disgusto.

     Me levanto y camino hacia él, miro sus preciosos ojos marrones que me miran asombrados.

     —Si algo me tiene aquí, a tu lado, esa es tu felicidad. Quiero que te quede claro, Asier Llanes. Eres tú.

     Acaricio su mejilla y él cierra los ojos para atesorar mi contacto junto a él. Raro es que mi alma no se excite al verlo así de tierno, de entregado a la mano que lo acaricia. ¿Con el embrujo puedo sentir cómo un alma sonríe?, porque la mía lo hace, lo juro, parece calmada y en paz con su mitad. De esta acabo chalada.

     —Debo de estar notando el alcohol. Oigo de nuevo los latidos de tu corazón.

     —Te lo he dicho Asier —le digo riendo—. Eres tú quien lo pone en funcionamiento.

     —¡Hijo, qué alegría!

     Y esa voz hace que Asier se aparte de mí al momento, se zampe otro trago de whisky completo y ponga una sonrisa hipócrita en su rostro para saludarla.

     La sala parece de pronto una nevera. La presencia de su madre me estremece hasta el punto de hacerme sentir un escalofrío extraño.

     Se trata de una mujer elegante que, a sus cincuenta y muchos años, conserva una bonita figura a base de gimnasio, dietas y seguro que bisturí, y hoy ha decidido cubrir esas curvas con una falda estrecha y una blusa sin mangas, de gasa, anudada al cuello.

     —Ama —le da tiempo a decir a Asier antes de verse oprimido a besos por los labios operados de su madre.

     —Hola, Noelia, cariño.

     Como no me acostumbro todavía a ese nombre, no lo he visto venir.

     Ahora soy yo la que no puede evitar el beso que el señor Llanes me da.

     Es un hombre guapo, de parecido físico a su hijo, pero a su vez con notables diferencias. La más llamativa es el color de pelo. Asier tiene el cataño más claro, casi rubio, y él peina unas atractivas canas en las sienes y en su barba cortita. Su sonrisa, tan bonita y sincera, contrasta con la mueca seria de Asier ahora mismo.

     —Ah, has venido con la actriz.

     El comentario despectivo de Estela me deja más quieta y fría que el beso de su marido. No ve a su nuera hace meses y ni siquiera se molesta en disimular su asco.

     —Claro, ama, es mi prometida, ¿qué esperabas?

     —Lo sé, hijo, lo sé, pero no tienes por qué ir todo el santo día con ella cargada a tus espaldas.

     ¡Hostias con la señora!

     —¡Voy a casarme con Noelia, mamá, entiéndelo de una vez!, ¿o acaso has olvidado lo que te ha traído hasta Bilbao?

     —¡No me hables de esa maldita boda, Asier, que todavía no me hago a la idea!

     Le ha faltado tirarse de los pelos para hacerse oír por su hijo. No sabré nada de actuación ni teatro, pero Estela se está pasando con su propia dramatización. No se la cree nadie.

     —¡Pues ya tardas en aceptarla, porque te queda una semana!

     —¡Qué no me hables de esa boda!

     —Estela, por favor. —La súplica del señor Llanes es lo único que les hace callar a ambos.

     No salgo de mi asombro. ¿Una persona a la que no le gusta Noelia Arenas? Y no solo eso, sino una persona muy resentida con ella por alguna razón que me muero por averiguar, porque si el colgante no me lo sabe decir, es porque Noelia no lo supo jamás.

     —Siento que no puedas compartir mi felicidad, ama —dice Asier cuando me agarra por los hombros y me abraza.

     —Porque no lo es, hijo, no se trata de felicidad, solo es un capricho, un calentón con una mujer guapa que media España tiene en sus fantasías eróticas.

     —¡Basta ya!

     La mirada de Estela parece volverse cálida, pero solo lo parece, porque yo sigo con el mismo frío en esta habitación.

     —Perdóname, hijo —le dice ella más calmada, si no le gusta vernos juntos lo disimula muy bien, sonríe ahora—. No me hagas caso, llevamos muchas horas de coche, estoy agotada y no sé lo que digo.

