Interludio I: Atisbos del Tiempo
Pasado
No recordaba mucho de la aldea. Sabía que era demasiado pequeño para recordar algo, de todas formas, pero a veces se sentía culpable por no recordar mucho. No recordaba mucho, y lo que recordaba tampoco era gran cosa; la mayoría de las veces eran imágenes. Recordaba, por ejemplo, la playa, en alguna ocasión donde estuvo recogiendo caracolas. Recordaba un estanque de agua clara, porque quería atrapar a los peces. Y recordaba el muro de piedra, y cuántas ganas había tenido de escalar hasta arriba.
Eran recuerdos vagos, que fácilmente podría haber confundido con alguno de sus sueños, pero Tosk nunca le había permitido olvidar su pasado, pues continuamente se lo recordaba, o le hablaba sobre la aldea en la que había nacido. Decía que no debía olvidarlo, porque los espíritus tampoco lo olvidarían.
Por ello, cuando soñó de nuevo con los espíritus del bosque y éstos le susurraron, mostrándole una lanza que brillaba de color azul, Elysium supo que debía volver. Los sueños que había tenido de niño fueron distintos, pues los espíritus nunca le hablaron. Y menos le hablaron de un arma que podía ganar la guerra. Cuando se lo contó a Tosk, él le dijo que siempre supo que el bosque le llamaría para que volviera. Fue difícil convencer a la reina Mika, y ella sólo cedió porque Elysium le contó el secreto: que había nacido en Valres y que los espíritus de la Gran Fuerza le llamaban de regreso. La reina Mika había llorado, pero juró mantener el secreto.
Y ahora... ahora estaba de pie en la playa, que sólo recordaba por una vieja memoria en la que juntaba caracolas y almejas. Podía ver la aldea, casi devorada por la vegetación salvaje. Y más adentro, el muro de piedra. Reconocía el bosque ¡Claro que lo hacía! ¡Todos sus sueños le habían mostrado este muelle semidestruido, le habían mostrado esa entrada a la aldea! Y la arena blanca de sus recuerdos...
— Estarás bien — le aseguró Tosk, que había notado su inquietud —. Ellos no te harán daño.
— Al principio pensé que mis sueños eran normales, que los tenía todo el mundo. Pero no es así, ¿verdad? Eran los espíritus, llamándome.
Tosk no le respondió, lo hacía cuando no sabía la respuesta a una pregunta. Elysium suspiró, sujetó con fuerza su espada, y avanzó hacia la aldea. Conocía el camino al claro; los sueños se lo habían mostrado.
Y ahí, al lado del estanque, le estaban esperando los espíritus. Eran tantos que Elysium no habría podido contarlos, y parecían entre todos una parte más del bosque; una que se movía aunque no hiciera viento, una que empezó a susurrar en cuanto lo vio llegar. "Ha vuelto, ha vuelto" susurraban los espíritus del bosque, acercándose a él con entusiasmo "Volvió, volvió. Nos ama, nos ama" Elysium no sabía cómo es que lograba entender aquellos susurros, pero sonaban tan entusiasmados que no tuvo el corazón ni para apartarse ni para decirles que debería volver pronto a Yelize.
— Volví — se atrevió a decir. Y sonrió cuando los espíritus se agitaron con entusiasmo y en su alegría hicieron que brotaran las flores en sus cuerpos de madera.
Es así como los espíritus celebraron largamente el regreso de su hijo pródigo. Sabían que habían llegado otras personas con Elysium, pero no querían que interrumpieran su alegría e hicieron crecer árboles alrededor del claro, tan juntos unos de otros que sería imposible caminar entre ellos. De esa manera, disfrutando de la alegría de los espíritus, es cómo perdió la noción del tiempo. Se sentía como una fiesta, como si tuviera los sentidos nublados por el alcohol. Juraría que hubo música, pero más tarde Tosk le aseguraría que sólo hubo alegres risas.
