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Capítulo 24

Lo primero que Izan vio al abrir los ojos fue la espalda desnuda de cierta castaña. Admiró por unos momentos la piel clara y puso los labios de manera delicada sobre el lunar que la chica tenía justo por debajo de su hombro.

Suspiró con contentamiento antes de tensarse e incorporarse de un movimiento.

—Rayos, rayos, rayos —masculló desesperado girando para poner los pies sobre el suelo antes de buscar y ponerse su bóxer.

Retomó su lugar en la cama, pero puso los codos sobre sus rodillas y frotó una y otra vez su rostro con agobio.

¡No era posible que no entendiera!

Suspiró con pesadez y enredó las manos en su cabello sintiéndose un verdadero idiota. ¿Acaso no había aprendido la lección con Lara?

Sintió un toque sobre su espalda y se sobresaltó antes de voltear. Ojos verdes lo veían consternados. Se miraron en completo silencio, la chica se había sentado y tenía la sábana sobre su cuerpo; parecía apenada... O triste, en su estado actual no alcanzaba a comprender el gesto.

—Perdón, creo que...

El castaño sacudió la cabeza varias veces.

—No, no pienso que haya sido un error ni mucho menos... Es solo que... No... No usamos...

Entonces Sorine abrió mucho los ojos antes de desviar la mirada a la par que mordía su labio inferior en ademán de nerviosismo.

—Oh —masculló—. No te preocupes, no pasará nada —dijo en un hilo de voz.

Izan notó algo en su rostro, como un miedo que no logró entender del todo. La chica suspiró y pasó la mano por su cabello en un fallido intento por distraerse con algo.

—Creo que me toca hablar de mi pasado —musitó con cierto tono de derrota que puso al chico en alerta.

Sorine suspiró y lo vio con ojos cristalinos, fue cuando el castaño entendió que ella también cargaba con sus propios errores y secretos.

Nunca se alegró tanto de que su ahijada tuviera sueño. Jamás se había apresurado tanto en enseñar una habitación y huir. Y tenía años sin sentarse frente al enorme piano que sus padres le regalaron a los doce años.

Casi podía sentir las teclas llamarlo, estaba experimentando ese hormigueo en lo dedos y miraba el instrumento con fijación mientras un vaso de cristal con su bebida favorita reposaba sobre el piano.

Dicen que lo que bien se aprende jamás se olvida, él sabía que de animarse a tocar sería como si jamás hubiera dejado de hacerlo. Acordes, melodías, notas, todo estaba bien resguardado al fondo de su mente y sus dedos anhelaban posarse sobre esas teclas blancas que eran capaces de arrancarlo de su realidad.

Por eso no tocaba, olvidaba que ellos ya no estaban.

Muy al fondo de su mente podía escuchar la suave melodía ser tarareada por su madre, era como un eco que rebotaba en las paredes que a duras penas alcanzaba a percibir.

Su progenitora le enseñó a tocar sin necesidad de una partitura, solo debía escuchar una tonada y podía recrear la música con el piano frente a él. Un genio musical, ese había sido su destino original.

Pero la vida es caprichosa y jamás respeta de sueños y planes. Eso lo entendió frente a las tumbas de sus padres.

Si cerraba los ojos y se concentraba, podía evocar la sensación de vacío que le provocó ver los ataúdes ser cubiertos, el olor a tierra mojada y la lluvia recorriendo su cuerpo al negarse a tomar refugio con Paige e Izan debajo de una sombrilla.

—Eres un cliché.

Abrió los ojos y regresó de golpe al presente, se mantuvo impasible en el exterior y bajó la tapa del piano con el corazón resonando en sus oídos como si fuera un tambor.

—Cliché —repitió irónico.

La chica bien podría ser un elegante fantasma porque ni al caminar hacia ruido. Así que se sorprendió un poco cuando la miró de soslayo tomar asiento a su lado pero viendo en dirección contraria.

—Elegante, reservado, dueño de una empresa y con perfectos modales que en la soledad bebe alcohol —comentó Macy apoyando las manos sobre la banca y cruzando la piernas—. Casi estoy esperando que me digas que tienes un cuarto rojo —masculló.

Thiago arqueó una ceja confundido.

—¿Por qué tendría un cuarto rojo?

Ojos aceitunados lo observaron en silencio antes de mostrar algo como exasperación.

—Claro, no eres de literatura juvenil moderna... Debes de ser fanático de Borges, algo así —replicó con una sonrisa.

