Capítulo 6
La primer semana en su nueva rutina se les fue como agua entre los dedos.
Sorine solía presentarse a diferentes horas. A veces llegaba inmediatamente después de clases y otras una o dos horas después. Por momentos le llegaba a ver ojeras como las que encontraba en su rostro todas las mañanas; así que el día que la descubrió durmiendo con Sayuri, no tuvo corazón para despertarla.
Al parecer usar los paneles de techo era costoso y estaba buscando un proveedor que se ajustara al presupuesto dado. Para ser una tarea, se lo estaba tomando demasiado en serio.
Además, la chica también tenía un problema con el sistema de agua pluvial y por más que pensaba no encontraba una solución.
Izan trató de no inmiscuirse, en verdad lo intentó, pero casi todas las noches activaba la vista 3d junto con la interna y pasaba horas viendo el proyecto de la chica en silencio.
Y llegó un momento en que la situación lo superó.
No había bebido alcohol desde hacía mucho, desde que procrearon a Sayuri para ser más exacto. Se había jurado jamás dejar que la bebida dominara sus decisiones como aquella noche donde su vida y la de su ex dieron un giro de ciento ochenta grados.
Y no era tonto, solo había comprado una botella de cerveza, jamás descuidaría así a su hija, pero había necesitado algo para adormecer ese agobio que lo embargaba cada que recordaba su vida pasada.
Tenía el codo recargado sobre la silla giratoria y su sien apoyada sobre sus dedos. A veces golpeaba el lugar con su índice antes de beber un poco mientras observaba el proyecto de la chica.
Muchas noches pensó en cambiar ciertas cosas pero siempre se contenía, no era su proyecto, no era ni siquiera su amiga. Era la niñera de Sayuri quien se había metido a sus vidas de manera poco convencional.
Le dio otro trago a su cerveza y siguió observando la plaza. Sorine había recortado los baños y redujo el tamaño de la fuente del centro. Aumentó los jardines y las zonas al aire libre. Incluso encontró una propuesta para poner un hotel de cinco estrellas.
Quiso decirle que eso era sobrecargar la plaza, pero solo pasó de largo. Sorine se veía presionada y como si quisiera llenar expectativas que no eran suyas.
Golpeó varias veces su sien pensando en alguna solución, luego sacudió la cabeza recordándose que aquello no era asunto suyo.
Puso la botella a un lado de la computadora y guardó el proyecto antes de cerrar sesión y apagar la iMac; eran las dos de la mañana así que Sayuri estaba perdida en sus sueños. Se levantó y bebió lo último de su cerveza antes de tirar la botella en el cesto de la cocina. Luego se asomó a la recámara donde encontró que su hija estaba en la misma posición de hacía una hora.
Dejó la puerta abierta antes de dirigirse al baño donde se lavó los dientes para después deshacerse de su ropa y meterse a bañar como lo había estado haciendo últimamente.
El agua caliente le solía relajar el cuerpo, pero tenía los sentidos algo adormecidos por el alcohol así que dejó que todo aquello que guardaba bajo llave brotara. Apoyó la frente en la pared y empuñó ambas manos con fuerza mientras recordaba su antigua vida: Las tardes de maquetas y planos, manejar un carro del año, no necesitar ahorrar para poder comprar comida ni ropa.
Y claro, la chica a su lado que juraba amarlo.
Golpeó con fuerza el muro del baño y exhaló lentamente experimentando un impetuoso dolor a la altura del pecho, sentía como si le hubieran enterrado algo en el corazón. Dejó bajar la guardia y esos muros que contenían la verdadera tristeza que muchas veces lo asfixiaba. Siempre se cuestionaba si acaso Sayuri no estaría mejor en una familia adoptiva que le pudiera dar una vida de calidad, una recámara propia y trasporte seguro.
Suspiró con pesadez y enredó ambas manos en su cabello. Amaba a su hija con toda el alma, por eso se juró jamás dejar que nadie se acercara para hacerles daño. Si no podía darle una vida cómoda, al menos le evitaría el dolor y la decepción.
El amor estaba sobrevalorado, lo único real era eso que sentía por su hija y viceversa, de ahí en fuera no le importaba crear ningún tipo de lazo con nadie más
Por su inestable mente pasó la imagen de Sorine dormida mientras sostenía la pequeña mano de su hija y él sacudió de nuevo la cabeza.