De todas formas, recordaría esos momentos (días, fueron días) como unos de los más felices de su vida. ¡Hubo música! ¡De verdad la hubo! Y era música deliciosa y sacada de un sueño, a veces suave y distante y se esforzaba por oírla, y otras veces la podía sentir en el suelo, entonces los espíritus susurrarían alegremente y sería como ver a la gente bailar en un festival. Elysium recordaría muchas veces aquella dulce música, y jamás podría decir qué instrumentos la tocaban, pero era hermosa y su melodía fácil de tararear.
Fue cuando le dieron la lanza que la magia se rompió. Sus dedos se cerraron alrededor de la madera gastada y de repente dejó de escuchar la música. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba oscuro; era de noche. Sólo las luciérnagas y las estrellas iluminaban el claro. ¡Era de noche! ¡Dioses! Si había llegado cuando era de día...
— Tengo que irme — dijo, levantándose y caminando hacia el borde del claro. Tosk estaría tan preocupado...
"Quédate. Quédate. Te amamos, quédate, por favor" susurraban los espíritus, y Elysium sentía ramitas jóvenes y flexibles enrollarse en sus brazos, sin la fuerza suficiente para detenerlo. Pero no se detuvo, llegó hasta el borde del claro, bloqueado por los árboles, y se volvió hacia los espíritus. Todos ellos parecían ansiosos por evitar que se fuera, pero ninguno estaba particularmente cerca y nadie le tocó cuando volteó a mirarlos.
— Déjenme salir — le dijo a los espíritus, ocultando el dolor que le provocaba la tristeza de ellos.
"No te vayas. Quédate, quédate"
— Tengo que irme — insistió Elysium. Pero extendió una mano hacia ellos, y sonrió cuando las hojas rozaron sus dedos —. Pero volveré. Cuando termine la guerra, volveré.
"¿Lo prometes?"
— Lo prometo.
(...)
No le gustaba Ryda. Hacía demasiado frío, la cerveza le parecía agria y los rydenses eran un maldito dolor de cabeza. Pero había nieve. Elysium nunca había visto la nieve hasta entonces, y los primeros días ahí la había contemplado fascinado. Los demás soldados, todos rydenses, se habían reído por su sorpresa, y habían reído aún más cuando Elysium había juntado un puñado para comer. Pero el frío que se derretía en su boca había sido la mejor sensación que había experimentado jamás.
Ahora ni siquiera la nieve le daba consuelo. Habían estado viajando durante las últimas semanas en medio de una tormenta de nieve que apenas les dejaba ver nada. Estaba helado hasta los huesos, el viento ni siquiera les dejaba crear fuego, la armadura y la cota de malla le pesaban más que de costumbre, gracias a la empapada capa que debería servir contra el viento pero en su lugar sólo le provocaba dolor en los hombros y el cuello. Como su lanza era lo único que brillaba, tenía que ir al frente para guiarlos. La cereza del pastel era el chico que no dejaba de incordiarlo.
Maldecía a cada momento al imbécil del rey y a su sobrino y a todos esos rydenses y al monstruo que lo había herido. No quería estar ahí y no debería estar ahí. Su lugar estaba en Yelize, combatiendo bestias y salvajes, no en Ryda, matando rebeldes. Ni siquiera había sido una herida grave; ya estaba prácticamente curado ¡pero la reina Mika era tan...! No podía culparla por preocuparse. Pero supuestamente iban a Ryda a pedirle ayuda al rey Knud. ¡No para ayudarle a él!
Lo mejor que podía hacer ahora era ayudarles a recuperar el fuerte, patear al rey y regresar a casa. Ése no era el problema, podía con ello. El problema era el chico.
Estuvo claro desde un principio que no le agradaba a Arvak, Elysium adivinaba que era por dos razones: uno, los adolescentes son así de insoportables y dos, Elysium era extranjero. Cuando estaba de mejor humor, Elysium intentaba comprenderlo; Arvak estaba enamorado y su amante corría peligro. Pero era difícil compadecerlo cuando todo el día estaba escuchando sobre cómo un salvaje estaba ahora ayudando a tomar un fuerte, que no debería hacerlo y que si el rey Knud quería usar a Elysium para algo, debería ser limpiando suelos.