El inglés entonces entendió a dónde iba la conversación.

—Prefiero a Poe, Shakespeare o Wilde —alegó antes de tomar el tumbler que reposaba sobre el piano—. Y esto es agua mineral con limón, odio el alcohol —concluyó en un hilo de voz.

Macy ladeó la cabeza y lo observó beber entendiendo un poco esa última referencia.

—La última vez que me emborraché, le llamé a mi ex y le grité por haberse enamorado de su actual pareja mientras seguía conmigo —susurró ella antes de ver hacia arriba—. También llamé a mi padre y le recriminé el haber preferido a su amante que a mí.

Thiago regresó el vaso a dónde estaba y mantuvo la mano estirada sobre la parte superior del piano. No comentó nada pero ella sabía que la escuchaba.

—Aparentemente tengo esta maldición de quedar siempre en segunda instancia con los hombres de mi vida —dijo intentando sonar divertida, sin embargo, el inglés pudo captar la tristeza detrás de ese comentario.

—Los seres humanos son complejos —replicó Thiago—. Si sabes lo que provocas en otros, tienes pleno conocimiento de que llegas a intimidar.

Macy soltó una muy breve carcajada y suspiró con pesadez. El hombre a su lado movía los dedos sobre la madera del piano como si estuviera agobiado, pero sabía que no era así, más bien anhelaba llevar esas manos a la teclas que había ocultado.

—¿Te intimido, Thiago? —cuestionó en voz baja.

Pero el ambiente que se había creado a su alrededor eran tan extraño, tan malditamente perfecto, que el inglés casi percibió la pregunta como si la hubiera gritado. Soltó un imperceptible suspiro antes de girar el rostro, Macy lo veía con la cabeza ladeada y el rostro lleno de vulnerabilidad.

Repasó las facciones de la mujer escondida detrás de la edad, de esa chica que era mucho más madura de lo que alguien podría esperar. No llevaba maquillaje, no lo necesitaba, y casi podría apostar que no pasaba horas peinando su cabello para que se acomodara como si hubiera salido de un salón.

Era perfecta, tanto que podía atemorizar al hombre más preparado.

Y aunque en un inicio sí lo intimidó; ahí, en su fortaleza, en la casa donde se ahogaba de dolor, descubrió que a lo que le temía era a que podía atravesar sus barreras, derrumbar sus muros y danzar sobre los escombros de la vida que se le arrebató. Y que él, con tal de verla bailar, sería capaz de proveer la música.

Desvió la mirada y se obligó a detener el movimiento de su mano.

—No, Macy, no me intimidas.

De soslayo la vio asentir y cerrar los ojos antes de suspirar en aparente alivio. Jamás imaginó que un acto tan pequeño le provocara un ínfimo momento de felicidad.

La primera vez que Sorine sintió algo por el sexo opuesto tenía once años. El chico era amable en exceso, le regalaba dulces cada que la veía y la procuraba como si fuera familia. Ahí radicó la decepción, la veía como a una hermanita.

Se sintió tan frustrada y desesperada por ser tan joven, que apenas una nueva oportunidad se le apareció, no dudó en tomarla.

Ilan, así se llamó su primer novio. Fueron pareja cuando ella tenía escasos quince; él era cuatro años más grande, pero aquello no le importó, se sentía una adulta a su lado.

Nunca creyó que tomar pastillas fuera razón de discusión, pero lo fue por mucho tiempo. Ilan era celoso, en exceso, y solía acusarla de tomar anticonceptivos para andar de cama en cama. Jamás entendió que se las recetaron por un problema de salud.

Llegó al grado de llevarle sus estudios para justificar la toma, pero su ex prefería llamarla golfa.

Sorine mantuvo la mirada en su regazo, sin embargo, de reojo lo vio empuñar las manos con enojo.

—Qué imbécil —espetó el castaño.

La chica se encogió de hombros.

—Desde entonces aprendí que la opinión que tengan los demás sobre mí no es de mi incumbencia; mientras yo me sienta bien conmigo misma el mundo puede irse muy lejos —masculló.

—¿Por qué querías llorar? —cuestionó Izan tomando su mano.

Sorine jaló un poco la playera que su novio le había prestado, la de ella estaba aventaba por la entrada así que tuvieron que ser prácticos.

—Porque eres la excepción a mi regla —admitió cansada—. Tú opinión me importa más de lo que me gustaría admitir.

El chico pasó su pulgar por el dorso de la mano de ella y miró hacia la ventana. La noche ya había caído.

—Me das demasiado valor —musitó.

—Los novios suelen ser importantes —alegó ella.

Él le dio una sonrisa antes de acercarse y juntar sus labios en un beso cargado de sentimientos. Luego puso su frente en la de ella y entrelazó sus manos.

—Sayuri está con Thiago y Macy —susurró.

Sorine ladeó la cabeza al separarse.

—¿Están juntos voluntariamente?

El castaño asintió y besó su mano.

—Creo que son los que estuvieron detrás de todo esto —comentó viendo su entorno.

La chica abrió los ojos entendiendo porqué su amiga le hizo saber que había comida en la casa de huéspedes. A gran velocidad buscó su ropa interior bajo la mirada extrañada de su novio y corrió hasta el refrigerador, el cual abrió antes de que una enorme sonrisa se formara en sus labios.

—¿Qué? —preguntó Izan a lo lejos.

Sorine se inclinó y sacó un pastel mediano de cumpleaños sabor chocolate. Encima tenía la palabra "Felicidades" con betún de fresa. Al girar con la tarta, encontró detrás de ella al chico que la observaba sorprendido.

—Definitivamente fuimos peones de nuestros amigos —dijo divertida y le dio una mirada cargada de ternura—. Feliz cumpleaños, Ethan.

No pudo describir la sensación de plenitud o alegría que lo invadió al escuchar su nombre real de boca de la castaña. Se limitó a tomar el pastel en sus manos, dejarlo en la barra de la cocina, y atraer a la chica para darle el abrazo más fuerte que había dado en su vida.

—Gracias —murmuró con la voz ligeramente quebrada—. Por todo —continuó con el rostro refugiado en su cuello.

Ella, por su lado, dejó un beso en el costado de su cabeza y lo abrazó con la misma fuerza.

Nunca se había enamorado como actualmente lo estaba; pero vaya, Izan tenía su corazón y empezaba a comprender que, de igual manera, ella tenía el suyo en sus manos.

Para cuándo llegaron a casa de Thiago eran casi las diez de la noche. Sorine se sorprendió un poco al ver el auto de Naím y frunció el ceño al no encontrar el vehículo del inglés.

—Debe de haberlo metido a la cochera —explicó Izan notando su extrañamiento.

Bajaron del auto y el castaño entrelazó sus dedos, sin embargo, antes de que ella pudiera tocar el timbre, la atrajo y puso las manos en sus mejillas para después juntar sus labios en un beso profundo que le robó el aliento. Sorine sonrió aunque se sentía algo ida, para Izan fue algo parecido, pues ahora no podía dejar de tocar o besar a la chica.

—Te amo —susurró sobre sus labios.

Ella sonrió aún más y se paró de puntas para darle otro beso, aunque este fue más calmado y tierno que el pasado.

—Y yo a ti.

Después de intercambiar una mirada cómplice, finalmente tocaron el timbre y esperaron.

No pasó mucho tiempo antes de que ojos avellanas los recibieran con una sonrisa llena de malicia.

—¡Primo querido! ¿Te gustó tu regalo? —preguntó jocosa.

Sorine se sonrojó e Izan miró con ojos entrecerrados a Paige, quien se limitó a darles un guiño antes de abrir completamente la puerta.

Al entrar, ambos castaños trataron de contener el asombro. Había cajas de pizza sobre la mesa ratona de la sala de Thiago. Naím se encontraba en el suelo enseñándole un libro infantil a Sayuri y la voz del inglés y Macy se escuchaban vagamente en la cocina.

La chica les sonrió antes de sentarse a un lado de Naím para apoyar la cabeza en su hombro, él dejó un beso fugaz en su coronilla y regresó al libro.

Sin embargo, apenas la bebé los vio, gritó y se levantó para acercarse con pasitos vacilantes. Izan fue quien su puso en cuclillas para recibir a su pequeña.

—Hola, te extrañé —susurró abrazando a Sayuri.

Sorine llevó la mirada al pasillo que provenía de la cocina, Macy había aparecido, e hizo girar los ojos por alguna cosa que le dijo el inglés, sin embargo, tenía una sonrisa en los labios.

Cuando su amiga la vio, levantó ambas cejas y Sorine señaló detrás de ella a lo que la pelinegra solo le guiñó un ojo y articuló—: Después.

