Stop
50% Director's Cut, 50% extra (por el nombre, al finalizar la obra principal lo van a entender). Este spin off de San Valentín es un hueco que creí necesario escribir para darle más realismo a la historia. Que lo disfruten.
Dos meses habían pasado de aquella fatídica noche en Barracas, en la vieja fábrica de Alpargatas. La noche de terror que Marilia había vivido a manos de un psicópata que se obsesionó con ella, al punto de secuestrarla en una fábrica abandonada, en un intento fallido de violarla. La situación terminó favorablemente, el joven no logró su cometido, y fue abatido por el marido de su mejor amiga, un oficial de la Policía Federal.
De un modo u otro, esto no quita las secuelas que dejó en ella y en su novio. Una vez más, todo se había vuelto a desestabilizar en la vida de Alejo. Si bien la recuperación física de Marilia había sido corta y favorable, su recuperación psicología no iba tan bien.
Pesadillas, llanto en las noches, una corta agorafobia que pudo superar con la ayuda de sus amigos, y muchos micro traumas más producto del secuestro. Entre ellas, el miedo al contacto físico. Por más que Alejo le hablara dulcemente mientras acariciaba su cuerpo, solo bastaba con que Marilia cerrara los ojos una fracción de segundo para volver inmediatamente a Alpargatas.
Y lloraba mares. Y Alejo no podía más que dejar a un lado sus instintos para acunar entre sus brazos a su novia. Si hubiera sido otra etapa de su vida, se hubiese marchado al primer rechazo. Pero era Marilia, la mujer que le había quitado el sueño por años, la mujer que amaba sin siquiera conocerla. Se sentía frustrado, ya no sabía qué hacer para borrar aquel puto día de la memoria de su gran amor. Maldecía una y mil veces los restos de Nahuel, donde quiera que esté. Hervía de rabia cuando veía o palpaba la cicatriz de su inicial tatuada en la espalda de su mujer.
Una noche más en la que se dormiría con Marilia abrazada a su torso desnudo, hipando a causa del llanto, y repitiendo como autónoma «Alejo no es Nahuel... Alejo me ama... Alejo no es Nahuel».
«Una noche más y van...» Era su último pensamiento antes de dormir, como mucho, cuatro horas antes de levantarse para comenzar su día.
Días en que iba a trabajar despistado, pensando cómo Marilia estaría sobrellevando la soledad cuando él se ausentaba para ir a trabajar. La petrolera le había dado licencia psiquiátrica a ella, y Matías apenas unos días a él, por la amistad que los unía, pero debía trabajar. Y se volvía loco en las tardes pensando en ella. El primer día que se reincorporó a su puesto en Obelisco Sur la llevó con él, pero apenas la chica puso un pie en la estación de Metrobus comenzó a llorar, a pesar del gentío que miraba sin comprender la situación. No había sido una buena idea llevarla al epicentro de la obsesión de Nahuel.
Así fue como comenzaron a turnarse para acompañarla. Libertad la visitaba en La Boca, o Matías la entretenía en la terminal, con papeleo absurdo de sus empleados para el que no necesitaba ayuda, pero fingía a los ojos de una Marilia convencida en sentirse útil. Hasta Mariano la acompañaba algunas tardes, mientras la distraía hablándole de Elisa y la extraña sensación de enamoramiento que comenzaba a sentir.
Pero ella quería volver a ser la de antes. Quería volver a ser esa amante más insaciable que Alejo. Quería volver a sentir sus grandes manos surcando su piel desnuda en las noches, quería volver a recorrer la pequeña casa que compartían mientras jadeaban el nombre del otro. Quería volver a ser ella misma antes de aquel diciembre.
Ese día, Alejo volvió a levantarse a las siete y media de la mañana, como hacía cada mañana antes de que su vida se volviera a desestabilizar. Preparó café, y lo llevó hasta la cama que compartían.
—Corazón... —despejó su enmarañado cabello castaño y la removió con suavidad—. Dale que es tu primer día. Te hice un café.
Marilia abrió los ojos y vio la enorme sonrisa de Alejo. El contraste de su piel trigueña y las perlas que se asomaban por sus carnosos labios, la hicieron sonreír a ella también. Se desperezó girando su cuerpo hasta quedar boca arriba. Lo observó detenidamente y estiró sus brazos en dirección a su novio. Alejo dejó la taza en la mesita de luz y se abalanzó con cuidado sobre ella. Ese tipo de contacto ya lo había reincorporado a su vida, aún así no quería fiarse demasiado y perder los avances que había logrado con sus traumas.
—No sé cómo seguís conmigo después de todo esto —sopesó con la cara hundida en su clavícula.
—Sos el amor de mi vida. ¿Cómo creés que podría dejarte ahora que te encontré y que te tengo conmigo?
—Pero así no te sirvo... Vos necesitás estar con alguien que te de lo que yo ahora no puedo darte.
Alejo se desprendió del abrazo hasta quedar frente a frente con Marilia. —Yo te necesito a vos, no necesito nada más para ser feliz.
Marilia acortó el poco espacio que los separaba y devoró su boca en un intento de hacerle frente a sus fantasmas. Pero Alejo se separó con dulzura cuando le leyó las intenciones.
—Corazón, ya te dije que no necesito esto. Dale que se enfría el café y tenés que volver a la petrolera. Tenemos toda una vida para eso. Yo te voy a ayudar, ¿sí? Pero así no son las cosas, ahora poné el foco en volver a trabajar.
Alejo depositó un pausado beso sobre sus labios y se reincorporó mientras no dejaba de sonreír. Por fuera, porque por dentro estaba desarmado y frustrado. Desayunaron sus cafés en la cama, y se alistaron para el primer día laboral de Marilia después de su licencia.
Alejo la llevó hasta la petrolera, como lo hacía siempre desde que se habían mudado juntos. Una vez se encontraron frente al imponente edificio, Marilia respiró hondo para darse valor, allí también había recuerdos amargos.
—Te acompaño hasta los molinetes. No estás sola, y Nahuel murió frente a tus ojos. Ya no hay nada de qué temer, ¿sí?
La chica asintió con la cabeza, y lo tomó fuertemente de la mano. Avanzaron con paso firme hacia el interior del edificio. Pero al llegar a la recepción, luego de ser cálidamente bienvenida por la recepcionista, solicito una tarjeta de visitante y la colgó en el cuello de Alejo.
—Me sentiría más cómoda si solo por hoy me acompañás hasta arriba. ¿Te molesta?
—No, corazón. Al contrario. Me vas a llevar al lugar en donde te encontré. Y basta, porque te besaría y acá no puedo —rio para contener los nervios de toda la situación en sí.
Atravesaron los molinetes y se embarcaron en un ascensor repleto de trabajadores que también acudían a su jornada laboral. Marilia quedó de espaldas a Alejo, y éste aprovecho el pequeño tumulto para pasar su brazo por la cintura de la chica.
—La última vez que estuve en este mismo ascensor estaba solo y desesperado por encontrarte —le susurró al oido—. Y hoy te tengo acá conmigo. Te amo, nunca lo olvides —finalizó su recuerdo dejando un suave beso sobre la oreja de la chica.
Llegaron al décimo piso, y se abrieron paso desde el fondo del cubículo para descender. Alejo estaba alerta a las reacciones de Marilia, pero contrario a sus temores, se la veía bastante tranquila, sobre todo cuando sus compañeras de recursos humanos la vieron y corrieron a abrazarla. Él se hizo a un lado y dejó fluir el momento, se sintió de sobra y eso lo alegraba.
—Chicas, se las dejo. Corazón —se dirigió a Marilia—. Te veo esta noche en casa.
—Tranquilo, voy a estar bien. Te amo. Y gracias por todo esto, en serio.
—Sos mi mujer, no tenés que agradecerme nada. Cuidarte a vos es cuidarme a mí mismo, porque te necesito en mi vida.
Olvidando en donde estaba, y omitiendo la cámara que tenía apuntando en su espalda como francotirador, tomó el rostro de Marilia y dejó un casto beso en sus labios antes de abandonar el edificio. Una vez en la calle, su celular vibró en su bolsillo, y se asustó. Quizás Marilia había vuelto a tener un ataque de pánico. Respiró aliviado al ver que era Matías.
Bro, podrás venirte a la terminal???? Tengo uno de los inspectores nuevos mirando el techo porque Rulo se enfermó. De paso te queda la tarde libre, así estás con Mari. ✓✓
Daleeeeee!!!! Genial, bro. Voy para allá. ✓✓
Condujo hasta su casa, agarró su uniforme y se dirigió a la terminal ubicada en Avellaneda. Estacionó su auto al fondo del playón, junto al 410 destruido. Él era el único que tenía libre acceso a esa zona restringida, y era por eso que dejaba el auto en ese lugar. Ser íntimo amigo de Matías ya le había costado bromas pesadas en su auto, por parte de compañeros que no compartían esa cercanía que él tenía con el dueño.
—Llegué —anunció entrando a la oficina de administración.
—¿Y? ¿Cómo va todo? —indagó Matías mientras chocaba la palma y el puño con su amigo.
—Bien... —suspiró sonoramente mientras se desplomaba en la silla frente al escritorio—. Quiero creer que bien, vengo de la petrolera, la acompañé hasta su piso. Apenas vio a sus compañeras pareciera ser que se olvidó de todo.
—¡Bien! ¡Eso es bueno!
—No se... Anoche tampoco dormí bien, Mari se durmió llorando en mi pecho otra vez. Maldito hijo de puta, ya no sé qué hacer para ayudarla a superar todo lo que pasó esa noche.
—¿Y van a hacer algo hoy?
—No... ¿Por qué? ¿Qué hay hoy?
—Hoy es 14 de febrero. Es San Valentín, el día de los enamorados.
—No... Ni sabía qué fecha era... —Alejo se restregó la cara con sus palmas—. Nunca le di bola a esas cosas, desde que me separé de Camila que dejé de prestarle atención a esas fechas comerciales.
—Es el primer San Valentín que van a pasar juntos. ¿Por qué no le preparás algo? A las chicas les encantan esas cosas. Al menos, por una noche la vas a hacer olvidar al enfermo.
—Tenés razón, pero... No sé qué hacer, yo no sirvo para el romanticismo, y vos lo sabes.
—¿Me estás jodiendo? Verte con Mari me da diabetes. ¡Por favor! —Matías rio sonoramente y Alejo se sumó, pero riendo con vergüenza—. Si querés te ayudo a preparar algo, el único San Valentín que pasé con Sara no me salió tan mal.
—No sé... Son las diez y media de la mañana, no tengo la más puta idea de qué hacer. ¿Flores? A Mari no le gustan las flores, siempre me hace hincapié en que prefiere libros, música o chocolates.
—Te aseguro que las flores sí le van a gustar, por la manera en que se las vas a presentar. Dejá. Ahí mando a este pibe a lavar los colectivos, al menos hasta que vuelva Rulo. O se lo enchufo a Jorge, que sé que le encanta entrenar —resopló con ironía—. Vamos, te acompaño.
La primera parada fue en una casa de cotillón, ante la atónita mirada de Alejo. Aguardó dentro del auto como Matías le indicó por unos diez minutos, hasta que su amigo volvió con una liviana bolsa entre sus dedos, la cual arrojó desinteresadamente al asiento trasero del auto.
—¿Qué compraste?
—Ya vas a ver, ahora vamos al súper. Uno grande, hipermercado si puede ser.
—A sus órdenes, señor —bromeó Alejo.
Llegando al supermercado, Matías se hizo con un carrito y empezó a recorrer los pasillos del sector de bazar. Velas y sales de baño repiqueteaban en el inmenso carrito mientas surcaban los pasillos del inmenso salón de ventas.
—La gente se va a pensar que somos pareja, pelotudo. Dejá de meter esas cosas al changuito.
—¡Ay! ¡No seas tonto! —Matías pasó su brazo por los hombros de Alejo y lo besó en la mejilla, para ganarse un puñetazo de su amigo en el brazo—. Dale, boludo. Decime qué querés comer esta noche.
—No se... ¿Un asadito?
—¡Uy, sí! Super afrodisíaco. ¿No preferís un paty de cancha? Capaz juega Boca hoy, la llevas a la esquina de tu casa a comer un paty de parado —acotó sarcástico.
—¿Y para qué mierda me preguntás entonces? Yo solo te estoy siguiendo, ni puta idea qué querés hacer. Vos decime y yo pago, eso sí. No te excedas demasiado, yo no tengo tu cuenta bancaria.
—Tranquilo, bro. Yo pago. Es mi regalo para ustedes dos. Disfrutá con Mari vos qué podés, yo todavía soy el idiota que ama a una mujer casada.
Alejo se conmovió ante las palabras de su amigo, que se había apagado al recordar a la única mujer que Matías había amado. Hicieron un silencio que él aprovechó para pensar una comida que servir en esa noche especial.
—No sé... ¿Unas pastas rellenas? De esas frescas que se venden acá.
—Nah, si vamos a hacer pastas, que sean caseras. Es un insulto que digas en la cara de un chef que querés pastas frescas compradas. No se diga más, vamos por los ingredientes.
Matías agarró todo lo que necesitaba para ayudar a su amigo a cocinar. Había hecho un curso de chef en una academia gastronómica al volver de Japón, para mantener la cabeza ocupada y no pensar en Sara. Con sus compras en el baúl del Peugeot de Alejo, se dirigieron a La Boca para comenzar a preparar la pequeña residencia antes de la llegada de Marilia.
—Bueno... No tenemos mucho tiempo, ya son casi las dos de la tarde. Hacemos las pastas, comemos nosotros también, y ahora te ayudo con el resto.
Y así lo hicieron, Matías tenía una destreza en la cocina que dejó boquiabierto a Alejo. Separó una pequeña porción de ravioles caseros para almorzar en ese momento, y guardaron el resto de las cosas para la noche. Así, lo único que tendría que hacer Alejo es cocinar las pastas con la salsa, que también era obra de Matías.
Acomodaron lo poco que habían dejado desordenado en la mañana, y Matías dispuso el escenario que había ideado en su cabeza. Para cuando habían dejado todo listo, ya casi era la hora de salida de Marilia.
—¿Y ahora?
—Ahora bañáte, ponete algo lindo y andá a buscarla a la petrolera.
—Bancá que le aviso a Liv que no vaya entonces, porque había quedado en que ella la iba a ir a buscar— Alejo tecleó rápido en su móvil y miró a su amigo—. ¿Y vos? No hago a tiempo a llevarte hasta la terminal.
—Tranqui. Dejáme en Obelisco Sur y me vuelvo con algún chofer.
—Gracias, bro. No sé cómo pagarte todo esto.
—No me debés nada, boludo. Sos mi hermano. Con eso la deuda está saldada.
Alejo abrazó a Matías antes de internarse en la ducha, cuidando no arruinar lo que su amigo había preparado tan cuidadosamente.
Habían pasado algunos minutos de las seis de la tarde cuando Marilia se sorprendió al ver a su novio tan radiante en la vereda de la petrolera. Su corazón se detuvo al verlo soportar estoicamente el calor de febrero, vestido en una camisa negra arremangada cuidadosamente, unos jeans azules tatuados a sus firmes piernas, y unos finos zapatos negros de cordón. Marilia se despidió rápidamente de sus compañeras y apuró los pocos pasos que la separaban de Alejo.
—Amor... No te esperaba, te hacía trabajando.
—Mati me cambió el turno —mintió luego de besarla—. ¿Cómo te fue en tu primer día?
—Creo que bien. Fue un poco difícil al principio agarrar ritmo después de dos meses de paro, pero bien. ¿Y a qué se debe la pilcha? ¿Vamos a salir o qué?
—Algo así.
Y sin decir más, la tomó de la mano y la guió hasta donde había dejado su auto. El silencio reinaba en el vehículo, pero ninguno se sentía incómodo. Alejo no dejaba de sonreír, y en los semáforos aprovechaba para acariciar el muslo de su compañera con cariño, quien tampoco podía apartar la sonrisa de su cara. Al llegar al hogar que ambos compartían, la chica dejó su cartera sobre la mesa de la cocina y estuvo a punto de internarse en el pasillo que conducía a las habitaciones, pero Alejo la detuvo.
—¡Ey! ¿Dónde vas?
—A bañarme y a cambiarme, no querrás que vaya así con lo que tuve puesto todo el día. Para eso me trajiste a casa, ¿no?
—Es acá —Marilia lo miraba sin comprender—. No vamos a ir a ningún lado. Cerrá los ojos.
La chica hizo caso, aún sin entender del todo la situación. Alejo tapó los ojos de Marilia con sus manos, y colocándose detrás de ella la guió hasta su habitación. Una vez en la puerta, la colocó de espaldas y le pidió que aguardara mientras él encendida con destreza las velas que había dispuesto Matías en la tarde. Volvió hasta donde estaba Marilia y la ayudó a girar, posicionándose tras ella.
—Abrí los ojos.
Marilia enmudeció al ver el panorama. La habitación solo estaba iluminada por las velas, la cama que compartían y el alrededor lleno de pétalos de rosas de un fino papel de seda, y un exquisito aroma a esta flor inundaba el cuarto. Y sobre la cama, algo que Matías no había colocado, y que Alejo guardó celosamente luego del incidente en Alpargatas y su promesa en la vieja fabrica abandonada. Un pequeño estuche azul abierto con dos alianzas de oro.
—No sé si decirte primero feliz San Valentín, o preguntarte si todavía querés ser mi esposa —le susurró cuando la abrazó por detrás.
—Ale... No... No puedo creer esto, es... es hermoso —titubeó al borde del llanto.
Alejo se desenredó del abrazo, se acercó hasta la cama y tomó las alianzas. Se arrodilló frente a Marilia y formalizó su pedido.
—Nada me haría más feliz en este mundo que seas mi esposa. ¿Te casás conmigo?
—¡Sí! ¡Sí, Alejo! ¡Sí!
—No voy a esperar al día del civil, al fin y al cabo es un trámite —Alejo se reincorporó, tomó una alianza y la colocó en el dedo de Marilia. Ella hizo lo mismo, colocando el anillo en la mano de su amado—. Sos mi mujer desde el día en que me fuiste a buscar a Obelisco Sur, eso no va a cambiar. Pero igual lo quiero formalizar ante la ley, y si querés también ante Dios.
—No... Con el civil me conformo. No necesito una fiesta de princesa si tengo a mi príncipe de camisa azul conmigo.
Y no se dijo más nada. En sincronía perfecta sus bocas se fusionaron, Alejo recorría con sus manos el cuerpo de Marilia por encima de las prendas. Intentaba medirse contra sus más bajos instintos, y terminó rindiéndose cuando la chica comenzó a desabotonar su camisa con urgencia. Dejó que fuera ella quien marcara el ritmo, y cuando todas sus prendas estuvieron en el piso y sus cuerpos desnudos contoneados por los pétalos esparcidos en la cama, Alejo hizo la misma pregunta de rigor de la primera noche que pasaron juntos.
—¿Estás segura de que querés esto?
—Tanto como que mi segundo nombre es Ofelia, y Ofelia te va a hacer pasar la mejor noche de tu vida, bombón.
Alejo sonrió con perversión. Había vuelto. La desfachatada e insaciable Ofelia había vuelto. Esa personalidad lujuriosa que Marilia adoptaba entre las sábanas, haciendo honor a su primer encuentro sexual en el que ella le confesó su segundo nombre cuando él le había hecho la misma pregunta, dudando de llegar tan lejos en su primer encuentro a solas.
No hubo llanto ni trauma. Tampoco palabras que describan ese momento en el que ambos volvieron a recuperar aquella intimidad que Nahuel les había arrebatado con su locura. Se amaron como solo ellos lo sabían hacer, de la manera más baja y más íntima, vestidos solo con la alianza que ambos se habían colocado para sellar su infinito amor.
A pesar de que ya compartían casa desde hacía unos meses, esa noche fue muy especial para los dos. Era frenar y comenzar de cero. O solo comenzar, porque su relación estuvo desde un principio a la sombra de Nahuel y su obsesión, aún después de su muerte. Esa noche los dos se liberaron de las cadenas que los oprimían, se respiraba un aire de tranquilidad cuando finalmente Alejo preparó la cena, y se sentaron a cenar en un ambiente lleno de complicidad. Marilia vistiendo la camisa que Alejo traía puesta en la tarde, y él sólo en calzones. Hablando con naturalidad del día de cada uno. Marilia contaba cómo había sido su primer día de trabajo, y Alejo las aventuras que vivió con Matías para preparar esa mágica noche.
Pero hubo algo que los amigos no pensaron. El postre.
—El postre lo pongo yo —susurró Marilia seductoramente mientras deslizaba la camisa por sus hombros.
Y de vuelta. Recorrieron la pequeña casa gimiendo groserías y el nombre del otro, hasta llegar nuevamente a la cama. La noche se hizo día para cuando se durmieron abrazados, cansados, pero sobre todas las cosas, felices. La mejor noche de sus vidas.
La noche en que ambos pulsaron stop y detuvieron a todos los fantasmas que los acechaban.
Soundtrack:
Necesitaba algo rockero. Estaba por poner algo bien meloso, ¡pero no es mi estilo!. Navegando en mi inicio de Youtube, apareció una de las mejores canciones de Airbag, y encajó a la perfección. Es Alejo en su desesperación e impotencia del principio, lo que sintió esos dos meses junto a Marilia. Al inicio dejé el video de la canción, habla sobre la trata de personas, se los recomiendo. Ver el video además fue como ver a Alejo la noche que la rescató de Nahuel. Cobró más significado. Dejo esta versión en vivo, es alucinante.
Cae El Sol – Airbag
(Vorágine – 2010)
Y para los romanticones, aquellos que no los enamora el rock tanto como a mí, les dejo lo que era mi primera opción, que nunca terminó de convencerme por lo pegajosa de la letra, mucha miel, no me va. Pero encaja.
Yo Te Voy a Amar – NSYNC
(Yo Te Voy a Amar – 2000)
Dedicado a Rochitus, una de mis fieles lectoras de Historias Para Viajar.
¡Feliz San Valentín!
(AntiCupidos_ES perdón por esta alta alta traición. Pero es un regalo para mis lectores. Sé que Airbag te va a gustar.
Cupidos_ES no te emociones, amigo. Conformáte que puse igual a NSYNC. Como dije, es para mis lectores, ya ves que predomina el rock en mi vida. Airbag le gana a NSYNC. He dicho.)
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