El Comandante y el Capitán
Mientras sostenía la corona del rey, deseó que la reina Mika estuviera viva todavía. Fue una reina espectacular, y no tenía ninguna duda de que los libros de historia la recordarían como una de las mejores que tuvo Yelize, a pesar de que durante su reinado comenzó una de las guerras más largas que esa tierra había presenciado.
No es que Rodas haya sido mal rey; en realidad, fue el digno esposo de Mika. Pero era Mika la que tenía el espíritu guerrero, la que tenía el fuego de la guerra en su interior. Aunque Mika no era sanguinaria, por alguna razón le gustaba pelear. Antes de la guerra le gustaba organizar torneos donde ella misma peleaba, y durante la guerra y hasta su muerte era ella quien iba a pelear contra los salvajes al frente del ejército.
Lo que más había adorado Mika era combatir al lado de Elysium.
Incluso con lo mucho que odiaba al salvaje, tenía que reconocer que hicieron una pareja maravillosa cuando peleaban contra los monstruos. Él, con su estúpida lanza mágica, y Mika con su espada de caballería. Llegó a escuchar que incluso se apostaron entre ellos quién mataba más bestias; claramente todas las apuestas las ganó Elysium, aunque eso era parte de lo que divertía a la reina. Ella sabía que no podía ganarle a una lanza mágica llena de poder salvaje (porque era un secreto a voces de dónde la había sacado) y aun así no dejaba de apostar.
Rodas siempre fue distinto, igual de vivaz que Mika, pero a él no le gustaba el combate, sino la fiesta. A Rodas le gustaba escuchar las canciones de los bardos, tomar vino, bailar con las mujeres y reírse de los bufones. Incluso casado con Mika era una de las cosas que seguía disfrutando. Claro, hasta que comenzó la guerra. Entonces tuvo que acompañar a Mika a todas sus batallas; mientras ella combatía en el frente él la respaldaba, dándole órdenes a los arqueros y a las catapultas. La guerra lo obligó a convertirse en estratega, y en ese sentido había sido mejor que Mika. Sin duda, habían hecho un gran equipo.
Y ahora los dos estaban muertos.
¿Quiénes quedaban ahora? Lisandro era demasiado joven para gobernar. Nisya se había largado a Valres, siguiendo las palabras de un brujo y un salvaje. El comandante Neso había caído junto con Rodas durante el asedio a Houser. Había rumores de que Alceo había sido capturado por los salvajes, allá en el sur. Y hace meses que no tenían noticias de Árcade. Atalanta estaba defendiendo la Fortaleza Media, aunque antes de morir Rodas le había mandado una carta para que huyera a la capital, esperaba que ya estuviera en camino.
De seis comandantes, sólo quedaban tres. Siete comandantes, si contabas a Rodas. Sin rey, sin comandantes. Esto estaba perdido. Nadie podía decirle lo contrario. Y estaba en sus manos elegir nuevos capitanes.
Rodas le había ordenado rendirse, le dijo que esa era la única forma en la que Yelize iba a sobrevivir al asedio que vendría tras su muerte. A veces pensaba que Rodas había perdido la cabeza cuando habló con el brujo ¿se podía esperar otra cosa? El Insensible manipulando a un rey era algo que pasaría tarde o temprano.
Por ello estaba repasando sus opciones. El ejército ya había sangrado muchísimo durante estos últimos meses, pero... con gente inteligente al mando podrían ganar ¿no?
No ganamos con la reina Mika al mando ¿cómo ganaremos sin ella, sin Rodas, sin Árcade, sin Alceo, sin Neso?
Prefería no pensar en ello.
Podía elegir a Deyanira para reemplazar a Neso, pues era una mujer competente y sabía que odiaba a los salvajes tanto como él mismo. Calipso no tenía mucha experiencia, no tanta como la había tenido Alceo, pero sabía que cumpliría con su trabajo.
Pero no se le ocurría nadie para reemplazar a Árcade. Ay, estúpido Árcade, él y sus deseos vanos.
Aressi jamás iba a querer ayudar a Yelize; si Ryda, incluso siendo reinos aliados, no habían querido enfrentarse a los monstruos ¿cómo podía esperar que Aressi sí quisiera? Pero él había ido, esperando que le dieran la ayuda que necesitaba desesperadamente. Pero eso había sido ya hace varios meses y si los salvajes o los aressis no lo habían matado ya, seguramente los brujos de Valres lo habían capturado para venderlo como esclavo. Si era lo último, al menos tendrían una oportunidad de tener a Árcade de vuelta.
Le estuvo dando vueltas hasta pasada la media noche, dejando atrás la corona sin rey, paseando por la Ciudad Dorada que a esas horas todavía no dormía.
El asunto es que no quería acudir a Diomedes. Y el problema es que él era la única persona que podía ayudar ahora al ejército.
Diomedes provenía de Houser, y jamás había servido específicamente para el ejército; sólo había actuado como guardia de su ciudad; un guardia de murallas. Hasta que vinieron los salvajes y las personas comenzaron a huir, incluyendo a la familia de Diomedes, él mismo incluido. Había abandonado su guardia para huir a la Ciudad Dorada. No es que Akhos pudiese culparlo; se enfrentaba a la muerte. Todos los que huyeron y todos los que se quedaron sabían eso, y tanto Rodas como Neso lo sabían mejor que nadie.
Así que no, no estaba interesado en el honor, la valentía o la experiencia de Diomedes. Muchos honorables y valientes habían muerto en Houser, pero esos ya no podrían ofrecer nada más. Akhos estaba más interesado en su dinero. Su familia no sólo era una de las más ricas de Houser, también eran influyentes y muy antiguos. Los rumores decían que tenían contactos en Aressi, en Aztar, en SenYu e incluso más allá del Mar Envenenado. El oro y esas influencias podrían resultar útiles.
Sólo se preguntaba cómo iba a convencerlo. Diomedes era tan rico como avaricioso.
¿Qué podía prometerle Akhos que no tuviera ya?
¿Una corona?
Capitanear el Fuego Negro era un honor con el que Mathos nunca se había atrevido a soñar. Dirigir el timón, gritar órdenes y hacer que las velas se extendieran a su antojo... y más importante aún, sus órdenes no iban a marineros cualesquiera, iban a hombres en los que Elysium había confiado para navegar con él. Por si mismo pisar el Fuego Negro ya era un honor que muchos envidiarían, pero comandarlo era todavía más importante.
Hace muchos años el mismo Elysium había nombrado a Mathos como su contramaestre, con orgullo y honor lo había acompañado. Tras su muerte fue Nisya la que se quedó como dueña del barco, pero Mathos se quedó como el contramaestre. Si bien la comandante no era una mujer hecha para el mar, sin duda ella se merecía más ser la capitana del Fuego Negro.
Ahora había sido ella misma la que le había encomendado una importante misión: buscar al príncipe Lisandro. Y que debía hacerlo a bordo del Fuego Negro. Lisandro necesitaría protección.
Nisya le contó lo que el brujo les había dicho, o al menos una parte, puesto que no le confió a Mathos cuál era la razón por la que iban a Valres en la Reina Serpiente, aunque Mathos (y muchos más a bordo) sospechaba que tenía que ver con Éride. Le dijo que el rey quería que encontraran a Lisandro, que por algún motivo pensaba que en el castillo real no estaría a salvo. Originalmente Nisya estaba decidida a ir ella misma, pero Mathos le señaló que entonces tendría que ir y volver de Valres, tiempo que seguramente no tenían si es que los temores del rey eran ciertos. La comandante le había dado la razón y decidió que entonces sería mejor que el Fuego Negro fuera a buscar al príncipe.
Le enorgullecía tanto que casi podía sofocar sus dudas; Mathos no estaba realmente seguro de qué estaba pasando, ni de qué discutieron con el brujo junto con el rey, pero los hombres hablaban. Antes de llegar a Houser, si Nisya, Paean o Éride no estaban cerca, todos cuchicheaban entre sí sobre ese chico de rasgos salvajes, tan, pero tan parecido a Elysium que Mathos y varios más estaban convencidos de que era su hijo. En tal caso, Elysium debió de haberlo tenido a los quince años. ¿Andabas ocupado, eh, viejo amigo?
