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Prólogo


Aquí os traigo una nueva historia que no tiene nada que ver con vampiros, pero si sigo en mi linea de novela fantastica. Espero que os vaya gustando, de momento os dejo el prólogo.


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Ripbury, en algún lugar perdido del mundo.

Era invierno, principios de enero de 1905 cuando la mujer besó por última vez la frente de su pequeña, sabía que nunca más volvería verla pero que jamás dejaría de amarla. Con lágrimas aflorando en sus ojos y que resbalaban por sus mejillas heladas acunó a la niña entre sus brazos. Su destino estaba ya sentenciado, pero aún podía salvar el de su hija. Albergaba la esperanza de que pudiese crecer libre de su pasado y libre de la carga que suponía pertenecer a su familia, ser quien ella quiera ser, sin miedo y a salvo. La niña le agarró un mechón de pelo con su pequeña manita, no quería separarse de su madre, pero de poco le sirvió. Finalmente, y con el dolor que le suponía a una madre abandonar a su única hija por obligación la depositó en la cesta de mimbre sobre el frío y húmedo suelo, frente a la puerta del orfanato. De forma inmediata la niña empezó a llorar sabiendo instintivamente que su madre se había ido dejándola allí. Gisele corrió lo más rápido que pudo, los gritos de su hija le desgarraban el alma y si se quedaba para asegurarse que una de las monjas la recogía terminaría llevándosela de nuevo y eso solo la pondría en peligro

Todo estaba en silencio esa mañana de invierno y los gritos de la pequeña no tardaron en alertar a una de las novicias que esa mañana se había despertado antes de hora y se encontraba limpiando el patio central del hospicio a la espera de que las demás despertasen. Ese sonido ya le era de sobra conocido y sabía perfectamente lo que significa, alguien había dejado otro niño en la puerta esperando a ser recogido. Cada vez eran más frecuentes los abandonos y en el orfanato cada vez eran menos los huecos. Suspiró y tras dejar el trapo mojado en el cubo corrió hacia la entrada, abrió la puerta y efectivamente un pequeño canasto de mimbre se encontraba sobre el escalón. La novicia agarró el canasto y vio al delicado bebé de tan dos meses en su interior, colorado de tanto gritar y llorar. Sobre el pequeño cuerpecito se encontraba un papel con un nombre en el: Dhalia y que su madre había dejado sabiendo que ese sería el único lazo que las uniría para siempre; su nombre. La joven monja buscó con la mirada esperando ver quien la había dejado allí, algo sin sentido ya que nadie quería ser visto mientras abandonaba a un ser inocente; se sentían a salvo sabiendo que nunca se conocería su identidad, aunque esta vez se habían molestado en dejar una nota con el nombre algo que le hacía sospechar que ese bebé si le importaba a alguien y no había tenido más remedio que dejarla allí; o al menos eso quería creer.

La joven agarró suavemente el rostro de la pequeña y vio unos ojos negros y profundos que la miran fijamente, acarició su cabecita y esta dejó de llorar. Esa niña tenía algo especial, su sonrisa era como un rayo de sol entre el frío y oscuro invierno. De forma inmediata la novicia quedó prendada de ella.

Desde muy pequeña Dhalia demostró ser una niña muy inteligente y capaz a la par que curiosa, no dudaba en preguntar sobre todo lo que la rodeaba y enseguida aprendió a realizar sus tareas. Las monjas no tardaron en darse cuenta que era diferente a los otros niños, prefería quedarse con las monjas y que le leyesen historias que jugar con ellos. A diario las veía leer la biblia con tanta devoción que ella también quiso aprender leer, descubrir que les causaba tanto interés, pero ser diferente en seguida llamó la atención de los otros niños algo que la convirtió en la "rara" del grupo y que le acarreó bastantes problemas. Uno de ellos dejó claro de forma contundente que Dhalia era diferente...

Una mañana cuando aún estaba dormida la agarraron y la encerraron dentro de un armario. Dhalia, pataleó y gritó para que la sacasen de allí, pero las risas de sus compañeros consiguieron silenciar sus gritos, viéndose atrapada y sin forma de salir su rabia fue en aumento elevando sus gritos de tal forma que los otros niños enmudecieron con el sonido agudo de su voz, instantes después la puerta del armario estalló en varios pedazos, incluso uno de los trozos golpeó a un par de niños arañándoles. Todos recularon varios pasos hacia atrás al ver que Dhalia se encontraba acurrucada dentro, pero ya no lloraba ni gritaba, su mirada había cambiado, estaba llena de odio y era tan profunda como un pozo. Los niños echaron a correr aterrados. Desde ese día no volvieron a molestarla. Pasado un tiempo dejó de preguntarse como la puerta había volado literalmente por los aires, en su mente racional no existía la posibilidad de que ella hubiese sido la causante.

Cuando llegó a la pubertad Dhalia se había convertido en una joven hermosa, su pálida piel contrasta con sus ojos oscuros y su melena negra que nunca había querido cortar. Mirar sus ojos era como caer en lo más profundo del abismo, tan profundos que podías perderte en ellos.

Algunos de sus compañeros de la infancia habían sido adoptados y otros tantos vivían en la calle donde ya se les consideraba capaces de sobrevivir por sí mismos, la mayoría se ganaban la vida robando o trabajando en lo que podían, ella en cambio decidió quedarse en el orfanato, pero no como una huérfana, vivía allí a cambio de ayudar a las monjas con otros niños y enseñarles a leer. Su vida había sido dura, sola y marginada por los demás niños que nunca la aceptaron y que tras el suceso del armario le tenían miedo. En los momentos de soledad se preguntaba quiénes serían sus padres y por qué la habían abandonado a su suerte en aquel lugar, preguntas a las que nadie podía responder y que la atormentaban. Ser una niña abandonada le hacía sentir un amor especial por los bebés que llegaban al orfanato y que ella cuidaba como si de su madre se tratase. Ninguno merecía sufrir y quería que se sintiesen amados por alguien.

Esa se convirtió en su rutina habitual, cuidar de los niños, pero las monjas querían que Dhalia descubriese su vocación, que quería ser en la vida, y para ello debía abandonar el orfanato.

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