22
—No puedo creer que la primera vez que se conocieron fuera así —rió Nath golpeando la mesa suavemente—. Debí haber estado ahí para verlo en persona.
Ya llevábamos tres horas en el bar que tanto quería visitar, pero yo solo pensaba en irme. Elysia y él mantenían una conversación interminable, llena de preguntas triviales de su parte y respuestas cortas de ella.
—No sabía que ustedes ya se conocían de antes. Eso no lo esperaba. —Nath se llevó la cerveza a los labios con una sonrisa astuta—. Supongo que eso explica muchas cosas.
Elysia, siempre curiosa y animada, arqueó una ceja.
—¿Muchas cosas como cuáles?
—Por lo que veo, mi amigo ya estaba colado por ti desde hace tiempo.
Elysia se volvió hacia mí, sonriendo de forma encantadora.
—¿Eso es cierto? —preguntó, con un tono pícaro.
Sentí el calor subir a mis mejillas, pero decidí confesarlo con una sonrisa.
—Lo admito, me gustaste desde el primer día en que te vi.
Ella abrió los ojos con sorpresa, sonrojándose al instante.
—Vaya, no tenía ni idea —dijo, intentando ocultar su rubor mientras jugueteaba con una servilleta.
—Pues ahora lo sabes.
Me miraba como si fuera un conejo nervioso, intentando mantener la compostura, lo que me resultaba adorable. Además, no podía ignorar lo terriblemente hermosa que se veía. ¿Cómo no iba a gustarme?
—Siento haberte llenado de preguntas, pero tenía curiosidad por saber más de ti —intervino Nath, sin dejar de sonreír.
Elysia se encogió de hombros, restándole importancia.
—No te preocupes, fue divertido contestarlas.
Nathanael se inclinó hacia adelante, como si estuviera a punto de compartir un gran secreto.
—A cambio, te dejo que me preguntes lo que quieras.
Por supuesto mi chica no perdió ni un segundo.
—En ese caso, ¿cuánto hace que ustedes se conocen?
Mi amigo se frotó la barbilla, haciendo una pausa dramática.
—Nos conocemos desde la universidad. Él era muy diferente a como lo ves ahora. Antes él...
—Nath —lo interrumpí, adivinando hacia dónde se dirigía la conversación.
—Tranquilo, no voy a decir nada malo. ¡Qué cobarde eres! —bromeó, antes de que ella pudiera insistir.
—Entonces, quiero saber algo vergonzoso o gracioso que le haya pasado a Aaron en todo este tiempo —pidió Catherine, sonriendo traviesamente.
La miré con incredulidad. ¿Por qué demonios quiere saber cosas así?
—Oh, tengo una buena. ¿Recuerdas la vez que tuviste que caminar casi desnudo desde el gimnasio hasta los dormitorios por culpa de aquella broma?
Elysia se llevó las manos a la boca, sorprendida.
—¡No me lo creo!
—Eso no fue una broma —protesté, cruzando los brazos.
Nath no pudo evitar reírse más.
—¡Vamos! Solo fue una inocentada. Aunque admito que te lo tomaste muy en serio. Eras un témpano de hielo.
—¿Qué pasó exactamente? —preguntó ella, ahora más intrigada.
—Fuimos a hacer deporte, y cuando terminé de ducharme, alguien tuvo la brillante idea de llevarse toda mi ropa. Tuve que caminar de vuelta a los dormitorios con una toalla minúscula —expliqué con resignación.
Nath me dio una palmadita en la espalda, burlón.
—Tranquilo, las chicas estaban encantadas. Les alegraste el día.
Elysia se unió a la broma.
—Estoy segura de que sí. Me habría gustado ser una de esas chicas.
Los dos se rieron a carcajadas, y yo les lancé una mirada fulminante. No sabía si me gustaba que se llevaran tan bien o me molestaba.
Otra hora de charla después, decidí que ya era suficiente.
—Nath, lo siento, pero tenemos que irnos —dije, levantándome y obligando a Catherine a hacer lo mismo.
—¿Qué? Pero si aún no es tan tarde —protestó ella, pero no le di opción.
—Prometo que otro día nos quedamos más tiempo —dije con una sonrisa, aunque en realidad esperaba que ese "otro día" nunca llegara.
Nath nos acompañó hasta la salida del bar, claramente molesto.
—Nos vemos luego —dijo, dándonos un abrazo rápido antes de despedirse.
Elysia me miró confundida mientras caminábamos hacia el coche.
—¿Qué tanta prisa tenemos? Me sacaste casi arrastrándome del bar —dijo con sorpresa.
La miré de reojo y no pude evitar soltarlo.
—Mi plan era pasar la noche entre tus piernas, no con el idiota de Nath.
