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CAPÍTULO IV: RASPUTÍN, EL CAZARRECOMPENSAS

POV DEL FENRIR DANÉS:

PUEBLO DE CULROSS:

Luego de haber sobrevivido a una emboscada por parte de unas bestias, armado con mi determinación, la bendición de los Dioses y mi espada llamada Hurum caminaba rumbo al lugar donde debía reclamar mi premio. A esto me dedicaba y esto sería lo que haría hasta el día en el que tuviese que acudir al Valhalla como todos los demás vikingos de mi vieja aldea de Aarhus, de la cuál me autoexilié en plena noche. 

Cargaba la cabeza de uno de los monstruos después de mi búsqueda fallida del Hombre Lobo, había optado por aceptar otro recado en un pueblo y otro país, y había asegurado mi buen dineral por acabarlos, ahora debía llevarlos al pueblo para demostrar que mi trabajo estaba hecho; no estaba muy lejos de la cuidad así que apresuré el paso arrastrando la cabeza y dejando un rastro de sangre de color negro, alcé la vista para divisar la entrada del pueblo que conducía al castillo, pero habían unos guardas con una bolsa de dinero, esperándome y mirando con soberbia.

-Otro trabajo finalizado-. Dije antes de entrar con la cara cubierta por una capucha, aunque dejaba a la vista el tatuaje de Fenrir que tenía como miembro del clan de Aarhus, algunos se apartaban y otros solamente me miraban con admiración, como si fuera un Dios o su salvador, solo hago esto por que es mi destino, mi deuda a saldar.

-Tardaste bastante-. Habló uno de los guardias antes de lanzarme el dinero de manera déspota y creída, imbécil, seguro se hubiese muerto no más de verlos.

-Para una próxima lo haces tú y me dejas la vida en paz-. Recibí el dinero antes de arrojar la cabeza del orco a sus pies, la cabeza salió de la bolsa y todos pudieron apreciar al orco con los ojos blancos, una que otra cicatriz en su rostro, dientes deformes y la lengua salía de su boca, noté su mirada de desagrado, asco y miedo. -Si es que vives para contarlo-. Les di una sonrisa seca antes de darles la espalda y salir caminando con mi honor y prestigio en alto. 

La mayoría de los mundanos a los que ayudaba eran unos idiotas, creían que por el mero hecho de contratar mis servicios, podían tratarme como les diera la gana y algunos habían aprendido la lección de mala forma, con un moretón en la cara o una jarra de cerveza estrellada en su cráneo o la suela de mis botas marcada en su cuerpo, mi forma de vida me traía problemas con todos, pero desde que tuve ese cambio en mi vida... Todo me importaba un carajo, no podía sentir nada o expresar algo y muchos me consideraban un ser frío, borde y maldito, solo que no elegí esto, simplemente quería mantener el orgullo de Aarhus en alto, como toda mi familia había hecho.

La vida de un cazarrecompensas como yo, es complicada... No solo por las personas con las que tengo que hacer negocios, lo digo por las bestias y los recuerdos de lo que antes solía hacer con mi manada, antes de tomar la decisión de alejarme de todos por beneficio propio, antes de convertirme en el Fenrir Danés como comenzaron a llamarme después de ese día, nombre que adopté mezclando mi nacionalidad y el animal que llevaba tatuado en el brazo, además de lo que vino después. Caminaba por el bosque en medio de la noche, había gastado medio día en llegar hasta donde estoy, seguía buscando al hombre lobo y más bestias para asesinar, escuché un quejido a lo lejos.

-Maldito Wendigo-. Decía esa persona apretando los dientes, me escondí detrás de un árbol por si volvía a aparecer el Wendigo u otra bestia salvaje, el sujeto estaba vestido completamente de negro, su arma no estaba muy lejos de él y tenía sangre, sin embargo él también estaba herido, me acerqué más para verlo, tenía la camisa abierta dejando ver una gran herida en uno de sus costados. -¿Quién eres?-. Preguntó hablando con dificultad, pude notar que sus dientes eran algo afilados, tenía ojos rojos, estaba frente a un Nosferatu, presa fácil para mi ya que sería el primero en mi inventario, aprovecha la oportunidad.

-Morirás hijo de la noche-. Dije con firmeza mientras apuntaba mi espada a su cuello y lo obligaba a verme, de por si era pálido, pero aquella batalla lo había dejado herido de muerte, mientras su respiración se aceleraba pude observarlo mejor, tenía una apariencia atractiva de joven de 30 años aunque por su naturaleza debía tener más edad, dudaba si matarlo o no, sacudiendo mi mente la duda reafirmé mi pose clavando un poco la espada en su cuello y apretando lo dientes. -Soy un cazarrecompensas bendecido de los dioses...-.

-¡Me importan un carajo los Dioses!, ¿Dónde estaban cuando me pasó esto, eh?-. Me interrumpió tratando de quitar la espada de su cuello pero lo empujé más con ella, yo ni siquiera sabía si los veneraba o no después de que mi vida cambiara y dejara de ser Rasputín Haraldsen para ser el Fenrir Danés, aunque si tenía claro que ellos de alguna me protegían, parecía que él también había pasado por algo trágico, no sé si lo que sentía era compasión, pero lo entendía. -Si vas a matarme hazlo ahora y no des tanto rodeo, cumple con tu misión de cazarrecompensas y acaba conmigo o déjame en paz, como si nunca me hubieras visto-. Cerró los ojos esperando que lo matara, me quedé quieto con la espada en alto antes de suspirar y guardarla para ayudarlo, me agaché para buscar las pociones de sangre que llevaba consigo, abrió los ojos. -Espera, ¿Qué haces?-.

-Ayudarte, es obvio-. Respondía mientras destapaba la poción y se la pasaba, me rapó la poción para tomársela y comenzar a sanar lentamente, algo dentro de mi que no podía identificar me decía que él no es malo, que podía confiar en ese Nosferatu además de que esa sensación parecía gritarme que debía protegerlo. -Se dice gracias supongo-.

-Gracias, cazarrecompensas entrometido-. Me respondió de manera sarcástica, solo pude rodear los ojos ante eso, comencé a notar que las heridas en su cuerpo cerraban y dejaban de sangrar, mientras se abotonaba la camisa de nuevo nos quedamos en un silencio incómodo, la respiración del desconocido se regulaba para después alcanzar su espada, ponerla a su lado y posteriormente levantarse para guardarla y comenzar a caminar. -Supongo que esto es todo cazarrecompensas-.

-Oye espera...-. Lo detuve tomando su brazo con decisión, no iba a dejar que caminara por el bosque solo y herido, menos con las bestias salvajes que hay sueltas. -¿A dónde vas?-.

-A seguir con mi camino-. Se zafó de mi agarre antes de darme la espalda, caminaba con algo de dificultad pero no parecía importarle en lo más mínimo. -Escucha, suelo trabajar solo en mis misiones, así que...-.

-Lo entiendo, también trabajo por mi cuenta-. Me miró con una ceja arqueada como queriendo decir "Si, no me digas". -Lo creas o no me acostumbré a ser alguien solitario desde que vida cambió ese día y entiendo tu desprecio hacia los Dioses, y no me ofende para nada-. De hecho no se si ofenderme o no, dado que tenía opiniones divididas respecto a ellos.

-Mira... No les tengo desprecio a los Dioses, solo que ahora no me importan en lo más mínimo, no son algo de relevancia para mi, simplemente respeto las creencias de los mundanos-. Se notaba que estaba cansado de esta vida, una vida maldita en la que tienes que lidiar con lo que sea que te atormente, entendía eso porque cada día lidiaba con la falta de sentimientos y emociones en mi ser, no me consideraba humano completamente ya que no podía sentir o expresar algo, tal vez después de todo es solamente otro desafortunado como otros tantos compañeros o mundanos que había encontrado y enfrentado. -Simplemente cambié, aunque creo que todos cambiamos-.

