Sus razones.
Maryshka nunca se había considerado una mala madre. Lo cierto era que ella amaba con todo su ser a su único hijo; Viktor era para ella ese pedacito de amor que entre su esposo y ella pudieron tener entre sus manos veintiocho años atrás. Si bien la forma en la que su hijo creció no fue la más tradicional, siempre procuró que su hijo se supiera amado. A pesar de que el destino decidió que fuese madre de un único descendiente, jamás sobreprotegió a su pequeño.
Ella sabía que con el paso de los años su bebé crecería y dejaría sus brazos como el orden natural dictaba. Siempre se sintió orgullosa de los logros de su hijo, de las pasiones heredadas tanto de su esposo como de ella. Viktor tenía los increíblemente hermosos ojos color celeste de su padre, esa vibrante cabellera platinada y el porte de caballero que a ella la enamoró hacía tantos años atrás. En su pequeño veía también la encarnación de una de sus pasiones más profundas, y a pesar de que su niño eligiera la vida deportiva, muy dentro de él estaba ese amante del arte que había elegido expresarlo en una pista de hielo.
Lo había visto crecer, caminar, tomar un par de patines con afiladas cuchillas y despegar en una carrera que lo llevó a través de los años a coronarse como uno de los mejores no sólo de su país, sino del mundo entero en el patinaje artístico. Claro que a veces se preguntaba si su esposo y ella habían hecho lo correcto al darle unas alas tan grandes cuando apenas era un niño. Nunca lo descuidaron, nunca dejaron de estar pendientes de él, sin embargo no era lo mismo guiar a un hijo por los escabrosos caminos de la vida cuando éste se encontraba a cientos o miles de kilómetros en una superficie fría y llena de luces. Era una madre orgullosa, sí, pero conforme los años pasaban notó lo irremediable.
Su pequeño hijo era un hombre.
Un hombre hermoso y lleno de talento. Rodeado de flashes y de la acelerada vida que una figura pública tiene a su alrededor.
Pero su pequeño, a pesar de ver pasar el tiempo no notaba que una inmensa carga se estaba cerniendo sobre él.
Viktor no vivía.
Se limitaba a complacer a todo el mundo menos a sí mismo.
Viktor no amaba.
Dejaba que lo idolatraran sin realmente darle el amor que merecía.
Viktor había dejado de sorprenderse de la vida.
El objetivo que fungió de motor por tantos años al fin estaba estropeado.
Cuando ella pudo notarlo se sintió culpable. Culpable de no haberle mostrado a su retoño que no importaba cuantas medallas llevase a casa, de no decirle que estaban de más aquellos reconocimientos si no era capaz de encontrarse a sí mismo y ser feliz. Y un par de días antes de que su amado Boris y ella pudieran volar a Rusia para hablar con su hijo, éste ya había partido a tierras lejanas.
¿Qué planeaba Viktor?
Entrenar a un patinador del lejano Japón.
¿Por qué?
Nadie lo supo a ciencia cierta hasta que tras todo el revuelo le confirmó algo más que la simple noticia del cambio de profesión de su amado hijo.
Viktor estaba enamorado de aquel tímido joven asiático.
No, ella no estaba loca. A pesar de que Boris trató de persuadirla, ella se aferró a dar por sentada aquella teoría –que por supuesto no había salido de la nada.- Contaba con evidencias contantes y sonantes ante sus ojos. Muchos años atrás en un par de ocasiones había visto a su hijo interactuar con uno que otro affaire. Nada serio, nada de lo cual preocuparse más allá de evaluar a la susodicha persona. La diferencia radicó en que las aventuras pasadas de su querido hijo jamás lo habían orillado a dejar de lado algo tan importante como lo era el patinaje. Su bebé había dejado todo para ir tras esa persona que lo había cautivado. Probablemente era estúpido comparar el amor a primera vista con lo que seguramente le ocurrió a su hijo. Ella era una mujer romántica pero racional y aun así lo supo.
Supo que Viktor tenía un sentimiento más allá de la admiración naciente por ese joven. La forma en la que esos ojos cristalinos parecían brillar como copos de nieve bajo la luz del sol ante su pupilo no era algo que pudiera pasar por alto.
Boris se lo había dicho incontables veces antes de tener que morderse la lengua ante lo innegable.
Los toques, las miradas, y sobre todo ese beso en cadena internacional que causó conmoción mundial. Ok, Viktor era un adulto con la mente de un jovencito que creció muy rápido, pero ella podía jurar sobre la tumba de La Condesa de Lafayette que aquello no había sido un impulso idiota como los que acostumbraba tener su primogénito casi siempre. Su niño grande, estaba completamente flechado. Y nada ni nadie podrían negárselo si se tomaban en cuenta el conjunto de hechos que confirmaban que no sólo su hijo estaba en medio de un tórrido romance imaginario, sino que éste era correspondido por aquel chiquillo de cabellos negros que bien podría parecer un querubín –un muy sensual querubín si tenía que ser sincera-.
Cuando los meses pasaron y en las llamadas de rutina no había una explicación concreta, comenzó a temer el haberse equivocado. Pronto su sorpresa se vio opacada por el desazón que le producía no ser parte de la felicidad que su hijo estaba viviendo.
Viktor no los había visitado en meses, no había pasado año nuevo con ellos. Tampoco se había dignado a visitarlos en navidad, y como si eso no bastara, el señorito –señor, ya que al parecer estaba hasta casado.- tampoco había ido a su primer hogar cuando se presentó el viejo año nuevo. Ni hablar de las tradicionales vacaciones familiares de finales de diciembre y principios de enero que solían tomar juntos año con año en alguna parte del mundo.
Nada, y las llamadas o los mensajes de texto no contaban en lo más mínimo. Mucho menos ese montón de fotografías subidas a Instagram donde al parecer su pedacito de cielo la estaba pasando de maravilla conociendo las tradiciones de un país lejano y luchando por ganarse a sus futuros suegros y cuñada.
¡Incluso se había dado el lujo de llevarse a su pequeño compañerito de pista a esa descabellada aventura!
Quizá nadie imaginó las horas que pasó al teléfono tranquilizando al viejo Yakov prometiéndole que se haría cargo no sólo de las tonterías de su hijo al adoptar una mascota tan huraña como lo era ese adorable –a su manera.- chico rubio. Sino de ponerlo en su lugar con su relación amorosa y dejarlo plantado sobre la tierra ahora que tanto su hijo como su... ¿Yerno? Regresaban a Rusia.
Le pondría las cartas sobre la mesa a ese atolondrado hijo suyo.
Y de paso conocería a la persona afortunada que ahora era dueña del corazón, la mente y el cuerpo de su amado retoño.
No dudaba del Yuuri japonés. Su sexto sentido le decía que aquello era amor, un amor tan profundo como el que ella le profesaba a su esposo y viceversa. El séptimo sentido se activó al notar que Viktor estaba rehuyendo de ellos, como si en cualquier momento ambos fuesen a oponerse a su felicidad. Y por último perno no menos importante... Ella tenía un octavo sentido que le decía que aquel hombre de mirada infantil, estaba hecho a la medida para contener toda la avalancha de virtudes y defectos que su hijo poseía.
Los cuidados de una madre nunca estaban de más, así su hijo fuera un hombre maduro a dos pelos de quedarse calvo.
Y tampoco estaba de más divertirse un poco incomodando a su hijo mientras investigaba y conocía al pupilo/amigo/novio/amante/esposo de su bebé, como una pequeña venganza por ser tan idiota y dejarlos fuera de uno de sus más grandes logros.
No una medalla, sino un corazón enamorado y amado que le permitiría vivir y ser feliz.
Aquellas dos inminentes L's que ella estaba segura llevaban el nombre de Katsuki Yuuri.
Así con ligeros toques en la puerta caoba de la habitación de su hijo inició su divertido día. Claro que aquello no tenía nada que ver con que fuera el mismo Yuuri quien le abriera la puerta mientras su perezoso hijo se aferraba al lugar vacío en la cama de dos plazas. Y el chiquillo de cabellos negros se pusiera como remolacha al verla ahí.
-¡Buenos días cariño! Espero no interrumpir nada y que estés en optimas condiciones, necesito ayuda con el desayuno, Boris se ha ido al mercado a comprar "ingredientes frescos" y me temo que no llegará a tiempo para preparar el desayuno antes de que se vayan a la pista. Yo puedo ser una mujer con muchas habilidades, pero me temo que la cocina no es lo mío.- Lo vio asentir aún apenado y sin más y sólo para que el chico no se perdiera, lo tomó de la mano mientras lo jalaba rumbo a la cocina.-
- Ehhh ¿Qué le gustaría que preparara? No soy un experto pero...-
-Oh en realidad no importa, puedes preparar ese platillo del que tanto ha hablado mi bebé. Ka... algo, quiero probar que sea tan bueno como ha dicho durante todo este tiempo. Digo, si es que puedes...-
-¡Cla... claro que puedo! Aunque no es ni de cerca parecido al que mi madre o mi hermana cocinan en casa. ¿Podría decirme dónde puedo encontrar algunos ingredientes?...-
¡Oh grata sorpresa era ver que aquel hombre parado frente a ella no se intimidaba como todas aquellas chicas que había conocido en el pasado!
Esto sin duda iba a ser más interesante.
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