feather, diego calva✔️
you got a new message!
💌
"your signals are mixed,
you act like a bitch (a bitch)
you fit every stereotype, send a pic
i feel so much lighter like a feather
with you out my life"
*
"tus señales son mixtas,
te comportas como una perra,
te quedan todos los estereotipos, manda una foto.
me siento tan ligera como una pluma
contigo fuera de mi vida."
🩰🏔️🦷🦢🤍
🗯️
HABÍA PASADO POCO MÁS DE UN AÑO QUE DAFNE SE HABÍA DESPEDIDO DEL ETERNO DÍA SOLEADO DE LOS ÁNGELES, para vivir una nueva vida en Vancouver, Canadá. Las intrincaciones de su trabajo como bailarina profesional de danza le habían dado la oportunidad de escapar de su escenario en California en busca de un nuevo comienzo. Bueno, escapar no. No tenía por qué escapar de nada, simplemente le fue imposible negarse a la excelente propuesta de la compañía de Ballet BC, cuando ésta también incluía separarse de su... Mejor amigo. De Diego Calva.
A pesar de que las circunstancias de su llegada no fueron precisamente favorables (ella en una perpetua lloriqueada, resistiendo el impulso de tomar un avión para ahorcar, asesinar, besar, molestar y devorar a Diego; sin ningún orden en particular), Canadá había resultado tan encantador como todos comentaban. Eventualmente pudo enfocarse en su profesión, hacer amigos y hasta encontrar el amor nuevamente. O algo por el estilo... Quizás eso no realmente. Para el siguiente diciembre, las tierras canadienses se habían cubierto de gélida nieve que se espolvoreaba sobre los edificios como azúcar glass y por más mágica que resultaba una navidad blanca, Dafne se encontraba ansiosa por regresar a su hogar en Ciudad de México a visitar a su familia.
En cuanto dieron su último show de El Cascanueces, la bailarina no demoró en tomar el primer avión y ahí estaba. Con una sonrisa plasmada inevitablemente en su rostro, tocó el timbre del hogar de su infancia para girar nerviosamente hacia Marcos, uno de sus amigos cercanos, y arreglar la camisa que le había comprado para la ocasión. Marcos y Dafne trabajaban juntos en la compañía, pero por cuestiones personales él no había podido reunirse con sus familiares para las festividades y ella no había encontrado el corazón de abandonarlo a su soledad en Vancouver. Además, al provenir de Madrid, el idioma no sería un problema en la cena, por lo que Dafne esperaba que esa noche estuviera libre de dificultades.
Cuando el picaporte se giró desde el interior y su madre salió iluminada por una vibrante sonrisa, Dafne no pudo evitar lanzarse a sus brazos con un chillido.
–¡Hola, mamá! Feliz navidad.
–¡Feliz navidad, cariño! –ronroneó al apretujar su cuerpo con los brazos animadamente. Cuando se separó de ella para dirigirse a su acompañante, Dafne deseó haber imaginado cómo su sonrisa perdía un poco de intensidad–. Uh, ¿y quién es este joven tan apuesto? No me dijiste que traerías a alguien.
–Marcos Molina, señora, mucho gusto –saludó educadamente, mientras daba la mano.
–Mamá, Marcos es... –Y antes de que pudiera presentar a su amigo, las palabras se estancaron en su garganta.
Ahí estaba Diego. De pie detrás de su madre, sosteniendo un discreto ramo de flores, su ex mejor amigo la miraba como si le hubieran crecido tres brazos espontáneamente.
–¿Diego? –su nombre salió de los labios de Dafne como algo ronco, acusatorio, pero no lo pudo evitar–. ¿Qué haces...? –se volvió a su madre–. ¿Qué hace aquí, mamá?
–¡Es algo graciosísimo! ¿Verdad, Dieguito?
