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Capítulo XIX



Sebastián tomó a Tina de la muñeca sacándola del lugar casi a la rastra. Nunca había hecho algo así en su vida, dejar a su madre y a Mía con la palabra en la boca. No podía permitir que la trataran así, no iba a permitirlo. La adrenalina corrió por sus venas y la arrastró a la vista de todos, sin prestar atención a las voces que lo llamaban. No eran más que un ruido sordo.

Agustina se dejó llevar, miró un segundo hacia atrás, los rostros sorprendidos de la madre de Sebastián y de su novia. Les sostuvo la mirada un segundo y volvió a girar sin mirar atrás. Todavía le dolía el estómago por el miedo a que esas mujeres le hicieran algo a ella y a sus bebés.

Bajaron las escalinatas del hotel casi corriendo. La euforia de Sebastián no le dejó ver que sus zancadas eran más largas que las de Tina, que casi tropieza en el último escalón. La sostuvo firme y luego la miró con una sonrisa pícara en los ojos, invitándola a escapar con él. Y así lo hicieron, corrieron como dos locos hasta la esquina, dejando detrás a la prensa que aguardaba a la salida y los flashes que se disparaban frente a ellos. Al doblar, se resguardaron en la oscuridad de la entrada de un edificio.

Tina sintió que el corazón se le salía del pecho, la cercanía de Sebastián, el soplido de su respiración acelerada sobre su pelo, el sonido de su risa...

—Nunca me imaginé que podría hacer algo así en mi vida —jadeó Sebastián entre risa y ahogo por la carrera—. Gracias.

—Yo no hice nada. Solo tenías que darte cuenta de que podías.

Se miraron fijo por un segundo, con una cercanía aplastante y un mundo de palabras en los ojos. Palabras que todavía ninguno se atrevía a decir.

—¿Te gusta el helado? —preguntó él interrumpiendo la intimidad del momento.

—¿A quién no le gusta? —contestó Tina y sintió como la mano de Sebastián volvía a tomar la suya.

—Te invito uno.

—¿Ahora?

—Ahora. —Tiró de su mano suavemente invitándola a seguirlo—. No pude comer nada y me dio ganas de algo dulce. Además, la noche está hermosa.

—Creo que tengo antojo de chocolate con Almendras. —Tina entrelazó sus dedos con los de Sebastián y siguió el camino que sus pasos le proponían hasta la heladería.

—Y yo de mascarpone con frutos rojos.

—¿Vos también tenés antojos?

—Claro, y pienso engordar el kilo permitido por mes.

—No te van a entrar los trajes.

—Mejor así dejo de usarlos. —Tina sonrió y apretó con más fuerza su mano.

Siguieron caminando en silencio, con una sonrisa en los labios, el ruido de los autos pasando por la avenida y el taconeo de los zapatos de Tina golpeando la vereda. Al llegar a la heladería, Sebastián le pidió a Tina que lo esperase sentada en el banco de la puerta mientras él se ocupaba de comprar los helados. Tenía razón que la noche estaba hermosa y no hacía nada de frío. Desde allí podía ver el río, el más ancho del mundo. Se perdió por un momento en su inmensidad, en la oscuridad de su horizonte, hasta que la mano extendida de Sebastián con dos helados le interrumpió la visión.

—Su chocolate con Almendras, señorita...

—Gracias. —Tina le devolvió una sonrisa y Sebastián se acomodó junto a ella. Sus rodillas se rozaron mientras sus miradas se perdieron por un momento en el río.

—Ya no me acordaba lo que era tomar un helado así, en la calle.

—¿Nunca tomas helado en la calle? —Sebastián negó con la cabeza y bajó la vista a sus zapatos—. ¿Por qué?

—Por la exposición. No es fácil estar por la calle sin tener gente curioseando lo que hago o con quien estoy. Y te puedo asegurar que no sabe igual este helado acá, con vos, con el aire del río, que el que me puedo comer en mi casa. —Tina asintió con la cabeza y sonrió sin apartar la vista del río. Aunque ella no lo vivía podía comprender lo que Sebastián experimentaba.

—Entiendo... 

Sebastián suspiró y se llevó una cuchara de helado a la boca. Tina siguió el movimiento sin poder apartarse. Un poco de helado le quedó en los labios y los humedeció con su lengua para limpiarlos. Luego miró a la chica sentada a su lado y se dio cuenta que sus ojos le comían la boca. No pudo evitar que una sonrisa de satisfacción se le escapara. Agustina tragó con fuerza para disimular aunque ya era tarde. 

—¿Puedo probar el mascarpone?

Tina entreabrió los labios para probar la cuchara de helado que Sebastián le ofreció en la boca. Y él se quedó prendido a esos labios, se le antojaron como los labios más apetitosos del mundo. Quería probarlos, sentirlos. No pudo reprimirse y se acercó lentamente, sin dejar de mirarla, hasta juntar sus bocas. No sé equivocaba, era el beso más rico del mundo. La sensación de sus labios cálidos y el roce de su lengua fría por el helado, el sabor a chocolate y el mascarpone.

A Tina le revoloteó el corazón y le vibró el estómago. La descarga de electricidad que sentía cada vez que Sebastián la tocaba, la asustaba. No estaba lista para un sentimiento tan poderoso. Se apartó lentamente.

—Esto... esto puede complicar todo.

—Compliquémoslo —susurró Sebastián sin poder despegar los ojos de sus labios, enrojecidos por el beso.

—¿Y si sale mal?

—¿Y si sale bien? —Sebastián la tomó del mentón y le acarició la mejilla—. Nunca me sentí tan libre como ahora. Mi vida cambió desde que te conocí, Agustina. Puedo ser más yo cuando estoy con vos. Eso vale todo riesgo. —Volvió a besarla suave y lento, como pidiendo permiso. Y Tina lo recibió, abrió su boca para darle paso a su lengua. No podía contenerse más. Sebastián le encantaba, no dejaba de estar en su cabeza día y noche. Quería sentirlo, lo necesitaba. No tenía caso mentirse más. Se estaba enamorando de ese hombre en contra de todo el sentido común, de su cabeza que le decía que no era lo correcto, que iba a sufrir. Esta vez la pulseada la estaba ganando el corazón.

Sebastián la tomó de la cintura y la estrechó más contra su cuerpo, profundizando el beso. La calidez de su piel y la dulzura de sus labios, le recordó a Tina lo sola que se sentía y más ahora que estaba embarazada. No tenía a nadie más que a Cata. Y ahora estaba él, ¿podría confiar? ¿Podría abrir su corazón? ¿Lo destrozaría? Ya era tarde para dudas o cuestionamientos porque se lo estaba entregando en ese beso.



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