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Decir que este día fue la razón de mi caída es quedarse corto.

El concierto de mi hermana se llevó a cabo en un hotel de cinco estrellas, destinado a personas de bajos recursos que deseaban dar a conocer su talento.

Me encontraba sentado en mi lugar asignado, demasiado cerca del escenario para mi gusto, pero no podía hacer nada al respecto.

Una vez que la sala de actos se llenó, un señor de mediana edad subió al escenario para dar un discurso, aunque aburrido, posiblemente motivador para algunos, sin olvidar mencionar mi nombre.

Me levanté a regañadientes, esbozando una sonrisa profesional mientras ladeaba la cabeza en saludo a los presentes, quienes respondieron con aplausos.

Después de eso, se hizo el silencio nuevamente, las luces se apagaron y todo quedó en penumbra, excepto el escenario.

Mi hermana apareció en medio del escenario, iluminada por un foco, empezando a tocar y capturando la atención de los presentes en pocos segundos. La melodía que interpretó era melancólica, representando la muerte con un vestido negro y un velo fino que cubría la mitad de su rostro.

Era talentosa en lo suyo, eso debía reconocerlo. Así que disfruté de su concierto y de todos los que siguieron después.

Al finalizar, nos condujeron a una sala repleta de cuadros llamativos con colores vibrantes. Uno de ellos atrajo mi atención y, como si fuera atraído por su magnetismo, me acerqué. Era un cuadro abstracto al desnudo de una mujer, con colores vivos; la mujer de la pintura estaba de espaldas sujetando su cabello rizado, tan rojizo como el amanecer.

Mi mente volvió a aquella mujer que se chocó conmigo, y sin quererlo, se dibujó una sonrisa en mi rostro, recordando lo rápido y surealista que fue ese encuentro.

Y como si el destino me estuviera gastando una broma o simplemente quisiera probar hasta qué punto podría llegar mi locura, alguien chocó contra mí. Dos veces en un día.

Mi traje se manchó con algo pegajoso, y estuve a punto de reprender a la persona en cuestión, pero me detuve al encontrarme con una mujer de ojos ámbar, como si virutas doradas estuvieran en esos grandes ojos.

Su cabello rojizo estaba recogido en una cola alta, y llevaba un uniforme de camarera de un color negro con una bandeja en la mano.

—!Oh, Dios, lo siento mucho, no miraba por donde iba!

No sé con certeza cómo lo supe, tal vez por la colonia dulzona de miel y lavanda que desprendía, su voz o quizás su cabello inconfundible, pero supe enseguida que era la misma mujer con la que me choqué en la mañana en el veterinario.

Ella me miraba con arrepentimiento y no dejaba de disculparse como si fuera un programa automático, atrayendo la atención de varias personas.

Odiaba la atención innecesaria, así que la tomé del brazo y la alejé de las miradas, llegando a una zona un poco más apartada.

—De verdad, lo siento —soltó una vez más.

—¿Cómo te llamas? —pregunté para evitar que siguiera disculpándose.

—Me llamo Elysia, pero me puedes decir Ely. —respondió sin atreverse a mirarme.

Tuve que levantar su cabeza tomándola del mentón para que me mirase, y allí estaban una vez más esos ojos, húmedos como si estuviera aguantando el llanto.

¿Sería yo el culpable de esas lágrimas? Pensar en eso me hizo sentir muy extraño e inquieto, así que la solté y volví a poner distancia entre ambos.

—No te preocupes, solo fue un pequeño accidente; le puede pasar a cualquiera.

Además, me diste una buena excusa para poder irme de aquí.  La chica mostró una sonrisa de alivio. Era la primera vez que la veía sonreír, algo que me hizo sentir bien.

Ella se disculpó nuevamente y se alejó, caminando rápidamente como si quisiera distanciarse de mí cuanto antes. Algo que me hizo tener sentimientos encontrados.

Y es así fue como conocí a la razón que me haría volver loco en todos los sentidos.

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