-En eso tienes razón, aunque no lo creas yo antes solía llevar una vida normal-. El vampiro me miró con una ceja arqueada, solté una risita antes de eso, seguimos caminando con la noche cayendo sobre nosotros. -Verás, me llamo Rasputín Haraldsen y antes pertenecía un grupo selecto de cazarrecompensas en Dinamarca, por eso llevo este tatuaje-. Le mostré al Fenrir que llevaba en el brazo, además de que me quité mi capucha para dejar ver las runas que tenía inscritas en mi ojo izquierdo y otra runa que llevaba en cuello, miró dudoso antes de aceptar mi mano.

-Interesante conocerte Rasputín, mi nombre es Lazarus Irwin... Antiguo miembro de la orden de los Magistrav-. Magistrav, me sonaba el nombre de los rumores que en escuchaba en mis viajes, mis compañeros no pararon de hablar de eso por aproximadamente una semana, ese pueblo irlandés había quedado en el olvido, necesitaba preguntar.

-Un segundo-. Me miró algo impaciente. - ¿Eres parte de esas personas que fueron víctimas de la maldición en Cork?-. Asintió con algo de ira, otro sobreviviente de los planes macabros de alguien.

-Si por fortuna o por desgracia sobreviví esa vez-. Se notaba la tristeza y la ira, éramos casos similares, por mi propio bien me había alejado de lo que amaba, dejé atrás a mi familia, amigos y conocidos, me había vuelto solitario, lo único diferente era que a él le arrebataron eso y lo alejaron de todo. -Ahora solo busco venganza por ello, busco que el maldito pague por todo-.

-Puedo ayudarte-. Me miró seriamente aunque con un poco de duda antes de seguir caminando hasta donde había un árbol lo suficientemente que podía servirnos de guarida antes de seguir nuestro rumbo. -Créeme, yo también quiero que esto acabe y volver a tener una vida normal aunque...-. Tomé aire antes de seguir bajo la atenta mirada del vampiro que ahora parecía un compañero de viaje. - Sé que nada volverá a ser como antes para mi-.

-¿Por qué lo dices?-. Me quedé callado antes de responder, dudaba si contarle lo que me había pasado a pesar de que lo había ayudado, me miraba impaciente esperando una respuesta, me acomodé mejor para contarle lo que pasó ese día.

-Bueno yo, como habrás supuesto soy un mundano-. Asintió mientras se cruzaba de brazos y recostaba su espalda en el tronco de un árbol. -Lo sigo siendo pero, soy único en mi especie-...

UNOS CUÁNTOS AÑOS ATRÁS EN AARHUS:

Caminaba con mi pandilla, identificados con el tatuaje de Fenrir, el perro de Loki que simbolizaba la sabiduría, protección y lealtad, desde pequeño me habían marcado el ojo izquierdo con pintura negra, eran patrones distintivos, ya que ningún vikingo tenía las mismas marcas de otro. Durante parte de mi infancia y juventud, nos hacían entrenar arduamente como espartanos para defender el honor de las familias que habitaban en Aarhus, destacaba por ser el más salvaje en los entrenamientos, gracias a mi padre que solía levantarme al alba para entrenar, y siempre salía con cicatrices y heridas de los entrenamientos, tenía que ser un hombre duro e inquebrantable hasta la muerte.

Tiempo más tarde, a la edad de 18 años, nos llamaban para marcarnos como auténticos vikingos, sentía como quemaban mi piel a la hora de grabar las runas en mi rostro por tradición familiar, después nos marcaban con la runa mayor en distintas zonas del cuerpo, a mí me correspondió en el cuello y finalmente nos grababan el Fenrir en el brazo de nuestra mano dominante, en mi caso la izquierda.

 Durante todo el proceso de tatuado tipo maorí, me obligué a no derramar una sola lágrima o quejido, gracias a los entrenamientos salvajes con mi padre y abuelo, había adquirido de mala forma una insensibilidad al dolor, así que solamente cuando terminó todo sonreí, sonreí engreídamente antes de tomar mi arma, ya era un cazarrecompensas auténtico.

