Capítulo V
Tina se removió en la silla y se miró las uñas. Luego escondió las manos en su regazo, tenía la manicura descuidada. Su cabeza no estaba para cuidar de su imagen personal. Tampoco su economía. Hacía tiempo que no se ocupaba de ella misma. Meses en que la enfermedad de su madre consumieron su energía, sus ganas y su dinero. Ahora, que era tiempo de reorganizarse, de volver a pensar en ella, aparecía un embarazo. ¿Le habían echado una maldición? Ella no creía en esas cosas, pero por las dudas iba a pedirle a Cata una de esas limpiezas de aura que hacía con plantas. Miró al hombre alto sentado frente a ella, cómo hablaba por teléfono con una seguridad aplastante, y volvió a mirarse las manos por debajo de la mesa. Toda la situación la incomodaba. Él, la incomodaba.
—Disculpá —dijo él al cortar y Tina hizo un asentimiento con la cabeza—. ¿Café está bien?
—Cortado con leche, gracias.
—Un café y un cortado, por favor —pidió haciendo una seña al mozo. Tina sintió que la miraba.
—Entonces... —pronunció ella para cortar el silencio incómodo que los envolvía.
—Pienso que debemos ponernos de acuerdo si el procedimiento resulta positivo.
—¿Ponernos de acuerdo? —respondió Tina, luego de tragar grueso, sentía que la mirada del hombre la penetraba. Era una mirada intensa, verde, con notas de color caramelo—. Todavía no termino de asimilar la situación. —Se hundió en la silla y exhaló de forma profunda.
—Lo entiendo. Pero comprenderás que esto me incumbe. —Tina sonrió de forma irónica.
—Firme un acuerdo de confidencialidad. La donación era anónima. Ni siquiera tendríamos que estar frente a frente.
—Pero no hubo ninguna donación. La situación es diferente. Entenderás que para mí tampoco es divertido. Solo quiero que solucionemos las cosas de la mejor manera. —Sebastián interrumpió sus palabras cuando el mozo volvió con los cafés.
—Esto es algo que tengo que solucionar yo sola. Creo que las repercusiones para cada uno son muy diferentes. —Tina soltó la cuchara con la que estaba revolviendo su café con fuerza, salpicando el contenido—. Ni siquiera puedo pensar en la posibilidad de un embarazo sin que me tiemblen las piernas.
—Creo que vas a tener que acostumbrarte a la idea. Hiciste un tratamiento de hormonas por lo que seguramente estés embarazada.
—¿Cómo sabés eso?
—Porque mi mujer también lo hizo para la inseminación. —Tina volvió a tragar grueso al escuchar al hombre nombrar a su mujer y se tomó la cabeza.
—Esto es una locura. No puede estar pasando. No puedo estar embarazada. No quiero estarlo —Lo miró fijamente con la seguridad de su afirmación en los ojos.
—¿Por qué?
—No tengo por qué contestarte eso. —respondió Tina elevando el tono de su voz. La estaba exasperando. ¿Quién se pensaba que era para preguntarle eso?
—Es mi hijo. Tengo el derecho de saberlo.
—Eso es ridículo, todavía no sabemos si estoy embarazada y ya estás hablando de un hijo. No voy a tener esta conversación. —Tina se paró tirando su silla, dio medio giro para salir del café, pero se volvió—. Es mi cuerpo y mi vida. No voy a tener ningún hijo.
—Por favor, sentáte — Sebastián se paró y la tomó de la mano. Tina sintió un chispazo, una especie de estática en la punta de sus dedos cuando rompió de forma brusca el contacto. Luego volvieron a sentarse, los dos, en silencio. Un silencio extraño.
—No te pido que lo tengas —habló Sebastián de forma tranquila y pausada—. Quiero decir que no te pido que seas la madre de ese hijo, pero yo quiero ser el padre. Me haré cargo de todo. —Tina negó con la cabeza—. Lleguemos a un acuerdo de buena forma.
—Creo que no vamos a poder ponernos de acuerdo. —Sebastián se reclinó en su asiento con los brazos cruzados y la miró fijo. Sus ojos como dos ranuras.
—¿Por qué ibas a donar los óvulos? ¿Para ayudar a una familia o por qué necesitabas el dinero? —Tina miró a Sebastián con odio.
—No te importa eso...
—Si la intención es ayudar a una familia, lo estarías haciendo. Tener un hijo es algo que espero hace mucho tiempo. Ahora, sí lo que necesitás es el dinero, puedo darte una suma grande, además de hacerme cargo de los gastos médicos. —Agustina sintió que la humillación le formaba un nudo en la garganta. Necesitaba dinero, muchísimo, pero esto era demasiado. Ya la donación de óvulos iba en contra de su forma de pensar. ¿Cuánto más debería traicionar, debería soltar, para salir del pozo? Parpadeo fuertemente para no llorar. No podía llorar delante de ese hombre. Bajó su cabeza y volvió a mirarse las uñas— No quiero que tomes a mal mi oferta. Solo busco una forma de que nos ayudemos mutuamente.
—Donar óvulos no es lo mismo que llevar un bebé nueve meses en el vientre —No levantó la vista mientras hablaba. No quería que viera sus ojos aguados.
—Te pido por favor que lo pienses. Podemos volver a hablar mañana en mi oficina. Pediré a mis abogados que redacten un contrato. —Tina levantó sus ojos y los clavó en el hombre sentado frente a ella—. Buscamos los términos que más te convengan.
—Todavía no sabemos si hay un embarazo... —Sebastián le extendió una tarjeta. La dejó sobre la mesa al ver que Agustina no la tomaba.
—La clínica se va a hacer cargo de todos los exámenes. Y voy a estar al tanto. —Sebastián sacó dinero de su billetera para pagar los cafés y lo dejó sobre la mesa— ¿Te llevo a algún lado?
—Gracias. No es necesario. Me espera mi amiga.
El hombre se paró y le tendió su mano. Agustina volvió a sentir ese chispazo, esa electricidad en sus dedos. No pudo moverse por un rato. Se quedó sola en ese café pensando que quizá tenía en sus manos la oportunidad de salvar la editorial, a los empleados y su departamento. Pero el costo era muy alto. No sabía si estaba preparada para afrontarlo ni tampoco si quería hacerlo.
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