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Capítulo 3

Os dejo el capítulo 3 de embrujada :D 

Espero que os guste!!

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Dhalia aún molesta e indignada por los comentarios de Joane se dirigió a la gran biblioteca, una vez frente a ella giró el pomo de la elegante puerta y entró. Al instante quedó impresionada al contemplar la estancia, las paredes estaban revestidas de madera en tono oscuro y había enormes estanterías repletas de libros que cubrían casi todos los rincones. Una ventana iluminaba de forma suave el rincón donde se encontraba la chimenea y un par de sillones; el rincón perfecto para perderse en la lectura de un buen libro. Dhalia revisó las estanterías en busca de algunos libros que le sirviesen para las clases de Jason. En una de ellas encontró un libro que hablaba sobre plantas y animales, en otra estantería situada cerca de uno de los sillones halló un libro de historia y eligió una novela para leerle antes de dormir. Satisfecha con los libros encontrados abandonó la estancia y volvió a la habitación de Jason que la esperaba expectante, había empatizado con Dhalia de forma inmediata, le gustaba. Al entrar en la habitación vio a Jason situado cerca del escritorio con su silla de ruedas. Sonrió al verla entrar.

—Veo que sabes sonreír —le elogió sonriendo también—. Empecemos con tus clases.

Dejó encima el escritorio el libro sobre naturaleza, se lo acercó y lo abrió por la primera página donde aparecían algunas clases de flores.

—Veamos que tenemos aquí. ¿Sabes qué flores son estás? —le preguntó señalando unas rosas para ver si las conocía.

—Eso es una rosa —dijo señalando con su dedito el dibujo que la representaba.

—¿Y esta otra? —Preguntó señalando otro de los dibujos, pero tapando el nombre, en este caso se trataba de una margarita.

—No estoy seguro —respondió dubitativo, no solía salir a la calle y las únicas flores que recordaba eran las rosas que solían estar decorando el salón principal al que hacía mucho que no bajaba.

—Es una margarita. ¿Nunca habías visto una? —le preguntó extrañada, incluso ella las había visto alguna vez.

—No lo recuerdo —respondió apenado y a la vez avergonzado—. Hace mucho que no salgo de casa.

Dhalia siente pena por él, es un pobre infeliz al que nadie presta atención. En la casa se ocupan de su alimentación, su aseo y su educación, pero no de hacerle sentir como un niño. A pesar de ser su primer día y a riesgo de recibir una buena reprimenda toma una decisión.

—Hay que poner remedio a eso, mañana tomaremos nuestra clase dando un paseo por la ciudad así podrás ver por ti mismo como son las margaritas ¿Qué te parece? —Le preguntó, esperando ver su reacción.

Su expresión cambió de forma radical, su semblante triste se convirtió en una enorme sonrisa, pero esta desapareció momentos después.

—No creo que nos dejen salir —afirmó, sabe que Joane no se lo permitirá, nunca dejaba que saliese de casa cuando no estaba su padre.

—Eso déjamelo a mí, hablaré con Ewin para que nos ayude a bajarte y saldremos a dar un paseo —aseguró, iba a sacarle de allí bajo su responsabilidad y le daba igual lo que dijesen los demás.

—Ewin es viejo no puede bajarme, solo mi padre puede, la silla es muy pesada —aseguró confirmando lo que Joane le había dicho.

—Yo le ayudaré si es necesario —le aseguró.

El resto de la mañana transcurrió de forma normal, estudiando las diferentes clases de animales y plantas y hablando sobre donde irán a pasear al día siguiente. El pequeño parecía otro desde su primer encuentro a primera hora de la mañana, hablaba de forma distendida y sonreía de vez en cuando.

—Mi antigua institutriz era muy sería, y me pegaba con una regla en las manos si no prestaba suficiente atención o no hacía lo que me decía —le confesó con timidez cogiéndose las manos de forma nerviosa.

—No debes preocuparte te prometo que eso no volverá a pasar —le aseguró llena de rabia, ella mejor que nadie sabía lo que es sentir miedo.

Justo en ese momento entró Joane en la habitación y depositó sobre la mesa una bandeja con la comida de Jason, algo que parecía un puré de verdura junto con un trozo de carne y una pieza de fruta.

—Hora de comer señorito —le indicó acercándole a la mesa.

Joane ni siquiera reparó en Dhalia, la joven no acababa de gustarle pese haberle caído en gracia cuando la conoció, tenía algo que la ponía nerviosa. Se arrepentía de haberla contratado, algo le decía que no era tan fácil de moldear como aparentaba. Sintió su mirada en la espalda juzgándola.

—Cuando haya terminado acuéstelo para que duerma su siesta y baje la bandeja a la cocina —le indicó, después se marchó cerrando la puerta.

Jason agarró la cuchará y empezó a jugar con la comida, moviendo el puré de un lado a otro del plato sin decidirse a empezar a comer.

—La comida parece estar buenísima, porque no la pruebas —le pidió con dulzura. Para Dhalia esa era la forma correcta para conseguir que un niño hiciese caso, un estímulo positivo daba como resultado una reacción positiva.

—Lo intentaré, pero este puré está realmente malo, créame —Jason realizó una mueca de desaprobación, le aburría comer siempre lo mismo.

—Piensa en otra comida que te guste y comételo sin mirar —le sugirió de forma amable con una sonrisa.

Jason hizo un esfuerzo y se comió el puré poniendo toda clases de caras, realmente le resulta difícil comérselo. El filete le fue más fácil, pareció gustarle. Por último, devoró la manzana.

—Veo que te gusta la fruta.

—Es mi parte favorita de las comidas —confesó con su vocecilla que era equivalente al tamaño se cuerpo, delgado y pequeño.

—Bien, es hora de dormir.

Dhalia acercó la pesada y aparatosa silla a la cama, le cogió en brazos y lo introdujo bajo la colcha arropándole.

—Hora de tu siesta, volveré más tarde a despertarte —le aseguró acariciando sus rizos. Jason se recostó sobre la almohada sin decir nada más, se sentía cansado hoy.

Dhalia recogió la bandeja de la comida y se dirigió a la cocina, con suerte encontraría a Ewin allí, pensó.

Bajó las escaleras que conducían al piso inferior mientras revisaba el tamaño de los escalones cubiertos por una elegante moqueta floreada en tono oscuro y contaba su número. Sumaban unos veinte. Si Ewin no accedía a ayudarla lo hará ella misma, le había prometido llevarle de paseo y así sería tanto si les parecía bien como si no. Atravesó la salita y finalmente llegó a la cocina. Antes de entrar escuchó el sonido de varias voces conversando, Joane, Ewin e Isobel estaban sentados en la mesa de madera situada en el centro de la cocina y se disponían a comer. Enmudecieron al ver entrar a Dhalia y dirigieron sus miradas hacía ella, estaban hablando de lo sucedido en la cocina esa mañana.

—Buenas –saludó de forma educada, después depositó la bandeja cerca del fregadero.

­—Estábamos a punto de empezar a comer, coja un plato del armario y sírvase la cantidad que desee —le indicó Joane por cortesía, era de mala educación no ofrecerle nada cuando estaba la comida sobre la mesa.

Dhalia agarró un plato del lugar que le había señalado Joane y una cuchara. Los demás ya habían empezado a comer y las cucharás resonaban en los platos. Mientras lo hacían permanecieron en completo silencio. Se sirvió un poco de que parecía ser estofado de la vieja olla colocada sobre la mesa y se sentó al lado de Ewin. No tenía demasiada hambre y sentía que el estómago se le cerraba por momentos, hubiese preferido que Ewin estuviese solo para comentar el asunto del paseo, pero tendría que preguntarle delante de Joane e Isobel. Suspiró antes de empezar a hablar.

—Me alegra encontrarles a todos juntos —instó con una sonrisa intentando parecer agradable—. Quería comentarles algo acerca del señorito Jason —prosiguió.

—Usted dirá Dhalia —apremió Ewin animándola a hablar.

—Me gustaría llevar mañana al señorito Jason a dar un paseo —soltó sin rodeos.

La cara de Joane adquirió un matiz aún más serio si cabía, y la miró con desdén. Se estaba tomando demasiadas confianzas en su primer día de trabajo algo que la desagrada sobremanera.

—Me temo que eso no es posible —respondió dejando la cuchara con un sonoro golpe en la mesa.

—El señor dejó órdenes precisas de que Jason no podía salir de casa en su ausencia —reiteró Isobel dando un argumento a la respuesta de Joane.

—No tiene por qué saberlo si ustedes no dicen nada —insistió, si nadie le iba con el cuento no tenía por qué enterarse, pensó—. Le he prometido que mañana daríamos nuestra clase dando un paseo.

—Señorita, no tendría que haberle prometido tal disparate. Lo siento mucho, pero es imposible —sentenció Joane dando por zanjado el tema, no permitiría que una joven recién llegada la desafiase, podría guardar el secreto, sí, pero el orgullo y su sentido del deber no le permitían actuar de otra forma.

—Pienso llevarlo, aunque no estén dispuestos a ayudar —la desafió Dhalia sin ninguna intención de darse por vencida, las promesas tenían que cumplirse. A partir de ese momento decidió que no iba a dejar que nadie la volviese a intimidar y tampoco quería ni podía decirle que no a Jason.

—Ewin, ¿usted tampoco está dispuesto a ayudarme? ¿No siente ni un ápice de compasión por él? —le pregunta mirándole fijamente a los ojos.

Cuando estaba a punto de responder algo su mirada le hizo enmudecer, sus profundos ojos negros eran como un imán, tan atrayentes que le fue imposible dejar de observarlos. Finalmente, la respuesta que debía pronunciar se materializó en su mente, y no era precisamente lo que tenía pensado decir.

—Le ayudaré —respondió al fin de forma torpe como si sus labios pesaran y le costase hablar.

—Me alegra oír eso —le dijo con una sonrisa.

Cuando apartó la mirada pareció salir de su embrujo y se percató de que había respondido lo contrario de lo que quería decir.

—¡Esta usted loco! —Le reprochó Joane poniéndose en pie visiblemente enfadada.—. Como se lo ocurre acceder a tal propuesta.

—Ewin usted está mayor no podrá con el peso de la silla —le recordó Isobel sorprendida, no entendía cómo había accedido a ayudarla sabiendo de sus problemas de espalda.

Ewin intentó explicarse, pero ya era demasiado tarde había aceptado ayudarla y no podía retractarse. Se sentía extraño. Miró a Dhalia sin entender como lo había convencido, aún a riesgo de perder su empleo y acabar peor de la espalda.

—No le quepa ninguna duda de que informaré al señor de lo sucedido en cuanto regrese, hágase a la idea de que ha perdido su empleo —le aseguró Joane con tono amenazante mientras se apoyaba en la mesa haciendo sonar las llaves contra la madera y la miraba fijamente.

—Asumiré ese riesgo, gracias —respondió Dhalia amablemente, feliz por conseguir su propósito—. Ewin no se preocupe yo le ayudaré a bajar la silla. Si me disculpan.

Dhalia salió de la cocina y se dirigió a su habitación, no entendía cómo había conseguido convencer a Ewin, solo sabía que al mirarle a los ojos se sintió con el poder de convencerle, deseó convencerle, y así lo hizo. Era la segunda cosa extraña que le había pasado en la casa y para la cual no tenía una explicación. Se sentía extraña y algo confusa.

Entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí. Se acercó a la pila del agua y se refrescó la cara, solo lleva medio día en la casa y ya echa terriblemente de menos el orfanato y sobre todo a su mentora Sor Eleonor. Si tan solo pudiese cerrar los ojos y aparecer allí...

Aún faltaba un rato para despertar a Jason y decidió tumbarse en la cama, se sentía cansada mentalmente. No pudo evitar volver pensar en lo sucesos extraños acontecidos desde su llegada y de nuevo el recuerdo del armario cobró vida en su cabeza. Recordó que el suceso se produjo cuando se enfadó igual que al estallar el bote de cristal y no pudo evitar preguntarse si realmente ella era causante. ¿Eran provocados por alguna facultad que desconocía poseer? ¿Realmente eso era posible? No sabía encontrarle un sentido a lo que había sucedido. Finalmente se dijo a si misma que solo eran casualidades.

Intentó cerrar los ojos y adormilarse un poco, pero le fue imposible. La habitación se le antoja extraña, esa no era su cama y pese a ser más cómoda que la del orfanato se sentía incomoda y molesta. Se incorporó y miró el reloj situado sobre la pequeña mesilla de noche, aún quedaba media hora para despertar a Jason. Aquel no era ni por asomo un lugar donde se sintiese bienvenida. El lujo de la casa contrastaba con el carácter frío y soberbio de sus empleados. El único capaz de arrojar un rayo de luz en esa casa es el pequeño Jason al que mantenían prácticamente recluido en su habitación. Desde que había llegado a la casa había descubierto que tenía carácter algo que no había necesitado en el orfanato pero que estaba esperando para salir.

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