No fue hasta que un 31 de Octubre en plena noche de luna de sangre, teníamos la misión de cazar a un aquelarre para evitar ese ritual, nos habíamos dividido para cubrir más terreno. Caminábamos cuando ante mi se manifestó una bruja oscura, se abalanzó sobre mi para asesinarme, la bloqueé y comencé a atacarla con mi espada, tenía cuatro brazos.

-Veamos, la persona perfecta para nuestro ritual-. Me dijo la bruja mientras se movía amenazadoramente, apretaba uno de sus puños como un ninja mientras que sus otras extremidades se movían con desespero. -Pronto serás mío-.

-Lo dudo en realidad "preciosa"-. Le dije irónicamente mientras giraba la espada en mi mano, la bruja era inmundamente horrible, tenía sus típicas capas negras y cafés, uñas llenas de tierra, dientes putrefactos y ojos desorbitados, sin olvidar los cuatro brazos y una joroba. -No si consigo matarte primero-.

La bruja solamente me gruñó, antes de comenzar a atacarme con sus poderes y garras, era una batalla reñida, hasta que en un descuido de mi parte, la bruja me tacleó hasta llevarme contra un árbol, el impacto me hizo perder la espada, la empujé para propinarle una puñalada con la daga que siempre llevaba, sin embargo, con la ayuda de su otro par de brazos, me estampó contra otro árbol dejándome desequilibrado, al intentar levantarme, la bruja de nuevo me tacleó apuñalándome con mi propia daga en el puro corazón, hundió más la daga para que comenzara a desangrarme a la vez que lanzaba una maldición. La luna comenzó a ocultarse y la bruja salió corriendo, dejándome ahí con mi dolor, sin más caí al suelo y comencé a perder la conciencia, cuando sentí que me levantaba alguien.

-No, mi muchacho-. Escuchaba que decía mi padre sosteniendo mi cuerpo casi sin vida y marcado por la maldición, yo parecía un retornado, la voz de mi padre sonaba quebradiza.

-Lo siento señor pero, el joven ya no tiene salvación-.

-¡Noooo!, ¡Mi hijo!-. Escuchaba también el llanto de mi madre, había un ambiente de dolor y silencio, lloraba desconsolamente sin negarse a soltarme mientras la sangre caía. -Debe haber una forma de salvarlo, los Dioses se compadecerán-.

-Solamente si estás dispuesto a pagar el precio-. Habló una mujer que irradiaba gracia y divinidad, era una elfina que servía a ellos, a los Dioses. -Tu hijo aún tiene salvación, Ragnar, pero el precio es caro-.

-No importa, hagan lo necesario... No podemos perder el próximo líder del clan Aarhus-. Ese era el sueño de mi padre, que fuese el próximo líder del clan, sin embargo eso nunca se dio... La divinidad comenzó a tocar mi cuerpo, aumentando el dolor, en un esfuerzo por revertir la maldición mientras hablaba en una lengua extraña para mi, pero no funcionaba a pesar de la magia que poseía la divinidad.

-Es una maldición bastante poderosa, si quieres que viva, él debe renunciar a una parte de su vida-.

-¿A qué te refieres?-. Pregunté con dificultad mientras escupía sangre, mi padre únicamente me apretó más a él mientras negaba con la cabeza y sujetaba mi mano, susurró un "no hables", sin embargo había aflojado el agarre y mi brazo había caído.

-Deberás entregar tu alma, solo así podrás vivir-. No respondí dado que escuchaba el llamado del Valhalla, sentía como mi alma salía de mi cuerpo, sin embargo otra figura la aprisionaba y se iba con ella, la voz de la divinidad me trajo a la realidad. -Contarás con la bendición y protección de los Dioses, pero pasarás el resto de tu vida sin alma, cumplirás con tu trabajo hasta el día de tu muerte-. Volví a la "vida", pero no era el mismo, papá me abrazaba pero yo solamente lo miraba, incapaz de hacer algo, al perder esa parte fundamental de nosotros los mundanos, se te privaba de toda emoción o sentimiento, era lo más cercano a ser un Dios que podía estar, un don pero una maldición al tiempo...

