La Deuda de un Príncipe
Temo informar que la ciudad fronteriza Houser ha caído, y con ella el rey Rodas. Lamentablemente no pudimos recuperar el cuerpo del rey. Se cree que los salvajes seguirán atacando otras zonas fronterizas antes de adentrarse al reino.
Que los dioses se amparen de nosotros.
-Akhos.
Lisandro no sabía porqué, incluso ahora que era prisionero de los salvajes, conservaba esa carta. Después de todo, anunciaba la muerte de su padre; era la promesa de que no habrá tiempos mejores. Ni siquiera tenía su firma, o últimas palabras. Pero de todas formas, Lisandro mantenía la nota consigo. No debería ser, pero le daba consuelo de alguna forma. Quizá era porque le recordaba que el reino todavía podía pelear. Y... Y eso significaba que no estaba solo. O quizá era porque necesitaba desesperadamente un consuelo, por absurdo que fuera. De verdad era un consuelo muy extraño. Elysium ya no estaba, su padre ya no estaba. Una ciudad había caído y caerían muchas más, porque ya no había nadie que fuera capaz de detener a los monstruos.
Los salvajes le habían vendado el brazo, no habían hecho nada más por él aparte de darle una manta sucia. La herida ya no sangraba, pero el dolor se negaba a irse.
Apenas había pasado un día desde la pelea del palacio, la lluvia no se había calmado en absoluto, aunque caían menos relámpagos. Seguían en el mismo campamento, ya que aparentemente necesitaban tratar a los heridos. No paraban de decir que tenían que moverse pronto, porque los soldados del castillo no tardarían en dar con el campamento.
Ya que tenían lo que querían, casi nadie le hacía caso a Lisandro. De vez en cuando revisaban que todavía estuviera ahí, atado al árbol, pero más allá de eso ni siquiera le dirigían la palabra. Para Lisandro eso estaba perfectamente bien, no quería escuchar las burlas que había soportado durante todo el día anterior. Estaba tan, tan cansado. Estaba completamente empapado por la lluvia, tenía frío y sueño y hambre. La manta que le habían dado apenas le era de ayuda, pues ya estaba mojada también. Estaba muy cansado, pero ni el frío ni el hambre lo dejaba adormecerse. Lo máximo que lograba era cerrar los ojos, pero no llegaba a más porque el viento no dejaba de estremecerlo.
Esa noche hubo una pequeña celebración. Tenían preocupaciones y urgencias, pero todos querían celebrar esta victoria sobre Yelize. El precioso reino con el que habían librado esa larga guerra finalmente estaba cayendo. Sin Elysium, sin rey y ahora sin heredero. Los salvajes rieron y cantaron bajo la lluvia. Conquistarían Yelize y luego marcharían contra Aressi. El continente entero sería suyo.
Pero las celebraciones de los salvajes quedaron ahogadas cuando el cielo, antes iluminado por los relámpagos, se quedó totalmente oscuro, a pesar de que la lluvia seguía cayendo y todavía podían escucharse los truenos. Cuando el cielo se volvió a iluminar, había un hombre con una capa en medio de todos ellos.
Muchos salvajes se apartaron al reconocer al Insensible y otros más huyeron. La gran mayoría en cambio tomaron sus armas y apuntaron con ellas al brujo, acercándose con pasos cuidadosos a la jaula donde habían encerrado al príncipe.
— Váyanse— dijo el brujo. No gritó para hacerse oír sobre el ruido de la tormenta, pero sus palabras sacudieron el suelo y resonaron dentro de la cabeza de cada uno de los presentes.
— ¿¡Qué es lo que quieres!? ¡Esta no es tu guerra!
— El Insensible está haciendo un favor. Ustedes estorban, deberían irse.
Una ola de inquietud se instaló sobre los salvajes que rodeaban al brujo, sin poder decidir si deberían matarlo o escuchar lo que tenía que decir. Ésa era una pelea que no querían luchar. El silencio se instaló sobre todos los presentes, cada uno atento a quién se movía primero.
— ¡No te tenemos miedo, Insensible! — gritó uno de los salvajes, alzando su espada al cielo, rompiendo el trance —. ¡No podrás impedir nuestra venganza!
— ¡Un dios, tres reyes! — proclamaron los demás como un grito de guerra, recordando su odio.
— ¡Metete en tus asuntos, brujo!
— ¡Me arrebataste a mi hermana!
— ¡Fuera de aquí!
Los gritos de los salvajes dejaron de exigir que se fuera y empezaron a clamar por venganza. Nombrando a todas las personas que habían perdido gracias al brujo que tenían enfrente, jurando que cortarían su cabeza y se la ofrecerían en sacrificio a la Gran Fuerza.
Lisandro no sabía quién era el hombre de la capa, pues jamás había escuchado nada sobre el Insensible y en la carta sobre la muerte de su padre no lo habían mencionado. Pero de alguna manera, el príncipe sabía que el brujo no estaba ahí para hacerle daño, así que lo único que pudo hacer fue observar al hombre con fascinación. Si no hubiera estado tan cansado hubiera aplaudido de alegría.
Los gritos exigiendo venganza fueron acallados cuando los salvajes se lanzaron al ataque.
El Insensible ni siquiera parpadeó. Pero Lisandro observó, con una mezcla de miedo y admiración, cómo los ojos violetas del brujo se volvían brillantes. Sin dejarse alterar, sacó de su camiseta una especie de talismán que Lisandro no alcanzó a ver con detalle. El brujo alzó la piedra hacia el cielo y ésta comenzó a brillar, como si hubiera fuego en su interior. El aire se silenció y tres de los relámpagos de la tormenta cayeron sobre el brujo en una tempestad blanca, cegadora y ensordecedora.