No es que no estuviera acostumbrado a esa clase de desprecio. Elysium tenía veinticinco años y veinte de ellos había soportado el rechazo sólo por su raza. Un salvaje en medio de Yelize. ¿Quién lo querría cerca? Creciendo en Houser como un mestizo sin padres no le había hecho ganar la simpatía de los demás niños del orfanato ni de los ciudadanos. En el ejército había sido similar; ¿quién querría a un salvaje luchando por ellos? Sólo fue hasta que consiguió la lanza que empezaron a tratarlo con más respeto. Pero estar acostumbrado no lo hacía más agradable, y estar en plena tormenta lejos de Yelize no mejoraba en absoluto las cosas.
Probablemente en otro contexto simplemente lo hubiera ignorado, como hizo al principio. Pero, por alguna razón que no lograba comprender, simplemente le irritaba más que de costumbre. Incluso si el chico no le estaba hablando a él, y simplemente parloteaba con los demás soldados, a Elysium le molestaba.
Era más o menos lo que estaba ocurriendo ahora. Se habían detenido para acampar, lo suficientemente lejos del camino como para no ser detectados si los rebeldes pasaban por ahí. La nieve había hecho que toda la madera estuviera húmeda, por lo que sería otra noche sin fuego. Unos ya estaban empezando a armar las tiendas, mientras que otros se ocupaban de sus caballos; los pobres animales no tendrían una tienda, pero las capas de cuero y las mantas eran sólo para ellos. Elysium era de éstos últimos, y mientras desensillaba a su caballo, podía escuchar a Arvak quejándose a sus espaldas.
"Si no hago que pare, va a seguir parloteando hasta que me muera" pensó, malhumorado. Sin embargo, tuvo la paciencia suficiente para cubrir con cuidado a su caballo con la capa de cuero y dejarle comida. Una vez hecho eso, se volvió hacia Arvak.
— ¿Te puedes callar? — preguntó, no por primera vez en el viaje, mientras se ajustaba casualmente el guantelete de hierro.
— No — respondió altivamente Arvak. El rey Knud se lo había presentado antes, era su sobrino. El chico tendría... ¿qué? ¿Diecisiete años? La edad perfecta para creer que sabes más que los demás. La edad perfecta para ser un imbécil.
— ¿Es tu intención matarme de desesperación? — le preguntó Elysium y se acercó al chico una vez que estuvo seguro de que el guantelete estaba bien sujeto —. Sólo te he escuchado parlotear, parlotear sobre soldados y campesinos ¿qué no te sabes otra cosa?
— Y me vas a seguir escuchando hasta que vuelvas a tu reino. ¿Crees que te voy a tener miedo sólo por todos los cuentos que dicen sobre ti?
— No quiero que me tengas miedo, quiero que te calles — respondió Elysium y sin previo aviso le golpeó el estómago con tal fuerza que Arvak cayó al suelo sin aliento. Aquello hizo que todos voltearan a verles —. Te lo pedí amablemente antes, ahora te lo estoy advirtiendo. Cá-lla-te.
Los soldados que estaban a su alrededor comenzaron a reír, probablemente más aliviados por tener algo en que pensar que divertidos por ver a Elysium golpeando a alguien.
— ¡No me importa si eres el señor de un castillo, un príncipe o el maldito rey! Juro por los dioses que te voy a colgar de una torre y te voy a dejar ahí a que te coman los cuervos si sigues incordiándome— exclamó Elysium, ignorando las risas de los demás—. Quiero estar aquí tanto como tú. Tengo mi guerra, tú tienes la tuya, y sin embargo estoy aquí para ayudar. ¡Me gustaría mucho que dejaras de hacer esto tan difícil!
"Él no tiene la culpa de esto" se obligó a recordar y suspiró con cansancio "Está preocupado y frustrado. No puedo culparle por ello" Así que Elysium hizo callar las risas y se acercó a Arvak, ofreciéndole un brazo para que se levantara. El chico lo miró y dudó, pero finalmente aceptó la ayuda
— Sé que estás preocupado por el aressio. Sé que tienes miedo de que los rebeldes lo lastimen o peor aún, lo maten. Sé que te importa más que ganar la guerra — le dijo Elysium, dándole una palmada en el hombro—. Pero molestarme no hará que vuelva más pronto, ni asegurará que siga con vida. Sea lo que sea que encontremos en ese fuerte, tienes que lidiar con ello.
