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Después de presenciar el abrazo más extenso de mi vida, casi insoportable como una sesión de tortura, la cena transcurrió en un ambiente relativamente normal. Al discutir sobre sus respectivos trabajos, se pusieron al día con temas tanto triviales como más sustanciales.
—No entiendo cómo hay personas que son capaces de hacer algo tan cruel— expresó mi cuñada Ela, con la cara reflejando angustia e indignación.
La conversación giraba en torno a una reciente noticia en la que descubrieron a un bebé abandonado entre unos cartones, tratado como si fuera un animal.
—Si no son capaces de criar a un hijo, que usen condones, maldita sea—se sumó mi primo Dylan.
Su enojo era comprensible, ya que ambos dirigían un orfanato y financiaban otros en todo el país. Estos temas eran particularmente sensibles para ellos. Yo simplemente escuchaba y ofrecía mi opinión solo cuando me la solicitaban, evitando ahondar, ya que aprendí a no inmiscuirme en asuntos que no me concernían.
Las horas avanzaron, y finalmente, pude concluir esta velada al regresar a casa, cuando el reloj marcaba las doce de la noche.
Todos se quedaron en la casa de mis padres a dormir, e intentaron persuadirme para que también me quedara con ellos, pero me negué rotundamente. ¿Para qué creen que me compré mi propia casa?
Mientras me ponía el pijama, recibí un mensaje de mi hermana y lo abrí.
¿En serio, qué problema tienes con Lía? La pobre estuvo incómoda toda la cena por las miradas hostiles que le lanzabas.
Y aquí vamos de nuevo. Con un suspiro escribí mi repuesta.
¿Cuántos años crees que tengo? ¿Piensas que perdería mi tiempo acosando a bebés como vosotras?
¿A quién estás llamando bebé?
Maldito fósil.
¿Has visto alguna vez un fósil tan adinerado y atractivo como yo?
Mi hermana respondió con emoticonos de asco, sacándome una sonrisa, pero volví a ponerme serio al recibir el siguiente mensaje.
Ella me contó que se sintió realmente intimidada, incluso me preguntó si la odiabas y se puso a llorar.
Ya estaba empezando de nuevo. Siempre era así con ella, creo que desde que tengo uso de razón. Esa niña me tiene en la mira. No ha dejado de hacer hasta lo imposible por qué la prestara algo de atención, ¿Acaso se olvida que somls famila? Y no sólo eso. ¿Me quiere convertir en un pedófilo o qué?
Es su cumpleaños número quince, se abalanzó sobre mí, deseando que yo fuera su regalo de cumpleaños, anelaba que yo fuera su primera vez. Fue algo tan inesperado que me quedé sin habla.
En un afán por qué la situación no se descontrolara, hice como si nada y la advertí que nunca más volviera a intentar o decir algo así. Sin saber que lo único que conseguí al advertirla de ese modo era incentivarla.
Su acoso a mi persona fue en aumento y a peor, creando incluso situaciones que las hacía pasar por "accidentes" como lo era rozarme o caerse con alguna parte de su cuerpo. Pronto llegué a mi límite.
Opté por amenazarla con revelar sus fotos indecentes a sus padres si no cesaba en su acoso. Aunque en un principio expresé esto sin certeza, la realidad confirmó la autenticidad de la advertencia.
A pesar de esperar que esta medida la mantuviera a distancia, parece estar decidida a retomar sus molestias.
Decidí no responder a Karen para evitar que fuera a contarle a Lía e ideara algo más perjudicial, enfocándome en lo que realmente me importaba en ese momento.
Una vez vestido y acomodado, me senté en la cama donde reposaba mi portátil. Lo abrí y busqué el correo que ansiaba abrir desde que me lo entregaron.
Al revisarlo, noté que contenía más información de la que esperaba, considerando los pocos datos que proporcioné. Una vez más, experimenté una sensación de orgullo por haber seleccionado adecuadamente a mi equipo.
La segunda observación fue que ella era significativamente más joven que yo, concretamente cuatro años más joven.
—Es aceptable.
Ya sabía que lo sería, pero no esperaba que lo fuera tanto. Sentí un considerable alivio al saber que solo existía una diferencia de cuatro años, a pesar de todo.
Si hubieran sido diez, me habría vuelto loco.
En fin, continué leyendo. Su nombre completo era Elysia Catherine Miller, tenía veintiséis años, era estudiante de arte escénicas.
Aquello no lo esperaba. ¿Quería ser actriz? No encajaba del todo con su personalidad, recordando la forma tan introvertida y tímida en la que se había comportado en las dos ocasiones en que habíamos tenido contacto.
Dejé aquello a un lado y seguí leyendo. Trabajaba en dos empleos para poder costearse las clases: uno como bailarina, lo que de nuevo me sorprendió y otro como camarera de eventos. Sus padres se llamaban Olivia y Ben; sin embargo, Ben falleció a causa de una enfermedad. Así que solo se tienen a ellas, eso debió ser muy duro.
Su madre tenía un veterinario, donde Elysia trabajaba ocasionalmente para ayudarla. También había más datos, como su número de móvil, su cuenta bancaria, su número de seguro médico y su tipo de sangre, que era A+.
Así que podría donarle incluso si no tenemos el mismo tipo de sangre.
Me inquieté en la cama al tener ese tipo de pensamientos. Moví la cabeza para ahuyentarlos y seguí leyendo.
Sus pasatiempos incluían salir con sus amigas, dar paseos con su perro Cobby y, por supuesto, bailar. Aunque también sentía pasión por la escritura y era amante de los dulces. Fruncí el ceño ante esto último.
Odio las cosas dulces.
Había una lista de los lugares que frecuentaba, y destacaba que no era consumista, ya sea de alcohol u otras sustancias, lo cual me alegró bastante.
Al llegar a la parte de relaciones, me tensé. Como bien dije, no era partidario de inmiscuirme en asuntos que no eran de mi incumbencia y no quería ser la tercera rueda... ¿Por qué demonios estoy pensando siquiera en eso?
No es como si quisiera tener una relación con ella.
¿Y si no piensas tener nada con ella, por qué buscaste su información? Acallé las voces de mi cabeza, retomando una vez más la lectura, hasta que me quedé dormido.
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