Mi bella novia se sonrojó violentamente, mirándome con incredulidad.
—¡Aaron! ¿Por qué eres tan comedido a veces y otras tan malhablado?
Una vez en el coche, ambos subimos y arranqué hacia casa. El silencio entre nosotros era cómodo, pero la tensión estaba ahí, palpable.
[• • •]
—Amor... deberíamos subir ya... —murmuró ella, su voz entrecortada mientras mis labios recorrían su cuello.
—Quiero mi recompensa ahora —susurré, mordiéndole suavemente la oreja.
Ella se estremeció, su respiración se aceleraba.
—¿No puedes esperar cinco minutos? Aún estamos en el coche.
—No, lo quiero ahora —dije, deslizando mi mano por debajo de su falda y rozando sus bragas.
—Eres tan mandón e impaciente —me reprochó, aunque un suspiro de satisfacción escapó de sus labios.
No tardé en introducir un dedo en su interior, apartando su ropa con facilidad. Ella cerró los ojos, dejándose llevar por el momento.
—¿Tú crees que puedes aguantar hasta llegar arriba? —le susurré al oído—. Por cómo te mueves, parece que no.
Elysia no dijo nada, solo mordió su labio, tratando de contenerse. Pero cuando retiré mi dedo, soltó un pequeño gemido de frustración.
—¿Quién es ahora la impaciente? —le pregunté con una sonrisa triunfante.
—Yo... soy la impaciente —admitió, su voz apenas un susurro—. Ahora date prisa y hazme sentirte.
No hizo falta que lo repitiera. Ella levantó ligeramente la pelvis, dejándome sentirla por completo. Ambos soltamos un profundo suspiro, llenando el coche con nuestra respiración agitada.
—Dios mío... definitivamente debimos habernos ido antes —dijo ella, cerrando los ojos mientras el placer la invadía.
Tiré de su cabello suavemente, besando sus labios con pasión. Nos perdimos en el momento, mientras su cuerpo se movía rítmicamente sobre el mío.
Mis manos encontraron su pecho, jugando con sus pezones duros, mientras ella cabalgaba con avidez, sin descanso. El coche se llenaba de sus gemidos y del sonido de nuestras respiraciones cada vez más rápidas.
—Aaron... —gimoteó, perdiéndose en el placer.
No tardamos en alcanzar el límite, y con una última embestida, ambos nos dejamos llevar. El silencio reinó en el coche, roto solo por el sonido de nuestras respiraciones pesadas.
—¿Ya estás mejor? —preguntó, después de recuperar el aliento.
—Estoy lejos de estarlo —respondí con una sonrisa juguetona.
Ella arqueó una ceja, divertida.
—Pensé que ya estarías satisfecho.
Negué con la cabeza.
—No podría estarlo con algo tan... breve.
—¿Breve? ¡Qué descarado! —dijo, fingiendo indignación.
—Será mejor que entremos para continuar... —anuncié, y ella sonrió, besándome una vez más, lista para lo que venía.
Entramos en casa en silencio, las luces tenues apenas iluminaban el pasillo. Elysia cerró la puerta tras de sí y me miró con esa sonrisa que hacía que todo en mi interior se agitara. Esa sonrisa. Todo en ella era perfecto, desde la forma en que su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, hasta la manera en que sus labios se curvaban, como si siempre tuviera un secreto, uno que solo yo podía descubrir. Cada vez que la veía, esa sensación crecía más dentro de mí, como una necesidad que no podía controlar, una necesidad de tenerla, de poseerla completamente, de no dejar que nadie más se interpusiera entre nosotros.
—Te tomas muy en serio tus promesas, ¿eh? —murmuró Elysia, su voz suave, pero sus palabras resonaban en mí como una orden.
Cada cosa que decía, cada gesto que hacía, se quedaba grabado en mi mente, repitiéndose una y otra vez.
Me acerqué a ella, mis manos encontrando su cintura con una familiaridad que me daba la ilusión de control, aunque, en realidad, era ella la que controlaba todo. Era ella la que se movía en mis pensamientos sin cesar, la que dominaba cada rincón de mi mente. La atraje hacia mí, como si quisiera fundirla en mí, sentir su cuerpo pegado al mío para asegurarme de que era real, que estaba aquí, solo conmigo.
—Solo cuando se trata de ti —le dije, aunque lo que realmente quería decir era que solo existía para mí.
La besé, mis labios moviéndose sobre los suyos con una mezcla de deseo y algo más oscuro, algo que crecía cada día. Ella era mía, y solo mía. Me preguntaba cómo podría soportar el hecho de que el mundo también la viera, que otros pudieran estar cerca de ella, tocarla, hablarle. Nadie más debería tener ese privilegio.
