Capítulo 27
Dentro de la habitación del hospital había un sofá largo pegado a una ventana que daba al jardín de juegos. Era el único lugar donde los padres podían permanecer a un lado de sus hijos y se trataba de darles ciertas comodidades.
La luz de la luna se reflejaba en el cabello castaño de la chica que se había acostado en sus piernas. Él tenía una mano apoyada en la curvatura de su cintura e intercalaba la mirada entre ella y su hija una y otra vez.
A pesar de haberse arrepentido de la pelea, una cosa era cierta: Sorine no era mamá de Sayuri. Pero esa línea cada vez se difuminaba más entre la chica y su hija. Cualquiera podría decir que eso era asombroso y que debería estar feliz, sin embargo, no podía ser así. La chica estaba ajustando su vida, sus actividades, a ellos. Y le daba miedo que olvidara quién era por permanecer a su lado... Que renunciara a todo por dedicarse a Sayuri cuando no era su obligación.
Sus amigos creían que no sospechaba el próximo paso de Lara, pensaban que era algo que lo tenía sin cuidado, pero habían olvidado que la razón de tanto secretismo, de que no tuviera perfil en alguna red social o una cuenta bancaria, había sido para que nadie de su pasado los pudiera encontrar.
Y ahora tenía todo sobre la cabeza: el accidente de la niña, las intenciones de su ex y la probabilidad de que Sorine renunciara a sus sueños por ayudarlo.
Sí, lo que le dijo a Noam no fue por el calor del momento, sentía que se estaba ahogando.
Enredó la mano libre en su cabello y suspiró.
Había estado juntando para un pequeño auto, ahora con la que seguramente tendría que pagar se le iban a ir parte sus ahorros. Y no le dolía, la verdad era que su hija y él disfrutaban de caminar por las calles de Esbjerg.
Pero un vehículo a veces era necesario, como cuando tuvieron que correr al hospital... O cuando la lluvia los agarraba afuera.
Movió la mano a la cabeza de la castaña y pasó los dedos por su cabello. Ella suspiró contenta y sintió que apretó un poco su rodilla antes de regresar a respirar con parsimonia.
Recordó cómo inició todo, como su vida dio un vuelco de ciento ochenta grados por algo tan sencillo como el mal clima. Las circunstancias que llevaron a Sorine ese día al café jamás las iba a lograr entender.
¿Era su destino permanecer con ella?
Metió la mano debajo del cabello y acarició el cuello de la chica sintiéndola estremecer.
No se podía engañar, amaba despertar y verla a su lado, esos momentos en que la castaña se despavilaba del sueño eran de lo más tiernos. Ni con Lara llegó a sentirse así; si le propuso matrimonio fue porque sintió que era lo correcto dado el embarazo. Pero no era por esa necesidad de querer ser lo primero y último que viera en el día.
Se había enamorado profundamente y no podía explicar cómo sucedió.
Detuvo las caricias en el cuerpo de su novia y regresó la atención a Sayuri. La bebé dormía en una de esas cunas de hospital de las que era imposible escapar. No había despertado, ni para comer. Pero la doctora Karan le aseguró que era porque estaba exhausta de las actividades del día.
Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y cerró los ojos para tratar de descansar. Sabía que no dormiría, pero los ojos ya le pesaban; estaba realmente agotado.
Cuando Sorine dejó de sentir la mano del chico, levantó los párpados y observó a la pequeña. Habían discutido por quien debía recostarse en el sofá, al final Izan ganó cuando ella bostezó. Los exámenes junto al estrés del día la terminaron noqueando. De hecho, si no hubiera sido por las caricias del chico, seguiría perdida en sueños.
Parpadeó varias veces para que su vista se ajustara a la iluminación. Había unas luces en las paredes de la habitación, pero eran tan tenues que no molestaban a la hora de querer dormir. Se incorporó con lentitud y encontró a Izan reposando la cabeza en el sillón.
—¿Te desperté? —susurró el chico sin abrir los ojos y ella pasó una mano por su cabello.
—¿Qué hora es? —masculló mirando el cielo.
—Como las tres —respondió él antes de suspirar y levantar los párpados. Sorine se estaba trenzando el cabello.
—¿No ha despertado?
El castaño negó y pasó una mano por su cabellera despeinándola aún más.
—Karan dijo que era normal pero... —Llevó la mirada a su hija—. No puedo evitar preocuparme.
Sorine asintió, se había sentando en forma de mariposa.
—Lo sé, también le pregunté a Trevor —murmuró mordiendo su labio inferior—. Google no es de mucha ayuda —concluyó negando.
—¿Mañana tienes clase? —cuestionó el chico apoyando los codos en sus rodillas.
Ella afirmó con la cabeza y se encogió de hombros.
—No importa, me darán resultados de los exámenes y retroalimentación, puedo faltar —respondió con desinterés.
Sin embargo, él sacudió la cabeza.
—No, ve; a Sayuri la darán de alta temprano, estaremos en casa.
La chica volvió a morder su labio.
—No creo poder estar tranquila, me gustaría pasar tiempo con ella —dijo en voz casi inaudible.
Y ahí estaba de nuevo ese impulso a ajustarse a sus vidas en vez de hacer lo que debía, Izan endureció la mandíbula y regresó la atención a la bebé.
