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Epílogo

El clima era cálido, las aves cantaban como acompañando la emoción del día y una ligera brisa se adentraba por la ventana a su izquierda moviendo la delgada y casi translúcida tela blanca.

Tenía la cabeza llena de esas frases cliché que se podían decir en un día como ese. Aquellas que iban desde: "Te ves hermosa", "tu rostro está iluminado"; hasta la más conocida de todas: Nunca ha existido novia más hermosa.

El vestido blanco se ajustaba a su cuerpo de manera perfecta, de arriba un corsé lleno de detalles bordados y de la cintura para abajo, una falda ampona que terminaba en una larga cola con flores bordadas.

Y el velo, en la parte de hasta abajo, tenía cosidos pequeños pétalos dándole un toque hermoso y único.

Macy se había lucido y con justa razón.

Pero ella seguía observando el reflejo en el espejo sin poder decir nada a causa de la emoción.

—Me tiemblan las piernas. —Escuchó y no pudo evitar sonreír recordando que también le pasó el día que dijo "acepto".

—Respira por la boca, eso ayuda —dijo acomodando el peinado y poniendo las manos en los hombros de la hermosa joven que parecía un sol radiante.

Ella lo hizo, aunque se notaba que le temblaban los labios, apretó un poco los hombros y puso su rostro a un lado del de ella observando el reflejo del espejo.

—¿Mejor?

La chica sonrió y ella asintió volteando para ver el ramo de lilys color morado que esperaba por ser tomado.

—Ayer la vi —dijo de pronto su acompañante.

Volteó confundida, la joven la veía a través del espejo mientras mordía su labio inferior con nerviosismo.

—¿A quién? —preguntó agachándose para estirar un poco el vestido.

—A mi... A Lara —respondió en voz casi inaudible.

Sintió algo frío recorrerla de pies a cabeza, se incorporó fingiendo tranquilidad y tomó los guantes blancos del mueble a su lado.

—Vaya, ¿cómo está? —preguntó controlando el temblor de su voz.

Orbes ambarinos se fijaron en ella, la chica la tomó por las manos y volvió a morder su labio, a ese paso arruinaría su maquillaje y cierta tía pegaría el grito en el cielo.

—Hablamos, ella me explicó sus razones... Necesitaba saber, entender porqué no me quería —explicó la joven con los ojos cristalinos.

—Oh, Sayuri —musitó Sorine negando; su niña tenía tristeza en el rostro, algo que no iba con la ocasión ni el día.

—Le pregunté si acaso... Si alguna vez me llegó a querer —continuó la joven que ahora temblaba.

Sorine suspiró y entrelazó sus manos con las de su hija.

—Sayuri, no debiste —musitó sintiendo el dolor del corazón de la que aún veía como su niña.

La aludida le dio una sonrisa ladeada, bajó un momento la mirada y parpadeó en exageración.

—Entendí muchas cosas... me contó lo que hizo desde que se divorció de Saúl; viajó a muchos lugares, tuvo parejas... Se casó con un hombre mayor y ahora regresó a Esbjerg para... —Se encogió de hombros—. Quiere tener una relación conmigo, resarcir los años de abandono.

El pecho de Sorine se fue contrayendo con cada palabra que salió de boca de Sayuri. Pero no podía reclamar nada, su hija estaba en derecho de conocer a su madre biológica.

—Me da gusto, nena. —Se obligó a decir con una sonrisa forzada.

La chica imitó el gesto y apretó un poco las manos de la castaña.

—¿Crees que papá... Que le importe entregarme acompañado?

Y el mundo de Sorine se vino abajo, abrió la boca con sorpresa sintiendo un dolor punzante en el corazón. Sayuri casi le había clavado una estaca.

Se aclaró la garganta y desvió la mirada, tenía que controlar las lágrimas, era el día de Sayuri y debía apoyarla, ponerla en primera instancia como siempre lo hizo.

—Por ti lo hará, solo deja lo apaciguo para que lo tome con calma —contestó manteniendo esa sonrisa fingida.

Sayuri ladeó la cabeza al notar las lágrimas contenidas en los orbes verdes.

—Ma... Quiero que tú me entregues con papá —susurró.

Entonces todo se detuvo: el tiempo, el día, hasta los pájaros parecieron dejar de cantar. Sorine parpadeó varias veces no terminando de asimilar lo que su hija quería.

—¿Quieres que yo...? —Sacudió la cabeza para despejar la nube de confusión—. Pero creí que Lara...

Sayuri movió la cabeza de manera negativa.

—Tú eres mi madre —susurró con la voz quebrada—. No me llevaste en tus entrañas pero me llevas en un lugar más especial —continuó poniendo una mano sobre el corazón de Sorine.

Las lágrimas comenzaron a derramarse, Paige le iba a matar pero no le importó, sentía el corazón alterado.

—Sayuri...

—Amo escuchar la historia de sus vidas porque... Papá siempre me hace ver que me amaste a mí primero —explicó la chica que ya tenía las lágrimas al borde de las pestañas—. Fue por mí por quién te acercaste, no fue papá; nunca tuviste el deber de amarme y así lo hiciste.

Sorine no pudo más, atrajo a la joven novia y la abrazó con fuerza mientras ambas derramaban lágrimas.

—Claro que te amé, eres mi niña, mi vida... Eres mi hija —exclamó apretando más el abrazo.

Sayuri lloró con el alma, jamás sintió la ausencia de Lara porque nunca le hizo falta, Sorine era su madre y ningún lazo de sangre podía cambiar eso.

A pesar de que la rubia quiso entrar a su vida, al escucharla hablar sobre viajes que harían, lugares y compras que tenía en mente, se dio cuenta que nada de eso implicaba una relación de madre e hija.

Pero las noches cantando con Sorine, los bailes locos, los juegos, las noches de estudio y desvelo... Incluso los abrazos para calmar su dolido corazón cuando Tai se fue a Inglaterra; eso era una relación de madre e hija.

No había nadie más, ahora entendía lo que su papá sentía por Sorine.

La castaña calmó su llanto y alejó a Sayuri para limpiar un poco el rastro de lágrimas, sonrió.

—Tu tía nos va a matar —dijo sin borrar la felicidad de su rostro.

Sayuri soltó una ligera carcajada asintiendo.

—¿Cómo me veo, má? —preguntó ignorando el espejo y solo viéndose en el reflejo de los ojos de su madre.

La castaña acomodó el velo sobre la cabeza de su hija.

—Eres la novia más hermosa del planeta —admitió finalmente en voz alta.

La fiesta estaba en todo su esplendor, sentía cansados los pies y se detuvo en una columna del enorme salón para quitarse los zapatos por un momento.

—¡Sorine! El suelo está sucio —exclamó una voz conocida a su espalda.

Hizo girar los ojos negando, incluso así se quitó ambos zapatos y gimió de placer cuando sus pies disfrutaron del frío piso.

—Eso de la paternidad te hizo aburrido —destacó volteando a ver a su mejor amigo.

Naím arqueó una ceja y sacudió la cabeza varias veces.

—Creí que eso era lo que necesitaba, madurar —gruñó apoyándose a un lado de la castaña.

Sorine rio divertida.

—¿Tus hijas? —preguntó buscando con la mirada a su esposo.

El abogado se encogió de hombros viendo hacia arriba.

—Por ahí volviendo loco al hijo de Thiago y Macy —masculló cansado—. Le dije a Pai que un día de estos lo van a sacar de sus casillas, pero ya sabes cómo son esas tres mujeres.

La castaña sonrió. Naím y Paige tenían unas gemelas increíblemente hiperactivas, nada que ver con el hijo serio y recatado de su mejor amiga.

Eran como dos pequeñas Paiges que habían heredado los ojos traviesos de su padre, mientras que el hijo de Macy tenía los ojos color aceitunado con el cabello y humor del inglés.

Agua y aceite, aunque ya tenían trece y quince años respectivamente siendo el joven inglés —porque nació en Inglaterra, tal como su padre— el mayor de ellos.

—¿Sabes qué es lo peor? Que Tai las alienta —masculló el abogado.

—Ay sí, como si tus hijas necesitaran ser alentadas —intervino una tercera voz—. Sorine, hice ese vestido exclusivamente para que lo uses con tacones, ni se te ocurra ponerte tennis, ya vi a Izan con ellos —comentó la diseñadora señalanado a la mencionada.

La aludida hizo girar los ojos; le dijo a Izan que los escondiera de Macy y parecía que le había pedido que los mostrara a todos los invitados.

El DJ bajó la música y anunció el primer baile de los novios, Macy se puso a un lado de la castaña y apoyó la cabeza en el hombro de esta mientras Naím se paraba al otro lado de la chica.

—Míralos, son perfectos —susurró la pelinegra mientras Sayuri y Tai caminaban al centro de la pista.

Sorine puso su mano sobre la de su mejor amiga a la par que apoyaba la cabeza en el hombro de Naím.

—Lo sé.

Los tres amigos miraron a la pareja que bailaba al son de "Thank you for loving me" de Bon Jovi. Las luces de la pista iluminaron sus rostros y fue fácil deducir que estaban perdidamente enamorados.

Entonces, ciertas gemelas pasaron corriendo detrás de la pareja seguidas de otro adolescente mojado de pies a cabeza.

—¡Vuelvan acá, me las van a pagar! —exclamó Ansel.

Sayuri y Tai rieron más no dejaron de bailar.

Macy vio enfurecida a Naím mientras que él se encogió de hombros.

—Ni me mires, que te apuesto lo que sea que en unos años vamos a emparentar —bufó mirando hacia arriba y negando.

Sorine no pudo evitar reír antes de sentir un toque es su hombro. Volteó para encontrarse con orbes ambarinos.

—¿Me daría el honor de bailar conmigo, señora Moore?

La castaña suspiró amando como su esposo le recordaba una y otra vez que eran matrimonio.

—Claro que sí, señor Moore —respondió dándole sus zapatos a Naím—. Tíralos a la fuente, me voy volando en los brazos de mi amado.

Naím rio mientras que Macy gruñó, pero nada de eso le importó cuando Izan la tomó entre sus brazos y comenzaron ese vaivén al son de la canción que bailaba su hija.

—¿Estás feliz? —le preguntó Sorine a su esposo.

Él la besó como respuesta, se mantuvieron con los labios unidos hasta que el gruñido del estómago de Sorine lo hizo reír y a ella sonrojar.

—¡Hoe! No me ha dado tiempo de comer —justificó escondiendo el rostro en el pecho de Izan.

Siguieron bailando por unos segundos, la risa del castaño fue menguando hasta que quedó en silencio.

—¿Nunca te preguntaste porqué me aferré a este salón? —preguntó en voz baja. Recibió una mirada contrariada junto a un encogimiento de hombros y él besó su nariz antes de sonreír con complicidad—. Porque aquí a la vuelta está nuestra cafetería.

Sorine sonrió de vuelta y sus ojos se iluminaron aún en medio de la oscuridad.

—Yo pensé que era por lo cerca que estaba la plaza.

Izan suspiró juntando sus frentes.

—Nuestra historia empezó un día lluvioso en una cafetería inusualmente concurrida... Tú llegaste de sorpresa y literalmente te metiste en mi mesa —recordó.

Sorine sonrió ante el recuerdo.

—¿Hamburguesa y malteada? —preguntó en voz baja sintiéndose de nuevo esa joven de veinte años que solo buscaba qué comer en medio de la lluvia.

El asintió y la besó.

—Hamburguesa y malteada —replicó.

Sabían que debían estar en la boda, pero a lo lejos Sayuri los vislumbró y les dio un guiño dándoles permiso para desaparecer por un rato.

Y así, tomados de la mano, salieron de la fiesta para regresar al lugar donde todo había comenzado.

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