     ¿De verdad?, pues la lengua parece no tenerla muy cansada. Y ¿muchas horas desde San Sebastián?, si mi memoria geográfica no me falla, no serán tantas.

     Al final va a resultar que no soy la única con excusas tontas y manidas.

     Asier, que ya parece un experto con esas respuestas, pone los ojos en blanco, pasa de entrar en polémicas, y propone ir a cenar para olvidar lo que acaba de ocurrir.

     Peeeeeero, antes se sirve otra copa de whisky y se la traga de un único buche cuando todos los demás vamos hacia la puerta.

💚

     —No tienes por qué hacerlo, déjalo, pide otra cosa —me dice Asier aprovechando que su madre se ha ido al baño.

     Sentada a la mesa del restaurante, llevo un rato mareando la perdiz, pero la perdiz de verdad, con sus patitas y todo, no es un dicho. 

     No encuentro mis ganas de comer, sin meter la pata con los cubiertos como ocurrió con los pintxos y la ensalada de entrantes, no cuando además tengo a una insufrible suegra animándome en todo momento a hincarle el diente, solo porque ha sido ella la que ha pedido el plato por mí.

     —No quiero hacerle ese feo a tu madre —contesto sonriendo. 

     —Vamos, Noe, No te preocupes. Lo ha hecho queriendo, ha sabido recientemente, por el menú de la boda, que eres vegetariana.

     —¿En serio? —Y mi pregunta no es por lo que sepa o no Estela. Es por mí. 

     Me gusta la carne, amo la carme, ¡me pirro por la carne en todas sus variantes, sobre todo la curada ibérica, joder!, ¿no voy a poder comerla, entonces, mientras sea Noelia?

     —Puedo cambiarte el plato —me ofrece el bueno de Unai Llanes con sus setas gratinadas en las manos.

     —Gracias, Unai, pero no me apetece. 

     Me atrevo a tutearle porque el hombre me lo ha pedido incansablemente desde que nos hemos sentado a la mesa, al parecer Noelia tampoco lo hizo nunca con él. Sí, reconozco que esa distancia entre ellos ha sido lo que me ha motivado al final para hacerlo yo, desmarcarme de Noelia y la relación que ambos tuvieron hasta ayer. Yo no soy ella.

     Y como no lo soy, puedo comer perdiz estofada con chocolate. Porque no soy vegetariana.

     —¿Qué tal todo?, gracias por esperarme, ¿cenamos ya? —dice Estela a su regreso a la mesa.

     Se sienta en su silla y sonríe descaradamente cuál travesura oculta. Solo que esta vez ha dejado su culo al descubierto por lo que ha tratado de hacerme, dejarme sin comer. 

     —Respira, Candelita, niña, y cuenta hasta diez, que te conozco. —El recuerdo de mi abuela, cuando era niña, me hace sonreír. 

    —Noe —me dice Asier mirándome por última vez para que cambie a tiempo el plato. 

     No lo haré, seguiré el consejo de mi abuela. Respiro, pero cuento un poco más, hasta veinte necesito con esta mujer. 

     —Noelia, hija, se te enfriará la perdiz. Anda, come, que estás en los huesos. 

      La mirada que me echa Estela es un desafío que yo encantada le recojo.

     Todavía se está poniendo ella la servilleta en el regazo cuando ci
Omienzo a comer. Ya no me preocupa el cubierto que emplearé, como ocurrió antes, total, si Noelia no toma carne, que meta la pata con los cubiertos a utilizar será lo de menos. 

     Y allá que voy, despertando sorpresa, admiración y enojo en los presentes sentados a la mesa. 

     Asier me mira asombrado cuando me ve masticar, saborear y tragar. Yo le sonrío, y que conste que mi cara no es falsa, me alegra comprobar que el plato está de rechupete, porque eso significa que lo terminaré por completo y que, incluso a riesgo de parecer ordinaria, vulgar y maleducada, mojaré pan en la salsa.

     Unai oculta una sonrisa en su rostro cuando le pide al camarero que le traiga a él lo mismo que a mí, porque se ve delicioso. 

     —No me voy a perder ese manjar, Noelia —me dice con un guiño inapreciable de ojo que yo compenso con otro trozo de perdiz en mi boca. Le falta aplaudir por mi coraje.