Futuro
— ¡Por favor! ¡Señor! ¡Deténgase, se lo suplico! Es mi hermano, por favor...
— No tocar — respondió Nethan, apartando a Ivar de un empujón.
Habiendo tropezado, el chico inmediatamente descubrió que no podía levantarse, pues sentía que las extremidades le pesaban y apenas podía moverse. Entonces sólo pudo observar, impotente, cómo Nethan se volvía hacia Edric y se quitaba el guante de la mano izquierda. "No, no, no. Tengo que detenerlo" Pero no podía moverse. "Él sabe que intentaré detenerlo"
Completamente inútil, la prenda cayó al suelo mientras Nethan avanzaba. Sujetó a Edric con la mano derecha y puso la otra sobre su frente, sujetando con fuerza su cráneo.
— El Insensible te maldice, Edric de los Bosques — dijo Nethan, al tiempo que humo negro empezaba a emerger de su mano sin guante—. Podría matarte o dejarte moribundo, pero Ivar te quiere, y sólo por eso seguirás vivo.
Perdiendo la fuerza en sus piernas, el hijo del bosque cayó de rodillas, todavía siendo sujetado por el brujo. El humo negro había empezado a rodearlos, tan, pero tan denso que ahora sólo eran visibles sus siluetas, sombras sin detalles, a excepción de los ojos violeta del brujo, que brillaban igual que un demonio observando desde la oscuridad.
Edric gritaba de dolor e intentaba desesperadamente apartar al brujo de sí, pero las manos que lo sujetaban parecían de hierro, de hierro ardiente. Sentía que el fuego le quemaba la cara, que lo estaba consumiendo por dentro. No podía ver nada, el aire se había vuelto negro y lleno de humo ¿O era su imaginación, nublada por el dolor? Que esto pare, por favor.
Y a pesar del dolor, a pesar del humo, a pesar de sus gritos, a pesar de todo, pudo escuchar la voz del brujo. Fría, monótona y terriblemente cruel.
— El Insensible maldice tu sangre, maldice tu conexión con la Gran Fuerza. Olvidate de todo lo que te hace especial como hijo del bosque, porque ya no lo tendrás. La vida será dolor para ti, andarás sólo por lugares de muerte y ruinas y sólo eso traerás contigo. Huye, huye, pequeño pajarito, que la vida te envenenará y envenenarás la vida.
Cuando finalmente lo soltó, Edric cayó al suelo, completamente inconsiente. Al mismo tiempo, Ivar recuperó la libertad de moverse, e inmediatamente corrió al lado de su hermano. Edric no parecía estar herido, a pesar de lo mucho que había gritado segundos atrás. Mientras acunaba la cabeza de su hermano maldito, Ivar se dio cuenta de que estaba llorando.
— Por favor. ¡Yo conozco las reglas! ¡No tiene porqué castigarlo a él! La maldición, por favor... es demasiado — intentó suplicar al brujo, pero éste simplemente le contempló con frialdad. Y Ivar supo que no cedería.
— Tus pecados son unos, los del él son otros. Los dos tienen lo que merecen. Levantate. Los hermanos esperan.
— Pero... ¡Pero tú lo has dicho! Que la vida lo envenenaría — exclamó Ivar, desesperado —. ¡No puedo dejarlo aquí, en medio del bosque!
— Vivirá para salir de aquí, y si es listo, vivirá muchos años más — respondió el brujo —. Si crees que tu hermano morirá pronto, ahórrale el sufrimiento y mátalo. Pero si no, levántate y cállate. Este Insensible ha tenido mucho por hoy. ¿Entendiste?
— Sí, señor.
Así que, igual que un perro sigue a su dueño, Ivar dejó con suavidad a su hermano en el suelo y se levantó. Recogió el guante abandonado en el suelo, se lo ofreció a su amo en silencio y luego le siguió con la cabeza gacha, sin atreverse a protestar.
(...)