—Tienes clases y hay que terminar los jardines de la maqueta —le recordó con voz neutral antes de regresar a verla—. Tienes muchas cosas que hacer, no puedes detener todo por ella.
Sorine entrelazó las manos en su regazo, no podía sacarse la culpa, era algo amargo que evocaba cada que cerraba los ojos, la manera en la que Sayuri le pidió que la cargara.
Sin embargo, parecía haber algo más detrás de las palabras de Izan, algo que le daba miedo preguntar.
—¿Estamos bien? —preguntó aunque hacía horas habían dicho que sí; los orbes ambarinos del chico se abrieron con sorpresa y luego frunció el ceño—. Estás junto a mí pero te siento del otro lado del mundo.
Él suspiró antes de acercarse y tomar sus manos entrelazadas en las propias.
—Solo no quiero que detengas tu vida por Sayuri; ella está bien y estaremos en el departamento para cuando salgas, ¿ok?
La castaña soltó el aire que no sabía que estuvo conteniendo durante su respuesta.
—Mañana se entrega —dijo con algo de temor que se obligó a ocultar con una sonrisa—. Es lo último que haré en el semestre y siento que es lo único que hice en estos seis meses —rio.
Izan acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Quedó bien; los planos, la maqueta, todo está listo, solo falta terminar los jardines —dijo sobre su piel al haber acercado las manos a sus labios—. Debes confiar más en ti.
Ella sonrió y puso su frente en la de él.
—¿Te has dicho eso en un espejo? —musitó sobre sus labios.
El castaño sonrió entendiendo la referencia y se dieron un beso tranquilo, entrelazaron sus manos antes de separarse y ella recostó la cabeza en el pecho de su novio.
Ambos posaron la mirada en la bebé y el chico apretó un poco el agarre, su corazón había dado un brinco y su estómago se revolvió.
Lara se iba a vengar por lo del sábado. Tenía ganas de agarrar a su hija y escapar del otro lado del mundo. Bajó la mirada a la cabeza de la chica y tragó saliva con pesadez.
Ahora no podía agarrar e irse, había hecho su vida en Esbjerg, echó raíces a pesar de jurarse no hacerlo. Tenía mucho que perder y su ex lo sabía.
Besó la cabeza de la castaña y soltó su mano para abrazarla.
Sentía que estaba a punto de caer de ese acantilado, lo percibía en cada poro de su piel, en cada respiración, en cada movimiento.
Tenía miedo, se estaba ahogando y el temor amenazaba con dejarlo mudo y observando cuando todo se derrumbara a su alrededor.
Cuando Sayuri despertó, a eso de las seis de la mañana, lo recibió con uno de sus gritos emocionados mientras daba pequeños brincos dentro de la cuna.
Izan no dudó en bajar el barandal para cargar a su pequeña, aunque su mirada se quedó unos momentos en la herida que se veía un tanto inflamada.
—Hola —susurró mientras acomodaba su cabello con ternura—. ¿Estás bien?
La pequeña aplaudió antes de poner las manos en sus mejillas y hacer una trompetilla, acto que hizo reír ligeramente al castaño.
Sorine se acercó titubeante, cuando Sayuri la notó inmediatamente le extendió los brazos y se impulsó hacia ella mientras se movía arriba y abajo en los brazos de su padre.
Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas, pero tomó a la bebé y la abrazó con cuidado. Puso una mano en su espalda mientras que con la otra la sostuvo y escondió el rostro a un lado de la cabeza de la pequeña.
—Lo siento, Dios, lo siento tanto —le dijo con la voz quebrada.
Sayuri se mostró tranquila, casi como entendiendo que tenía que sacar cosas de su pecho. Izan miró a la puerta y tras darle un pequeño apretón a Sorine, quien se limitó a verlo unos segundos, salió de la habitación para buscar a una de las enfermeras para avisarle que su hija estaba despierta.
Tuvo que caminar hasta la estación, pero aquello le sirvió para despertarse un poco. Al encontrar a una enfermera le comentó que Sayuri estaba despierta y esta de regreso le dijo que mandaría al doctor Kaspersen o a la doctora Mikkelsen.
Izan se encaminó al baño y en el lugar se echó varias veces agua en el rostro antes de suspirar y pasar las manos por su cabello para finalmente, secar el agua sobrante.
Estaba realmente cansado, se podía quedar dormido con facilidad.
Regresó a la habitación donde escuchó murmullos, al pensar que era Sorine hablando con uno de los doctores abrió ligeramente la puerta. Pero la habitación seguía vagamente iluminada y solo estaba la chica hablando con su hija.
Empujó más la puerta para entrar.
—Te amo, ¿eh? Eres lo mas bello que me ha pasado en la vida —musitó Sorine.
El chico se detuvo de golpe, con la mano aún en la puerta y los ojos abiertos de manera descomunal.
Sayuri rio claramente emocionada por las palabras de la chica, sin embargo, no fue la misma sensación para el padre de esta que sentía que el corazón se le había ido a la garganta. No supo qué sentir o si acaso intervenir. El miedo y la incertidumbre se acrecentaron en su interior al recordar que Thiago le había advertido que la castaña era capaz de dejar todo por ellos.
Sin hacer ruido, regresó sobre sus pasos y cerró la puerta para quedarse mirando el muro frente a él.
¿Por qué no se podía emocionar porque Sorine amara a su hija tanto como él? Esa sería la reacción más acorde a su situación.
«No quiero que renuncie a sus sueños» se contestó mentalmente mientras suspiraba y pasaba una mano por su rostro con frustración.
A Sorine aún le quedaban años de carrera, tenía muchas cosas que vivir. No podía cambiar su vida por ellos, no la dejaría hacerlo.
—¿Moore?
Se sobresaltó al escuchar a la doctora Karan y se obligó a retomar la compostura.
—Despertó hace unos minutos —dijo y se aclaró la garganta—. Tiene la herida inflamada pero no noté otra cosa.
La mujer le dio una mirada indescifrable antes de asentir.
—Vamos a revisar —anunció antes de abrir la puerta y darle el paso.
Sorine y su hija los recibieron con sonrisas que él no pudo regresar del todo. Cuando la castaña puso a Sayuri sobre la cuna para que la doctora la checara, miró extrañada al chico que mantuvo la atención en lo que la mujer hacía.
Pero al ver de soslayo que no lo dejaba de ver, volteó y le dio una diminuta sonrisa antes de entrelazar sus manos para hacerla creer que nada estaba pasando.
Y aunque la castaña apoyó la cabeza en su brazo, no le dijo nada; pues tal y como le hizo saber en la madrugada, estaba ahí junto a ella, pero su mente estaba a millones de kilómetros.
Sorine bostezó mientras sostenía a Sayuri, Izan estaba viendo la cuenta del hospital y ella mantuvo la mirada en las puertas que de pronto se abrieron y por ellas entró cierta pelinegra con una bolsa y un café en las manos.
Macy le dio una sonrisa al acercarse.
—¿Cuántas horas llevas despierta? —le preguntó viendo a Sayuri aplaudir.
La castaña miró a Izan.
—No tantas como él, me dejó dormir en el sofá de la habitación, me preocupa porque Sayuri no se va a dormir en un largo tiempo.
La pelinegra negó.
—¿Por eso no ibas a ir a la escuela?
Sorine negó y acarició a la bebé.
—En parte.
Su amiga suspiró de manera audible.
—Sorine, descuidar tus actividades no va a cambiar el pasado, debes de ver las cosas como son —masculló.
—¿Cómo son?
Macy se encogió de hombros.
—Un accidente que les debe ayudar a mejorar su relación —contestó con seguridad.
Sorine llevó la mirada a su novio que ya estaba en la caja.
—Siento que dimos mil pasos atrás; está distraído, ausente.
Sayuri jugaba con su trenza del cabello mientras era observada por orbes aceitunados.
—No lo culpo, debe sentirse igual de mal que tú, y más con todo lo que le gritó Paige —espetó cruzando los brazos—. Si hubiera estado aquí creo que le habría dado una bofetada.
La castaña ladeó la cabeza.
—¿Cómo sabes lo que dijo?
Su amiga hizo un ademán de desinterés.
—Thiago me contó. —Bufó exasperada—. Cómo si no tuvieran suficientes cosas en qué pensar, ella solo aumentó el estrés.
Sorine parpadeó varias veces, había hablado del inglés con demasiada familiaridad, como si hablaran todos los días.
—Espera... ¿Tú y Thiago...?
—Rayos, lo olvidé —la interrumpió Izan al acercarse mientras no dejaba de ver el papel en sus manos—. Demonios —espetó sacando su celular bajo miradas extrañadas.
Las chicas se vieron intrigadas mientras él cerraba los ojos y negaba.
—Carajo, Thiago, siempre haces lo mismo —gruñó mirando el celular antes de regresarlo a su oído.
Al escuchar el nombre del inglés, Macy frunció el ceño. Intercambió mensajes con el aludido hasta las diez de la noche. Sin embargo, cuando le mandó un saludo en la mañana no le regresó el gesto, es más, ni siquiera lo recibió pues el WhatsApp solo mostró una paloma.
—¿Qué pasa? —cuestionó la castaña cuando Izan bufó guardando el celular y doblando la hoja en sus manos.
—Olvidé el día; cada año tratamos de estar con él pero siempre se encierra en su mundo —les contó tomando a Sayuri.
Sorine vio a su amiga que parecía ida antes de ver de nuevo a su novio.
—¿Día?
Orbes ambarinos la vieron con cierta tristeza.
—Es el aniversario de la muerte de sus padres —le contó en voz baja y suspiró de manera audible—. Por eso iba tanto a Copenhague; siempre hace lo mismo, semanas antes del aniversario va y se tortura con esa casa.
Macy miraba hacia la ventana sin ninguna expresión en el rostro. El inglés era excelente actor, se mostró más interesado en la situación de Izan que en lo que lo carcomía por dentro.
Vio dos dedos tronando frente a su rostro.
—¿Qué? —preguntó viendo a Sorine.
—Te fuiste, andas así desde... —La castaña frunció el ceño y negó—. No me escuchaste, ¿verdad?
Macy notó que Izan ya estaba en la puerta y las veía confundido.
—No, me distraje —confesó manteniendo la seriedad.
Sorine suspiró y negó.
—Voy a bañarme al departamento de Izan, ¿te veré en la escuela? —La pelinegra no dijo nada, solo la vio inexpresiva y finalmente su amiga suspiró—. No dejes que te hunda, ¿ok? Pasaré por tus resultados —susurró antes de abrazarla.
Macy asintió y vio a su mejor amiga salir con el castaño que la miró agradecido antes de dejar que las puertas se cerraran.
Sacó las llaves de su auto y las movió una y otra vez en sus manos.
¿Cómo podía sacar a Thiago de un dolor tan grande como lo era el duelo?
Naím revisó los archivos frente a él una y otra vez mientras su jefe marcaba cosas en los papeles.
—¿A qué hora es tu primera clase? —preguntó Joen resaltando otra línea.
—Tengo entrega de resultados a las doce, no hay nada antes —contestó leyendo sobre las llamadas del demandante.
—¿Y por eso tu celular no deja de vibrar? —cuestionó el hombre de mirada gentil.
Naím lo vio avergonzado antes de sacar el aparato. Tenía cinco llamadas perdidas de Paige, no habían hablado desde ese día del hospital y no tenía cabeza para hacerlo.
—Perdón, ya lo puse en silencio —masculló poniendo el celular boca abajo.
Los ojos de su jefe lo miraron con cierta preocupación.
—Naím, te necesito entero para este caso —le recordó y el chico suspiró—. Atiende eso y regresa —concluyó moviendo la cabeza en dirección al celular.
El mencionado asintió, dejó los papeles en la mesa redonda donde había estado trabajando y tras tomar su celular, se levantó y salió de la sala de juntas.
Una vez en el pasillo, suspiró con exageración y le devolvió la llamada a Paige.
—¿Me estás ignorando deliberadamente? —preguntó ella en voz muy baja.
Naím pasó una mano por su cabello y se desabrochó los botones de su polo negra.
—Estoy en el bufete, trabajando —explicó.
La chica rio de manera irónica.
—¿A esta hora? Mejor dime...
—Tenemos un caso grande, ya te lo había dicho... En múltiples ocasiones, ¿podrías tomarte un segundo para recordar lo que te digo?
Escuchó silencio del otro lado.
—¿Sigues enojado? Ya te dije que lo siento —masculló.
—No, Pai, en serio tengo que trabajar y luego ir a la escuela —suspiró—. ¿Podemos hablar después?
La chica bufó o jadeó, no alcanzó a descifrar su reacción.
—Bien —espetó antes de colgar.
Él negó apagando la pantalla, había notado lo quebrado de su voz, pero en serio no tenía cabeza para atender sus volátiles emociones.
A veces adjudicaba su bipolaridad a su prometido, al cambio de aires y a que ellos tenían una relación sin tanta toxicidad. Pero desde que la vio explotar con Izan, se empezó a preguntar si acaso había algo más, algo que pasó por alto porque la chica lo tenía realmente idiotizado.
Por eso la estaba evitando, porque sentía que la pelinegra no estaba siendo del todo sincera.
Si algo odiaba, eran las mentiras, sobretodo cuando estas tenían que ver con aquellos que le importaban. Y quisiera o no, Paige debía aceptar que Sorine se había metido muy a fondo con su primo y sobrina, así que lo que les pasara a ellos, le afectaría a su amiga y por consiguiente, a él.
Esperaba estar leyendo mal las señales, en serio esperaba que sí.
Paige parecía estar llevando una triple vida.
Cuando Sorine salió de bañarse, encontró a Sayuri en el sillón viendo la gallina pintadita con un bowl de trozos de melón entre sus piernas. Atrás alcanzó a vislumbrar a Izan enredando cables; tenía un martillo, clavos y grapas a un lado.
—¿Te vas? —preguntó este sin voltear a mirarla.
—Sí, de la escuela pasaré a terminar la maqueta para ya subirla al auto —dijo moviendo las llaves de una mano a la otra—. No sé si esperar a Macy, le hablaré en la tarde.
El chico asintió y la vio de soslayo.
—¿Me avisas?
Sorine afirmó con la cabeza y como no encontró indicios de que él se fuera a despedir como siempre o algo, suspiró, se acercó a Sayuri y tras darle un beso en la frente y acariciar su cabello con ternura, se encaminó a la puerta.
Miró de nuevo a Izan que ahora estaba amarrando los cables juntos, le daba la espalda.
—Nos vemos —masculló abriendo y cruzando el umbral para salir y cerrar tras de sí. Se alborotó un poco el cabello para secarlo con el aire y sacó su celular para ver la hora.
Podría pasar por algo de desayunar, tenía veinte minutos que matar antes de su clase.
Escuchó que la puerta se abrió detrás de ella y giró sorprendida, sin embargo, no pudo decir nada, pues los labios de su novio impactaron los de ella con cierta desesperación.
Izan puso las manos en su cuello y con sus pulgares acarició de manera tierna sus mejillas, todo sin dejar de besarla con anhelo.
Cuando finalmente se separaron, se miraron a los ojos y él puso su frente en la de ella.
—Te amo, perdón si estoy distraído —susurró sobre sus labios.
Sorine asintió y puso las manos en sus brazos.
—No te preocupes, entiendo —murmuró antes de darle un beso lento—. Te marco al rato.
El castaño asintió y tras compartir una sonrisa, ella finalmente se alejó por el pasillo y bajó las escaleras. La observó hasta que subió a su auto y se despidió de ella con la mano obligándose a actuar como si nada estuviera pasando.
Pero cuando la chica se incorporó a la avenida, su gesto decayó y observó a su hija quien se hacía arriba y abajo al ritmo de una canción de la gallina pintadita.
Cerró la puerta, miró por unos minutos más a la bebé, y finalmente se dirigió a la recámara dónde abrió el ropero y de hasta atrás sacó una maleta deportiva negra. La puso en la cama y regresó al clóset para tomar la mitad de su ropa y acomodarla en la valija.
Tras acabar aquello, sacó la ropa de Sayuri de los cubos de tela y tomó toda la que era de arriba de doce meses para también guardarla. Puso calcetines, zapatitos y juguetes antes de regresar al clóset para estirarse y sacar una caja metálica.
La destapó y observó los billetes esparcidos, tomó un cuarto del dinero y luego la cerró para también guardarla en la maleta y cerrar esta.
Abrió la otra puerta corrediza y tras sacar sus tennis, metió el equipaje tratando de ocultarla para después reacomodar sus zapatos del otro lado del ropero. Al poner el último par, endureció un poco la mandíbula.
Lara tendría que matarlo para quitarle a su hija, así tuviera que dejar toda su vida atrás y a la chica que amaba con toda el alma; nada ni nadie lo separaría de su niña.
Sorine iba leyendo sus calificaciones mientras caminaba por la universidad. Había obtenido solo un nueve en todas sus materias y tenía pendiente la del proyecto, pues hasta el jueves los evaluarían. Debían presentar primero el proyecto ante sus profesores y el viernes sería ante los jueces y directivos de empresas. El jueves era como un ensayo general que derivaba en su calificación final.
Su corazón latió con fuerza y se mordió el labio. Anhelaba con todo el corazón que Izan presentara el proyecto con ella, pero sabía que era imposible, tenían que mantener en secreto quién era su socio hasta que obtuvieran el contrato.
Si es que ganaban.
Sacudió la cabeza y trató de alejar todos los pensamientos negativos. El proyecto era bueno, la inversión y el ahorro de los paneles junto al impacto en la zona era bastante atractivo y positivo. Tenían todo para triunfar.
—¡Kaspersen! —gritaron desde atrás.
Volteó extrañada, pues había sido una voz femenin;, entonces encontró a Midori caminando hacia ella con las manos empuñadas y los ojos llenos de ira.
—¡Zorra! —exclamó la chica una vez que estuvo frente a ella.
Sorine abrió los ojos con sorpresa y notó que los que habían estado a su alrededor las veían.
—¿Disculpa? —dijo sin entender qué le pasaba a la joven.
Midori la aventó hacia atrás y la castaña trastabilló.
—¡Zorra! Eres una maldita fácil que...
Sorine se desconcertó un poco por lo que la chica exclamaba con enojo, sin embargo, se enderezó en toda su estatura al entender la acusación.
—A ver; uno, no tengo idea de lo que hablas y, dos, si alguien es una zorra es esa a la que llamas amiga —exclamó Sorine señalando a una Lara que parecía divertida ante la situación.
Los ojos de Midori bien la pudieron matar.
—Seguramente por eso bailaste con Kenji, porque eres santa y pura...
La castaña negó.
—Arregla tus problemas con tu novio y déjame afuera de sus asuntos; ni siquiera es un amigo...
—¡Me dejó por ti! —gritó encolerizada su compañera mientras la señalaba—. Porque siempre te ha deseado y...
Sorine rio con sarcasmo, Kenji la había tratado como una idiota casi toda la carrera.
—Probablemente te dejó por tus enfermizos celos, ¿lo has pensado? —La chica abrió y cerró la boca como pez mientras que la otra negó con la cabeza—. Me cuidaría más de esas que se dicen tus amigas —espetó dándose la vuelta para ir a su auto. Temblaba de coraje.
Pero Midori la tomó del brazo y la volteó con brusquedad, Sorine casi vio en cámara lenta como elevó la mano para darle una bofetada pero de pronto un cuerpo apareció frente a ella.
—¡Basta, Midori! —exclamó Kenji sosteniendo las manos de la mencionada—. Estás haciendo el ridículo frente a la escuela, ¿no te da vergüenza? —gruñó con enojo.
—Claro, tenías que venir a ser su caballero...
Sorine sintió cómo tomaron su mano para jalarla; se habían acumulado varios compañeros que los rodeaban así que hasta que salieron de la conmoción, encontró que fue Naím quien la sacó.
—¿Puedes creerlo? —bufó ella mientras su amigo la abrazaba por los hombros y les dirigía miradas asesinas a los que se atrevían a señalar—. No sé qué demonios tiene en la cabeza, pero no es mi culpa lo que sea que pasó con su novio... O ex... ¡Como sea!
El chico negó y juntos se dirigieron al estacionamiento.
—Súmale que seguramente Lara le ha estado alimentando el odio —escupió él.
Ella suspiró de manera audible y trató de calmar su alterado estado de ánimo.
—¡Está casada! ¿Por qué no se dedica a su esposo? ¡Ella no quiso a Sayuri! —espetó al llegar a su vehículo donde se recargó y puso las manos en su rostro—. ¿Cuál es el fin de todo esto? —gimió con desesperación.
Naím la vio preocupado, la chica subió las manos a su cabello y enredó los dedos.
—Sorine...
—¿Quiere que deje a Izan? ¿Es eso? Tenerlo libre para regresar con él a su antojo.
Su amigo suspiró y la abrazó, lágrimas se habían empezado a derramar sobre su rostro y la sentía temblar.
—No dejes que te afecte, eso está buscando —susurró sobre su cabello.
La sintió sacudir la cabeza mientras lo abrazaba.
—¿Hasta dónde va a llegar? —lloró en su pecho.
Orbes grises miraron al firmamento teniendo la respuesta pero sabiendo que no podía decir nada. Al menos no hasta que Joen encontrara un hueco legal en la demanda de Saúl.
«Hasta las últimas consecuencias» le respondió a su amiga con agobio y en su mente.
Lara había planeado bien sus pasos y sabía que solo estaban empezando a ver la punta del iceberg.
Cuando Macy llegó a la casa en Copenhague, no encontró el auto del inglés en el estacionamiento superior. Sin embargo, al saber que existía el garage, se estacionó y bajó del auto mirando la casa frente a ella sintiendo el latido de su corazón en la sien.
Durante todo el camino pensó en cómo debería presentarse, qué lado de ella sería el más adecuado mostrarle. Pero ya en el lugar todos sus planes se esfumaron de su mente.
La brisa movió su cabello hacia el lado izquierdo y ella entrelazó las manos al frente con nervios. Si Thiago se mostraba molesto o esquivo, como antes lo hacía, la haría renunciar a eso pequeño que tenían.
No sabía lidiar con el duelo, ni siquiera tenía experiencia. Pues bien se lo dijo el inglés, ella tenía a su padre vivo para odiarlo o amarlo. Y teniendo esa frase en mente, se acercó a la puerta y tocó el timbre decidiendo que iba a improvisar y a ajustarse a lo que el empresario necesitara.
No pasó mucho tiempo para que la puerta frente a ella se abriera y un Thiago con ojeras y playera negra la recibiera. Él no dijo nada, de hecho, sus ojos estaban totalmente inexpresivos.
Pero recordó que Izan dijo que se encerraba, así que el hecho de que siquiera le abriera, era un enorme punto a su favor.
Se paró frente a él y ladeó la cabeza, mantuvieron la mirada conectada por lo que pareció una eternidad hasta que finalmente ella lo vio: ese destello de absoluto dolor que el inglés estaba tratando de ocultar.
No lo pensó, ni siquiera lo planeó, solo lo atrajo a su cuerpo y lo abrazó con toda la fuerza que pudo reunir sintiéndolo estremecer y regresarle el gesto con la misma intensidad.
No lloró con ella ni no le dijo nada, solo la abrazó, se refugió en sus brazos y le permitió sostener esas piezas que poco a poco se habían estado desmoronando en esa absoluta soledad que lo engullía.
—Aquí estoy —le dijo al oído y él la abrazó con un poco más de fuerza—. No estás solo, Thiago, no tienes que estarlo.
El mencionado suspiró y cerró los ojos sabiendo que la mujer en sus brazos lo podía armar sin siquiera intentarlo.
Y eso lo llenaba de pánico.
Sayuri estaba tomando su siesta de la tarde y él se encontraba acostado a un lado viajando entre el consciente e inconsciente. Ya iban varias veces que cerraba los ojos y los abría sobresaltado con el corazón en la garganta.
Sabía que debía dormir, llevaba casi veinticuatro horas sin descansar. Pero cada que cerraba los ojos regresaba a su habitación en Sídney donde una cuna vacía lo esperaba. Hacía meses que esa escena no lo atormentaba, desde que empezó a caer por ciertos ojos verdes que llenaban sus sueños de imagenes de besos robados y momentos intensos.
Pero ahora que tenía el accidente de Sayuri fresco en la cabeza, la imagen del día que despertó para encontrar la cuna vacía le daba vueltas y vueltas.
La última vez que se despabiló sobresaltado, bufó con enojo y se incorporó en la cama, pasó ambas manos por su rostro y con la derecha se echó el cabello hacia atrás.
—Diablos —masculló antes de tapar bien a la pequeña para luego levantarse y rodearla de almohadas para, acto seguido, salir de la recámara.
Caminó hasta la barra de la cocina y tomó el celular que seguía sin ninguna llamada. Frunció el ceño al ver la hora y buscó el contacto de Sorine. Ya eran las cuatro de la tarde y no tenía noticias de la chica.
La llamada entró y timbró varias veces antes de irse al buzón, algo que lo descolocó, así que colgó mirando el aparato sumamente extrañado.
Pensó en si sería prudente repetir la llamada, pero de pronto la pantalla se iluminó y el nombre de Sorine apareció en esta. Presionó el botón verde y se puso el teléfono al oído.
—Perdón, estaba pegando algo —musitó la chica y se aclaró la garganta—. ¿Pasa algo?
Izan miró hacia la ventana frunciendo el ceño.
—Eso te iba a preguntar, no me avisaste nada —le recordó tomando asiento en el sofá.
La chica suspiró de manera audible y se volvió a aclarar la garganta.
—Perdón, pasó algo en la escuela —susurró y la voz se le quebró un poco, así que repitió el acto de aclararse la garganta—. No te dije porque no quería agobiarte.
Entonces él entendió que tenía que ver con su ex.
—¿Qué hizo? —preguntó sintiendo el enojo subir.
Ella exhaló con fuerza.
—En sí nada, pero Midori. —Un bufido—. Le está metiendo ideas en la cabeza sobre Kenji y yo; y ya sé que lo del sábado...
—No, está mal, se está aprovechando de la ruptura de su amiga para manipularla —espetó él—. Eso hace, maneja a las personas a su antojo —concluyó con hartazgo.
Se quedaron en silencio y él castaño exhaló aire con fuerza.
—¿Estás bien? —le preguntó en voz baja.
La imaginó mordiendo su labio inferior y sintió ganas de abrazarla, pero estaba del otro lado de la ciudad.
—Sí, no te preocupes, las puse en su lugar pero... Solo me he estado preguntando hasta dónde va a llegar para separarnos, ¿sabes?
Izan cerró los ojos habiéndose preguntado lo mismo. Su ex era vengativa y si se enteraba del accidente de Sayuri... Llevó la mirada al muro de la cocina y recordó la maleta que había preparado por si era necesario huir con su hija.
—Estara bien, Sorine, estaremos bien.
Y a pesar de que la chica quiso creerle, unas inmensas ganas de llorar la inundaron.
—Ok —susurró tragando el nudo en su garganta.
Macy pasó el día viendo películas con Thiago. No lo sabía, pero el inglés era fanático de las películas de Batman, las del director Christopher Nolan. Un gusto que los hizo hablar por horas mientras recorrían la trilogía entera.
Aunque a él se le hizo un tanto extraño que una mujer fuera fanática de los superhéroes.
—Ya te encontré la comparativa perfecta —le dijo ella con una sonrisa mientras veían "El caballero de la noche".
—¿Cuál? —inquirió su acompañante.
—Batman, eres igualito —contestó sin titubear.
Sin embargo, el inglés se quedó pensativo.
—¿Por la tragedia? —preguntó.
Y Macy entendiendo la referencia, ladeó la cabeza y lo miró de manera intensa.
—Porque eres capaz de tragarte el dolor para actuar como héroe.
Después de esa conversación, se mantuvieron en silencio hasta que llegaron al "Caballero de la noche asciende", donde en medio de pláticas banales, ella le contó sobre su examen final y la línea que armó inspirada por Sayuri.
Le mostró los diseños en su celular y él asintió de vez en cuando mientras que en otro tanto daba una opinión a favor o en contra.
Pero la pelinegra olvidó una fotografía que tenía en su álbum de colecciones, una donde su ex amigo con derechos posó para ella en jeans y una camisa abierta de color azul claro que hacía resaltar sus ojos grises mientras mostraba el increíble pack en su abdomen.
—No sabía que era modelo —musitó el inglés fingiendo indiferencia.
Macy pasó la imagen y le restó importancia.
—No lo es, me debía un favor y se lo cobré para una tarea —justificó.
Thiago asintió.
—Como el doctor de Sayuri —masculló.
Macy mordió el interior de su mejilla con nervios, ya decía ella que el hombre llevaba más tiempo en la puerta de la cafetería.
—Es difícil superar a tu primer todo —susurró guardando su celular—. La ruptura con Trevor me dejó tan mal que me refugié en una relación sin futuro con Naím —contó con cansancio.
El hombre a su lado asintió y miró la pantalla, Bane estaba dando su discurso en el estadio.
—Los primeros son difíciles de olvidar —murmuró en un hilo de voz y la pelinegra casi lo vio cerrarse frente a ella.
Así fue como se encontró sola en una habitación —que supuso era de huéspedes— dando vueltas sin poder dormir. Una vez más el inglés le prestó ropa para descansar y su aroma la mantuvo despierta.
Bufando con frustración, azotó ambas manos en el colchón y se incorporó. Maldita foto que debió mandar a la nube y olvidó.
Pasando una mano a lo largo de su cabello trenzado, se levantó y salió de la recámara para buscar algo de agua. Grande fue su sorpresa cuando vio un ligero brillo proveniente de la planta baja.
Con mucho sigilo se asomó y encontró a Thiago frente al piano con la tapa levantada y la mirada clavada en las teclas. Sus manos se movían sobre la parte superior del instrumento en un aparente ademán de frustración que ella logró interpretar como ansiedad por tocar.
Bajó hasta media escalera sin hacer nada de ruido.
—Les gustaba el teatro —exclamó de pronto el inglés, la había visto bajar por el reflejo del ventanal—. Solían ir todos los viernes y yo los acompañaba, pero ese día Izan y Paige llegaron de visita, no quisimos arruinarles la velada así que nos quedamos.
Macy bajó hasta la planta baja y lo dejó hablar. Evitó el tema el día anterior porque notó que él lo que menos quería era recordar en voz alta.
—Ya venían de regreso, el teatro estaba en Esbjerg y ellos venían por la carretera —continuó cerrando los ojos—. Un conductor tomó de más; era padre de familia y estaba cansado porque venía de algún lugar lejano, quiso relajarse con alcohol antes de llegar a casa.
La sintió sentarse a su lado pero ni así levantó los párpados.
—Perdió el control de su camioneta; en las cámaras de la autopista solo se ve que de pronto giró de manera brusca impactando el auto de mis padres con tanta fuerza que los mandó por encima del muro de contención —prosiguió en voz baja—. Un tráiler venía en el otro sentido, no alcanzó a frenar y empujó el vehículo por varios metros, dio muchas vueltas.
Macy notó como su mano sobre el piano tembló y él la estiró antes de empuñarla.
—Todo pasó en menos de seis minutos —concluyó con la voz forzada.
La chica suspiró.
—A veces, un lo siento no es suficiente —susurró.
Thiago negó antes de abrir los ojos y mirar las teclas.
—Lo he escuchado miles de veces y no creo que realmente "lo sientan" —expresó cansado—. Solo es una frase que tiran aleatoriamente.
—O tal vez no la aceptas porque ni tú has podido expresar del todo tu sentir —alegó ella tocando una melodía en el piano.
Él la vio moverse sobre las teclas e inconscientemente sus dedos se movieron por encima del piano, un acto que Macy sí notó, así que se detuvo y lo observó.
—¿Has intentado tocar de nuevo? —cuestionó en un susurro.
Orbes azules la vieron con desconcierto y detuvo el movimiento de las manos al bajarlas a sus piernas mientras negaba.
—No, no es algo que...
Se detuvo de golpe cuando la chica puso una mano sobre la de él y lo vio de manera potente, sus orbes aceitunados parecían decididos a algo y sintió un estremecimiento recorrerlo al entender sus intenciones.
Casi quiso levantarse y alejarla, pero esa mirada resuelta lo tenía atrapado.
Giró el rostro huyendo del hechizo al que estaba por someterlo y clavó la mirada en las teclas frente a él, no se atrevió a elevar las manos o levantarse del banco. Sabía lo que ella quería y no podía hacerlo, cerró los ojos con fuerza y negó tratando de mandar el mensaje con firmeza. No se sentía preparado, ni siquiera era capaz de recordar la correcta posición.
Pero percibió un toque debajo de su palma y sintió como su mano derecha se elevó y fue colocada con cuidado sobre el piano antes de que el acto se repitiera con la mano izquierda.
Sus dedos sintieron lo frío y liso de las teclas y la mano de Macy se acomodó sobre su rodilla, no hizo nada más, solo lo observó en silencio.
Entonces, sus dedos comenzaron a tocar con lentitud, su mente se llenó de ese conocimiento musical que mantenía bajo llave y sus manos se movieron de manera experta.
Levantó los párpados y mantuvo la mirada en lo que hacía, experimentó como si algo pesado cayera de su espalda y no pudo evitar recitar la letra que acompañaba la melodía.
La había escuchado hacía tiempo y la aprendió de oído, en su mente estaban resguardados los tonos y tiempos, así que fue bastante fácil recrear la canción en ese piano que llevaba años silenciado.
Conforme más avanzaba, más ligero se sentía, estaba expresando aquello que su alma escondió durante tanto tiempo y que no sabía que necesitaba liberar; admitía su realidad.
Y cuando llegó al coro, la mano de la mujer a su lado presionó un poco su pierna al decir, por primera vez en voz alta, lo que realmente pensaba de ella. Era una letra tan personal, tan real, que sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo y su voz vacilar al describir a la pelinegra que se metió bajo su piel de forma poco convencional.
Entonces tocó con más seguridad y su voz se tornó firme al mencionar las frases de la segunda estrofa; no se permitió vacilar, dejó que la música expresara lo que con palabras no había podido exteriorizar con nadie más.
La liviandad que invadió su alma lo dejó perplejo, le sorprendió descubrir la carga que el silencio de ocho años provocó. Sinceramente, nunca creyó poder admitir que el vacío se había vuelto un exceso.
O que una mujer lo estaba salvando de ese torbellino negro que muchas veces alimentó con recuerdos dolorosos.
—Me cambió la vida entera —masculló sin dejar de tocar.
Repitió la frase dos veces, hablando cada vez con más lentitud pero sin perder la firmeza ni las ganas de querer que la chica a su lado entendiera la extensión de la frase, la verdad detrás de esas cinco palabras.
Y al final, soltó un profundo suspiro que prácticamente se llevó todo lo oscuro de su alma.
Macy entrelazó sus dedos y él volteó para juntar sus frentes. Su respiración se mezcló, más no pudo hablar, ya todo había quedado dicho entre ellos.
Cuando la chica besó su frente con suma ternura, no pudo evitar buscar sus labios para iniciar un intercambio necesitado y demandante. Tenía tantos sentimientos en su interior que no encontró otra manera de hacerle saber lo que había provocado.
Sorine le dijo que tal vez no había buscado bien una razón para volver a tocar. Un escalofrío lo recorrió, tomó a Macy por la cintura y la subió al piano sin dejar de besarla. Ella enredó las manos en su cabello y lo atrajo lo más que pudo a su cuerpo, ambos se estremecieron por la intensidad del momento.
Y al separarse, Thiago la abrazó con fuerza poniendo su cabeza sobre la de ella en un acto de anhelo y pertenencia. Suspiró de manera temblorosa mientras que la chica en sus brazos rodeó su cintura y dejó el oído en su pecho para escuchar su acelerado latido.
Fue ahí, envuelto en ese abrazo, que Thiago se dio cuenta que halló una perfecta razón para dejar el estado anímico en el que se había encontrado.
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