    Y ya no te cuento de Estela.

     Sigue con la boca cerrada, sin probar bocado de lo suyo. La silicona de sus labios no le permite fruncirlos, de lo contrario su cara tampoco sería fingida de asco.  

    —Gracias —me dice Asier en un susurro, la preocupación de su rostro desaparece. Ha aprovechado que tengo la mano sobre el mantel y me la ha cogido con cariño—. Pero no tenías que hacerlo. 

    Las miro juntas. Yo sí puedo ver el color de mi piel, y bajo la mano de Asier reluce en su oscuridad. ¡Se ven tan bien unidas! 

     —Puede que esta sea la primera de muchas cosas extrañas que me veas hacer con tu madre. —No es una confesión, más bien una advertencia.  

     El beso que me da él en la mano me deja intranquila, ¿qué le ocurre? Tomo el colgante con mi otra mano para averiguarlo.

     El flash es inmediato. 

     Noelia no solo no soportaba a Estela, sino que no perdía ocasión de pelear con ella en cualquier lugar, público o no. Con prensa o sin ella alrededor, se enfrentaba a su suegra hasta la muerte. 

     Y el que acababa siempre en ridículo era Asier, que no podía evitar que ambas mujeres se despellejasen. De ahí su agradecimiento ahora, yo sí me he contenido antes de tirarle la perdiz por encima de la cabeza a su madre.

     Algo llama mi atención, más que la sonrisa de Asier. 

     Miro a mi derecha. En la mesa de al lado un hombre tiene un teléfono móvil en la mano. Esa postura es más de hacer una foto con él, que de observar nada en la pantalla. 

     Estela sigue mirándome, su sonrisa me  da asco. De darle esa imagen de la agresión al hombre del móvil, ella saldría estupenda en la foto, ¡qué casualidad su marcha al baño unos minutos antes, ¿no?! 

     Le devuelvo la sonrisa antes de buscar el contacto con Asier, para poder hablar a solas.

     —Necesitaré vomitar luego, pero ha merecido la pena verte sonreír —le digo yo al oído.

     —Definitivamente, hoy es mi día de suerte. —Asier pasa sus labios por mi mejilla, su aliento hace estragos en mí. 

     —¿Ah, sí?, ¿y eso por qué? —le digo con otro susurro que hace que se me escape un gemido. 

     He de morderme los labios, o de lo contrario el beso que le daba a este hombre iba a ser la imagen del año para ese tío de la cámara y el medio en el que trabaje.

     —Porque a partir de ahora podré hacer barbacoas en casa sin que me lo prohibas —me dice riendo. 

     Y de repente, y sin esperármelo, Asier deja de reír, coge mi cara por ambas mejillas y planta sus labios en los míos. Nada de lengua, mordiscos o saliva. Solo su piel en contacto con la mía. Su calor derribando el frío que siento en la mesa. 

     Abro los ojos sorprendida. 

      Hoy es mi boca la que recibe su beso sin necesidad de imaginarlo.  Hoy soy yo quien oye ese latido incontrolado de mi corazón, que parece que se me vaya a salir del pecho. 

    —¡Joooder! —le digo cuando todavía siento galopar mi corazón—. Cuando me coma un bocata de jamón, ¿qué vas a hacer conmigo?

    Y su carcajada es más escandalosa que cualquier altercado que yo hubiese podido montar con Estela. 

     La gente nos mira sonriendo, cuchichean y hacen sus fotos por ver a los famosos Asier Llanes y Noelia Arenas junto a ellos, y como no sería yo si no pongo en su lugar a mi “queridísima suegra”, me levanto con mi teléfono móvil y le pido al hombre sentado a mi derecha que nos haga a Asier y a mí una foto.

     —Y evite, por favor, que salga esa señora extraña de mi mesa. —Acabo diciéndole al que no dudo ya que sea un periodista pagado por Estela.

Terceras personas no siempre implican celos o que se metan en tu cama💚. Quizás la abuela tuviese razón y la familia hiere.

     Y Candela tiene un propósito bine definido, unir su alma a la de Asier, así Estela esté en contra💚.

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