Capítulo XVII
Tina se despertó sintiendo un vacío en el estómago. Sí no comía algo, en ese momento iba a vomitar. Hacía semanas que le pasaba lo mismo, las náuseas aparecían como las olas del mar. Llegaban para arrasarla por completo, se retiraban y volvían a llenarla sin que pudiera hacer nada para impedirlo. Por suerte no llegaba a vomitar, pero la sensación era horrible y no la dejaba hacer sus cosas tranquila. Había descubierto que si comía una manzana, cuando empezaba a sentir ese mareo en el estómago, desaparecía por unas horas. Por lo menos dos.
Se levantó con rapidez y se dirigió a la cocina donde ya se encontraba Cata preparando el desayuno. El olor a café la envolvió. Lo extrañaba muchísimo. El doctor le había recomendado no tomarlo, pero le explicó que una taza por día, de café liviano o rebajado con leche, no le iba a hacer mal. Por lo que se permitía tomar uno con mucha leche en el desayuno.
—Buenos días, dormilona —saludó Cata—. ¡Ay! ¡Ya te está saliendo la panza! —Se acercó a ella, se agachó y le acarició el estómago. Tina se miró instintivamente en el reflejo de la ventana y dio medio giro para verse de perfil. Era cierto, una leve montañita aparecía en su vientre bajo. Estaba flaca, las nauseas y los nervios no le permitían comer bien por lo que la pancita se notaba más—. Pareces una soga con un nudito. —Cata sonrió, le acaricio la panza y volvió al desayuno.
Tina dejó de mirarse cuando el vacío en el estómago volvió a hacerse sentir. Se acercó a su amiga y le robó la tostada con mermelada que se estaba preparando. Cata resopló y comenzó a untar otra. No iba a pelear por comida con una hambrienta embarazada de mellizos.
—Ya pasé los tres meses. —murmuró Agustina mientras masticaba la tostada.
—Sí, tengo algo para darte. Quería esperar a los tres meses para tener seguridad. Dicen eso, ¿no? —Tina asintió con la cabeza. Luego, se acercó a la mesada de la cocina y se sirvió el café mientras Cata desaparecía en su habitación.
A los segundos, su amiga volvió con un paquetito de regalo. Agustina sonrió con un brillo en los ojos. Toda la situación despertaba su sentimentalismo. Su naturaleza era bastante sensible, pero ahora estaba exacerbada. Serían las hormonas, ¿no? Era lo normal, lo esperado. Abrió rápido el paquete y se encontró con dos minúsculos enteritos de bebe de color blanco y lleno de dibujos de animalitos. La garganta se le cerró de golpe y sintió un calor en el pecho. El brillo de sus ojos dio paso a las incipientes lágrimas.
—Gracias Cata, son hermosos. —Abrazó a su amiga con amor y con miedo. Tener esos conjuntitos en sus manos, su pancita visible, todo se hacía cada vez más real. No era una pesadilla ni un hermoso sueño. Era la realidad, sin fantasías ni especulaciones, e iba a vivirla de la mejor manera posible. Dejando que suceda, algo que le costaba y que nunca imaginó pensar. Cata estaba ahí junto a ella como siempre.
—Lo que también te salieron son las tetas —exclamó Cata, separándose del abrazo y dirigiendo su mirada al pecho de Tina—. Están gigantes. ¡Qué suerte!
—¡Cata! —Tina la golpeó en el hombro y se dirigió a la habitación para guardar el regalo. Volvió con cara de angustia y un puchero en su boca.
—Te conozco demasiado para saber por qué tenés esa cara de desahuciada. Hoy es la gala de beneficencia, no tenés ropa adecuada para ese evento y te sentís hinchada.
—Y horrible.
—Estás hermosa. Más que nunca. Y como siempre tu amiga piensa en todo. —La sonrisa de Tina borró el puchero—. Te voy a prestar alguno de mis vestidos. —Ahora el puchero volvió borrándole la sonrisa.
—No Cata. Es un evento de gala. No puedo ir con tu estilo Hippie chic.
—¿Pero con quién estás hablando? —Cata se llevó una mano al pecho y fingió hacerse la ofendida—. Hubo otra vida antes de este estilo que tanto bien me hace. ¿O ya te olvidaste de mi pasado superficial y materialista?