-Entonces de alguna manera, estás muerto-. Afirmó Lazarus una vez terminé de contar mi tragedia, estaba muerto porque según creencias mundanas, aquel que no tiene alma, no tiene sentido de la vida, sin embargo mi forma física aún estaba en este plano, sobreviviendo en el bosque, aunque ahora parecía que podría tener un aliado.

-Si y no, porque no estaría aquí... Hablando contigo-. Era verdad, después de aquella noche, me sentí tan inservible y miserable que agarré mis cosas y salí sin hacer ruido del clan, duraron tiempo buscándome por mucho tiempo, las pocas personas que me veían me saludaban y trataban de hacer contacto físico conmigo pero los apartaba, en ocasiones de manera salvaje y sin tacto, "Haz cambiado", siempre me decían lo mismo y cuánta razón tienen. -Parezco inmortal, pero no lo soy... Solamente que no soy tan vulnerable como los otros mundanos-.

-Es un arma de doble filo, y sí... Eres único en tu especie Rasputín-. Dijo antes de convertirse en murciélago para resguardarse en las ramas de los árboles a dormir, lo miré con una sonrisa y bastante interés, ya que de las leyendas que escuchaba sobre esos seres, Lazarus rompía completamente los estándares sobre ellos, Lazarus era un vampiro diferente. Al día siguiente, antes de que el sol siquiera se asomara, él ya estaba listo para seguir el viaje, cogió su espada dispuesto a irse e inmediatamente me puse en pie. -Bueno, gracias por la ayuda y por contarme tu tragedia Rasputín, espero nos volvamos a ver-.

-Espera-. Lo detuve otra vez sujetando su brazo con firmeza. -Te ayudaré a encontrar al Brujo Maestro, soy bueno ubicándome con las estrellas, combate mano a mano y encontrando seres despreciables-. Me miró con duda y una ceja arqueada, antes de zafarse de mi agarre. -Lazarus, si me lo permites, te ayudaré a acabar con ese maldito-.

-Admiro tu determinación, pero solo espero que no seas un inmaduro o de la nada te de por traicionarme-.

-Claro que no, te hubiese matado cuando tuve la oportunidad-. Le respondí con una sonrisa acompañada de una risa seca, cosa que pareció funcionar porque me estiró una de sus pálidas y enguantadas manos para que la estrechara, cosa que hice apretando fuertemente, ahora ambos comenzaríamos este viaje, lo ayudaría a vengarse de ese tal Brujo Maestro y yo seguiría con mi rumbo o todo dependía del destino. Comenzamos a adentrarnos más en el siniestro bosque, con nuestras armas listas, cuando escuchamos sonido de alas y algunos gruñidos. -Reconozco ese sonido-.

-Gárgolas-. Reconoció Lazarus antes de mirar por el rabillo como dos se nos acercaban para rodearnos y emboscarnos. -Rasputín, detrás de ti-. Dijo antes de de agacharse para aniquilar a la que tenía a su derecha, mientras me giraba para acabar con la gárgola, seguimos manteniendo un combate reñido, hasta que solo quedaba una de tres metros de alto gruñó, Lazarus con una sonrisa confiada giró sus espadas antes de saltar para atacar a la gárgola, mientras que yo con mi espada buscaba una zona bastante vulnerable. -Apunta a su costado, yo le rebanaré su cabeza-.

-De acuerdo-. Haciendo movimientos veloces me movía hasta apuntar al costado, haciendo que se arrodillara, Lazarus saltaba con ambas espadas el alto antes de cortar la cabeza para que luego yo la patease y él finalmente, la clavara en el tronco de un árbol, sería un largo y difícil camino.

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