Entre Árboles y Ruinas
- No es así como deberías usar tu don. No tienes el derecho para cambiar el futuro. ¡No puedes decidir que todo destino está en tus manos!
- No está cambiando nada. Hay un futuro que Nethan no puede cambiar. Este, sin embargo...
No era la primera vez que el capitán Tosk recorría aquellas aguas, pero sí habían pasado muchos años desde la última vez que lo hizo. Durante la primera mitad de la guerra (y antes de ella), cuando Elysium no era más que un desgarbado muchacho de Houser, no tenía ningún problema en navegar cerca de Valres.
Pese a las rivalidades de los últimos años, Tosk todavía recordaba los tiempos de paz. Eran amistades tensas, las de los clanes de Valres con el reino de Yelize, pero entonces era sencillo comerciar con los clanes pacíficos. Todavía recordaba los mercadillos que se organizaban en las aldeas costeras, donde la Reina Serpiente no era la única proveniente de Yelize e incluso podía encontrar capitanes de Ryda. Comerciar con esos clanes era buen negocio, pues había muchas pieles y plantas que en Yelize o en Ryda consideraban exóticas. Algún noble idiota siempre estaba dispuesto a comprar esas cuches.
Ahora, sin embargo, la guerra los había puestos nerviosos, y la existencia de Elysium con su lanza lo había empeorado. Las aldeas pacíficas pronto rehuyeron a los capitanes extranjeros y después ya no había ni un alma con quien se pudiera hablar con calma. Cualquier extranjero cerca de Valres ya no era bien recibido. Por ello se vio obligado a alejarse de esas preciosas costas de arena blanca. Al menos todavía podía comerciar con los aressis, cuya riqueza había crecido en la última década, en parte por la guerra de Ryda y en parte por la guerra de Yelize. En tiempos de necesidad, Aressi siempre estaba dispuesto a ayudar... siempre que tuviera una buena deuda a su favor. Además, las relaciones de Aressi con los clanes siempre habían sido buenas y Tosk estaba seguro que la caída de Yelize no había hecho más que hacer más fuertes esas relaciones; los clanes estaban constantemente aterrorizados por los brujos y a los aressis les apasionaba perseguir brujos. Si ya no se preocupaban por los brujos, los clanes podrían seguir atacando Yelize. Un negocio redondo perfecto. "El mundo se ha vuelto loco" pensó Tosk "Ellos luchan tanto contra los brujos y nosotros nos hemos aliado con uno. Y si hay uno, hay seis más"
Pensar en el brujo de ojos violeta le daba escalofríos, y no por su fama realmente. Sino por sus compañeros brujos. Sin duda ellos sabían lo que el Insensible estaba haciendo, y probablemente no iban a tardar en involucrarse. Eso es lo que le daba miedo. Y a quien más temía era a Ramsés. Los cuentos decían que recibía su nombre no por la piel de león que llevaba sobre los hombros, sino porque se podía transformar en esa bestia. El viejo capitán había visto leones antes, cuando conoció a su contramaestre en Aztar. Pensar en uno que además hacía brujería y tenía a seis brujos bajo sus órdenes parecía sacado de una historia de terror, de esas que se contaban unos a otros los capitanes sobre las sirenas que habían intentado hundirlos. "No debes de preocuparte por Ramsés" se decía constantemente "Ni siquiera se preocupará por un barquito en medio del mar, y menos si tiene tormentas a su alrededor"
Durante este nuevo viaje a Valres, bien había temido que las tormentas hicieran pedazos a la Reina Serpiente. En años había visto vientos tan violentos como ése. Pensaba que había sido brujería el que no hubieran zozobrado todavía. Probablemente lo fue.