—No podría olvidarlo —respondió Tina poniendo sus ojos en blanco. Luego los volvió hacia su amiga—. ¿Pero no dejaste esa ropa en casa de tus padres? Además, como estoy de inflamada no me va a entrar. Esos vestidos deben ser de cuando íbamos a la escuela.
—De esa época, tengo conmigo tres vestidos. Voy a confesar que no pude dejarlos atrás... —Tina sonrió al ver la expresión culposa de su amiga y negó con la cabeza—. están prácticamente nuevos y seguro que te van a quedar. Después podemos pedir turno en una peluquería para que te hagan un peinado y te maquillen.
—No quiero eso. Prefiero peinarme y maquillarme yo, algo más natural. No quiero aparentar algo que no soy.
—Me gusta eso. ¡Vamos a probar los vestidos! —Cata tomó a su amiga de la mano y la arrastró hacia la habitación.
—Pero tenemos que ir a la editorial. No podemos faltar las dos.
—Por algo somos dueñas, Tina. Elegimos el vestido y voy para allá. Vos tomate el día para descansar y estar hermosa para esa celebración.
Cata abrió el ropero. Los vestidos estaban muy bien conservados, tenía razón cuando dijo que no tenían casi uso. Teniendo en cuenta que tenían ocho años de antigüedad, era sorprendente que parecieran nuevos.
—Este negro nunca me lo puse —dijo Cata sacando de un nylon protector una percha con un vestido largo con el clásico corte sirena, tirantes en crepé y detalles geométricos de tul, combinado con pedrería y escote corazón. Tina acarició la tela con sus dedos, quedándose sin aire—. Es hermoso. ¿En qué momento pensaste usar este vestido?
—Me lo compró mi mamá para una de esas fiestas de la empresa de mi familia. Por suerte tuvimos una pelea grande ese día y no tuve necesidad de ir ni de usarlo. Al mes de eso ya estaba viviendo con ustedes. Una época horrible... —Tina miró a su amiga con tristeza. Decir que la relación de Cata con sus padres era nula le quedaba chico y se apresuró a hablar para detener el recuerdo.
—Creo que es demasiado ajustado... se me va a notar mucho el embarazo.
—Lo tendrías que probar —respondió Cata mientras sacaba otra percha con un vestido rojo de lentejuelas—.
—Con ese voy a parecer una bola de navidad. —Las dos estallaron en risas.
—Descartado —dijo volviéndolo a colgar y sacando otro de color crema con escote halter—. Este es muy lindo también.
—Me pruebo estos dos.
Agustina buscó unos zapatos altos y se probó los vestidos con ayuda de su amiga. Le quedaban los dos preciosos y entallados a su figura, como si fueran hechos para ella. Pero el negro la hacía ver distinguida y el color ayudaba a disimular un poco la incipiente pancita. Se sorprendió al ver su reflejo en el espejo.
—Creo que este es perfecto —dijo Cata sujetándole el cabello—. Acompañado de un maquillaje natural y un recogido, te vas a ver hermosa. Además, es un vestido clásico. Nadie podrá saber que es un modelo viejo.
—Me encanta. Gracias, amiga. —Volvieron a abrazarse. Tina siguió mirándose en el espejo. Se sentía un poco apretada dentro de ese vestido, pero podría aguantarlo unas horas.
—Me voy a la editorial. Cualquier cosa me llamas y vengo a ayudarte con el peinado.
—Voy a estar bien, amiga. Ya me salvaste.
Al escuchar el ruido de la puerta cerrarse, Tina sintió como los nervios la embargaban. Intentó verse al espejo con los ojos de los asistentes a la fiesta, con los de la familia de Sebastián, con los de su mujer. No se vería bien por más vestido fino que se pusiera. Ella no era de ese mundo y no lo sería nunca. La mirarían con desdén, con rencor. Para esa gente sería la intrusa que se embarazó del empresario poderoso. Lo tenía muy claro. Nunca la aceptarían. Ya se imaginaba las cosas que estarían pensando, lo mismo que escuchaba diariamente en los canales de chimentos cuando Cata no la veía mirando porque se lo apagaba o cambiaba de canal refunfuñando. Respiró profundo, levantó el mentón. Podía hacerlo, dijo que lo iba a hacer y lo haría.
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