También susurraban sobre el brujo. No sabía quién era el tal Insensible, pero conocía a los de su calaña. Mathos, siendo de Houser y habiendo escuchado tantas historias sobre la Bruja Muerte, el Brujo Oso y la Bruja de las Sonrisas, sabía lo suficiente acerca de esa clase de gente como para saber que su presencia ahí no sería en absoluto buena. Le daba miedo pensar en que el rey se hubiera aliado con un brujo. A los demás también les daba miedo. Puede que en Yelize no tuviesen tantos problemas con los brujos, pero las noticias de Aressi eran suficientes para inspirar miedo. "Los brujos son una plaga" le había dicho en una ocasión un aressio "De esas que matan los cultivos y le roban vida a la tierra"
No le gustaba que un brujo tuviese algo que ver con el hijo de Elysium. De buena gana se lo habría llevado en el Fuego Negro a rescatar al príncipe Lisandro, pero Nisya no pensaba de igual forma. Era una locura ir a Valres, se lo había intentado decir. Y era un suicidio llevar a un chico como Éride, sin experiencia en el combate. ¿Y qué, si tenían la lanza de Elysium?
Sin él serian presa fácil para los monstruos.
— Capitán — llamó Salitre, que miraba la costa cercana con catalejo. El titulo hizo sonreír a Mathos —. Puerto Cangrejo a la vista.
— El príncipe Lisandro se alegrará de vernos — le aseguró al muchacho, mientras aferraba con fuerza el timón. Esperaba que el príncipe estuviera bien, que los temores del rey no fueran ciertos —. En cuanto toquemos tierra saca a los caballos de las bodegas y que se ocupen del barco. Nosotros iremos hoy mismo al castillo.
Quedaba a medio día a caballo, llegarían por la noche. Normalmente Mathos hubiera esperado hasta el día siguiente, ya que era mejor descansar después de un viaje tan largo, pero entre más recordaba la carta del rey, guardada con cuidado en su camarote (a pesar de ser temporalmente el capitán, Mathos se había quedado con su camarote de contramaestre), más nervioso se ponía y más seguro de que debían de apresurarse.
Puerto Cangrejo no era el mejor destino del mundo, pero era el pueblo costero más cercano al palacio del rey, así que debía de ser útil. Mientras unos marineros se hacían cargo de las velas y las cuerdas, otros tantos, incluido Salitre, sacaban a los caballos de sus bodegas. Se los habían llevado desde Houser, por deseos del rey.
En su camarote, Mathos observaba la carta del rey, pulcramente sellada, mientras una sensación gélida le recorría los huesos. No comprendía porque tenía tanto miedo.
Tardaron más en irse de lo que le hubiera gustado, pero finalmente se pusieron en marcha. Mathos dejó a tres soldados para que protegieran a los marineros y al barco, junto con un saco de monedas de cobre, por si acaso.
Había recorrido ese camino muchas veces en el pasado, casi siempre acompañando a Elysium, por lo que sabía que debió de ser como un agradable paseo, pero no fue así. Quizá estaba agotado por la travesía en el mar, pero ni siquiera había transcurrido dos horas cuando le comenzó a doler la espalda. Aun así, no quiso parar.
Pronto llegó la noche, encendieron antorchas, pero no pararon. A esas alturas, el palacio debería de estar cerca ya. Pero entonces deberían ver las luces en las ventanas ¿no? Era una noche sin estrellas, no podría confundir con estrellas las luces de los candiles. Pero por más que se apartaba de las antorchas para mirar la distancia, no había candiles ni estrellas que ver.
Temía haberse confundido de camino, o haber terminado en el puerto incorrecto, cuando finalmente vio la sombra del palacio.
No, no, no, esto está mal.
En las rejas de hierro hizo parar a sus hombres y ordenó que se bajaran de los caballos. Dos abrieron las pesadas puertas negras y todos entraron en el jardín.
Tomó una antorcha y seguido por sus hombres, la luz de las antorchas dejó ver las heridas del palacio. Algunas zonas habían ardido, los establos estaban prácticamente destruidos, y en los jardines había pequeños cúmulos, donde habían enterrado a los muertos. Las puertas del palacio eran la peor parte: estaban rotas, pero abiertas de par en par, dejando entrar el viento y las hojas de la intemperie.
Habían atacado el castillo y no había rastro del príncipe Lisandro.
"Los temores del rey fueron ciertos" comprendió Mathos, observando con horror las puertas de madera rotas "Mataron al príncipe Lisandro"
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