La castaña sonrió notando la emoción de la chica.

—Sigue siendo jugo —dijo Thiago apareciendo y deteniéndose de golpe al ver a los recién llegados.

—No es natural, mejor dale el colorante directo del bote —alegó la pelinegra con aparente hartazgo.

Izan se incorporó con su hija en brazos y vio extrañado a su mejor amigo y prima. Jamás los había visto tan... Relajados.

—Pedimos pizza apenas supimos que venían —exclamó Paige desde la sala—. Dudo que hayan comido.

—Al menos no alimentos —rio Naím.

Las mejillas de Sorine se encendieron y su mejor amiga le dio una mirada significativa mientras que Thiago le entregaba a Izan un biberón con lo que parecía jugo de manzana.

—Es natural, según los de caja son veneno —ironizó.

Sayuri tomó la mamila emocionada y comenzó a beber inmediatamente.

La pelinegra le entregó vasos a Sorine y le hizo un ademán con la cabeza en dirección a la cocina.

—¿Me acompañas por platos?

La chica asintió entendiendo que quería hablar con ella en privado. Miró a Izan e intercambiaron una pequeña sonrisa antes de que ella se alejara.

El inglés se dirigió a la sala.

—Thiago —lo llamó el castaño y él volteó—. Gracias.

El mencionado lo observó por unos segundos en silencio antes de asentir, luego llevó la atención a su ahijada.

—Nunca pensé que cuidar a Sayuri fuera tan complejo —comentó recibiendo una mirada confundida—. Solo puedo decir que te admiro, Ethan, no cualquiera hace lo que tú has hecho —concluyó en su lengua natal antes de encaminarse a la sala.

Izan se quedó mudo ante la declaración y fue cuando detalló en la ropa de su hija: era la que tenía de repuesto en su mochila. Sonrió y pasó una mano por el cabello de su pequeña.

—¿Los hiciste sufrir mucho?

Ojos ambarinos, tan parecidos a los propios, lo vieron mientras mantenía su mamila en la boca. Parecía estar satisfecha por sus actividades del día; el negó y río en silencio decidiendo que no preguntaría para dejar que sus amigos mantuvieran la dignidad.

—¿Cuándo lo planearon? —preguntó Sorine mientras veía a su mejor amiga tomar los platos que habían estado esperando en la isla de la cocina.

—Ayer en la noche —contestó la pelinegra—. No sabía que era su cumpleaños, Thiago me dijo.

La castaña asintió varias veces.

—No puedo creer que pasaron casi toda la tarde juntos, ¿ya tenía a Sayuri cuando fue a la escuela?

Macy cabeceó y le entregó una botella de catsup.

—Naím y Paige no pudieron con ella, tuvo que ir a rescatarlos —le contó con una sonrisa.

Sorine hizo girar los ojos.

—No me sorprende, me extrañó encontrarlo con Sayuri cuando llegamos.

Su amiga bufó.

—No tiene mucho que llegaron y Sayuri despertó hace poco —le contó.

La castaña ladeó la cabeza.

—¿Y qué hicieron mientras?

La otra chica se encogió de hombros y por un momento dejó a la luz a esa niña que lloró por horas cuando su padre se fue.

—Hablar, sincerarnos un poco. —Sorine la vio realmente sorprendida y Macy suspiró—. Esta casa es como su kriptonita, siento algo de tristeza al pensar que aquí se encierra, solo.

La castaña bajó la mirada.

—Pero las trajo.

Su mejor amiga asintió.

—Como te dije, quiero ser su amiga y a veces siento que camino sobre hielo frágil cada que estamos solos, un paso en falso...

—Y se va a cerrar —concluyó Sorine.

Macy se mordió el labio, un gesto que casi no hacía pues denotaba que estaba insegura sobre algo.

—Más bien, siento que me podría hundir —admitió en voz baja—. No creo tener la fuerza para sacarlo.

La castaña dejó los vasos a un lado y abrazó por los hombros a su amiga.

—Yo sí lo creo, Macy, por algo te rehuye —susurró—. Creo que teme que lo traigas a la vida, que le recuerdes que el mundo sigue girando y que debe de avanzar.

La otra chica apoyó la cabeza sobre la de su casi hermana y sonrió.

—Tiene un lado juguetón... Y sexy.

Sorine se carcajeó y retomó los vasos.

—Y te apuesto que eres la única que lo ha visto —masculló antes de salir de la cocina.

Macy sonrió y miró el refrigerador frente a ella recordando algo. Su sonrisa aumentó y se dirigió a este.

—Vamos a hacer estudio de campo, señor Bond.

Iba a descubrir cuál era el postre favorito de ese inglés así tuviera que someter a los Moore a una exhaustivo interrogatorio.

Aún tenía que pagar por el asunto de las fresas.

Sayuri armaba unos bloques que Thiago le prestó mientras las personas a su alrededor hablaban de todo y nada. El ambiente en la sala era uno agradable e Izan no pudo evitar suspirar y abrazar más a Sorine, quien le sonrió antes de regresar la atención a Naím.

Les estaba hablando sobre el caso más ridículo que tuvo que ayudar a resolver en el bufete: una demanda por la custodia de unos cannes.

—Pero hubieran visto al dueño, prefería perder una propiedad que a sus perros y la mujer por venganza no se los quería dar.

—La gente está loca —musitó Paige viendo de reojo a su primo.

—Al final él ganó la demanda cuando se presentaron pruebas de que la mujer tenía pensado irse del país con el nuevo amante —concluyó el casi abogado encogiéndose de hombros.

Thiago miró el reloj en su muñeca.

—Ya pasan de las doce, ¿Sayuri no deberían estar dormida?

Todos miraron a la pequeña que le estaba pasando piezas a Sorine.

—La dejaron despertar muy tarde —suspiró Izan—. Se dormirá de regreso a Esbjerg.

—Tienes que hacerle su rutina —dijo Sorine acomodando bloques por colores—. Al rato no va a querer dormir de noche.

—Bueno, no es como que me deje muchas opciones cuando se duerme de camino a algún lugar —alegó él.

—Entonces arma tu horario alrededor de sus siestas —replicó la castaña.

—Dios, parecen marido y mujer —señaló Paige fingiendo estremecerse.

Los castaños se sonrojaron e Izan tomó los bloques azules que Sorine le entregó.

—No es cierto —refunfuñó.

Naím abrazó a la pelinegra y rio.

—Solo les falta vivir juntos.

Los aludidos se miraron unos momentos antes de desviar la atención.

—Demasiado pronto —musitó Macy y Thiago asintió desde su lugar.

—Oh, tengo una idea, salgámos el sábado —dijo Paige aplaudiendo.

Cinco pares de ojos la vieron como si estuviera loca.

—¿Salir a... ? —cuestionó Thiago.

—Bailar, claro está —explicó la pelinegra y señaló a su primo—. Tiene meses que vives por y para Sayuri, unas horas de diversión... De otro tipo de diversión, no te harán mal —concluyó con un guiño.

Izan hizo girar los ojos y negó.

—¿Y con quién piensas que se va a quedar mi hija? Por si no te has dado cuenta, su niñera es mi novia.

Sorine sintió su corazón brincar ante el comentario y sonrió como boba, luego abrió mucho los ojos.

—Yo sé quién podría cuidarla —anunció y miró al castaño—. Aunque si no quieres ir...

—No, no; no le des a escoger, se va a negar y en serio, en serio necesita salir más —insistió Paige.

—La otra semana se entrega la maqueta, van a estar presionados con eso —intervino Macy agradándole la idea de ver al señor Bond con ropa normal.

Sorine e Izan se observaron en silencio y él suspiró con derrota.

—Unas horas, no toda la noche —dijo viendo a su prima quien gritó de emoción y abrazó al chico a su lado.

—Promesa, solo unas horas —exclamó levantando la mano derecha en ademán de juramento.

El castaño negó y entrelazó su mano con Sorine antes de observar a su hija.

La última vez que salió a bailar, terminó cayendo en la trampa de Lara, en esa que puso de cabeza su vida. Sintió un ligero contacto en su mejilla y volteó para perderse en orbes verdes, subió sus manos entrelazadas y besó la de ella.

Esa vez sería diferente, la chica a su lado y el amor que se tenían, se asegurarían de que así fuera.

Los días que transcurrieron del martes al viernes pasaron casi en un parpadeo.

Los castaños se apresuraban en sus actividades matutinas y las tardes las dedicaban a terminar la maqueta que aún tenía detalles. Por las noches veían películas, jugaban y cantaban —o por lo menos Sorine lo hacía— con Sayuri; apenas la pequeña se dormía, aprovechaban el tiempo de manera más íntima.

Nunca parecían tener suficiente el uno del otro. Y no, no necesitaban quitarse la ropa para demostrarse lo mucho que se amaban; a veces, solo se recostaban en el sofá cama frente a frente y juntaban sus manos en medio de ellos mientras se observaban.

Era en momentos así que Izan podía detallar en lo incremente hermosa que era la castaña a pesar de usar su ropa y muy poco brillo labial.

—Lo estás haciendo —dijo somnolienta su novia sin abrir los ojos.

—¿Qué hago? —cuestionó él acomodando un mechón de cabello claro detrás de su oreja con suma ternura.

—Verme mientras duermo —musitó en medio de un bostezo—. Deberías estar descansando, mañana tenemos un día alocado —le recordó casi arrastrando las palabras por el sueño.

Izan sonrió y besó su frente.

—¿Tú padre no dijo nada porque no llegarás a dormir todo el fin de semana?

Sorine negó con un sonido y volvió a bostezar.

—Macy me está cubriendo —susurró cansada—. Mañana hay que llevar a Sayuri a las siete —masculló en voz muy baja.

El chico bufó y negó, no podía creer que aceptó que el pediatra y su novio cuidaran de su hija. Aunque no había tenido muchas opciones o razones para negarse, Sorine se veía realmente emocionada por la salida.

La vio regresar a respirar de manera apacible y besó su frente.

—Te amo —le dijo sobre su piel.

La chica no contestó y no la culpó, estaba exhausta por sus finales y la maqueta. La cubrió mejor con el edredón y tras levantarse, se encaminó a su recámara para revisar a su hija.

La pequeña había tomado la costumbre de dormir como estrella de mar, así que prácticamente dormía en medio de la cama. Revisó su pañal, mamila y acarició el cabello castaño con mucha ternura. También dejó un beso en su coronilla antes de incorporarse y salir.

Se detuvo al medio del pasillo y observó su recámara para luego mirar la sala una y otra vez. Su vida iba demasiado bien, las cosas parecían estarse acomodando de manera positiva.

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza y enredó una mano en su cabello con algo de desesperación.

Todo estaba mejorando... Entonces, ¿por qué sentía que estaba al borde de un acantilado?

Thiago observó las facturas frente a él y tras aprenderse los números, los metió en su base de datos. Llevaba horas en aquella tarea y ya estaba cansado. Tenía que hacer un recuento de todo lo gastado en material en el último mes para enviárselo a su contador. Tuvieron una falla en el sistema y este se había reiniciado.

Suspiró con agobio antes de apoyar la espalda en el respaldo de su silla.

—Jefe, me voy, ¿no necesita algo más?

El inglés miró la hora y notó que ya era tarde.

—No, Clady, ten buen fin de semana —dijo detrás de la pantalla de su computadora.

—Usted también —replicó la mujer antes de salir de la oficina.

Thiago volvió a suspirar, se quitó los lentes y tras dejarlos en el escritorio, masajeó su sien. Ya sentía la migraña hacer acto de presencia.

Al ponerse los lentes y subir la mirada, encontró a una persona parada en la puerta de su oficina. Llevaba una blusa morada y falda negra a la rodilla. Frunció el ceño extrañado y vio de nuevo el reloj en su muñeca.

Era demasiado tarde para que ella estuviera en su oficina. Sin embargo, al regresar la mirada a la puerta, ahí seguía.

—Macy, ¿qué haces aquí? —preguntó levantándose de su silla.

La chica tenía los hombros caídos pero le sonrió con aparente sinceridad.

—Estaba por el rumbo y vi la luz de tu oficina encendida, Clady me dijo que seguías aquí —se justificó.

El inglés arqueó una ceja incrédulo.

—Estabas a kilómetros de tu hogar, en viernes, y casi a la media noche —repitió irónico.

La pelinegra se encogió de hombros y caminó hasta la sala.

—Madre viajó a Alemania a conocer a un nuevo proveedor, nadie me espera en casa —le contó con cierto tono decaído. Thiago miró la pantalla de su pc—. Oh, si te interrumpí me puedo ir, supongo que por eso seguías aquí, demasiados pendientes —observó.

Sabía que le debió decir que sí, tenía que enviar ese archivo antes del lunes. Tenía pleno conocimiento del hecho de que no debería interrumpir su trabajo por nadie, rara vez lo hacía, solo por Izan y Paige.

Pero incluso con todos esos pensamientos rondando su mente, apagó la pantalla de su computadora.

—No, estaba acabando —mintió—. ¿Sucede algo? —cuestionó retomando el lugar en la silla.

Macy le dio una sonrisa que si bien no era la coqueta que le conocía, sí era parecida. Parecía tener tintes de tristeza.

Sacó de su bolso una caja cubierta por un pañuelo color azul y se acercó hasta él. Su escritorio era amplio, de la madera más fina y lo había heredado de su padre. Lo cuidaba tanto como la casa en Copenhague.

Pero cuando la pelinegra se sentó sobre este y cruzó sus piernas, no tuvo el valor —o deseo— de pedirle que se bajara; solo la miró con escepticismo.

—Creo que descubrí su postre favorito, señor Bond —dijo ella divertida poniendo la caja en medio de ellos antes de retirar el pañuelo y dejar a la vista un refractario de cristal donde se encontraba un tiramisú.

El inglés arqueó una ceja realmente sorprendido y bufó.

—¿Paige o Izan?

La sonrisa de Macy se volvió genuina y eso le dio cierto gusto.

—Ninguno, esas galletas eran lo único fuera de lugar en la cocina de Copenhague —admitió quitando la tapa del refractario.

Thiago apoyó un codo en la silla y recostó su sien en ella.

—Revisaste mi hogar —dijo menos molesto de lo que creyó.

La pelinegra le dio un guiño.

—Hice estudio de campo —corrigió—. Y se me hizo curioso que tu postre favorito fuera el que se cataloga como "el postre del amor".

El tiramisú se veía apetitoso y casero, no supo cómo sentirse ante ambos sucesos. ¿Era parte de su juego? ¿Acaso había un juego?

Suspiró de manera audible y se miraron en completo silencio, casi parecían estarse analizando. Hasta que Macy ladeó la cabeza y una vez más, su cabello se comportó como una cortina.

Con suma lentitud se levantó, jamás rompieron el contacto visual.

—¿Qué es lo que quieres, Macy? —preguntó en voz baja notando que la chica dejó de cruzar las piernas y ahora las balanceaba de adelante hacia atrás. Apoyó una mano a cada lado de su cadera—. ¿Acaso quieres que pierda el control... Contigo?

La mencionada se estremeció ante la potencia de la mirada y la voz grave que había salido de los labios del inglés. Ok, tal vez había ido demasiado lejos.

El empresario quedó en medio de sus piernas y ella inclinó la cabeza hacia atrás, pues incluso subida sobre el escritorio, el hombre era mucho más alto que ella.

Los nervios se acumularon en su estómago y experimentó como su corazón comenzó a acelerar los latidos. Se veían a los ojos de manera fija, ninguno queriendo dar el brazo a torcer y la pregunta quedando suspendida en el ambiente. No podía contestar, su voz la traicionó y quedó ahogada en su interior.

Algo que el inglés pareció notar, porque le dio media sonrisa y subió la mano hasta su cuello de piel sedosa y blanca. El contacto la hizo estremecer y cerrar los ojos, la situación empeoró cuando sintió el aliento de Thiago sobre su mejilla.

—Dime, Macy, ¿qué quieres? —musitó muy cerca de su oído con esa voz que le estaba causando estragos en su interior.

Él solo la tocaba con una mano, su pulgar se movía de manera lenta sobre su mejilla y paseó su aliento por el costado de su rostro hasta bajar a su cuello.

Tenía que retomar el control, o de mínimo hablar. Pero el peculiar aroma de inglés junto a sus actos la habían mandado a un estado de frenesí. Casi podía sentir lo cerca que estaban sus labios de tocar la piel de su cuello y no sabía si detenerlo o perderse en la nube de deseo. Inhaló aire con toda la fuerza que pudo y tragó saliva con dificultad.

—Quiero que vivas —susurró ella con la voz cargada de tensión. Lo sintió detener su trayecto y con mucho esfuerzo abrió los ojos—. Qué recuperes las ganas de vivir —admitió en voz muy baja.

Orbes azules y aceitunados se miraron por lo que pareció una eternidad. Thiago subió la otra mano hasta su rostro y se acercó de manera peligrosa.

—Avívame —dijo sobre sus labios antes de recorrer el último espacio que lo separaba de la chica.

Cuando se besaron con la misma desesperación, Macy cayó en cuenta de que ambos se habían quemado en el juego.

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