Una sonrisa calculada logró expandirse en el rostro del mencionado, mientras daba un paso al frente y apoyaba su mano libre en el marco de la puerta, justo detrás de su madre, dándole un aire posesivo sobre la fachada. Dafne se tensó, sus ojos pegados a los irises cafés de Diego.
–Muy, muy gracioso, sí –respondió con encanto–. Tu mamá y yo nos encontramos en El Gobernador el otro día en el desayuno.
–Y sus papis te mandan mucho saludar, ¿verdad, Dieguito?
El castaño asintió con una sonrisita que denotaba maldad. O eso sentía Dafne, pues no podía creer que Diego hubiera decidido omitir que llevaban cerca de un año sin hablarse. Menos que hubiera decidido aparecerse en su hogar sin previo aviso.
–¿Y tú eres? –Diego dirigió repentinamente su mirada al invitado de Dafne, después de que su presencia hubiera sido olvidada momentáneamente por el resto.
–Marcos Molina –volvió a presentarse, dándole la mano al castaño–. Soy...
–Es mi novio.
Silencio. Dafne no supo qué la había impulsado, pero era muy tarde ya para arrepentirse. Marcos la miró desorientado segundos antes de que ella atrapara una de sus manos para entrelazarla entre sus dedos con demasiada brusquedad. Su pobre amigo solo atinó a sonreír extrañamente ante las miradas estupefactas de la mujer y el joven que los recibían. Dafne le dio un apretón a su palma, queriendo comunicar desesperadamente su grito de ayuda.
–Su novio. Sí. Un gusto por fin conocerlos.
Diego chasqueó sus labios con incredulidad de forma apenas audible y estiró el ramo de flores en dirección a la bailarina.
–Son para ti.
Su madre se deleitó por el gesto.
–Muy lindas, Dieguito. ¿Verdad, Daf? Ve a ponerlas en agua.
–Tengo que ir a guardar nuestras maletas –quiso excusarse, pero Diego no le dio oportunidad a su pretexto de sostenerse.
–Yo puedo llevarlas.
—No es necesario, Dieguito.
—Son dos, no me molesta ayudarte.
Y aunque le hubiera gustado continuar negándose, su madre los interrumpió, mientras el castaño comenzaba a tomar las maletas neciamente.
—Deja que Diego las suba, Daf, él sabe dónde está el cuarto de invitados.
–¿Necesitan ayuda? –preguntó Marcos.
–No –cortaron Dafne y Diego al unísono.
El silencio se adueñó de un compás más antes de que todos se pusieran en movimiento al adentrarse en el hogar. Su madre guío a Marcos a que se pusiera cómodo en la sala de estar, mientras Diego y Dafne caminaban con dirección a las escaleras de caracol que daban al segundo piso: Diego con una maleta en cada una de sus manos y Dafne con el ramo en busca de un recipiente dónde ponerlas. O un bote de basura.
En cuanto estuvieron lejos de cualquier otra presencia, Diego soltó un pesado suspiro de frustración contenida y Dafne... Bueno, Dafne comenzó a golpearlo con el ramo que hace unos momentos le había regalado. Tomado por sorpresa, Diego batalló al tropezar ligeramente con un escalón, aferrándose a las maletas para que no fueran rodando escaleras abajo.
–¡Qué... haces... aquí! –exclamó en susurros, soltando una palabra cada que atestaba en su contra.
–¡Dafne, ya! ¡Detente! –siseó, girando su hombro en su contra para protegerse de sus atentados.
–¡Tonto, tonto, tonto!
Dafne le soltó uno, dos, tres golpes más antes de salir disparada escaleras arriba. Con los labios fruncidos y una mirada de alocada sorpresa, Diego ciñó las correas de las maletas a sus brazos y la siguió. Por la prisa y la agitación, el seguro de sus tacones que rodeaba su tobillo se soltó, causando que su pie resbalara de su calzado. Dafne tuvo que estirar uno de sus brazos para apoyarse en el tocador del pasillo y no tropezar. En silencio escuchó atentamente los pasos rítmicos de Diego al terminar de subir las escaleras. Una después de la otra las maletas hicieron un ruido seco al ser colocadas a las afueras de la habitación de invitados. Por encima de su fleco, Dafne giró la mirada lentamente, congelada en su lugar con el aliento agitado. Vio a Diego de pie en medio del pasillo, uno de los mechones de su cabello había escapado hacia su frente, rizado sobre su ceño fruncido. Parecía molesto.
Cuando estuvo frente a ella y sin decir una palabra, comenzó a doblar sus piernas, arrodillándose lentamente a sus pies sin quitar su profunda mirada de ella. Dafne contuvo su respiración, su cerebro desconectándose del resto de su cuerpo al ver la nariz del joven casi rozar sus extremidades por la cercanía. Con movimientos decisivos tomó el tobillo de Dafne y comenzó a volver a atar el cordón de su tacón en donde debería de estar. Por un segundo se sintió pequeña, pero era muy tarde para apartarse. Diego volvió a alzar su mirada y a Dafne le entró un hito de pánico al pensar que él pudiera ver por debajo de su falda, aunque el ángulo lo hacía poco probable. Con la misma calma y parsimonia, el castaño volvió a incorporarse frente a sus ojos, ahora su nariz cerca de tocar la suya. Dafne entreabrió los labios como si fuera a decir algo, pero nada salió.
–¿Quién chingados es ese wey? –preguntó con claridad sin subir la voz.
–Mi novio, ya te dije.
Diego rio sin gracia.
–No seas ridícula, Dafne. –Ella jadeó con ofensa, pero antes de poder contraatacar, él la cortó–: Voy a ir a ayudar a tu madre con la cena.
🦢
–PAPÁ, ¿cómo pudiste?
El estudio de su padre seguía completamente igual, aunque ella no esperaba ningún cambio. Los altos estantes de libros que no habían sido tocados en años, pilas de documentos que nadie sabía si tenían importancia o no y una absurda variedad de pisa papeles de todos colores y formas. Su padre la miró desconcertado por encima de sus lentes de lectura.
–¿Cómo pude qué, María? –preguntó de forma golpeada, usando su segundo nombre como le era costumbre–. Es Dieguito Calva, mi amor. Él nos caía bien, ¿no?
Dafne se cruzó de brazos, apoyada en el posa brazos de un sofá.
—No. No mucho.
—¿Nos cae mejor Marco?
–Marcos –corrigió obstinadamente y vio a su padre hacerle una mueca.
–Bueno, Marcos –pronunció, imitando un acento español. Su padre soltó una risita ante su propio chiste y cambio la página de su libro de sopa de letras—. Sea lo que sea que traigas con Diego, ya pasará. Siempre lo arreglan, ¿no?
Dafne frunció los labios, pero decidió no decir nada. Ambos no pudieron esconderse mucho tiempo en el estudio, cuando fueron fervientemente acarreados para la cena. Una gran variedad de platos con guarniciones se acomodaron a lo largo de la mesa, junto a la mejor vasija de su madre. Las cabeceras del comedor se designaron para sus padres. A la derecha de su madre se encontraban Dafne y Marcos, quien después de haber tenido una rápida introducción a la situación, ahora la tomaba de la mano y otras pequeñas actuaciones que iban acorde a su mentira. Frente a ellos estaba Diego y a su lado la hermana menor de Dafne, Carolina, quien parecía estar disfrutando inmensamente ese arreglo. Siempre había tenido cierto encanto por el mejor amigo de su hermana mayor.
–Todo se ve increíble, Beatriz –aduló Diego con aire de inocencia.
–Sí, mamá. Las papas están deliciosas –añadió Dafne.
–De hecho, las papas las trajo Dieguito, corazón. Una divinidad.
Dafne alzó la mirada de la mesa para ver cómo Diego le guiñaba un ojo discretamente sin poder contenerse de sonreír. Ella rodó los ojos y aplastó la comida en su plato con más fuerza. Sí estaban jodidamente buenas, pero él no tenía que haberse enterado.
–¿Y ustedes cómo se conocieron? –preguntó Carolina con brillos curiosos en sus ojos.
Marcos pareció aliviado de poder participar en la dinámica de la cena, por lo que pronto expresó:
–En la compañía de baile, hemos trabajado juntos en muchos proyectos. Su hija es verdaderamente talentosa.
El honestidad del comentario logró sacar una sonrisa genuina de Dafne.
—Muchas gracias, Marcos —dijo, compartiéndole una mirada cómplice.
Diego pretendió atragantarse con la comida.
—¿Y tú, Diego? ¿Ya has visto a Daf bailar? —preguntó Carolina con picardía, batiendo las pestañas en su dirección.
—No —negó el aludido, buscando la mirada de la castaña—. Bueno, no recientemente. No he sido invitado.
—¡No me digas eso! —exclamó su madre con desaprobación.
Dafne le encajó su tacón con un pisotón por debajo de la mesa y, a pesar de no dar señales de haberse perturbado, lo sintió quitar su pie de su alcance con rapidez.
—Qué raro —Carolina comentó, mientras partía su chuleta en pedacitos—. Diego y Daf solían ser uña y mugre, ¿verdad, mamá?
Su madre, quien amaba hablar de Diego y más si coincidentemente incluía a su hija de vez en cuando, rio deleitada.
—¡Es cierto! ¿Qué fue lo que me dijo una vez el director de tu preparatoria, Daf? —preguntó rememorando.
—Que él esperaba estar invitado a la boda —completó Carolina, casi haciendo que Dafne se ahogara con su bebida.
—¡No, eso no! ¿Qué era...?
—¿Que jamás vio el uno sin el otro? ¿Ni una sola vez?
—Mmmh, no, eso no...
—¿O la vez que los encontraron atrás de...?
—¡Carolina! —exclamaron Dafne y su madre al unísono, la primera ligeramente horrorizada y la segunda entre risas traviesas.
Diego hizo un pésimo trabajo escondiendo una risa, mientras su padre alzaba una ceja, dedicándoles cierto nivel de atención por primera vez en la cena.
—No, no es como suena —aclaró Dafne rápidamente para nadie en particular—. Fue una tontería, pero nada de lo que podrías pensar, papá. Marcos, ¿quieres espárragos?
Disfrutando su creciente nerviosismo, el joven frente a ella aclaró su garganta.
—A mí me gustaría probar los espárragos, Daf.
Dafne, quien ya estaba sosteniendo el susodicho platillo en una de sus manos, enarcó una ceja en su dirección.
—¿Okey? Felicidades.
—Está bien, Daf. Igual no me gustan mucho los espárragos, pero... —la mirada de Marcos escaneó la superficie de la mesa hasta iluminarse—. ¿Me pueden pasar más papas, por favor?
—A tu novio no le gustan los espárragos, Daf. ¿Podrías pasármelos, por favor?
Había algo en la forma en la que su ex mejor amigo pronunciaba su nombre (remarcando el sonido de la f exageradamente contra sus labios) que hacía que Dafne quisiera volver a enterrar su tacón en alguna parte de él.
—Yo quiero los espárragos, pasenmelos —su padre interrumpió la tensión de la absurda interacción—. Diego, ¿trajiste el mezcal?
—Sí, señor. No lo olvidaría.
Y eso era cierto. Todos los años Diego le regalaba una botella de la colección personal de mezcal de su familia a su padre. Complacido por la mención de una de sus bebidas favoritas, el castaño se levantó, fue a la cocina y trajo la botella que resplandecía con líquido transparente, junto a una puñado de caballitos que fue repartiendo en la mesa.
—Ey, solo trajiste cinco —mencionó Carolina al hacer la cuenta rápidamente.
—Sí, tú no puedes tomar —estableció naturalmente, mientras servía la bebida en su caballito.
—Diego, ya tengo 18. Mamá, ¿verdad que puedo tomar? —se quejó la chica con voz casi suplicante, pero nadie en la mesa quiso defender sus deseos.
—Salud —Diego le sonrió inocentemente y echó el mezcal por su garganta.
Cuando la botella dejó de circular y Dafne pudo servirse a sí misma, una idea se abrió paso en su mente, iluminando su mirada con travesura.
—¿Saben qué? Creo que yo recuerdo a qué te refieres, mamá, lo del director —exclamó con prefabricada emoción, disfrutando la repentina sombra de confusión en el rostro de Diego.
—¿Ah sí?
—Sí, sí. ¿No era lo que te contó en una junta de padres de familia? Sobre la vez en la que Dieguito se paró frente a toda la escuela...
En cuanto Diego reconoció la historia, su columna se estiró hasta reincorporarse muy derecho sobre su asiento.
—No, Daf, no creo que esa sea la historia...
La castaña sonrió maliciosamente, después de haber fondeado su caballito de un sorbo, sin intención de detener su relato.
—Dieguito se paró enfrente de toda la escuela en el auditorio a dar una serenata, que por cierto —murmuró a Marcos con complicidad—, fue terrible. ¿De quién fue la canción que elegiste? ¿Alejandro Fernández?
Dafne recibió una patada en la espinilla por debajo de la mesa, sacándole un gemido ahogado. Diego le sonrió tensamente.
—Fue un reto, nada más.
—Fue para Juliana, ¿recuerdas? —atajó acusatoriamente, recordando la traición que había sentido al darse cuenta de que su mejor amigo había querido salir con su mejor amiga. En su momento, el mero prospecto le había provocado un deseo inexplicable de masticar vidrio.
Caro se iluminó como árbol de navidad.
—¡Hey, yo recuerdo eso! ¿Que no había sido para...?
Diego ahogó las palabras de Carolina, metiendo un bollo de pan dentro de su boca sin previo aviso.
—No, Caro —le dio una mirada asesina—. No.
Dafne no pudo evitar deshacerse en risas, queriendo servirse otra ronda, pero Diego se estiró por encima de la mesa para arrebatarle la botella y en cambio servirse él.
—Yo creo que lo que tu madre tenía en mente era la vez que vomitaste tu desayuno en honores a la bandera siendo la abanderada —recordó mordazmente, tomándose otro caballito de mezcal de golpe—. O cuando deletreaste mal "espacio" enfrente de todo el auditorio.
Dafne soltó una risa sin gracia, impresionada por su audacia de mencionar tales eventos.
—¿Cómo deletreas mal espacio? —cuestionó Carolina confundida.
—¡Eso fue en primaria! ¡Eres un idiota!
—¡No, tú lo eres!
—¡Suficiente! —la atronadora voz de su padre hizo que ambos se callaran de inmediato, conscientes de la escena que estaban montando—. No sé qué esté pasando con ustedes dos, pero ya estuvo bueno con sus pleitos.
Se hizo un silencio corto en el que recobraron la postura, ambos habiéndose inclinado sobre la mesa en dirección al contrario de forma inconsciente.
—Perdón, papá. Nos comportaremos, ¿verdad?
—Claro que lo harán. Van a salir a tomar un lindo paseo y no regresarán hasta que puedan comportarse como adultos.
Dafne bufó frustrada, sin querer llevarle la contraria a su padre. Se puso de pie, mirando a Diego como si pudiera abrir la tierra con la mera fuerza de la mirada para que éste fuera tragado por ella. Agarró la botella de mezcal, le propinó un buen trago y salió de ahí sin esperar que Diego la siguiera. El actor se disculpó con los presentes y tensando la mandíbula siguió a su ex mejor amiga, quien obedientemente recorría el pasillo con dirección a la salida. Antes de que Dafne alcanzara el vestíbulo, él tiró de su brazo y la metió a uno de los armarios que destinaban para los abrigos y bolsos de los invitados, donde cabían estrechamente. Echó pestillo y entre la debilidad iluminación buscó los grises ojos de Dafne para confrontar la razón por la que se había presentado ahí en primer lugar.
—Dafne... ¿Qué chingados?
—¿Qué? —respondió con fingida inocencia.
—¿Por qué...? —Diego se detuvo unos segundos a buscar las palabras—. ¿Por qué carajos te fuiste de Los Angeles? ¿Por qué carajos no te despediste?
Los recuerdos alcanzaron a Diego como una avalancha y con fatalidad, repentinamente derrotado. Después de compartir su nueva vida de adultos jóvenes por meses, y justo en tiempos en que él comenzaba a demostrar sus verdaderos sentimientos por la castaña, la comunicación se volvió quita, silenciosa. Diego recordaba los mensajes sin responder, las llamadas a buzón, y todo le traía una rabia y una traición inexplicable. Dafne lo era todo para él. Después de tantos años, creyó ser más de valor para ella, pero ese ideal se esfumó cuando se enteró de que debutaba en el ballet de Vancouver por una amistad que tenían en común. Ahora lo único que quería era una explicación.
Dafne bufó sin saber cómo contestar su pregunta sin volverse completamente vulnerable a sus ojos.
—Ya vas a empezar... —se quejó teatralmente y Diego le rodó los ojos.
—¿Ya voy a empezar? ¿Yo?
—¡Sí, tú!
—No te voy a dejar salir de aquí hasta que hables, así que o te pones cómoda o empiezas a explicarte, de la Cruz —estableció, apoyando su brazo firmemente sobre la puerta para demostrar lo poco que bromeaba.
—Diego...
—¿Fue cuando fuimos a No Vacancy?
Su salida al bar en Los Angeles había terminado en el par terriblemente borracho y Diego recordaba haber intentado besarla sin éxito. Se había recriminado mucho por haber sido tan insensato, pero en ese punto dejaba de entender por qué no solamente habían hablado al respecto.
—Si no querías que te besara solamente lo hubieras dicho, Dafne. No era para tanto.
Los claros ojos de la aludida brillaron cristalinos, mientras apretaba sus labios con un aire de vergüenza.
—Sabes lo mucho que me gustabas, no te hagas pendejo —murmuró con cierta amargura, viendo cómo él empalidecía un poco—. Que quisieras aprovecharte de eso fue cruel, hasta para ti. No tienes idea lo mucho que me partías el corazón.
—¡Pero...! —Diego tenía la garganta seca de incredulidad—. ¿Por qué nunca no me dijiste cómo te sentías?
La estupefacción de Diego la irritó.
—¡Ay, Diego, era obvio!
—¿Para quién, Dafne? —preguntó fríamente, esforzándose por no gritar como desquiciado—. ¿Para quién? ¿Sabes lo jodido que fue enterarme por otra persona que te habías ido a otro país? ¿Eso qué, Daf? ¿Y por qué chingados te irías sin hablarlo?
Poco a poco, la bailarina comenzaba a cohibirse, puesto que no era la reacción que ella esperaba. La salvaje confusión e impotencia en su voz comenzaba a intrigarla. Diego bufó sin palabras, su mente corriendo a mil por horas.
—Porque estaba harta de que te valiera madres.
—¿Que me valiera madres qué?
—Mis sentimientos, carajo —se calló un segundo, hasta que un recuerdo deformó su cara en una mueca de incredulidad—. ¿Fotos, Diego? ¿Fotos? No podías quererme como más que una amiga, pero se te hizo fácil ponerte pedo y pedirme... ¡Fotos, idiota!
Diego enterró los dedos en su cabello con desesperación, esforzándose por no levantar la voz y despeinándose en el proceso.
—¡Estaba caliente, Dafne, dame un puto descanso! ¿No podías solo decir que no? ¡No era tan putas serio! ¡La respuesta más pendeja fue agarrar tus cosas e irte!
—Sabes que fue por más que solo eso.
—No, chingada madre, ¡no sé! ¡Todo asumes que sé!
El corazón de Dafne se excusó ante su ira, paulatinamente sintiéndose menos molesta y más melancólica.
—Tenía miedo de que me lastimaras y quise salvar la amistad, ¿sí? Ya no podía seguir así, y pensé que eso estaba haciendo, protegiendo lo que quedaba de la amistad.
Diego no pudo evitar encontrarlo hilarante, posando una mano en su cadera para ladear su cabeza y reírse secamente de ella. No quería ser prácticamente cruel, pero ahora se lamentaba el haber tenido que sufrir tanto tiempo completamente en vano por las pésimas habilidades de comunicación de la mujer que no podía dejar de amar por más tonta que fuera.
—No pues que chingón te salió, Daf. Llevamos un puto año sin hablarnos. ¡Me bloqueaste en todas partes, Dafne, por dios! Obviamente iba a venir a tu puta casa a buscarte, ¿sí? —Con una mano alisó fuertemente la tensión que sentía en su frente—. ¿Tan poco creíble era que quizás me sintiera de la misma forma?
Dafne se congeló en su lugar y los latidos en su corazón comenzaron a acelerar.
—¿De la...? ¿Pero...? —tartamudeó torpemente, asimilando la idea—. ¿Las demás...?
—No, no había las demás, ¡solo eras tú!
Se hizo un momento de silencio en el que el par batallaba con la nueva información. Diego reaccionó más rápido y pronto la miró suplicante.
—Dafne, dime que el vato que está allá afuera no es tu novio...
—Marcos no es mi novio —dijo de inmediato, con la nueva necesidad de clarificarlo lo antes posible.
—Y dime que te vale madres proteger nuestra amistad.
Los rosados labios de Dafne se abrieron para dejar escapar un suspiro, su corazón expandiéndose dentro de su pecho como un globo de helio.
—¿Eso es lo que quieres?
Diego se cernió sobre ella con tanto ímpetu, que Dafne apenas pudo alcanzar a retroceder torpemente hasta que su espalda pegó contra la pared.
—¿Ahora sí te importa lo que quiero yo? ¿No vas a asumir y aventar todo a la chingada?
A pesar de haber sido intencionado como broma, Dafne solo pudo parpadear perpleja.
—No.
—Yo quiero... —Diego la detalló con la mirada, esperando detectar algún ápice de rechazo—. Esto.
Su mano subió a acomodarse en su cuello, cálida al tacto, y con su pulgar empujó suavemente su barbilla hasta darle acceso. Diego plantó un firme beso en la base de su garganta, haciendo que Dafne arqueara ligeramente su espalda y de regreso contra la pared. El deseo que tanto había reprimido por su mejor amigo la comenzaba abordar con una fuerza impresionante.
—Quiero esto.
Continúo, rozando su piel con su cabello al depositar la cuenca que se había formado en su clavícula al verla suspirar.
—Esto.
Su mano viajó por su piel hasta ceñirse a su nuca y dirigió su boca hacia él para plantar un suave beso en sus labios. Convencida de que eso realmente estaba pasando, Dafne mostró una sonrisa que se sentía más grande que su rostro mismo y sus ojos destellearon tanto que Diego no pudo evitar sonreír igual de grande.
—¿Te parece bien? —preguntó en un murmullo.
—Está bien. Tú ganas.
—¿Sí?
—Sí. Que se joda la amistad.
🦢🤍🩰... (entry)
ESTOY ESCANDALIZADA.
asumí que existía el fandom de
diego calva en wattpad, pero no
encontré ningún fic suyo.
le daría mi primogénito.
besitos,
nia.
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