Su boca era suave y cálida, y yo la exploraba con una calma fingida, cuando por dentro sentía que podría perder el control en cualquier momento. Mis manos recorrían su espalda lentamente, pero lo que quería era aferrarme a ella, sentir cada centímetro de su piel bajo mis dedos, como si al tocarla pudiera asegurarlo todo, como si con cada caricia le recordara a quién pertenecía.
La llevé hacia la habitación, mi respiración acelerada, aunque intentaba mantener el control. No podía perderme aún, aunque lo deseaba con cada fibra de mi ser. Cada paso que daba la acercaba más a lo que quería: a tenerla completamente, a hacerla entender que nadie la amaría como yo. Nadie.
Elysia me miró mientras nos deteníamos junto a la cama, sus ojos brillaban, y aunque había amor en ellos, también veía en ellos algo más. ¿Acaso sabía cuánto poder tenía sobre mí? ¿Sabía que podría pedirme cualquier cosa y lo haría, sin pensarlo dos veces?
—Siempre me haces sentir tan especial... —susurró, su voz dulce, pero para mí era algo más. Me estaba provocando, me estaba retando a demostrar cuánto la necesitaba.
—Porque lo eres —respondí, aunque lo que realmente pensaba era que no había otra forma de verlo.
Ella no solo era especial, era esencial. Era todo lo que ocupaba mis pensamientos, desde el momento en que despertaba hasta que cerraba los ojos, y aun en mis sueños, Elysia estaba ahí, presente, ineludible.
La intensidad de su mirada casi me hizo perder el control en ese instante. ¿Acaso podía saberlo? ¿Podía darse cuenta de lo mucho que la anhelaba, de cómo la necesidad de tenerla se volvía insoportable?
Me acerqué a ella, besándola de nuevo, pero esta vez con más urgencia, una urgencia que no podía ocultar. Necesitaba sentirla, demostrarle que sin ella no había nada. Mis manos recorrieron su cuerpo con más fuerza, mis dedos apretándose un poco más de lo necesario, como si quisiera dejar una marca, como si necesitara que supiera que era mía y de nadie más.
Con delicadeza forzada, la tumbé sobre la cama. Miré su cuerpo por un segundo, contemplando cada curva, cada detalle. No podía soportar la idea de que alguien más la viera de esa forma, de que alguien más pudiera tocarla como yo lo hacía ahora. Mis manos recorrieron su piel lentamente, cada centímetro una confirmación de que era mía.
—Te amo... —murmuró de repente, su voz temblando.
Mi corazón se aceleró. Sí, me amaba, lo decía, pero ¿lo sentía de la misma forma que yo? ¿Sabía lo profundo que llegaba mi amor, lo absorbente que era? No podía conformarme con menos.
—Yo también te amo, Elysia —dije, pero quería gritarlo, quería que lo entendiera por completo—. Te amo más de lo que puedes imaginar.
La besé con una intensidad renovada, mi mente en un torbellino. Nadie podría entender lo que sentía, nadie más podría darle lo que yo le daba. A veces me preguntaba si era suficiente para ella, si algún día buscaría a alguien más, alguien que no la amara de esta manera abrumadora. La idea de perderla, de que se apartara de mí, me quemaba por dentro.
Nuestros cuerpos se movían juntos, pero en mi cabeza no podía dejar de pensar en lo frágil que era todo. La necesidad de asegurarme de que siempre estaría a mi lado me consumía. Sentía que con cada movimiento, con cada caricia, estaba marcando territorio, reclamándola una y otra vez.
Cuando finalmente ambos llegamos al clímax, me quedé en silencio, con el corazón latiéndome en los oídos, pero mi mente seguía inquieta. Estaba aquí, ahora, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Qué pasaría si un día despertaba y decidía que ya no me quería? No, no podía dejar que eso sucediera. Haría cualquier cosa para mantenerla a mi lado.
—¿Ya estás satisfecho? —preguntó Elysia, su voz era suave, pero yo lo sentí como una prueba.
¿Cómo podía estar satisfecho? Nunca sería suficiente. Nunca lo sería. Sonreí, acariciando su cabello, pero por dentro, mi necesidad por ella seguía ardiendo.
—Más que satisfecho —respondí, aunque sabía que no era cierto. La necesitaba más, siempre más.
Ella rió suavemente, dándome un último beso antes de acurrucarse a mi lado. Mientras se quedaba dormida en mi pecho, mis pensamientos seguían corriendo. No podía dejar que se fuera, no podía permitir que nada ni nadie nos separara. Ella era mía, y siempre lo sería. Haría lo que fuera necesario para asegurarme de ello.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro