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Soy alguien que le gusta obtener resultados lo más antes posible, sobre todo si ese algo es de mi interés.
Después del día agridulce, con Elysia en aquel veterinario, esperé por su llamada. Primero fueron horas, las horas se convirtieron en días y los días en semanas.
Empecé a perder la poca paciencia que me quedaba, sin contar que mi mente iba en mi contra llenándome la cabeza con pensamientos negativos.
Ni siquiera sufrí esto en mi adolescencia, ¿Por qué ahora me vuelvo inseguro de mí mismo? Moví la cabeza, ahuyentando esos pensamientos, metiéndome en la ducha, dejando que el agua caliente relajara mi cuerpo.
Tenía confianza en mí. Fue ella quien insistió en querer pagarme su pequeño accidente. Sé que me llamará, la pregunta que me hacía ahora era, cuando lo hará.
Terminé de ducharme y salí del baño, anudándome una toalla en la cintura y otra en el cuello, secando mi cara y parte de mi cabello, que había crecido bastante. Debería ir pensando en cortarlo.
Pero todavía no, había algo más importante que debía hacer, me acerqué a la mesilla de noche cerca de mi cama, tomando mi móvil y marcando a uno de los hombres de confianza que tengo entre mis filas.
Este respondió enseguida, sorprendiéndome, teniendo en cuenta que eran las más de las dos de la madrugada.
—Señor Hall.—respondió con su voz ronca de costumbre.
—Ángel, siento las horas de la llamada, pero me urge que investigues sobre alguien.
—¿Se trata de trabajo?
—No, otro asunto.—solté intentando sonar indiferente.
El hombre se quedó unos segundos en silencio, imagino que calibrando mis razones de aquella investigación.
—De acuerdo, ¿De quién se trata?
—Se llama Elysia, no conozco el apellido, trabajó en el acto benéfico para el apoyo de las artes al que fui hace un mes.
—Entiendo, ¿Algún dato más?
—Con una estatura de aproximadamente 1.65 metros, de tez blanca y cabello rojizo y ojos ámbar, experimentamos un contratiempo durante el evento, requiriendo asistencia en el consultorio veterinario al que Máximo asiste regularmente—al concluir, Ángel planteó una pregunta.
—¿Eso es todo?
—Sí.—solté con autoridad un poco molesta por su tono condescendiente.
Sé que la información no era mucha, pero era lo único que tenía y necesitaba saber más de ella.
—Veré qué puedo hacer, señor.
—Bien, gracias—colgué sin esperar una respuesta.
Dejé el móvil en sobre la cama. Terminé de secarme y me puse unos pantalones de pijama y me dejé caer en la cama.
Sabiendo que no podría dormir hasta saber lo que podría encontrar mi agente de seguridad. Tomé el móvil de nuevo y aproveché para ir respondiendo mensajes y adelantar trabajo de mi agenda.
También abrí el mensaje de mi madre que pospuse desde antes de ayer y al leerlo su contenido me puso de mal humor al instante.
Saludos hijo, ¿Cómo te encuentras? Tu padre y yo estamos bien. Quería informarte que este fin de semana regresamos y organicé una reunión familiar, ya que hace tiempo no nos vemos y estoy ansiosa por encontrarnos contigo y mi pequeña.
PD: Recuerda que no puedes declinar, agotaste tus cupones para hacerlo.
Contemplé el teléfono como si pudiera incinerarlo con mi mirada. Estoy seguro de que lo hizo a propósito. Podía visualizarla disfrutando al redactar cada palabra.
Suspiré con frustración; detesto las reuniones familiares y tener que simular amabilidad con personas que apenas veo una o dos veces al año. Lo peor es, que no podía negarme, ya que agoté mis cupones.
Desde niño detesté este tipo de compromisos y, conforme crecí, siempre encontraba maneras de eludirlos, inventando excusas o escondiéndome. Mi madre, desafortunadamente para mí, ideó los cupones. Tanto mi hermana como yo teníamos la opción de rechazar dos o tres veces al mes cualquier evento familiar, y lamentablemente para mí, ya no tengo esa opción.
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