1
Todo comenzó en un día ordinario en mi oficina, ocupado con mis responsabilidades diarias. Como de costumbre, mi hermana irrumpió en mi despacho sin previo aviso, ignorando la necesidad de anunciar su llegada a mi secretaria. ¿Acaso crees que esto es tu sala de juegos? pensé con frustración.
—¿Cuntas veces te he dicho que no puedes entrar en mi oficina cuando te dé la gana? —le reprendí.
—¿Cuál es el problema? Todo esto es tuyo, ¿No? —respondió señalando con su mano el lugar.
Mi hermana Karen, de dieciocho años, llevaba consigo un estuche de violín a su espalda.
—¿Crees que, por ser el dueño, debería permitir que mi hermana haga lo que quiera aquí? —le recriminé.
—Obviamente.
Se cruzó de brazos con una sonrisa de suficiencia, respondiendo a mi pregunta. Suspiré de irritación. Cuanto antes sepa que quiere, antes se irá.
—¿No puedo visitar a mi querido hermano porque lo extraño?
Experimenté un escalofrío incómodo y molesto, fulminándola con la mirada mientras ella levantaba las manos riéndose.
—Era broma, era broma —se apresuró a decir.
—Dime qué quieres —afirmé ahora más molesto y serio.
Mi hermana suspiró acercándose a mi mesa.
—Quiero que vayas a por Máximo esta tarde —pidió.
La miré fijamente para asegurarme de no haber entendido mal.
—¿Por qué me miras así?
—¿Viniste hasta aquí solo para decirme algo así? ¿Por qué no me llamaste?
Karen se dejó caer en uno de los sillones frente a mi mesa.
—Si tengo que esperar a que respondas al móvil, Máximo se quedaría en el veterinario para siempre. Me pregunto para qué tienes un móvil si nunca lo usas —me reprochó.
—No es que no lo utilice. Solo soy alguien práctico. Empleo el móvil la mayor parte del tiempo para el trabajo.
Considero que estar en el móvil chateando por horas es una pérdida de tiempo y energía, además de que solo daña la visión. Pero dejando eso a un lado. Volví a mirar a mi descarada hermana.
—¿Acaso me ves con cara de recadero? ¿No le prometiste a nuestros padres que te harías cargo de él cuando decidiste adoptarlo? —la recordé.
—¿No me he estado haciendo cargo todo este tiempo? Si te lo pido es porque no puedo ir. Tengo un concierto de violín esta noche y debo estar allí antes para practicar. ¿Acaso lo has olvidado?
Nunca me dejas olvidarlo.
—¿Y por qué no se lo pides a nuestras padres.
—Están trabajando en una expedición fuera de la ciudad, ya lo sabes.
—¿Y qué crees que hago yo? —espeté irritado.
—Por favor, Aaron, prometo no pedirte nada en todo lo que queda de año —suplicó, juntando sus manos y mirándome como un animal que estaba a punto de ser abandonado.
Debería rechazarla. Esa cara lamentable que estaba poniendo debería saber que no funcionaría conmigo, pero aún así. No pude decirla que no.
—Está bien, pero que sepas que es el último favor que te hago —la recordé, suspirando rendido.
Karen saltó del sofá abalanzándose sobre mí en un abrazo, besando mi mejilla.
—Eres el mejor, gracias. Prometo compensarte por esto.
—Me conformo con que dejes de entrar a mi empresa como perro por tu casa.
Se separó poco después, apresurándose hacia la puerta, pero se detuvo a medio abrirla.
—Ni se te ocurra llegar tarde a mi concierto, o quemaré todo esto—soltó esas palabras con una sonrisa radiante, pero sus ojos denotaban algo siniestro, como si lo que decía fuera en serio.
Después, se despidió lanzándome un beso al aire y se fue como si nada.
Debo hablar con nuestros padres para que le realicen un chequeo exhaustivo a esta niña. Suspiré nuevamente, reclinándome en el respaldo de mi asiento y contemplando la ciudad a mis pies.
Aunque disfrutaba de las impresionantes vistas desde lo alto de este edificio, experimentaba solo una pequeña sensación de paz, satisfacción y un atisbo de poder. Sin embargo, esta sensación estaba lejos de lo que realmente quería o deseaba.
Tras la conversación con Karen, me sentía irritado por su culpa. Hablar con ella siempre generaba mucho estrés, así que opté por cambiar de ropa y salir a correr.
Como mencioné, soy un hombre práctico, por lo que mandé construir un baño con ropa de emergencia, ya que nunca se sabe qué puede pasar y es mejor ser precavidos.
Retomando mi relato, salí de mi trabajo a paso ligero, envié un mensaje a mi hermana para conocer el veterinario al que debía recoger a Máximo. Una vez recibido el mensaje corrí hasta el lugar. Estaba algo lejos, a una hora aproximadamente, por lo que llegué sudado y con la respiración agitada.
Me detuve y tomé unos minutos para recuperar el ritmo cardíaco, pero algo me distrajo justo antes de entrar.
Un aroma empalagosamente dulce, como a miel y lavanda, inundó mis fosas nasales, aturdiéndome por unos segundos. Luego, lo que captó mi atención fue el cabello rojizo de una mujer que chocó contra mí.
—¡Oh, perdón! —se disculpó sin tan siquiera voltearse y salió corriendo mientras las correas de unos cinco perros la arrastraban.
Después de presenciar una escena extraña, desconcertante y un tanto graciosa entré al veterinario para recoger a Máximo y ambos nos dirigimos a la casa de mis padres. Donde, como era de costumbre, solo los sirvientes estaban presentes.
¿Para qué tienen una casa tan grande si nunca están en ella? Dejé al perro y regresé a mi propia casa. Cuando llegué, ya había oscurecido, así que me preparé para el concierto.
Y si tengo que decir algo sobre ese día, sería... ¡Maldigo el momento en que fui a ese dichoso concierto!
• • •
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro