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Capítulo XX

Sebastián sintió como la sangre se calentaba en su cuerpo, la calidez de la piel de Agustina, el frío de su lengua entrelazada en la suya. Un gemido ronco se perdió sobre su boca. Y sus manos buscaron sentir las curvas que ese vestido dibujaba sin poder contenerse. Se movieron solas, apretando cada tramo y sintió como la boca de Agustina se fundía más en él. No iba a poder resistir mucho más. La necesidad de fundirse con ella lo apremiaba. Necesitaba conocer cada palmo, cada resquicio. Su cuerpo se pegó al de ella en el banco sin poder controlarlo. Estaba tan excitado como hacía tiempo que no lo estaba y no quería arruinar el momento, pero su deseo era más fuerte que cualquier razón. Sintió la risa de ella contra su boca, una risa tímida que lo enloqueció aún más. No entendía cómo, pero esa mujer lograba que fuera otro, que se perdiera en sí mismo, que todo control lo abandonará.

—Creo que debería irme a casa —la escuchó decir e intentó contener un gemido de frustración que amenazaba con salir de su garganta. No quería separarse de ella. No podía, la necesitaba. Sus manos la sostuvieron con una posesión que lo sorprendió cuando ella intentó alejarse. No quería apartarla de su cuerpo.

—Y yo creo que deberíamos ir a la mía. —Sus miradas se encontraron ardientes, anhelantes. Sebastián pudo leer en sus ojos un atisbo de duda y de deseo que no pudo dejar pasar. La tomó de las manos y la invitó a ponerse de pie sin dejar de estrecharla con su cuerpo. Dejó lo que quedaba de su helado en el banco en un solo movimiento. Vio como Tina se mordía el labio inferior cuando se ponía de pie y la abrazó apoyando el mentón en su coronilla. El olor de su cabello lo envolvió y quiso guardar ese aroma para siempre. La apretó más fuerte contra él, sintiendo su pancita contra su cuerpo. Un calor lo abrazó hasta el pecho y la determinación de no dejarla ir lo nubló por completo. No le importó las consecuencias, lo que sucediera mañana, solo la necesidad de sentir su cuerpo dentro del suyo.

No podía volver por su auto al hotel. Aunque el deseo lo nublaba, sabía que la prensa podía arruinar el momento y no quería desaprovecharlo. Por lo que se acercó a la calle y paró el primer taxi que vio. El cuerpo de Tina no puso resistencia e hizo que actuará con decisión.

Subieron al auto y dio la dirección de su piso al chófer sin dejar de acariciar su mano que sostenía con firmeza en la suya, con miedo a que se escapara. Sintió que sus dedos temblaban y la vio mirar la calle por la ventanilla del coche con preocupación.

—No tengas miedo. Solo quiero que conozcas mi casa, la habitación que estoy arreglando para los bebés. No va a pasar nada que no quieras. —Los ojos de Agustina se posaron en los suyos con dulzura y deseo y su corazón le dio un vuelvo. No había duda en ellos, sino determinación. Iba a ser suya y él la deseaba demasiado. Su cuerpo se tensó por la anticipación y la besó con apremio, olvidándose del chófer del taxi y del mundo que los rodeaba. Solo eran ellos dos y la calidez de la unión de sus labios y sus lenguas. Quería besarla entera, recorrer su cuerpo con la lengua. Tenía que serenarse. No podía actuar como un adolescente hormonal. Tenía que ser cuidadoso y especial con ella, estaba embarazada y quería que esa noche fuera única. Demostrarle lo importante que ella era para él. Cómo había conquistado su corazón y su cuerpo en tan poco tiempo.

Agustina sintió un calor que la sofocaba, los besos de Sebastián eran adictivos, la suavidad y fiereza de su boca, cómo la besaba con deseo. Si cuando la tomó de la mano por primera vez sintió una descarga, ahora era un incendio. No había duda que entre los dos había mucha piel. Le era imposible razonar, poner un freno. Estaba segura de que mañana se arrepentiría, que acostarse con Sebastián iba a ser un error que iba a complicarlo todo. Pero estaba entregada a su cuerpo con un deseo que pocas veces había sentido. Malditas hormonas que no la dejaban pensar. Solo quería besarlo aún más, fundirse en su cuerpo.

Atravesaron la guardia de seguridad en la entrada del edificio, casi corriendo. Agustina no se sorprendió del lujo de la torre porque la había visto por foto con Cata, aunque frente a frente era más imponente. Intentó contener la risa que le provocaba el apuro de Sebastián por llegar al piso. El ascensor era más amplio que el dormitorio de su casa en San Isidro y, sin embargo, estuvieron pegados el uno al otro fundiendo de nuevo sus bocas a besos, todo lo que tardó en subir al último piso. La casa de Sebastián.

La vista era maravillosa, las luces de la noche porteña entraban por un gran ventanal balcón que ocupaba todo el salón y parte de la cocina. Más que balcón, era una terraza, más grande que el ascensor y que su habitación de San Isidro. Había una mesita, sillones ¿y un jacuzzi? El lugar era espectacular. Exudaba distinción cómo su dueño. Quiso ver más, pero no pudo porque Sebastián la arrinconó contra la puerta, besándola dulce y ansiosamente sin detenerse siquiera a encender la luz. Ella correspondió de la misma forma y se olvidó de todo lo demás. Quería sentir su cuerpo, su piel. Empujó suavemente del saco del traje de Sebastián dejándolo caer al piso. Debería salir una fortuna, pero eso no pareció importarle en ese momento.

Empezó a caminar con ella abrazada a la cintura. No veía a dónde la conducía, pero podía adivinarlo y lo corroboró cuando vio la cama en la penumbra de la habitación. Sebastián se detuvo y la miró fijamente, sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad bañada por la luz del exterior. Deslizó sus manos por el cierre del vestido, muy lento, como una extraña tortura y lo dejó caer. Se alejó para mirarla. Y Agustina sintió el pudor en sus mejillas. Se sentía diferente por el embarazo, su cuerpo cambiaba mes a mes, se ensanchaba y se llenaba de curvas. Pero en sus ojos solo vio admiración, lo que la encendió aún más.

—Sos hermosa —susurro Sebastián volviendo hacia ella—.

—No estamos en igualdad de condiciones. Tenés mucha ropa. —Se sorprendió de su desfachatez. Con él se sentía cómoda y excitada. No tenía filtro ni control.

Sebastián sonrió, la besó y se volvió a alejar para que ella lo observara. Se desabrochó el cinturón y se bajó el pantalón despacio con una sonrisa pícara. Parecía saber muy bien lo que hacía, como seducirla aún más. Miles de mujeres habrían pasado por esa cama. Se imaginó a la rubia que le había gritado minutos atrás con sus piernas largas extendidas sobre él. Y la expresión de su cara debió de cambiar porque Sebastián se detuvo.

—¿Estoy yendo muy rápido? ¿No te gusta lo que ves?

—¿A quién podría no gustarle? —contestó Agustina acercándose hasta él. No tenía sentido ocupar su mente con el pasado. Ya estaba allí ardiendo de ganas. Solo tenía que liberar al pájaro carpintero que vivía diariamente en su cabeza. Olvidarse de todo y disfrutar de él, de Sebastián. En ese momento le pertenecía y se estaba desnudando para ella. No importaba más.

Volvieron a fundirse en un beso con las manos que recorrían el cuerpo del otro, acariciando cada centímetro de piel. Sebastián la acostó en la cama pasando su boca por cada parte de su cuerpo, dejando un camino de besos por su estómago hasta su intimidad. Agustina tuvo que agarrarse de las sábanas y cerrar los puños.

—Te necesito ahora —rogó en un gemido ahogado.

Sebastián se deslizó por su cuerpo y mientras la besaba con pasión entró en ella, despacio, como pidiendo permiso y disfrutando cada avance en su interior.

—Agustina... —Jadeó su nombre y fue lo más sexi que sus oídos escucharon—. Esto es...

—Mucho... —contestó en un susurró ahogado.

—Demasiado... Me encanta estar adentro tuyo.

Sebastián se movió lento dentro de ella. Hubiera deseado poseerla con fuerza, su deseo así se lo pedía, pero no podía olvidarse que allí dentro estaban sus bebés. ¿Podría perjudicarlos? Frenó de golpe ante el pensamiento sin salir de su cuerpo. Agustina pudo descifrar lo que estaba pasando por su cabeza y respondió lo que él no se atrevía a preguntar.

—No tengas miedo. El sexo en el embarazo es algo normal. —Enredó las piernas en su cintura para estrechar aún más su cuerpo y Sebastián la besó en el cuello, rasgando suavemente la piel con sus dientes. Sus movimientos se hicieron más fuertes y rápidos, sincronizándose en una danza, en un solo cuerpo. Una y otra vez, cada vez más intensa y más perfecta.


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