Todavía recordaba el día en que Elysium le había mostrado su galeón. El buque de guerra que más tarde llamó Fuego Negro era una monstruosidad comparado con la Reina Serpiente. Era el doble de largo que el barco de Tosk, y sus mástiles eran igualmente enormes, para poder sujetar las gigantescas velas. Por su parte, la Reina Serpiente no era más que una pequeña coca, de veinte metros de largo y de una sola vela cuadrada, más similar a las naves rydenses que a la flota de Yelize. Era un barco viejo, tanto como el mismo Tosk, pero nunca había tenido la necesidad ni el deseo de conseguir otro, a pesar de que muchas veces el aparejo había quedado destrozado por las tormentas y el casco dañado por los piratas. Tosk no tenía la menor duda de que si Elysium había querido tener un barco, había sido sólo por él, por el amor que Tosk le tenía al mar. "Así era él" pensó mientras miraba a Éride hablar con Ivar "Siempre quería llevarse consigo algo de quienes quería"
Pocas veces en su vida Elysium había sido tan tímido como lo era Éride. Sin embargo, a pesar de que su rejuvenecido hijo no lo reconocía, su cara no era lo único que tenía de Elysium. Podría no tener recuerdos y ser años más joven, pero seguía siendo él mismo. La actitud tímida le despertaba recuerdos, en realidad. De cuando todavía no se unía al ejército y le insistió a Tosk que lo llevara en la Reina Serpiente por uno de sus largos viajes por el mar. La primera vez no le gustó mucho, pues Elysium no conocía en absoluto a la tripulación y tampoco podía seguir a Tosk a todas partes, así que se había conformado con ayudar en la cocina y limpiar el suelo, pero cuando la tripulación se reunía a cenar insistían en hablar con él. En el siguiente viaje que hizo Elysium, ya era amigo de todos. Esta vez era similar. Éride evitaba hablar incluso con Tosk, pero en el Fuego Negro le habían enseñado a amarrar las velas y ayudaba en eso. Aquellos que lo habían conocido insistían en hablar con él y a los pocos días Éride ya estaba escuchando con atención las historias que ofrecía el contramaestre. Se llevaba mejor con el sirviente del brujo que con Paean, la ironía en ello no dejaba de hacerle gracia a Tosk. Sin duda, su hijo hacía amigos a donde sea que fuera, tuviera la edad que tuviera.
Después de lo que parecieron semanas de viaje, finalmente estaban en aquella costa. Habían pasado casi diez años desde la última vez que Tosk había pisado esa arena blanca; cuando Elysium consiguió su lanza. Incluso de lejos, se veía que casi no quedaba rastro alguno de la aldea que una vez estuvo ahí, pues la vegetación había cubierto la mayor parte de la antigua aldea. Tosk recordaba que alguna vez hubo un muelle, que los arboles estaban bien apartados de la aldea, para permitir a sus habitantes sembrar. Dioses, todavía recordaba el aroma a cocina cada vez que llegaba ahí. Ahora, la única señal de que ahí hubo algo alguna vez era el muelle, que sólo quedaban unos pocos troncos, con la madera podrida, clavados en la arena.
Ordenó anclar lo más cerca posible de la costa, y en un bote de remos fueron él, su contramaestre, Nisya, Paean, Ivar y Éride.
En la playa era más fácil notar los restos de la aldea, y cuando Paean junto al contramaestre empezaron a abrirse paso con las espadas, fue más fácil notar las ruinas. Tosk sabía que gran parte fue construido con madera, lo que quedaba ahora era la piedra. Algunas las usaron para construir muros alrededor de la aldea, su vano intento por protegerse de los atacantes, por ahí también podía ver rústicos hornos de piedra y arcilla, reconocibles sólo por las ollas de latón oxidadas que había a su alrededor.
- ¿Qué es este lugar? - preguntó Nisya, mirando con curiosidad los muros derrumbados.
- Para ustedes los yelicianos todos los que viven en Valres son de la misma clase; salvajes - respondió el contramaestre, Thutmose, un hombre alto y de piel negra que provenía del lejano Aztar-. Pero hay clanes, algunos guerreros, otros no. Otros, sólo si es necesario irán a pelear. Tienen suerte de que no todos los clanes quieran pelear contra ustedes. Esta de aquí solía ser una aldea pacífica, comerciábamos con ellos antes de la guerra.
- ¿Y qué pasó? - preguntó Éride, recogiendo una olla de latón casi completamente consumida por el óxido.
- Los mataron. No estuvimos aquí cuando pasó - respondió Tosk -. Un año llegamos y estaba abandonado. Hace treinta años de eso.
Thutmose los llevó hasta un claro, al lado de un estanque. Ahí los arboles no crecían, y la hierba les llegaba sólo a las rodillas. El aire era cálido, quizá un poco húmedo por la cercanía al mar, pero no demasiado. Era como un sueño, uno muy hermoso, pues el sol se reflejaba alegremente en el estanque, podían escucharse claramente el sonido de los pájaros y las mariposas revoloteaban alegremente sobre las flores al borde del estanque. Éride se acercó al estanque, y vio que el agua era clara, había peces de colores nadando con tranquilidad. Ahí no había rastro alguno de los que antes habitaron la aldea, y en realidad, no había rastro de personas.
- No ha cambiado en absoluto - suspiró Tosk.
- Los espíritus - murmuró Ivar, mirando a su alrededor -, están aquí.
Éride siguió la mirada del salvaje, pero no había más que árboles en el borde del claro. A pesar de ello, no estaba del todo equivocado. La lanza, que la llevaba Nisya, parecía responder al lugar, emitiendo un suave brillo cada vez que el viento soplaba. Tosk sabía por qué, era aquí donde Elysium había conseguido esa lanza. Y sabía exactamente quiénes se la habían dado. Estaban ahí, lo sabía, pero dudaba que se fueran a mostrar ahora. Por ello, Tosk suspiró.
- No tiene caso esperar nada ahora. Thut, regresa al barco. Asegúrate de que las tormentas no se lo lleven. Probablemente nos quedaremos aquí algunos días, ya sabes. Nos vendría bien tener más agua. Espero que nos dejen volver a cazar jabalíes.
- ¿Quiénes? - preguntó Paean.
- Los espíritus del bosque.
- Si vamos a quedarnos unos días, lo mejor será hacer un campamento- indicó Nisya-. Pero aquí no. No me gusta este claro. Vayan a ver si en la aldea hay algún lugar que sea útil.
Al final Thutmose les indicó el lugar donde habían acampado diez años atrás, puesto que entonces tampoco quisieron quedarse en el claro. Asegurándose de que el muro no se iba a caer, el lugar era llano y no fue difícil despejarlo. Muchos marineros preferían quedarse en el barco durante la noche, incluido el contramaestre, por lo que en realidad fue un campamento pequeño. No pudieron encontrar madera útil para una hoguera, pues toda estaba húmeda, por lo que tampoco se molestaron en intentar cazar. En cambio, Ivar les ofreció de los frutos que daban los árboles. "Le llaman mensaje. Y el árbol se llama heraldo" pensó Éride, mientras miraba la fruta rosada.
Esa noche, Éride no supo qué lo despertó. No era un lugar cómodo para dormir, había que admitir eso. Sólo tenía una piel y no para cubrirse, sino para evitar que el suelo húmedo le quitara calor durante la noche, ya que no había fuego. Sin embargo, aunque hacía que le dolieran los huesos, a ratos pensaba que todo eso era mucho mejor que vivir atrapado en la casa de Akhos. Hace dos meses no hubiera imaginado jamás que estaría lejos de la Ciudad Dorada, durmiendo en medio del territorio enemigo, sabiendo que había monstruos que podrían atacarlo en cualquier momento. Definitivamente, vomitar por la borda en las tormentas había sido muchísimo mejor que soportar el mal humor de Akhos, acompañado del rutinario aburrimiento. Las agitadas olas lo habían enfermado, sí. Pero había enfermado en el océano. Había enfermado buscando a los espíritus. Diablos, si hasta había visto al rey. ¡Conoció a un brujo! ¡Viajaba con su sirviente!
Pensar en todo ello, mirando el cielo estrellado tras las hojas de los árboles, era mucho mejor que pensar en el aterrador destino que parecía cernirse sobre él. "Hablarás con espíritus, usarás la lanza, protegerás al príncipe y ganarás la guerra" La magia de la lanza no mentía, ¡un brujo corroboraba la teoría de Nisya! Él era Elysium. Él era el héroe de Yelize. Él era el asesino de bestias. El salvaje entre los soldados.
Y no se sentía como tal. Más bien, se sentía como un impostor con el rostro de un héroe.
Cuando tales pensamientos llegaron a su mente, Éride se rindió de dormir y se sentó. Entonces se percató de lo que lo había despertado: un resplandor azul que provenía del claro.
Cuando llegó, notó que la lanza estaba clavada en el suelo y a su lado, alguien arrodillado. No tardó en reconocerlo como Ivar. El salvaje tenía los ojos cerrados, como si estuviera rezando una plegaria. Éride dudó en interrumpirlo o no, pero antes de que decidiera algo, el salvaje lo miró. Interrumpió su plegaria, pero no se levantó. Finalmente, sin saber muy bien qué hacer, Éride se acercó.
- Nethan me trajo aquí para que hablaras con los espíritus. Estaba intentando atraerlos, para ver si querían hablar contigo. Pero creo que no confían en mí.
- Tal vez simplemente no quieren - respondió Éride, sentándose a su lado. La lanza permaneció en su lugar, brillando cuando soplaba el viento-. ¿Puedes verlos?
Ivar observó unos momentos las hojas de los árboles que se mecían con suavidad.
- Sí. Se camuflan muy bien, por eso no puedes verlos. Pero aquí están-. Éride intentó ver lo que había en los árboles, pero no vio nada más que troncos y hojas-. Te quieren mucho. No me dicen nada más que eso.
- Pensé que habías dicho que los espíritus del bosque no hablaban.
- No hablan nuestra lengua - se corrigió Ivar, con una sonrisa en los labios.
- Todo esto me da miedo - le confesó Éride repentinamente, jugueteando con la hierba a su alrededor. Sentado, le hacía cosquillas en las mejillas -. Me da miedo todo el asunto de la lanza, los monstruos... Elysium. No sé ni qué está pasando.
Ivar le puso una mano en el hombro, mientras contemplaba la lanza.
- Lo sé. Por eso querían los espíritus que no tuvieras memoria. Para que tuvieras miedo. Entonces ibas a regresar aquí. A veces las personas regresan a su hogar cuando están desesperados.
- Eso no parece un consuelo - contestó Éride, haciendo reír al salvaje.
- No. Pero piensa en esto. Cuando los espíritus decidan hablar contigo, vas a recordarlo todo. No creo que dejes de tener miedo. Pero creo que tus miedos serán distintos, y creo que podrás enfrentarte mejor a ellos.
- ¿Qué quieres decir?
- No creo que Elysium tuviera miedo de los monstruos. O miedo de morir. Quizá tuvo miedo cuando se enfrentó al monstruo. Pero fue muy valiente.
- Eso sí es un consuelo - dijo Éride y los dos rieron.
Se quedaron un rato más en el claro, evitando a propósito hablar sobre espíritus y guerras, y en cambio, se recostaron a mirar las estrellas. Se hablaron entre ellos sobre las historias detrás de las constelaciones, sobre quién era la estrella más brillante del firmamento, y porqué los dioses lo habían bendecido llevándolo al cielo.
Éride no supo en qué momento se quedó dormido, pero era ya de día cuando Ivar le despertó sacudiéndole el hombro. Bostezó y se frotó los ojos para despejar el sueño. Se había quedado dormido en el claro, pero la hierba alta hacía que el suelo fuera menos duro. Además, no tardó en percatarse, alguien había puesto la piel que usó antes debajo, lo mismo que Ivar. Entonces se dio cuenta de que el salvaje estaba mirando algo y por eso lo había despertado.
Aunque Éride no los había visto nunca, reconoció inmediatamente a los espíritus del bosque. Era entendible por qué no los había visto antes, parecían árboles. Pero ahora se estaban moviendo, y no con el viento. Ahora entendía de dónde venían todas las historias de los gigantes, pues los espíritus eran tan altos como los árboles. Decir que parecían personas era demasiado generoso. Sí, tenían dos piernas y dos brazos, pero ahí acababan las similitudes. Parecían estar hechos de cientos de jóvenes árboles cuyos troncos no servían ni para hacer palos, y a cada paso que daban las raíces que tenían por pies se hundían en la tierra, desenterrándose cada vez para dar el siguiente paso. Sus manos eran difíciles de distinguir, pues constantemente cambiaban, pues eran como ramas flexibles que crecían poco a poco. Si tenías suficiente imaginación podrías ver rostros entre las ramitas y las hojas de su cabeza.
Podría haberse quedado todo el día viéndolos, pero entonces uno de ellos se acercó a Éride y extendió un brazo para tocarlo. Asustado, Éride se levantó y retrocedió sin mirar, pero después de todo estaban en un claro y alrededor sólo había árboles, pues cuando miró hacia atrás, otro de los espíritus también se le acercaba.
- No le tengas miedo - le llamó el capitán, que aparentemente también acababa de despertar -. No les temas, Elysium. No te van a hacer daño.
El capitán nunca lo llamaba de otra forma que no fuera Elysium.
- ¿Qué es lo que quieren?
- Recuerda lo que dijo Nethan - asintió Ivar, que a diferencia suya no le tenía ningún miedo a los espíritus -. Los espíritus del bosque están para ayudar. Dijo que hablaras con ellos.
- Elysium -llamó de nuevo el capitán -. No naciste en Houser. Naciste aquí, en esta aldea. Los espíritus del bosque te aman, y por eso querían que volvieras. Volviste una vez, hace diez años, y te querían de nuevo. Por eso enviaron a Ivar a salvarte.
- Eso no tiene sentido - protestó Éride.
- Vas a recordarlo todo - prometió Tosk -. Ivar está aquí para ayudarte.
Aquello no servía de nada, no resultaba más tranquilizador estar rodeado de tantos espíritus. Pero... pero al final todos estaban ahí por él. Habían viajado entre tormentas y se habían metido en medio de Valres, sólo para que esto sucediera. Recordó las palabras que Ivar le había dicho la noche anterior. "Si soy Elysium, significa que me enfrenté a un monstruo del tamaño de un buque de guerra y lo maté. Hablar con los espíritus no es nada"
Pero aun así, el pavor no se fue cuando un espíritu le ofreció la lanza, que hasta entonces había estado clavada en la tierra. "Puedo ser valiente, puedo con esto"
Así que tomó la lanza y se dejó guiar por los espíritus al interior del bosque, seguido por Ivar. Cuando los espíritus pensaron que estaba lo suficientemente lejos del campamento se detuvieron.
Éride respiró hondo y dejó que las raíces de los árboles rodearan sus piernas y lo sujetaran a la tierra.
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