La Ciudad Asediada
A pesar de sus palabras, Nisya no le permitió llevarse la lanza, ni le dio un trato especial. Simplemente le informó a sus soldados que Éride viajaría con ellos y luego lo dejó con ellos. Se dirigían a una de las ciudades fronterizas de Yelize, Houser. Era una de las dos ciudades que estaban siendo atacadas por los salvajes, y también donde se encontraba el rey Rodas.
El viaje fue largo, con tormentas que alzaban olas del tamaño de grandes catedrales. Según los soldados, en ésa época del año era peligroso viajar en el mar, pues las tormentas eran duras y frecuentes.
Nisya le había pedido a Éride que guardara silencio sobre lo sucedido aquella noche con la lanza, y Éride le hizo caso. No terminaba de comprender la situación, pero por eso mismo pensaba que quizá era mejor que mientras menos personas lo supieran, mejor. Quizá habría alguien capaz de entenderlo más rápidamente y no podía saber si sus intenciones serían buenas.
Éride trataba de no destacar. Los soldados le tomaron cariño, especialmente aquellos cuya edad era parecida a la de Nisya. En los días sin tormentas, unos cuantos incluso le enseñaron a sostener una espada y el escudo, sin duda deseosos de tener algo en lo qué concentrarse mientras viajaban para enfrentarse con salvajes.
"Luces como un viejo amigo" dijo uno de los arqueros, cuando le explicaba cómo sostener el arco.
A la única persona de todo el barco a quien no parecía agradarle, era a Paean, el antiguo aprendiz de Elysium. El muchacho era un par de años mayor que Éride, y también bastante más alto y corpulento. Casi nunca lo veía, excepto cuando la capitana lo obligaba a salir a tomar el aire fresco. Él cargaba a todos lados una pesada hacha de guerra, que parecía cumplir la doble función de hacha y martillo; casi como si esperaba que en cualquier momento algo o alguien atacase el barco, algo que viniera con las tormentas.
En las noches tranquilas, los soldados se reunían en la cubierta a contemplar las estrellas. A veces cantaban canciones sobre el mar, pero casi siempre, hablaban de Elysium.
A Éride no le extrañaba que el héroe fuera un tema recurrente. El barco había sido comandado por él. Los huesos que lo adornaban eran de la última bestia que había matado y todos concordaban en que Éride era muy parecido a él cuando era joven. Sin embargo, era triste escucharlos. Elysium había sido amigo de la mayoría. Elysium había sido mucho más que un mata-bestias. Muchos decían que Elysium en persona había salvado sus vidas o las de algún familiar, casi siempre matando al monstruo o atendiendo heridas después de un ataque sorpresa.
Al cabo cuatro semanas de viaje, llegaron al puerto de la ciudad.
Houser estaba hecha caos, la agitación de sus habitantes era obvia; muchos atendían a soldados heridos, otros corrían llevando flechas y demás cosas a los soldados en las murallas. Nisya le había contado a Éride que muchas personas habían logrado huir por cuando los salvajes comenzaron el asedio, pero era evidente que la ciudad no aguantaría mucho tiempo más.
Nisya no quiso entretenerse en absoluto. Apenas tocaron tierra, ordenó a todos sus soldados que bajaran inmediatamente. La audiencia con el rey debía de realizarse lo antes posible. Ella fue la última en bajar del barco. En la espalda, portaba su arco y flechas. Y en la mano, la larga lanza de Elysium, que en sus manos estaba muerta.
A medida que avanzaban por las calles a la mansión que el rey había tomado, Éride podía escuchar los gritos de los salvajes, desesperados por hacer suya la ciudad. Evitaba mirar a las personas, pero le era muy difícil ignorar a tantas personas desesperadas.
— La gente les teme — le dijo Nisya, al notar cómo Éride miraba la puerta abierta de una casa abandonada, quizá una afortunada familia que logró escapar—. Sus usanzas no son como las nuestras y temen lo que puedan hacer unos barbaros que llevan monstruos a la guerra.
— ¿Por qué están asediando una ciudad que en veinte años no habían mirado? — le preguntó Éride, pero Nisya no contestó, habían llegado ya a la mansión del rey.
— Su majestad los está esperando, Lady Nisya — le dijo un guardia de la entrada.
— Entonces no hay que hacerlo esperar —respondió ella y se volvió hacia sus soldados —. Yo entraré. Con Paean y Éride. Quiero que el resto vaya a las murallas; quiero que mis hombres me expliquen sobre la situación.
— ¿Para qué quieres que Éride entre a ver al rey? — le preguntó Paean, evidentemente contrariado —. Ni siquiera es un soldado.
— No tienes por qué cuestionarme — le respondió secamente la mujer y Paean tuvo que callarse, pero le dirigió una mirada helada a Éride antes de seguir al guardia dentro de la mansión.
El rey estaba inclinado sobre unos mapas cuando Nisya entró en el salón y a su lado se encontraba Akhos. Era un rey bastante fuerte, pero ya entrado en años, las canas que empezaban a apoderarse de su cabello moreno eran las delatoras de la edad. Esbozó una sonrisa al escuchar a Nisya entrar, pero ésta se desvaneció cuando vio a Éride entrar. Akhos lo reconoció al instante, pero no dijo nada. Tan sólo miró a Éride con tal furia que éste tuvo que armarse de valor para seguir avanzando. Aparentemente, el viaje por tierra había sido más corto que el de Éride.
— ¿Quién es éste, Nisya? Por sus rasgos diría que es un salvaje, pero... sé que no me traerías a un espía.
— No es ni un salvaje ni un espía — respondió Nisya, y clavó la lanza de Elysium en el suelo de madera. El arma permaneció muerta, en total silencio—. Es algo mucho más que eso.
Dicho eso, le hizo un gesto con la cabeza a Éride en dirección a la lanza y él respiró hondo. Avanzó un paso y estiró la mano hacia la lanza. Apenas sus dedos rozaron la madera gastada, empezó a vibrar y a emitir luz, reconociendo a su dueño.
Nadie dijo nada, excepto Paean. El rey contempló con los ojos fijos en la lanza cómo esta emitía el brillo azul que hasta entonces todos habían creído perdido. El silencio de Akhos era más bien de miedo y el Nisya era de tristeza. Pero Paean no guardó silencio. De dos pasos cortó la distancia que había entre él y Éride, sacó su hacha y probablemente lo hubiera partido en dos de no ser porque Éride se apartó justo a tiempo, aunque tuvo que soltar la lanza.
— Tú, maldita basura — siseó Paean y volvió a descargar el hacha con todas sus fuerzas. El suelo de madera se rompió bajo el descomunal peso de su arma, pero no pareció importarle a Paean—. ¿Quién te crees que eres para... para tocar la lanza de Elysium? ¿Sabes lo mucho que tuvo que sacrificar como para que un imbécil como tú se adueñe de... de su arma?
— ¡Y-yo no quería ser el dueño de la lanza! — exclamó Éride evitando a duras penas los golpes de Paean —. ¡Lo juro! Ella sólo respondió cuando la toqué. ¡Es todo!
Paean no pudo descargar un golpe más. Aunque la mansión era un espacio cerrado, comenzó a soplar un viento tan fuerte que hizo volar el mapa que previamente había estado examinando el rey Rodas. El hacha se le resbaló de las manos al aprendiz de Elysium y, en medio de la sala donde se concentraba el viento, aparecieron dos personas.
Un hombre pelirrojo vestido con capa, quizá de treinta años y su acompañante, un joven salvaje seis años menor.
El hombre de la capa miró directamente a Akhos y luego a Paean, luego se dirigió al rey.
— Nethan quiere que en el salón solo se quede Rodas, Nisya y Elysium —dijo el hombre pelirrojo, en un tono tan monótono y carente de emociones que Éride pensó que quizá le habían robado el alma.
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