Jamás, no volvería a caer en el error de enamorarse. Menos metiendo a Sayuri de por medio.
Sorine estaba demasiado voluble. Se sentía como un olla de presión que en cualquier momento explotaría. No solo era la presión del proyecto, los comentarios de sus compañeros y las absurdas sugerencias. No, su periodo le había llegado y no estaba para aguantar a nadie.
Sus ojos destellaban con un peligroso brillo que solo se opacó por un momento cuando Macy y Naím —que finalmente habían resuelto su situación— le dieron una enorme barra de chocolate. Pero se limitó a comerse un cuarto y lo demás lo guardó.
Borraba y marcaba errores en el plano provisional y bufaba cada que recordaba el absurdo precio del techo de paneles que ni siquiera incluía la instalación.
—Abusivos —espetó aventando su lápiz y enredando una mano en su cabello con frustración.
La mayoría de sus compañeros ya estaban con las maquetas y ella aún no terminaba con los planos. El sistema de agua estaba resultando igual de caro y problemático.
Estaba por renunciar a la idea principal para hacer una plaza más. Por eso la propuesta del hotel, si iba ser una plaza del montón, que de minimo tuviera algo destacable.
Enrolló su plano con frustración mientras sus compañeros le mostraban al maestro los avances de sus maquetas. Lo guardó y tras terminar de recoger sus cosas, salió del salón sin decirle nada a nadie.
Se sentía al límite de su paciencia, esperaba que jugar un rato con Sayuri la calmara y le diera otra perspectiva.
Izan arqueó una ceja cuando escuchó el golpeteo en su puerta. Revisó el reloj de su celular y se dio cuenta que eran tres horas antes de la primera hora en la que Sorine usualmente aparecía.
Tomó a Sayuri y la puso en su corral. Habían estado tratando de gatear alrededor de la sala, su hija aún se mecía hacia adelante y atrás sin avanzar.
Se asomó por el rabillo y encontró a Sorine dándole la espalda, frunció el ceño extrañado. ¿Faltó a clases?
Al abrir la puerta ella se giró y fue cuando notó que se encontraba algo tensa.
—Hola —lo saludó entrando al departamento.
Izan parpadeó varias veces, hasta su voz se escuchaba forzada y cortante. Cerró la puerta y al voltear la encontró de cuclillas frente a su hija.
—¿No fuiste a la escuela? —le preguntó cruzando los brazos.
Sorine se encongió de hombros y tras dejar su mochila en el sillón, levantó a Sayuri, la bebé se había metido la mano a la boca.
—¿No le diste la mordedera? —cuestionó de regreso.
El castaño suspiró y se encaminó a la barra de la cocina donde estaba un círculo de plástico morado lleno de agua.
—No sirve para lo que dices, en todo caso la hizo enojar más —contestó extendiéndole la mordedera.
Ella arqueó una ceja, miró lo ofrecido y luego al chico.
—No está congelada.
Izan frunció el ceño.
—No le voy a dar hielo a mi hija...
Sorine hizo girar los ojos, tomó la mordedera de sus manos y caminó hasta la nevera donde casi abrió de golpe la parte superior.
—Por eso es de plástico, el frío le relaja las encías; no va a comer hielo la vas a ayudar a que pase el dolor y comezón. —Casi espetó.
El castaño cruzó sus brazos tomando una postura defensiva. La chica estaba de pésimo humor.
—Sigue estando frío, puede enfermarse de la garganta o...
Sorine cerró el refrigerador y se encaminó a la sala donde se sentó junto a su mochila. Con una mano sostuvo a la bebé que sonreía mientras jugaba con su blusa y con la otra abrió su mochila de donde sacó un paquete de palitos de pan.
Tras abrir el empaque le entregó uno a Sayuri y la puso en su corral. Izan solo la observó con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
La castaña suspiró sabiendo que estaba descargando su mal humor en el pobre chico, se levantó y caminó a la cocina. Ya la conocía al derecho y al revés así que sacó una jarra donde colocó los demás palitos de pan bajo la mirada seria de Izan.
—Me salté la última clase, mis compañeros son unos idiotas que creen que no lograré graduarme o conseguir la pasantía —le contó apretando un poco la jarra de plástico.
El chico bajó la mirada y luego la levantó para verla con confusión.
—¿Pasantía?
Sorine asintió varias veces mientras veía a Sayuri disfrutar de su snack.
—En tres semanas tenemos que presentar el proyecto a varias constructoras, el más viable ganará una pasantía, un reconocimiento y la inversión a su proyecto —le contó en un hilo de voz.
El castaño abrió los ojos ligeramente con sorpresa. Con razón se estaba tomando tan en serio el proyecto y los precios.
—Y el techo de paneles...
Ella negó varias veces.
—No es viable, nadie va a querer invertir esa cantidad, aunque sea una inversión a largo plazo lo verán como un gasto exagerado.
Izan dejó escapar aire desviando la mirada a su hija.
—Perdón, creí que solo era una tarea más —masculló.
Sorine asintió antes de tomar la envoltura de los palitos de pan.
—No importa, ya me hice a la idea de que seré un fracaso, no debí escoger la carrera —refutó sintiéndose decepcionada de sí misma.
El chico empuñó una mano; la arquitectura era una carrera muy competitiva y mayormente de hombres. De hecho, admiraba que ella estuviera ahí y le molestó un poco escucharla hablar así.
—Dejé la mamila de Sayuri en la recámara —musitó caminando hacia el lugar.
No pensaba decirle que debería dejar de subestimarse, su idea era buena, solo tenía que buscar un mejor proveedor y anular el hotel.
Sorine no le puso atención, en vez de eso trató de tirar la envoltura al bote de basura pero esta cayó fuera. Bufando se agachó para recogerla y al dejarla dentro del bote se quedó viendo una botella color marrón. Frunciendo el ceño la tomó y al leer lo que era se levantó con suma lentitud sintiendo los latidos de su corazón en la sien.
¿Era una jodida broma?
Izan regresó y al ver lo que la chica sostenía en la mano se sintió un tanto avergonzado. Aunque solo era una.
—Ah... Eso... —titubeó.
Entonces orbes verdes con un brillo amenazador lo miraron.
—¿Acaso estás loco? ¿Cómo puedes tomar teniendo a Sayuri bajo tu cuidado? —espetó.
Él frunció el ceño. Bien, no esperaba tal reacción, era como si hubiera encontrado una botella de vodka en vez de una de cerveza.
—No me alcoholicé si es lo que estás insinuando —alegó con suma seriedad.
Sorine regresó la botella a la basura y salió de la cocina evitando tocarlo o mirarlo.
—No necesitas hacerlo para ser un irresponsable. ¡Una, solo necesitas un leve grado de alcohol para perder la noción y no estar cien por ciento alerta! —exclamó caminando hasta el corral donde Sayuri se había levantado y se encontraba observando el intercambio.
—¿Qué? —cuestionó Izan siguiéndola y sintiendo sus palabras como peso muerto—. Jamás arriesgaría a mi hija, no estaba... ¡Solo fue una! —Casi gritó.
Ella lo señaló.
—Solo se necesita una; un segundo, una botella, una maldita decisión errónea para arruinar... —Tragó pesado, incluso sus ojos estaban cristalinos.
—No puse en riesgo a mi hija —repitió el castaño con dureza acercándose a ella—. Jamás lo haría.
—¡Sí lo hiciste! Dios, ¡¿cómo puedes ser tan egoísta?! —exclamó ella negando varias veces.
Y fue como si hubiera encendido una llama dentro de Izan.
—¿Egoísta? —preguntó en voz baja empuñando las manos—. No tienes una maldita idea de a todo lo que renuncié por ella, no tienes derecho a hablar como si me conocieras, ¡dejé todo, todo por ella! —vociferó extendiendo una mano en dirección a la bebé.
Sorine no se pudo contener, tronó los dedos varias veces.
—¡Bienvenido a la realidad, Izan! Eso es lo que hace un buen padre, si no querías una hija, no hubieras...
—¡No sabes nada, no me conoces! —la interrumpió levantando la voz—. ¡No tienes derecho a hablar de mí ni de Sayuri!
Se miraron con enojo por varios segundos, ambos respiraban de manera rápida. Izan podía sentir sus manos temblar del coraje ante la acusación que le estaba llegando a lo más profundo del alma.
—Eres un hipócrita, crees que el hielo la va a enfermar cuando tú eres el que la descuida porque no superas lo que dejaste atrás —acotó ella sacudiendo la cabeza controlando el tono quebrantado de su voz.
—¿Estás insinuando que soy un mal padre? —cuestionó Izan en voz amenazante.
—No lo estoy insinuando, te lo estoy diciendo, ¡tu prioridad siempre debe de ser Sayuri, no tus sueños frustrados! —gritó la chica señalando a la pequeña.
El castaño se enterraba las uñas en sus palmas por la fuerza que estaba haciendo al empuñarlas. Sorine no sabía nada.
—¡Estaba perfectamente bien sin ti, Sayuri y yo estábamos bien, llegaste con tu maldita carrera a recordar lo que dejé atrás; es tu culpa que me sienta así! —espetó en voz alta.
Sorine abrió los ojos con sorpresa antes de desviar la mirada y tragar con pesadez. Asintió varias veces y tomó su mochila para después mirar a la bebé.
—Lamento haberlo hecho —masculló seria dirigiéndose a la puerta.
Tras abrirla salió e Izan la siguió, pero ni siquiera le dio tiempo de cerrarla, él azotó con fuerza la puerta y luego recargó la frente en la madera respirando de manera ajetreada.
¿Qué demonios había pasado?
Sorine sostenía el volante de su auto con fuerza mientras ligeros espasmos recorrían su cuerpo. Estaba hormonal, lo sabía, pero eso no borraba el recuerdo del porqué decidió dejar de ser niñera... Hasta que se topó con Sayuri.
Sentía la goma del volante incrustarse en su frente mientras lágrimas recorrían sus mejillas y ella sollozaba de manera amarga.
Un descuido, solo eso se necesitaba para arrebatar una vida a quien no la debía.
Durante su último año de preparatoria ayudó a una amiga de Trevor que era madre soltera, tuvo a su bebé a escasos diecinueve años y se partía la espalda trabajando para su hijo.
La solía admirar; la chica trabajaba, estudiaba y llegaba a casa con una sonrisa. Ella tenía poco menos de quince años pero era bastante responsable con el niño gracias a años de experiencia como niñera y a que su hermano la ayudaba de vez en cuando.
Y solo bastó un descuido de la chica. Jamás se atrevió a preguntar cuánto bebió esa noche, de por sí ya tenía el alma destrozada.
Era invierno y había planeado un regalo hermoso para el pequeño: Un mameluco de Santa que lo mantuviera caliente, pues en las noches de nieve el frío era insoportable.
Llegó ese día a su hora habitual, después de la escuela. Llevaba una bolsa de regalo y se sentía emocionada por ver la cara de Antón, el niño a su cuidado. Pero aquella tarde nadie le abrió la puerta, esa hermosa risa no la recibió ni sus ojos azul claro la miraron con emoción.
La noche anterior fue una de intenso frío por lo que la madre de Antón puso la calefacción y olvidó apagarla antes de irse a dormir. En la casa encontraron latas de cerveza vacías. La chica había estado abrumada por el trabajo y las cuentas y quiso relajarse un poco, solo un poco. Amaba a su hijo, lo hizo con cada fibra de su ser y aun así acabó con su vida sin querer.
Sorine limpió las lágrimas de su rostro y trató de controlar los sollozos. Por eso había reaccionado así con Izan, el pensar que el chico podía cometer un error a causa del alcohol la sacó de quicio.
Sayuri se había metido demasiado profundo en su corazón y no se perdonaría que algo le pasara.
En realidad no le importaba la pelea ni lo que el castaño le dijo, si con eso Izan no repetiría su acción entonces había valido la pena perder incluso la vaga amistad que estuvo formando con el chico.
Esa bebé merecía tener una larga vida junto a su padre. A veces, los sacrificios de hoy eran cosechas fructíferas del mañana.
Los oídos de Izan retumbaban gracias al incansable llanto de Sayuri. Se encontraba en medio de una rabieta y él respiraba con lentitud tratando de mantener la calma.
Estaba actuando de manera infantil y lo sabía, era como si el enojo se hubiera llevado la parte madura de él y la hubiera reemplazado por una actitud digna de su hija.
Limpió con un trapo los restos de papilla y suspiró por la boca; su playera blanca tenía manchas cafés, su cabello estaba lleno de restos de comida y su hija... bueno. Levantó la mirada mientras tallaba la mesa, su niña estaba sostenida del borde del corral y gritaba como si fuera una Banshee.
En su arranque de enojo decidió sacar de sus vidas todo aquello que Sorine dejó, había regresado a la papilla y trataba de quitar la picazón de las encías de su hija con una gasa de agua tibia.
Y había resultado en un monumental fracaso.
Sayuri estaba furiosa, se negó a comer a toda costa y terminó por golpear el plato con papilla mandando el contenido hacia todos lados. Si él era un desastre, su hija era una tragedia de papilla.
Terminó de limpiar la mesa, el suelo y las sillas y caminó hasta la cocina sacudiendo la cabeza, echó el trapo sucio a la tarja y puso las manos a cada lado de la mencionada mientras cerraba los ojos y suspiraba de manera audible.
Al levantar los párpados, encontró la jarra con los palitos de pan, parecían burlarse en su cara de que Sorine tenía razón en todo lo que le enseñó... Incluso en aquello que espetó. Tomó uno y regresó hasta la bebé, quien al visualizar lo que llevaba en la mano, inmediatamente se calmó y estiró su pequeño brazo mientras se hacía arriba y abajo.
—Lo sé, soy un idiota —murmuró entregando el palito y poniéndose en cuclillas frente a su hija.
La bebé no tardó en empezar a comer pero con sus ojos lo acusaba de todos sus actos mientras que él negó varias veces.
—Estamos bien, Sayuri; tú y yo, ¿recuerdas?
La mencionada se sentó dándole la espalda e Izan levantó ambas cejas con sorpresa.
Para tener nueve meses, su hija era bastante expresiva... Y rencorosa.
Observó a la bebé dormir después de un trabajoso baño. Si su niña quería hacerle sentir que estaba molesta con él, lo estaba logrando.
Cuando la metió a la regadera gritó tan fuerte que creyó que la había quemado a pesar de haber puesto la temperatura correcta. No se dejó enjabonar bien, el shampoo se lo logró quitar solo cargándola y metiéndose con ella debajo del chorro de agua aun con la ropa puesta.
El secado fue peor: le tiró patadas, no se dejaba poner el pañal y cuando prendió la secadora gritó de nuevo como si la estuviera torturando.
Era un milagro que sus vecinos no hubieran llamado a la policía, dados los gritos.
Bebió de su taza de café mientras apoyaba el cuerpo en el marco de la puerta de su recámara. Jamás había sido tan difícil su hija, jamás. Y sabía perfectamente bien que el detonante fue la pelea que presenció con Sorine.
Su hija se había apegado a la castaña en menos de una semana, algo que lo llenó de temor pues aquello no debió de haber pasado.
Bebió más de su café frunciendo el ceño y sacó su celular de la parte trasera de los jeans. Con un dedo maniobró hasta llegar a sus contactos y llamó a Thiago sin siquiera mirar la hora. La llamada no tardó en ser contestada.
—¿Qué le pasó a Sayuri? —Fue lo primero que dijo su amigo.
Izan frunció el ceño.
—Nada, ¿por qué crees que llamo por ella? —preguntó caminando hasta su sala donde tomó asiento frente a la computadora.
Escuchó silencio por varios segundos.
—¿Acaso sabes qué hora es?
El castaño alejó el celular de su oído y al ver la hora alzó ambas cejas con sorpresa.
—Perdón, no creí que fuera tan tarde —masculló pasando una mano por su rostro—. Necesitaba un dato...
Escuchó a su amigo moverse y suspirar.
—¿De...?
—No, nada de ella —intervino rápidamente. Otro silencio y él se aclaró la garganta—. Es de Sorine, necesito saber en qué escuela estudia —explicó con un nudo en la garganta.
—Y necesitas saber porqué...
Izan suspiró y dejó caer la cabeza hacia adelante. Thiago era sobreprotector, algo que solía agradecer, menos en ese instante.
—Olvidó algo aquí y aunque no lo creas, no hemos intercambiado números de teléfono, es algo de su proyecto y lo va a necesitar.
Escuchó un papel del otro lado.
—Fingiré que creo la patética excusa, te daré lo que pides porque lo único que es seguro es que no tienes su teléfono o no me estarías llamando a media noche —musitó su amigo en medio de un bostezo. El castaño prendió la iMac mientras esperaba el dato—. Va en el instituto tecnológico de Esbjerg —le informó en un ligero tono de asombro.
El chico asintió y abrió la carpeta donde Sorine tenía respaldado su trabajo, lo copió y luego creó otra carpeta con su nombre dónde pegó el archivo extra.
—Gracias —susurró mientras le cambiaba el nombre a la copia.
—Ethan, te estás involucrando demasiado —le advirtió el inglés.
Izan se aclaró la garganta mientras cargaba la copia del proyecto de Sorine.
—No es así —le aseguró sabiendo que era una vil mentira.
Sorine tenía ganas de aventar su laptop desde el techo de la facultad. Tal vez era que se había acostumbrado a trabajar sin trabas, o su mal genio, o una mezcla de todo y nada. Pero no había avanzado en las últimas dos horas que llevaba trabajando en su proyecto.
El día anterior llegó a su casa y se encerró en su recámara. No contestó los mensajes de Naím ni las llamadas de Macy, ni siquiera salió a cenar a pesar de que su padre la buscó.
En aquél momento se encontraba enojada y triste, ahora solo sentía lo último de manera abrumadora. Iba a extrañar esa mirada ambarina llena de inocencia y jugar "peek a boo".
Suspiró y se sobresaltó cuando alguien dejó un vaso de café a su lado.
—Moka blanco —dijo Naím sentándose a su derecha.
Del otro lado de su laptop apareció un muffin de cereza.
—Y algo de desayunar, no pienses rechazarlo —amenazó Macy tomando el otro lugar.
La castaña se sintió un tanto cálida por dentro y les dio una pequeña sonrisa a sus amigos.
—Trevor te dijo —acusó Sorine a la pelinegra mientras olía el exquisito café.
La aludida se encogió de hombros antes de apoyar la cabeza sobre su brazo extendido por la mesa.
—Puede ser —masculló.
Sorine hizo girar los ojos antes de suspirar y ver a sus amigos.
—Fue un pésimo día, dejémoslo así —murmuró sacudiendo la cabeza.
El chico a su lado apoyó ambos brazos sobre la mesa, estaban en una parte de la escuela donde había mesas y conexiones a la red eléctrica. Estaba al aire libre y en un lugar céntrico del campus.
—Eso lo entendimos cuando apagaste tu celular. Gracias, por cierto, no era como que me hubiera quedado sin llaves y con mis padres en el extranjero tuve que dormir en el auto —murmuró Naím con hartazgo.
La castaña tomó un poco de su bebida.
—No sé porqué lo dudo... Ah sí, es por ese chupetón que crees que no se te ve a la altura del cuello —musitó divertida.
Su amigo abrió los ojos con sorpresa y Macy soltó una fuerte carcajada.
—¡No estaba con Macy! —exclamó sonrojado.
—Eso no te hace ver mejor —susurró la mencionada en medio de un suspiro mientras apoyaba la barbilla sobre su palma.
Sorine la señaló con el pulgar.
—Tiene razón, ¿cuándo vas a dejar de andar de aquí para allá?
Naím se encogió de hombros y cruzó los brazos a la altura de su pecho, inclinó la cabeza hacia atrás y miró al cielo.
—Prefiero esta libertad, no le debo nada a nadie —les explicó.
La castaña vio a su amiga pero la chica solo hizo girar los ojos.
—En fin, ¿vamos a desayunar? Algo me dice que ese muffin no será suficiente para los tres —alegó Macy señalando el pequeño panqué.
Sorine suspiró y cerró de golpe su laptop, de todos modos llevaba diez minutos trabada.
—A esta hora ya es almuerzo —la corrigió.
Naím se levantó y abrió su mochila morada para que ella pusiera la computadora en el interior, después de hacer aquello la cerró y se la colgó al hombro.
—Ahora entiendo porqué nos odian —musitó Macy mientras comenzaban a caminar.
Sorine y Naím la vieron confundidos y la chica señaló la mochila de su amiga en el hombro del chico.
—Eres caballeroso con nosotras, es tu culpa que la mitad de mis compañeras me desprecie.
Naím rio divertido y negó varias veces.
—Dudo que sea eso —exclamó convencido.
Sorine asintió.
—Lo apoyo, en mi caso es por ser mujer... Y becada —dijo haciendo un ademán de hartazgo.
Macy y Naím la vieron con enojo.
—La gente de esta escuela es tan elitista —exclamó la primera.
—Y misógina —añadió el segundo.
Sorine se encogió de hombros y notó a dos chicas que pasaron a su lado murmurando y riendo. La castaña frunció el ceño pero siguió caminando con sus amigos.
—Los de tu carrera son los peores, juniors que esperan recibir todo caído del cielo —espetó Macy cruzando los brazos.
—¿Viste? Era tan bella —dijo otra chica pasando a su lado.
—Y él se me hizo conocido, en algún lado lo he visto —comentó su acompañante femenino.
La castaña las vio con ojos entrecerrados sintiendo su corazón brincar, esa reacción ya la había visto.
—Sorine.
Volteó y miró a sus amigos, se habían detenido porque ella hizo lo mismo, la veían extrañados.
—Perdón, me distraje, ¿decían?
Naím cruzó los brazos.
—¿Vas a recoger lo que dejaste en el salón? —le preguntó.
Ella asintió y se encaminaron a la facultad de arquitectura. En el camino llegaron a ver más chicas de mirada soñadora y algunas riendo. La castaña frunció aún más el ceño.
Justo cuando llegaron a su edificio, Sorine se detuvo de golpe y abrió los ojos con sorpresa. Sus amigos se pararon detrás de ella y siguieron la dirección de su mirada.
Ahí, justo a un lado de las escaleras que llevaban a su facultad, estaba ese chico de carreola roja con negro que la veía con cierto arrepentimiento mientras mantenía las manos en las bolsas de su jogger oscuro.
—Izan —dijo asombrada, en voz baja.
Naím hacia trompetillas y podían escuchar a Sayuri reír y aplaudir emocionada.
Estaban en unas jardineras que fueron adaptadas como bancas. Izan miraba a sus amigos que estaban fascinados con su hija y luego veía sus manos sintiéndose incómodo.
Macy y su amigo estaban a unos cuantos metros de ellos jugando con Sayuri mientras que ella e Izan los observaban en completo silencio.
—La escuela es grande —murmuró de pronto el castaño.
Sorine suspiró pero asintió, jamás pensó verlo en su escuela.
—¿Cómo te dejaron pasar? —le preguntó en un susurro.
Él sacó su celular y tras buscar algo le mostró la pantalla. Era una carta con la firma de Thiago hasta abajo. Hacían alusión a que la empresa del inglés pensaba becar al castaño.
—Es mentira —exclamó Izan al ver el gesto sorprendido de Sorine—. Solo me hizo el favor para poder entrar.
La chica arrugó la nariz.
—Pero pueden hacerlo.
Él fingió distraerse en su celular una vez que Sorine dejó de mirar la pantalla.
—Podrían, pero Thiago ya me está ayudando bastante, estoy bien con el diseño.
La chica cruzó los brazos recargándose en la banca, sabía que no era cierto pero no quiso traer a memoria por lo que habían peleado.
—¿Sabes? Yo... —Izan pasó una mano por su cabello—. Estuve fuera de lugar, lo lamento.
La castaña observó a sus amigos, Macy había sacado una cinta y ahora media a Sayuri mientras Naím la sostenía, sonrió ligeramente y el chico a su lado siguió su mirada.
—Pero qué...
—Macy está estudiando diseño de modas, ya se había tardado en medirla —lo interrumpió ampliando su sonrisa y luego lo vio—. Sobre lo otro, discúlpame tú, no debo meterme y tienes razón, no sé nada de ti o de cómo eras...
Izan sacudió la cabeza varias veces.
—Pero tienes razón, Sayuri debe ser mi prioridad, no puedo hacer cosas... —Suspiró cansado y entrelazó las manos frente a él—. Lo lamento, todo lo que dije.
Sorine puso ambas manos sobre la banca y columpió sus pies varias veces.
—Yo también, no eres mal padre, estás lejos de serlo —musitó.
Izan sintió el estómago revolverse y apretó sus manos. Ambos mantuvieron la atención en Sayuri quien reía cuando Naím la subía y bajaba dificultando la tarea de Macy.
—Gracias —dijo finalmente el castaño en voz baja con un ligero sonrojo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro