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Prefacio (Sin ilustraciones)

Hacía veinte años que la guerra contra Valres había empezado y todavía no se veía ninguna esperanza de que fuera a terminar pronto. Elysium escudriñaba el horizonte, en silencio, esperando a la bestia que todos sabían que vendría.

Valres era un lugar al que ningún ser vivo con cordura querría ir. En ese lugar sólo habitaban monstruos inimaginables y salvajes que peleaban sobre criaturas horribles, como caballos monstruosos. Los salvajes traían a las batallas a los monstruos que habitaban en sus bosques y ríos, y según espías, había uno especialmente horrible que traerían a esa batalla.

Después de veinte años, la guerra parecía haber quedado en punto muerto. El ejército de Yelize había aprendido a defenderse e incluso a matar a los monstruos, pero ninguno de los dos bandos ganaba terreno. Ya no había peleas importantes, sólo batallas cuando parecía que uno de los dos ejércitos estaba avanzando demasiado.

Pero Elysium sabía que esa pelea podría ser significativa.

“Encontramos una bestia como ninguna se ha visto” había dicho el explorador esa mañana, cuando regresó “Mas grande que un buque de guerra. Era como... Un zorro acorazado con una especie de cola de caimán”

Y luego de eso, lo más preocupante:

“Sus garras podrían cortar como mantequilla nuestros muros”

El hecho de que fuera más grande que un buque de guerra ya era bastante problemático por sí mismo. Una bestia con tales características podría aniquilar por completo el ejército de Yelize en cuestión de horas. Y si eso pasaba, la bestia arrasaría con todo el reino. Todo dependía de él.

— Tal vez deberíamos retirarnos — dijo Paean, su aprendiz—. Señor, según lo que ha dicho el observador las catapultas no le harán nada.

— Silencio — le cortó Elysium.

Él, Paean, y Nisya, la capitana de los arqueros, observaban la llanura desde sus caballos, a la cabeza del ejército. Sin embargo, la batalla no había empezado aún, aunque llevaban ahí media mañana. Los salvajes no se movían

— No puedo dejar que esta bestia se quede con vida. Podría aparecer en cualquier momento.

Lo escucharon antes de verlo. Incluso a Elysium le secó la boca. El monstruo apareció desde atrás de una colina, rugió; un sonido estridente y agudo, como mil animales muriendo. Observó el terreno bajo sus patas y se lanzó de lleno contra los soldados de Yelize. Era veloz, demasiado veloz.

Tal y como el observador la había descrito, la bestia era enorme, tanto que incluso aplastaba sin querer a los salvajes que lo habían traído. Su cuerpo era alargado, y las escamas que le cubrían eran color gris. Sus cuernos estaban adornados al tosco estilo de los salvajes. Pero sus garras eran la imagen más preocupante.

"Podrían cortar como mantequilla nuestros muros"

Elysium respiró hondo, pero no vaciló. Aferró su lanza con fuerza y a lomos de su caballo, atravesó la llanura a toda velocidad.

Fue el único soldado de Yelize que se lanzó al ataque al ver a la bestia, porque era el único que podía matarla.

Al verlo, los salvajes empezaron a gritar y aullar. Aun estando demasiado lejos, comenzaron a arrojarle flechas y lanzas, pero Elysium sólo tenía ojos para el monstruo. La cosa ni siquiera lo notó hasta que Elysium le arrojó su lanza. El arma atravesó la piel acorazada y la carne del animal como si fuera gelatina. La bestia rugió de dolor y se detuvo, buscando al pequeño ser que le había hecho daño. Cuando encontró a Elysium sobre su caballo, intentó aplastarlo, pero afortunadamente el corcel era demasiado veloz y estaba acostumbrado a esa clase de combates. La lanza, un arma encantada, regresó a las manos de Elysium y él volvió a atacar, clavándola en la pata trasera del animal cuándo pasó cerca.

Al mismo tiempo, los salvajes indignados de que alguien se atreviera a lastimar de esa manera a su animal sagrado también lo atacaron, pero recuperados de su conmoción al ver al monstruo, los soldados de Yelize atacaron a su vez. Las catapultas soltaron sus cargas, y los caballeros, arqueros y hombres de lanzas avanzaron. Y así comenzó la batalla.

Parecieron transcurrir horas y el monstruo estaba comenzando a cansarse, y con cada ataque de Elysium, se enfadaba más y más. Tenía múltiples heridas en todo el cuerpo, algunas más graves que otras, la pata herida le impedía moverse con libertad, ya que aparentemente había quedado inservible. La bestia chilló y con un movimiento de la cabeza, consiguió golpear a Elysium con un cuerno, lanzándolo a varios metros a través del campo de batalla. El corcel recibió la peor parte; murió prácticamente al instante, pero cayó sobre su amo.

Cayendo cerca del monstruo, Elysium gritó de dolor. Un terrible ardor subía desde sus piernas, atrapadas bajo el caballo, hasta la cabeza. Le costaba trabajo respirar, cada vez que lo intentaba tosía sangre; si bien el caballo había recibido la peor parte, el impacto había bastado para romperle las costillas a Elysium. Pero todavía aferraba su lanza y la guerra no estaría perdida hasta que no pudiera sujetarla más.

Los salvajes más cercanos se habrían acercado para acabar con él, pero la bestia estaba demasiado furiosa con Elysium como para dejarlo en paz al verlo en el suelo.

Con la intención de devorarlo lentamente, el monstruo se acercó a él. Antes de que consiguiera abrir la boca, una roca en llamas lo golpeó en la cabeza. Indignado, rugió y se volvió en la dirección de donde le había llegado; las catapultas, que ya estaban lanzando otra carga.

Transcurrieron sólo segundos, pero fue tiempo suficiente para Elysium.

Consiguió empujar unos centímetros al caballo, lo suficiente para poder sentarse. Necesitó sujetar las crines del caballo muerto para mantenerse erguido, pues su espalda no podía soportarlo. Elysium respiró hondo, y tosió sangre, sintiendo sus costillas rotas clavarse contra sus pulmones. A pesar de ello, apuntó por última vez a la bestia y arrojó su lanza haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban.

Esta vez, la lanza atravesó de lado a lado la cabeza del monstruo. Los salvajes gritaron junto con la bestia cuando la lanza la atravesó, como si también pudieran sentir su dolor; fue un sonido en verdad doloroso que sacudió el suelo y ensordeció a los soldados.

El silencio reinó sobre todo el campo cuando la bestia se balanceó y cayó sobre Elysium.

Y cuando el polvo se asentó los monstruos de los salvajes chillaron y se retorcieron y sus amos gritaron como un animal herido, muchos tiraron sus armas y otros gimieron, horrorizados de contemplar el cádaver de su monstruo sagrado. 

Paean observaba todo con angustia, junto a Nisya. Los dos habían visto como el monstruo derribaba a Elysium, y también habían visto la lanza atravesándole la cabeza a la cosa, pero era una distancia muy larga como para saber con seguridad dónde estaba Elysium.

— Nisya. Elysium la mató — dijo Paean, observando con asombro el gran cuerpo del monstruo—. Lo mató. ¡Elysium mató a la bestia!

Nisya asintió, sintiendo que se le llenaban los ojos de lágrimas.

— Nadie dudó en que podía hacerlo — susurró ella.

(...)

No recuperaron el cuerpo de Elysium. Aunque el rey mandó a buscarlo por todo el campo, el cuerpo del héroe no fue encontrado en ningún lado.

A Nisya le concedieron la lanza de Elysium junto con los huesos de la bestia que lo había matado, puesto que habían sido amigos íntimos durante años.

Acudieron personas de todos los pueblos y ciudades de Yelize para despedirse de Elysium. El funeral se celebró en una pradera al este de la capital, donde cavaron un gran agujero en el suelo para llenarlo con leña. Sobre la pila colocaron un sudario color azul verdoso con una lanza cosida con hilo plateado.

Era un sudario vacío.

Las llamas se alzaron hasta diez metros y ardieron hasta el amanecer. Fueron teñidas de diversos colores, todos hermosos, pero sobre todo, las tiñeron de azul.

Hubo canciones toda la noche; algunas hablaban de las luces del cielo, otras, sobre la valentía y el heroísmo. También hubo canciones nuevas; unas que hablaban sobre un gran héroe llamado Elysium, que dedicó su vida a combatir a los monstruos de Valres, y que había muerto combatiendo al monstruo más temible de todos.

Y sin embargo, todas eran canciones tristes. 

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