Cuando el resplandor blanco se detuvo, Lisandro tenía un pitido incesante en los oídos y apenas lograba ver nada, aunque ya no estaba atado. Se tambaleó ciegamente, extendió las manos hacia el frente y cayó cuando sus dedos no tocaron nada.
Sintió vagamente cómo un par de manos lo levantaban con cuidado del suelo. No hubo palabras de consuelo ni caricias tranquilizadoras. Pero ese definitivamente no era el toque de un salvaje; ellos lo habían tratado con rudeza. Estas manos enguantadas retiraron los grilletes y eran firmes pero no hacían daño. Además, el cuerpo de quién lo llevaba en brazos era muy cálido, a pesar de estar húmedo por la lluvia. Lisandro apoyó la cabeza contra el pecho del Insensible y se durmió escuchando sus latidos del corazón.
(...)
Las voces lo despertaron. Lisandro gimió y abrió los ojos, encontrándose con un techo destartalado de madera. Ésa no era su habitación. Cuando se dieron cuenta de que el príncipe había despertado, todos en la habitación guardaron silencio. Lisandro gimió cuando el dolor estalló, en su brazo izquierdo y en la cabeza, aunque ya no era tan intenso como horas antes. Hubo un pequeño revuelo y un par de manos lo ayudaron a sentarse. Desorientado, el príncipe observó a su alrededor; se encontraba en una cabaña de un solo cuarto; cocina, comedor, chimenea y la propia cama estaban en el mismo cuarto.
En la cabaña habían sólo cinco personas, dos sirvientas, dos solados del palacio y el hombre de la capa, que se encontraba al pie de la cama.
—¿Cómo te sientes? — preguntó el desconocido. Lisandro elevó la vista y se encontró con esos ojos color violeta, pero esta vez ya no brillaban. No parecía estar afectado por haber recibido tres relámpagos, a excepción de que su capa estaba ligeramente chamuscada y le faltaba un guante.
Lisandro, por su parte, tenía una venda nueva y limpia sobre el brazo. Se sentía mareado y dudaba que pudiera ponerse en pie incluso si quisiera, pero al menos ya no tenía frío.
— Me duele el brazo— murmuró tristemente, aunque el dolor ya no era tan fuerte como antes. Aceptó con desgana una taza de agua que le ofreció uno de los sirvientes y se quedó contemplando unos segundos el agua.
— Estarás bien. Pudo haber sido peor — respondió el hombre, pero su voz no resultaba reconfortante. Era un tono tan desapasionado que a Lisandro sólo lo hacía sentir peor.
— ¿Quién eres? — preguntó Lisandro finalmente. El hombre no parecía ser parte de su guardia, y además podía hacer magia. El príncipe sólo había visto a Elysium hacer cosas increíbles, pero este hombre no se parecía nada a Elysium—. ¿Cómo hiciste... eso?
— A Nethan le llaman el Insensible. Usa el nombre que prefieras — respondió el hombre y ante tal forma de hablar Lisandro miró confuso a la mujer que le había ofrecido el agua, pero ella sólo se encogió de hombros—. El Insensible puede hacer muchas cosas, es parte de los Siete del Ocaso.
— ¿Entonces puedes hacer magia? ¿Así creaste todos esos rayos?
— Nethan no creó nada, sólo atrajo los relámpagos— respondió el hombre mostrándole el talismán que había usado la noche anterior. Lisandro se disponía a hacer más preguntas, pero el hombre alzó una mano para interrumpirlo—. Escuche bien, príncipe. Lo que el Insensible hizo anoche fue un favor al rey Rodas. No hay favores gratis, pero ya que el rey murió, esta deuda la deberás de pagar tú.
— ¿Por eso me salvaste? —. Puede que Lisandro no hubiera escuchado hablar de este hombre en particular, pero gracias a sus clases sabía lo que eran los brujos, y también sabía que no era común que se aventuraran tanto al oeste. Los brujos sólo tenían tiempo para sus propios asuntos.
— El Insensible sólo hizo un favor.
— Pero había muchos salvajes y los relámpagos...
— No te confundas, príncipe. El Insensible no ayuda. No es un héroe. No es un salvador. La gente habla y dice que tampoco hay compasión —. Ante tales palabras Lisandro agachó la cabeza de nuevo a las mantas ásperas que lo cubrían. Tenía ganas de llorar —. Si Nethan estuvo ahí anoche, fue porque el rey Rodas pidió por ese favor y a Nethan le gusta que los reinos le deban cosas; no hace favores gratis. Pero el rey Rodas murió, así que tú tendrás que pagar este favor.
— ¿Favor? — Repitió Lisandro, sintiendo un nudo en el estómago—. P-pero yo no tengo nada. No sé dónde estamos. Y el palacio... No tengo nada para...
— Ahora no. Pero el Insensible volverá cuando necesite algo de ti. Podría ser mañana o dentro de algunos años. No se olvide de esta deuda ¿entendido?
Lisandro asintió con la cabeza, mareado. Satisfecho, el brujo se dio media vuelta para salir de la cabaña. Antes de abrir la puerta, se volvió hacia el guardia del príncipe.
— Los salvajes no volverán pronto al palacio, pero Nethan le recomienda que tomen todo lo que necesiten y huyan. Volverán a atacar, eso es un hecho. No se alejen mucho de todas formas, pronto vendrán aliados.
Con esas palabras, el brujo salió del lugar, dejando toda la atención para el joven príncipe.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro