Capítulo 2
Aquí os dejo un nuevo capítulo de la nueva historia en la que estoy trabajando a la par que termino la tercera parte de Macabra Tentación. Espero que os guste como se va desarollando :D
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Dhalia acudió puntual a la puerta del orfanato, tanto, que el cochero ni siquiera había llegado. No le había costado mucho madrugar pues los nervios no la habían dejado descansar bien. Todas las religiosas salieron a despedirse de ella, los niños aún dormían. No pudieron contener las lágrimas al saber que ya no iban a tenerla más con ellas, ese pequeño rayo de luz que les alegraba los días con su sonrisa y su disponibilidad para todo les abandonaba para buscar su sitio en el mundo, un mundo que apenas conocía. Las únicas veces que Dhalia había salido de allí era para ir al mercado o realizar algún encargo, pero nunca se había aventurado a descubrir más lugares en Ripbury o simplemente a caminar sin un rumbo fijo, de hacerlo seguro que se hubiese perdido.
Se acercó a sus cuidadoras y las abrazó una a una sin poder dejar de llorar, ellas eran todo lo que conocía, su familia. Poco después un elegante carruaje tirado por dos caballos hizo su aparición, el chofer se apeó y colocó el poco equipaje que llevaba Dhalia en su interior.
—Buenos días señorita, debemos marcharnos ya —le saludó con voz amable indicándole con la mano que entrase en el carruaje.
—Por supuesto —respondió de forma educada, después se subió en él lanzando un beso a las monjas.
El carruaje se puso en marcha y no pudo evitar asomarse por la ventanilla para contemplar por última vez el único hogar que había conocido en su vida, después tomó asiento y permaneció ausente durante el trayecto que no duró mucho, tan solo abandonó sus pensamientos al pasar cerca de un gran parque situado en lo que parecía el centro de Ripbury, al otro lado vio un paseo franqueado por una gran arboleda, ese lugar sería uno de los que visitase en sus mañanas libres de los domingos. Ripbury le perecía un lugar enorme y se dio cuenta de que apenas conocía nada de la ciudad, le abrumaba ver a tanta gente por sus calles y se sentía poca cosa. El carruaje se detuvo en una calle adoquinada cerca del centro de la ciudad, en una de las primeras casas. El lugar era de lo más cautivador, una calle llena de viviendas una al lado de la otra de aspecto elegante y acogedor. Era un sitio bastante tranquilo apenas se escuchaban ruidos, tan solo algunos pájaros.
—Sígame —le indicó el cochero ayudándola a bajar junto con el saco de tela que contenía sus pertenencias, en el proceso no pudo evitar fijarse en la larga melena de color negra de Dhalia—. No me he presentado mi nombre es Ewin —le informó mientras se detenía frente a una de las verjas.
—Soy Dhalia, muchas gracias por traerme —respondió siendo lo más educada posible.
El exterior de la casa era precioso con una fachada de ladrillos. La puerta de entrada estaba situada bajo un mirador de madera con acristalamientos erigido sobre finas columnas de hierro y que se hallaba en la segunda planta. Nunca había visto una construcción como aquella y estaba realmente impresionada.
—Vamos señorita, no tenemos todo el día —apremió Ewin mientras la esperaba en la puerta.
—Perdón, todo esto es nuevo para mí, nunca había visto una casa como esta —se disculpó de forma atropellada.
—Al principio puede impresionar, pero una vez te acostumbras no es para tanto, nosotros solo estamos aquí para trabajar no tenemos tiempo de fijarnos en detalles —le advirtió, dándole a entender que apenas tendría tiempo para nada.
Ewin abrió la puerta y dejó que primero pasase ella, ante todo se consideraba a sí mismo un caballero. Dhalia quedó impresionada una vez más con el interior, exquisitamente decorado y limpio, algo a lo que ella jamás podrá aspirar, pero que tampoco le importaba, todo lo que había era demasiado caro y complicado de mantener. Inmediatamente después de cerrar la puerta apareció Joane la mujer que la entrevistó en el orfanato, iba vestida con un vestido azul marino a modo de uniforme y llevaba un cinturón con unas llaves colgadas en él. Esta le dedicó una rápida sonrisa, pero en el fondo no le agradaba tener que volver a enseñar cómo funcionaba todo a otra empleada. Ya estaba mayor y demasiado cansada.
—Bienvenida, coja el equipaje y sígame por favor —le indicó de forma tosca.
Dhalia agarró su pequeña bolsa de tela y la siguió. Entraron en la puerta situada la derecha de la entrada principal y que conducía a una salita, luego entraron en otra y tras esa puerta había unas escaleras. Las bajaron y llegaron a la cocina. Dentro había una mujer que se afanaba en cortar verduras, esta le sonrió al verla pasar y ella de igual forma le devolvió la sonrisa, parecía ser amable. Entraron en otra puerta situada en la cocina, detrás se extendía un pasillo con varias puertas a los lados, Joane abrió la tercera puerta de la izquierda, dentro había una austera habitación compuesta por una cama, una mesilla, un armario y una pila para lavarse. En la pared había una pequeña ventana por la que apenas entraba luz. Sobre la cama se encontraba un vestido completamente negro, supuso que ese sería su uniforme.
—Bien, la dejaré mientras guarda sus cosas y se pone el uniforme, después la llevaré a que conozca al joven Jason. —Joane se marchó dejándola en la habitación.
Joane era una mujer muy sería que había entregado su vida a servir en la casa hasta convertirse en el ama de llaves. No tenía familia y vivía por y para su trabajo, no sabía hacer otra cosa y no aspiraba a nada más, por eso se tomaba tan en serio todo lo que tenía que ver con hacer bien su trabajo y que los demás lo hiciesen también.
Dhalia guardó su escasa ropa en el armario y dejó el cepillo sobre la mesilla junto con un par de libros que se había traído del orfanato, después se cambió de ropa. El vestido era una talla más de la que necesitaba, pero apenas se notaba, se miró en el pequeño espejo situado sobre la pila de agua, esa indumentaria la hacía parecer aún más pálida y más adulta de lo que era en realidad. Pocos minutos después volvió a aparecer Joane.
—Veo que le queda bien, estupendo no perdamos más tiempo —apremió con impaciencia deseosa por terminar con todas aquellas formalidades.
—Como usted diga —respondió Dhalia, dispuesta a conocer al pequeño.
—Aquí están las habitaciones de las empleadas, en la puerta del fondo está el baño que es de uso común —entraron en la cocina—. Ella es Isobel la cocinera. Isobel ella es Dhalia —las presentó de forma rápida.
—Encantada –respondió Dhalia de forma educada.
—Una cara nueva, bienvenida —la observó Irene con una sonrisa.
—Sigamos –apremió Joane.
Le enseñó las diferentes estancias de la primera planta, el comedor, el despacho del señor Lauren y una pequeña biblioteca después, subieron las escaleras que conducían a la planta de arriba donde se encontraban las habitaciones con aseo y el precioso mirador situado en la habitación principal.
—Antes de presentarle a Jason déjeme decirle que debe tratarlo con cuidado, Jason nació con una deformidad en las piernas que no le permite caminar por lo que se encuentra en una silla de ruedas. Ha de ser delicada, no es un joven fácil de tratar —le advirtió, Dhalia se sintió aún más nerviosa y con miedo por lo que pudiese encontrar.
Una vez dentro vio a un joven de unos diez años que se encontraba frente a la ventana contemplando el exterior como si nunca hubiese salido de la casa, no se dio la vuelta para ver quién entraba pues siempre eran los mismos y no le apetecía hablar, tan solo imaginaba en su cabeza que era un niño normal que podía salir a la calle y pasear.
—Jason he venido a presentarte a una persona —le indicó Joane con una dulzura que sorprendió a la joven.
Jason se dio la vuelta con la silla y miró a Dhalia, le pareció guapa pero no mostró ninguna expresión. Dhalia tomó la iniciativa y se acercó a él extendiéndole la mano, un gesto que le hizo sentir importante. Jason estrechó su manita con la suya. El pequeño estaba bastante delgado, tenía el pelo rubio, la piel pálida y bajo sus ojos verdes se dibujaban dos pequeñas ojeras.
—Hola Jason, me llamo Dhalia y a partir de ahora seré tu tutora y cuidadora —le explicó de forma amable, sabía cómo tratar a los niños y este no iba a ser diferente solo necesitaba sentirse querido, en parte se sintió identificada. Un niño que no tenía amigos, que se sentía solo y perdido.
—Hola —la saludó Jason con poca gana.
—Os dejaré para que os conozcáis, más tarde hablaremos de los horarios —le informó Joane antes de marchase y cerrar la puerta.
Dhalia agarró la silla de ruedas y se sentó en la cama colocándole frente a ella para que los dos estuviesen a la misma altura.
—A partir de ahora yo me ocupare de ti, te instruiré en historia y otras materias aparte de ocuparme de tu cuidado personal —le anunció de forma cariñosa—. ¿Qué mirabas a través de la ventana?
Jason se sintió algo avergonzado y no contestó.
—No te preocupes a mí también me gusta mirar por las ventanas, se ven muchas cosas interesantes —le aseguró para quitarle importancia y que se sintiese seguro. El pequeño esbozó una tímida sonrisa—. Eso está mejor.
—Pensaba en cómo sería poder caminar, pasear por la ciudad —admitió finalmente con tristeza.
—Que no puedas caminar no significa que no puedas salir a pasear —puntualizó con dulzura.
—Todos están siempre ocupados —confesó.
—Bueno, pero ahora estoy yo aquí, así que si te portas bien te sacaré a pasear —le propuso Dhalia desde su inocencia tocándole la punta de la nariz con su dedo a modo de carantoña.
De inmediato una amplia sonrisa se instaló en el rostro del Jason, la sola idea de poder salir a la calle le hacía feliz. Salir de su habitación después de meses es algo que le animaba, pero su expresión cambió un segundo después al pensar en su padre.
—No sé si a mi padre le gustará que salga a la calle sin su presencia —admite, no recordaba la última vez que pudo salir.
—Deja que yo me ocupe de eso. ¿Dónde está ahora mismo? —preguntó curiosa.
—Hace un mes que salió de viaje, no sé cuándo volverá.
—Ahora ya no estás solo, yo cuidaré de ti —le aseguró, sentía la necesidad de hacer feliz al niño que parecía muy triste—. Ahora tengo que marcharme, nos veremos en un rato.
El joven no dijo nada tan solo observó cómo se marchaba de la habitación, por primera vez en muchos meses se sintió esperanzado. Dhalia estaba satisfecha con el primer contacto con Jason le parecía un chico dulce pero lleno de tristeza y se proponía hacerle feliz.
Bajó las escaleras que conducían al piso inferior observando cada detalle de la enorme casa, todo estaba minuciosamente colocado, las alfombras de vivos colores, las lámparas de ensueño y las finas y elegantes figuras de cristal repartidas por los diferentes aparadores y mesitas. Se dirigió a la cocina para volver a encontrarse con Joane y hablar de los horarios. Isobel ya no se encontraba allí y Joane estaba colocando unos botes en un armario hablando en voz alta sobre el desorden de la cocina y que ya estaba harta de colocar las cosas que se dejaban por el medio.
—Perdone, ya estoy aquí —le informó Dhalia con cuidado para no asustarla.
—A sí, siéntese —le indicó cerrando el armario, las dos tomaron asiento.
Joane sirvió un poco de agua a la joven.
—Bien, pasaré a contarle cuáles serán sus tareas y los horarios —tras hacer una pausa continuó—. A las ocho deberá despertar al señorito Jason y llevarle el desayuno que consistirá en dos tostadas con mantequilla y un vaso de leche. Una vez termine su desayuno se encargará de vestirle y de su aseo personal, después comenzará con sus clases. A la una y media comerá y dormirá una pequeña siesta, el resto de la tarde hasta la cena deberá ocuparse de sus necesidades y finalizará el día dándole la cena y leyéndole un libro antes de dormir. En ese momento usted será libre de hacer lo que desee —Joane no dejó de observarla en ningún momento pendiente de su reacción, era un horario exigente y pautado, pero así debía ser.
—Perfecto, pero déjeme hacerle una pregunta. ¿El señorito no sale nunca de su habitación? —preguntó algo consternada.
—No, pero puede llevarlo al mirador. Le gusta estar ahí. Es muy trabajoso bajar al señorito con la silla de ruedas por las escaleras, solo sale a pasear cuando su padre está en casa es el único que tiene fuerza suficiente para bajarle, nosotros estamos mayores para eso —le informó sin un ápice de compasión en su voz, ya estaban acostumbrados a la situación.
—Es una pena, Jason es un niño debería poder salir a pasear como cualquier otro —le recriminó Dhalia molesta por el abandono que sufría el pequeño, pensaba que el inconveniente de la silla era solo una excusa más.
—Yo solo obedezco las órdenes del señor y si quiere trabajar en esta casa deberá hacerlo también —le advirtió, no estaba dispuesta a aceptar que una recién llegada rebatiese sus órdenes.
—Entiendo que solo sigue ordenes, pero... ¿No cree qué es muy cruel tenerle encerrado entre cuatro paredes?
Dhalia tenía buen corazón y le parecía cruel, estaba acostumbrada a ver sonreír y jugar a los niños en el orfanato, ninguno merecía pasar sus días encerrado en una habitación privado de todas las cosas de las que cualquier niño tenía derecho a disfrutar. Nadie tenía derecho a privar a un niño de su libertad. Su enfado iba creciendo poco a poco en su interior mientras todos esos pensamientos se agolpaban en su cabeza.
—Si no es capaz de hacer su trabajo como es debido y obedecer unas simples indicaciones, no podrá trabajar para el señor Austin —Joane la estaba amenazando con despedirla si osaba desobedecer sus órdenes, algo que la sorprendió y la hizo enfurecer aún más.
Deseó decirle todo lo que pensaba sobre aquello a Joane, pero no podía, no en su primer día de trabajo. Dhalia fijó su mirada en los botes de cristal situados sobre la encimera, prefirió no mirar a la mujer a los ojos, su malestar era evidente y podría notarlo.
—¿Se encuentra bien señorita? —preguntó viendo que había enmudecido y tenía la mirada puesta en algún lugar de la cocina.
Dhalia se sintió más furiosa aún al escuchar la pregunta, como iba a estar bien después de oír el trato que recibía el pequeño y de amenazarla con despedirla. De repente el bote al que estaba mirando explotó derramándose su contenido sobre la encimera, algo que asustó a Joane que se levantó rápidamente de la silla con un pequeño grito. En ese instante Dhalia volvió en sí, no entendía que ha pasado, pero un escalofrío recorrió su espalda. Se levantó rápidamente de la silla y se acercó a Joane.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó preocupada.
—Sí, no se preocupe, debería ir y ocuparse de Jason yo recogeré los cristales —le ordenó aún asustada sin saber exactamente qué había pasado—. En la biblioteca encontrará los libros que necesita.
Observó que los ojos de Dhalia tenían algo diferente a los del resto, eran negros y tan profundos que por un momento pensó que se perdería en su oscuridad. De inmediato apartó la mirada y se fue a recoger los fragmentos de cristal esparcidos por el suelo.
—Sí, será mejor que coja esos libros y vuelva con él —asintió dándole la razón para así marcharse lo antes posible de allí. Se sentía culpable por lo sucedido, como si ella hubiese tenido algo que ver, no pudo evitar de forma subconsciente recordar el episodio del armario. Se sentía de la misma forma.
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