En el pantano, estaban siete personas a los que Elysium reconoció inmediatamente como los Brujos del Ocaso. No era difícil reconocerlos, ya que los apodos que les habían puesto los salvajes definitivamente iban con ellos. El León Negro estaba sentado despreocupadamente sobre un tronco caído. Tenía la piel oscura como el carbón y era más alto que Thutmose, pero hacía honor a su nombre llevando la piel de un león de melena negra sobre los hombros. Hasta el momento, era el único que los había notado llegar. Moctezuma, el Intocable, estaba a su lado, de pie sin tocar el suelo. Su figura era transparente y a ratos ni siquiera era del todo visible, él estaba hablando con Ramsés y con Krimhild. La Precursora, Krimhild de Ryda, parecía más una guerrera que una bruja, pues siendo más musculosa y más alta que Nisya, ella se encontraba afilando su espada larga de caballería. Incluso vestía la armadura de los soldados rydenses. Al igual que toda la familia real en Ryda, tenía los ojos bicolores, uno color verde y el otro color azul.
Por descarte, ya que conocía la apariencia de Nethan, estaba Prometeo. Su cabello rubio era más arena que oro, y tenía los dedos llenos de anillos de plata. Elysium jamás lo había conocido, pues la reina Mika lo había expulsado incluso antes de la guerra, pero era bien conocido por su vanidad. Llevaba sedas de colores vivos, sobre la cual habían bordado hermosos patrones con hilos de plata y oro. No habrá escatimado en gastos, pues además de ello, presumía de jades, rubíes y zafiros que decoraban su cabello rubio, unidos con una diadema hecha de hilos de oro.
Eso sí, no reconocía a las dos chicas, que estaban sentadas juntas sobre una roca enorme. Sabía que una era Zhaolie Xiang y la otra era Anís Penumbra, pero no tenían nada que las identificara realmente. La Venenosa y la Bruja Oscura. ¿Pero cuál era cuál? Una de ellas tenía el cabello rubio tan largo que le podría llegar a las rodillas, evitaba que su cabellera tocara el sucio suelo del pantano trenzándolo con cuidado, ella vestía un lujoso vestido de seda blanca, corto y escotado que hacía notar las curvas de su cuerpo. La otra chica tenía el cabello oscuro, corto hasta los hombros, no llevaba vestido, sino pantalones de lana y una simple camiseta blanca. A diferencia de su compañera y de Prometeo, ella no parecía estar realmente interesada en resaltar, llevando un estilo más similar al de Moctezuma.
Habían estado conversando entre ellos (todos menos Nethan) pero guardaron silencio cuando notaron que finalmente tenían compañía.
Ramsés fue el primero en hablar.
— Elysium — saludó con una sonrisa cordial, al mismo tiempo que se ponía de pie—. Empezaba a pensar que no llegarías jamás.
— Yo no esperaba compañía — respondió Elysium, sujetando con fuerza su lanza, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Conocía las historias de estos brujos y sabía que no podía bajar la guardia con ellos—. Ha sido una sorpresa encontrarles aquí.
— Lo bueno de tener un vidente entre los tuyos es que siempre irás un paso delante — respondió el León Negro, señalando vagamente a Nethan —. Aunque me costó hacer que me lo dijera.
— Nethan siempre ha sido un problemático — se quejó Prometeo —. Siempre haciendo lo que quiso, sin escuchar a los demás.
— En ese sentido, se parece mucho a ti — susurró Moctezuma.
— Vamos, niños, cálmense. Tenemos visita; no sean maleducados — intervino Ramsés, con una risa, antes de que Prometeo respondiese—. Mi intención al reunirnos a todos aquí no es pelear, ni entre nosotros, ni con ellos. Después de todo, sería absurdo; Elysium nos debe su vida. ¿No es así, soldado?
— ¡Fue el Insensible quién lo salvó! — exclamó Nisya.
— Todo lo que Nethan sabe, Ramsés se lo enseñó — señaló la bruja rubia —. Los brujos del ocaso somos una familia. La deuda de uno es la deuda de todos.
— Están aquí para cobrar ese favor — murmuró Elysium.
Ramsés le sonrió con astucia y a su lado Prometeo se río, probablemente conociendo las intenciones del León Negro.
— Tener a este soldado a nuestro servicio nos salvaría de cualquier cazador.
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