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Capítulo 23

Sorine revisó su celular con un gesto decaído. Ya no moqueaba pero el estar sana la obligaba a concentrarse en otras cosas que no fuera su enfermedad.

Los extrañaba horrores... A los dos.

Pasó todas las fotografías de su galería hasta esa que se tomaron los tres juntos. Suspiró con pesadez y se frotó la frente. Tal vez fue muy dura pero en verdad la había lastimado. Bloqueó el celular y puso ambas manos en su rostro.

Ni ganas tenía de hacer la maqueta y le quedaba poco menos de dos semanas para presentarla. Pero no renunciaría al proyecto, el problema con Izan no iba a afectar su decisión de ayudarlo a conseguir ese contrato laboral.

—Hola. —Escuchó a su espalda.

Sintió un escalofrío recorrerla de la cabeza a los pies y bajó las manos con lentitud. Casi en cámara lenta, apareció la fuente de todos sus problemas en su rango de visión.

Lara tomó asiento justo frente a ella, la miró con seriedad y ella guardó su celular de manera recelosa.

—No te había visto desde hace días... —murmuró la chica.

Sorine la vio con ojos entrecerrados experimentando ira correr por sus venas. El cinismo, el descaro.

Sin decir una palabra se levantó y tomó su mochila del suelo antes de darse la vuelta para dar grandes zancadas fuera de la biblioteca. Sus manos temblaban a causa del coraje, iba tan concentrada en tratar de calmar su alterado estado que se sobresaltó al sentir la mano que la tomó del brazo para detenerla y hacerla girar.

La rubia la había seguido y la veía con sorpresa.

—¿Sucede algo? Yo pensé que...

—¿Por qué fingiste no reconocer a Sayuri? —la interrumpió Sorine con tono desafiante.

La chica se quedó con la boca abierta e incluso levantó ambas cejas. Su desconcierto parecía genuino pero la castaña ya no se tragaba la actuación.

Finalmente, Lara bajó la mirada.

—No es fácil hablar de un pasado tan doloroso —respondió en voz baja.

Sorine carraspeó y negó.

—¿Doloroso para quién? ¿Para ti o Izan?

La chica suspiró antes de cruzar los brazos.

—No sé qué te habrá dicho Paige o Thiago pero te aseguro...

—Ellos no me dijeron, escuché todo de boca de Izan —exclamó ella con enojo—. Cómo intentaste... Y luego... —Sorine hizo un sonido de exasperación y azotó un pie en el suelo.

La rubia la veía realmente sorprendida.

—¿Ethan te dijo? ¿Todo?

La castaña entrecerró los ojos. ¿Acaso no entendía que estaba en una relación con él?

Entonces la otra chica tomó una postura rígida y llena de enojo.

—Mira, no quiero que piensen que estoy aquí para separarlos, él tiene derecho a rehacer su vida así como yo lo hice —anunció—. Se lo dije a Ethan, no tengo derecho a recriminarle nada.

Sorine frunció el ceño, le estaba haciendo saber, de manera poco sutil, que hablaba con el castaño. Negó y vio a Lara con tanta frialdad como pudo.

—Tienes razón, no tienes derecho —dijo en voz baja—. Sobretodo cuando intentaste abortar a Sayuri y la abandonaste en un orfanato... Tú, menos que nadie, tendría derecho a opinar sobre la vida de Izan —espetó.

Lara la vio con cierta sorpresa no esperando tal respuesta.

—Y te agradecería que dejes de tratarme como si fuéramos súper amigas —prosiguió la castaña—. Porque si algo me quedó claro es que no tienes la más mínima intención de ser sincera y prefiero ahorrarme dolores de cabeza.

La chica la miró entre pasmada y enojada, bufó e hizo girar los ojos.

—No puedes esperar que vaya gritando a los cuatro vientos...

—¿Por qué no? Definitivamente me hiciste saber lo mucho que te gustaban los ojos de Izan, ¿qué no?

Lara suspiró y negó.

—Bien, eso estuvo fuera de lugar, pero en serio no pienso meterme entre ustedes...

Sorine asintió varias veces.

—Claro que no lo harás, ni Izan ni yo te lo vamos a permitir —gruñó empuñando las manos antes de darse la vuelta para encontrar orbes aceitunados llenos de orgullo. No se detuvo a mirar de nuevo a Lara, caminó decidida a su mejor amiga y asintió—. Bien, tenías razón sobre ella, ¿vamos a desayunar?

Macy alcanzó a ver la mirada llena de enojo de Lara pero entrelazó su brazo con la castaña.

—Naím dijo que pasaría el día con Paige así que no nos toca esperarlo —le contó.

La castaña asintió y poco a poco fue experimentando como la adrenalina abandonaba su cuerpo.

—Creo que ya decidí lo que haré con Izan, ¿eh?

Su amiga asintió.

—Si es lo que quieres, estaré apoyándote.

Llegaron a la cafetería y tomaron asiento en su lugar de siempre, Sorine puso las manos en la mesa y dejó caer su frente en ellas. Ya había aprendido a evitar golpes.

—¿Qué viste? Solo necesito saber eso.

Macy exhaló aire con fuerza.

—Mejor que te diga Izan, que sea su prueba de que en verdad no te volverá a ocultar cosas.

La chica asintió sin levantar la cabeza.

—Me parece justo —musitó—. Dios, los extraño.

Su amiga puso el codo sobre la mesa y apoyó la mejilla en su mano derecha.

—Pero tienes una maqueta que acabar; prioridades, amiga.

La castaña giró la cabeza e hizo una mueca de desagrado.

—Odio que seas mi voz de la razón —lloró.

La chica sonrió y le dio un guiño.

—Ya me lo agradecerás.

Thiago le había dado el día libre, desde haceía semanas prometió que no trabajaría. Pero jamás imaginó que llegaría al grado de bloquear la iMac para que en realidad no se pusiera a trabajar.

Parpadeó varias veces no creyendo el mensaje de bloqueo en la pantalla.

—¿En serio? —se dijo a sí mismo, incrédulo.

Agarró su celular para pedirle el código, marcó y esperó a que el inglés contestara. Cuando no lo hizo, volvió a marcar y maldijo por lo bajo en cuanto su supuesto amigo lo mandó a buzón de voz.

—¡Thiago! No me pueden obligar a salir si no quiero, mándame el código —gruñó al teléfono antes de bufar, colgar, y enredar una mano en su cabello.

Estaban locos, Paige y Thiago habían perdido la razón.

Suspiró de manera audible antes de apoyar la cabeza en el respaldo de su silla y moverse de un lado al otro mientras veía al techo.

Buen cumpleaños, lo iba a pasar solo y aburrido viendo series de Netflix ahogado en comida rápida. Bufó y sacudió la cabeza. Se negaba a pasar el día echado en su departamento sin hacer nada.

Suspiró de nuevo y levantó una vez más su celular. Entró al WhatsApp y abrió la última conversación que tuvo con Sorine, la castaña no se había conectado desde la noche anterior.

Escribió un "lo siento" antes de negar y borrar el mensaje; aún no era tiempo, debía respetar su petición. Apagó la pantalla sin fijarse en nada más y se levantó para encaminarse al baño.

Al menos pensaba tomar una muy larga y merecida ducha. Hacía meses que no tardaba más de tres minutos debajo del agua.

Macy se levantó a pedir dos clubs sandwich y Sorine aprovechó la soledad para sacar su celular, mordió su labio inferior con nervios al abrir su WhatsApp para fijarse en la foto del chat con Izan.

Era una de Sayuri, obviamente. Suspiró cansada y de pronto sintió un brinco en su corazón junto a una inmensa emoción... En el chat con el castaño había aparecido "Escribiendo..."

Puso los pulgares sobre la pantalla y los movió de arriba a abajo esperando, pero cuando el verde mensaje desapareció y nada le llegó, su humor decayó.

¿Por qué había escogido un novio que sí respetaba sus peticiones?

Su único ex, Ilan, se aferró a buscarla tres horas después de terminarlo. Y siguió insistiendo por meses hasta que Trevor lo amenazó con una demanda por acoso.

También tenía historia que contarle a Izan, pero no era tan relevante como una ex con la que se tuvo un hija que de la nada aparecía en un rincón del mundo.

Suspiró con tristeza y dejó caer la cabeza en la mesa.

—Ay —musitó con dolor más no sé incorporó.

Ese día iba de mal en peor.

—¿Sabes cambiar un pañal?

Orbes grises la vieron con pánico.

—¡No! Es tu sobrina, ¡deberías saber! —exclamó Naím mientras daba un paso atrás con ambas manos levantadas.

Sayuri se había hecho, el cuarto de hotel apestaba y Paige estaba refugiada en el baño mientras la pequeña caminaba de un lado a otro esparciendo el olor.

—Dios, voy a vomitar —se quejó la pelinegra poniendo los dedos en su nariz para bloquear la peste—. ¿Cómo soporta esto Ethan?

Naím la vio con frustración. Jamás había cambiado un pañal, de hecho, ya había dicho que eso era pésima idea, ellos dos con una bebé...

La pequeña cayó de sentón y Paige gritó antes de encerrarse.

—¡Se embarró más! —gritó desde el interior.

El chico caminó al baño y empezó a tocar varias veces.

—¡Pai! ¡Abre, no me dejes aquí solo con ella!

La bebé se incorporó riendo y caminó hasta un Naím atormentado, lo tomó de la pierna y lo vio con inocencia. Sin embargo, él aguantó la respiración y tocó de manera desesperada la puerta.

—¡Paige, ayuda!

Sayuri ladeó la cabeza antes de volver a sentarse en el suelo para jugar con el velcro de sus pequeños tennis.

—¡S.O.S! —gritó la chica desde el interior del baño—. ¡No me importa, debes venir!

Naím volvió a tocar la puerta sabiendo que la mujer estaba hablando con Thiago o Macy mientras que Sayuri se dejó caer en el suelo.

—Dios, creo que ya se embarró hasta la espalda —musitó tratando de contener la respiración.

¿Cómo algo tan pequeño y tierno podía apestar tanto?

Una vez bañado, Izan se puso a acomodar la ropa de Sayuri, clasificó sus juguetes por estilo y color y se quedó mirando a la nada cuando terminó.

En su cumpleaños del año pasado estuvo en un hospital escuchando el corazón de Sayuri a través de un monitor. Lara había sangrado en la madrugada y tuvo amenaza de aborto. Pasaron el día en el hospital deteniendo las contracciones.

Al menos ese año estaba sin ninguna preocupación... Más que la de no saber nada de su hija y no poder hablar con Sorine. Pero ya era un avance.

Se levantó del sofá, apagó la televisión y tras tomar sus llaves salió del departamento. Iría a comer una hamburguesa con una malteada de chocolate. Hacía meses que no tomaba la deliciosa bebida y ansiaba una.

De camino al restaurante no pudo evitar meter las manos a las bolsas de sus jeans y sentirse decaído. El día que conoció a Sorine, la chica bebió justamente aquello que ahora se le antojaba. Y era realmente ridículo que jamás la hubiera invitado a comer ahí de nuevo, pues fue donde su vida dio un giro de ciento ochenta grados.

Al llegar a la cafetería, la observó desde fuera y sonrió ligeramente al recordar cómo la castaña entró a su vida de la manera más extraña posible. Luego se giró y miró el que era el terreno de la plaza.

El destino era algo curioso, demasiado, aún no lograba entender cómo fue que un proyecto arquitectónico entrelazó su vida con la de Sorine. Cómo algo que lo apasionaba terminó dándole la mejor relación de su vida.

Suspiró con algo de tristeza y negó una vez.

Esperaba que la chica no lo terminara, de verdad la amaba.

Sintiéndose más triste que hambriento, sacó su celular y abrió el WhatsApp, mandó un mensaje y esperó mientras observaba el edificio deteriorado qué tal vez en unos meses se convertiría en una plaza autosustentable.

Sintió el aparato vibrar y al recibir un escueto "Ok" se dio la vuelta y caminó hasta la parada del bus que lo llevaría del otro lado de la ciudad.

Al menos Thiago no le podía impedir el ir a trabajar en la maqueta.

Tres pares de ojos veían a una bebé sumamente alegre... Y olorosa.

—¿Cómo le quitas eso sin embarrarle el cabello? —inquirió la pelinegra con la nariz tapada.

Naím se encogió de hombros y se asomó por detrás antes de hacer una mueca de asco.

—Es imposible, mira nadamas hasta donde llega la mancha —dijo regresando a taparse la nariz.

Thiago se quitó los lentes y puso los dedos en el puente de su nariz. Si bien sabía cambiar a Sayuri, no tenía idea de cómo quitarle el pañalero sin crear un desastre mayor.

—¿Debemos bañarla? —cuestionó Paige aterrada.

El inglés negó y suspiró, sacó su celular y miró la hora mientras recordaba los momentos libres que Macy le había anotado.

—Espero no esté con Sorine —musitó antes de escoger el contacto y llamar.

—Señor Bond, qué sorpresa —dijo divertida la chica al otro lado de la línea.

Se escuchaba ruido y una voz anunciando un número al fondo.

—¿Está cerca? —preguntó saliendo al balcón de la habitación.

—No, está en la mesa lamentándose —rio la pelinegra.

—¿Alguna vez cambiaste un pañal?

Macy se quedó en silencio antes de estallar en carcajadas que lo hicieron bufar y cerrar los ojos.

—No me digas que el gran empresario no sabe...

—No es eso, el pañalero se manchó de la espalda y no tengo idea de cómo quitarlo sin ensuciar su cabello.

Macy rio un poco más antes de aclararse la garganta.

—Si te das cuenta, la parte del cuello está hecha de manera diferente a todas las blusas, eso es para que lo puedas bajar —le explicó con temple aunque Thiago percibía que se estaba aguantando la risa.

El inglés regresó a la habitación donde Sayuri mordía a Wippi muy entretenida. Revisó el cuello de la ropa y encontró que efectivamente tenía una estructura distinta.

—Solo lo bajo y...

—Utilízalo para limpiar y ponla de pie para también quitar el pañal, debes de quitar todo junto —prosiguió la chica—. Supongo que sabes usar toallitas.

Thiago casi la pudo ver en su mente con esa sonrisa de autosuficiencia y bufó.

—Obvio, nos vemos al rato —gruñó y antes de colgar la escuchó reír de nueva cuenta.

Miró a sus acompañantes que lo veían con temor y él suspiró.

—Bien, vamos a hacer esto en equipo —dijo con cansancio antes de poner a Sayuri sobre el suelo para hincarse frente a ella y percibir las miradas aterradas de los que lo acompañaban.

Debía admitir que cuidar a una bebé no era tan fácil como habían pensado.

Para cuándo acabaron sus clases, Sorine se encontraba más cansada que animada. Esperó a Macy junto a su auto y suspiró estirando los brazos.

—Me da gusto ver que ya no eres una granja de gérmenes andante —le dijeron a su derecha.

Giró y encontró a Kenji con una sonrisa socarrona, tenía ladeada la cabeza.

—Por desgracia para ti, sigo en la competencia.

El chico rio con sarcasmo antes de negar y acercarse, la castaña lo vio contrariada.

—¿Sabes? Nunca lo pensé, pero pudimos llegar a ser un buen equipo, tu proyecto no es tan malo —comentó apoyándose en su auto, a un lado de ella.

Sorine lo vio incrédula.

—¿De pronto te diste cuenta? —cuestionó con recelo—. Mira qué casualidad —ironizó.

No dejaba de recordar que su compañero se la pasaba hablando con Lara, así que prefirió estar alerta.

—No fue de pronto; eres un desastre andante y lo sabes, pero tienes una que otra idea buena —explicó el chico, con templanza.

La castaña hizo girar los ojos.

—¿Buscas ofenderme o halagarme?

Kenji miró algo detrás de ella y se puso serio. Luego la vio de manera indescriptible y Sorine se sintió incómoda.

—Ninguna; suerte en el proyecto, Kaspersen, la vas a necesitar —masculló por lo bajo antes de encaminarse hacia donde fuera que estuviera viendo.

Sorine se movió incómoda y abrió su auto para sacar cierta sudadera que había exiliado. Cuando se la puso inhaló y dejó que el aroma de Izan la envolviera.

—Bueno, contigo no se puede —espetó Macy llegando antes de verla de arriba a abajo—. Tan bonita que te veías con tus jeans y blusa de tirantes, pero tenías que ponerte una fea sudadera...

—¡Oye! Es de mi novio —exclamó Sorine abrazándose y sacando la lengua—. Deja me torturo un poco —masculló metiendo medio rostro en la prenda.

La pelinegra entornó los ojos y de pronto se escuchó el tintineo de un celular. Ambas sacaron sus aparatos pero Sorine se entristeció cuando no encontró ninguna notificación.

—Es Thiago, ya está por aquí —musitó la pelinegra escribiendo a gran velocidad.

—¿El mismo Thiago que conozco? —preguntó incrédula.

Su amiga asintió antes de bloquear la pantalla.

—Tenemos un asunto pendiente, ¿te puedo alcanzar más tarde?

Sorine pasó su peso de un pie al otro.

—Bueno, pero lleva comida, probablemente salga tarde de tu estudio.

Macy hizo un ademán de desinterés.

—Dejé el frigorífico de la casa de huéspedes con algunas cosas.

La castaña la vio confundida.

—¿Por qué?

La pelinegra se encogió de hombros.

—Mamá salió de viaje y le di el día libre al personal, pensaba que trabajaras un rato y luego nos podíamos relajar en la casa de huéspedes —contestó con desinterés.

—Tienes una recámara —alegó la chica con obviedad.

Macy asintió.

—Llena de tela y patrones para mi examen final.

Sorine bajó la mirada y mordió su labio.

—Invadí tu estudio —murmuró apenada.

Su amiga le dio una enorme sonrisa.

—Ya sabes que no me importa y, —Otro tintineo—, debo atender a este desesperado, te veo al rato, ¿sí?

Sorine suspiró, asintió y abrió la puerta del conductor mientras veía a su mejor amiga caminar por el estacionamiento. Observó extrañada cómo se dirigió hasta el final del lugar donde reconoció el auto del inglés.

Thiago apareció tras abrir su puerta y la miró antes de ver a Macy.

Se dijeron cosas, Sorine no supo qué, sin embargo, se encogió de hombros y subió a su auto para ir a casa de su mejor amiga a trabajar.

—¿Qué parte de, por abajo, no quedó clara? —cuestionó Macy con hartazgo mientras veía el cabello algo húmedo de la bebé en el auto.

Thiago bufó y tras asegurarse de que la castaña se hubiera ido, abrió la puerta de atrás y sacó a una muy limpia Sayuri.

—Lo hice, pero Paige y Naím entraron en pánico; cuando le quitamos el pañal y la ropa, se llenó las piernas y pies... —le contó y negó mientras la bebé le regalaba una enorme sonrisa a la pelinegra—. Era un desastre, no nos quedó de otra que bañarla.

La chica hizo girar los ojos.

—Eso debió terminar bien —dijo divertida.

El inglés gruñó.

—Paige y Naím serían pésimos padres, espero se estén cuidando —exclamó entregando a la pequeña.

Macy la tomó gustosa y Sayuri comenzó a jugar con su cabello.

—Bien, señor Bond —comentó divertida—. ¿A dónde nos piensa llevar?

Thiago bufó antes de negar y abrirle la puerta para que se subiera al vehículo con su ahijada.

—Tenemos que matar muchas horas, ¿te apetece ir a Copenhague?

La chica lo vio extrañada pero al final asintió y se subió al vehículo.

Y aunque Thiago sabía que llevarla a casa de sus padres podía implicar meterla más en su vida, no dejaba de pensar que ahí quería pasar el resto de la tarde, acompañado por las mujeres en su auto.

Naím veía a la chica a su lado dormir, tenía la espalda desnuda y él no podía dejar de mirar las marcas en su piel. Se llenaba de rabia cada que las apreciaba, puso ambas manos en su rostro y lo frotó varias veces antes de suspirar y recargar la espalda en la cabecera.

Después de bañar a Sayuri, la pelinegra quedó mojada y se negó a cambiarse hasta que Thiago se fue con la pequeña. Y claro, no dudó en seducirlo al grado de provocar que la terminara cargando de regreso a la regadera donde la hizo suya como esa vez primera.

Pero cuando todo el frenesí se disipó, cuando pudo pensar con coherencia, detalló en las marcas de la chica.

Tenía algunos puntos rojos sobre sus pechos y líneas en la espalda. Cicatrices de quemaduras y golpes. El maldito la marcó como si fuera una vaca.

Gruñó con frustración y enredó ambas manos en su cabello con cierta desesperación.

Lo peor del asunto era que Paige se negaba a demandar, a conseguir una orden de restricción o a hacer algo para librarse del animal que tenía como prometido. Y eso lo hacía sentir impotente.

No era posible que el hombre tuviera tanto poder, que pudiera desaparecer a la gente con solo querer. Debía existir una solución para salvar a la chica.

Suspiró cansado y regresó a recostarse antes de recorrer con un dedo una de las líneas. Paige se tensó y estremeció, pero cuando le dejó en beso sobre la cicatriz la sintió relajarse y pegarse a él.

Se refugió en sus brazos y él la abrazó con fuerza tratando de transmitirle esa seguridad que tanto necesitaba. Paige, por su lado, quitó de manera disimulada una lágrima de su rostro y solo miró la puerta del balcón.

Todo se iba a desmoronar tarde o temprano y su mundo iba a quedar reducido a cenizas.

A Izan lo recibió el guardia de la mansión, nunca vio a nadie más y no era como que en realidad hubiera buscado. Se dedicó a armar el techo de paneles con mucho cuidado dejándolo perfecto antes de montarlo a la maqueta.

Pasó una mano por su cuello y se estiró resintiendo la posición sentada. Se levantó y estiró ambos brazos sobre su cabeza antes de sentir su espalda tronar. Con un profundo suspiro movió los hombros hacia atrás tratando de relajarse.

Pero estaba fallando de manera estrepitosa, así que optó por salir a caminar unos momentos antes de regresar a trabajar. Se dirigió a la puerta y frunció el ceño al darse cuenta de lo silenciosa que estaba la mansión.

La última vez que estuvo ahí se escuchaba su hija y gente en la cocina, pero en ese momento nada.

Al pensar en su niña, sacó el celular y marcó el número de su prima, se quedó un momento en la puerta y cuando escuchó la llamada entrar, salió y cerró detrás de él pero mirando la madera, ni siquiera notó que el cielo se había nublado.

La llamada se fue a buzón y él endureció la mandíbula, luego recordó que según verían a Thiago así que le mandó un mensaje y se giró para esperar la respuesta.

Y al levantar la mirada el mundo se detuvo.

Ella había estado bajando de su auto, de hecho, tenía aún un pie adentro y lo veía con la misma sorpresa que supuso encontró en sus facciones.

Ambos se quedaron inertes, mirándose como si fuera la primera vez hasta que ella desvió la mirada y la bajó. Pareció dudar, pero finalmente descendió del vehículo y lo cerró.

Izan se guardó el celular olvidando que esperaba una respuesta y caminó cuesta abajo por las escaleras con lentitud mientras que Sorine entrelazó sus manos frente a ella y avanzó en su dirección.

Una vez que estuvieron frente a frente la castaña titubeó.

—¿Sabes? Me preguntaba cómo llegaste de la puerta al frente de mi vehículo tan rápido —dijo con voz vacilante viendo la entrada de la mansión.

El castaño siguió su mirada y se encogió de hombros.

—Parkour, años de entrenamiento —explicó cómo si fuera algo de todos los días.

La chica abrió los ojos con algo parecido a la admiración.

—Artes marciales y Parkour, eras un chico ocupado —comentó con un pequeña sonrisa.

Él se sonrojó pero la observó.

—Más bien, hiperactivo, siempre debía estar haciendo algo —corrigió.

Sorine asintió.

—Eso explica porque Sayuri da esos brinquitos, de tal palo tal astilla —rio.

Izan le dio media sonrisa y fue hasta entonces que detalló en la ropa que traía.

—Linda sudadera —murmuró tomando la parte de los hombros entre sus dedos.

La chica siguió el movimiento y mordió su labio inferior con nervios.

—Sí, es de mi novio —susurró sin verlo.

El castaño sintió un vuelco en el corazón, todo en él se estremeció y casi quiso pedirle que repitiera el comentario. Ella, por su lado, bajó la mirada y suspiró.

—Hoy me buscó, pretendió no saber nada sobre nosotros —musitó en voz baja.

Izan entrecerró los ojos y cruzó los brazos. Luego pasó una mano por su cabello.

—Lo siento, no sé... En realidad sí sé qué busca, cree que no pero sí —espetó antes de sacudir la cabeza—. Ese día... Me abrazó afuera de la escuela, me besó cerca de la boca y...

Ojos verdes lo miraron con seriedad y él suspiró con pesadez.

—De lejos hubieras interpretado la situación de manera distinta, sé que eso buscaba —admitió con enojo—. La conozco, Sorine, y por eso... Por eso te quise alejar en un inicio, no era justo ponerte en medio sabiendo que podrías salir herida...

Ella apretó el agarre de sus manos.

—¿La quieres? ¿Sientes algo...?

—No —la interrumpió tajante viéndola a los ojos—. Ni siquiera me interesa que se acerque a Sayuri, ella no es nada nuestro —atajó.

La castaña suspiró con cierto alivio y asintió antes de darle un pequeña sonrisa.

—No pensé verte aquí... ¿Sayuri ésta dentro?

Izan metió las manos a las bolsas de su jeans.

—No... Paige y Thiago decidieron darme el día libre como regalo, no tuve mucha voz o voto en su decisión —le contó apenado.

Sorine ladeó la cabeza confundida.

—¿Regalo?

El chico se movió incómodo antes de suspirar.

—Es mi cumpleaños...

Entonces orbes verdes lo vieron con asombro.

—¿En serio? Yo... No sabía —titubeó apenada.

Izan le dio una diminuta sonrisa.

—Lo sé y no te preocupes no pasa na...

Sintió como el aire le fue cortado cuando la castaña se abalanzó sobre él para darle un fuerte abrazo. Su corazón se estremeció y no pudo evitar regresarle el gesto poniendo la cabeza sobre la de ella. Suspiró con cierta alegría de sentirla de nuevo entre sus brazos.

Sorine levantó la mirada y le dio esa sonrisa que le encantaba.

—Feliz cumpleaños, Izan —musitó.

—Gracias —susurró él escondiendo de nuevo el rostro en su cabello.

Se mantuvieron abrazados por unos segundos hasta que la castaña recordó algo, así que se alejó.

—Oh, Macy me dijo que dejó comida en la casa de huéspedes, podemos ir a ver qué hay —anunció más emocionada de lo que pretendió.

El chico se sintió extraño ante aquello, pero cuando Sorine entrelazó su mano con la de él, suspiró con contentamiento y permitió que la castaña lo llevara.

Aunque, de pronto, él se detuvo y al recibir una mirada extrañada, atrajo a la chica y juntó sus labios en un beso que les robó a ambos el aliento. Izan puso las manos en su cuello y la chica empuñó su playera; se besaron por algunos momentos que parecieron eternos hasta que se separaron centímetros y se miraron con algo que iba mucho más allá del cariño.

—Te extrañé —susurró ella poniendo la cabeza en su pecho.

Él la abrazó una vez más y suspiró de manera audible.

—Y yo a ti.

Cuando llegaron a Copenhague, una ligera llovizna se había desatado. De camino compraron víveres para hacerle de cenar a Sayuri y comida rápida para ellos.

Macy vio con cierta sorpresa la casa frente a ella, Thiago se había metido en un estacionamiento subterráneo.

Cuando el inglés le abrió la puerta, le entregó a Sayuri y luego salió. Había herramientas colgadas en el muro y algunas cajas arrimadas en una esquina. Era un garaje bastante amplio.

El empresario abrió la cajuela mientras la puerta de la cochera se cerraba, y tras regresarle a la pequeña, tomó las bolsas con comida y se dirigió a una puerta gris donde al pasar una tarjeta, esta se corrió a la derecha dejando ver unas escaleras negras.

Él no dijo nada, solo la observó y ella entendió que le estaba dando el paso, así que se encaminó con la bebé que jugueteaba a Wippi.

El eco de sus pasos al subir las escaleras era un tanto perturbador. Ni en su casa se escuchaba tanto silencio o el ambiente era tan melancólico. Por un momento se sintió dentro de una funeraria muy lujosa.

Una vez que llegaron a lo que era la estancia, observó su entorno con ambas cejas vagamente levantadas. Era un lugar hermoso, mucho, sobretodo por esas fuentes al centro. Sin embargo, esa belleza no alejaba el aire de tristeza que prácticamente podía respirar.

—¿Tu casa?

Thiago le dio una mirada fugaz antes de dirigirse a la cocina.

—De mis padres —corrigió mientras acomodaba las bolsas en la isla.

Macy notó como todas esas barreras que el inglés mantenía a su alrededor, tambaleaban en ese lugar. Mientras el hombre sacaba la comida de las bolsas, mantuvo un gesto serio aunque un tanto decaído.

Puso a Sayuri en el suelo y la bebé caminó en dirección a lo que supuso que era la sala. Era igual de amplia que todos los demás espacios; pero lo que la dejó anonadada, fue el piano de cola que se encontraba casi pegado al enorme ventanal.

La pequeña caminó hasta la banca frente al instrumento y ella la siguió sintiéndose ligera y un tanto emocionada. La música era una pasión escondida que tenía.

—¿Quieres escuchar una canción? —le preguntó a la bebé quien sonrió antes de hacerse arriba y abajo. Macy rio—. Bien.

La pelinegra tomó asiento frente al imponente piano y con cuidado subió la cubierta. Comenzó a tararear algo y sus manos se movieron sobre las teclas inundando el lugar con una suave melodía.

No cantó, solo se dedicó a tararear la canción mientras tocaba y Sayuri se movía emocionada a su lado.

—¿Qué haces? —Escuchó desde lejos, más no dejó de mover las manos sobre las teclas.

—Amo la música, se pueden expresar muchas cosas por medio de tonadas y letras —contestó sin titubear—. Es la mejor manera de llegar a las personas, sobretodo a gente como nosotros que cargamos con tanta soledad.

No volteó para ver su expresión, sin embargo, el silencio casi le gritó lo que pensó el inglés. Una sonrisa un tanto triste se formó en sus labios y suspiró dejando de tocar.

Finalmente se giró un poco, el hombre veía hacia el muro con el ceño fruncido.

—¿Sabes tocar, Thiago?

Y el escuchar su nombre de la boca de la mujer, le causó un estremecimiento que lo tomó por sorpresa. La enfrentó con la mirada y casi pudo ver en sus orbes aceitunados que sabía la respuesta, pero que quería escucharla de su boca.

Endureció un poco la mandíbula y se observaron en silencio lo que pareció una eternidad.

La joven mujer sentada frente a su instrumento favorito era más peligrosa e intuitiva de lo que imaginó.

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Se resguardaron de la lluvia que los sorprendió en el exterior, en la casa de huéspedes. El lugar era un departamento tipo loft que contaba con una cocina, sala, recamara y baño al fondo. Tenía unos enormes ventanales que daban hacia la alberca pero no contaba con ninguna pared que separara las estancias.

Al cerrar la puerta, el único sonido era el de la lluvia cayendo en el exterior, Sorine entrelazó sus manos y lo jaló detrás de ella hasta que se detuvo y giró para observarlo. Se acercaron ignorando la ropa que goteaba en el suelo e Izan acomodó un mechón de cabello castaño detrás de su oreja antes de poner ambas manos sobre sus mejillas.

Se observaron en silencio y juntaron sus frentes mientras Sorine ponía las manos sobre las del chico admirando como sus orbes ambarinos eran iluminados por los rayos del exterior.

Él acarició con ternura la piel de la chica antes de bajar su rostro y pasar la nariz por su mejilla provocándole un estremecimiento que le hizo bajar la mirada. Besó su frente y ella levantó la cabeza para observarlo. Se miraron en silencio unos segundos, la duda los invadió y el miedo a lo desconocido los obligó a no actuar o hacer algo más.

Sin embargo, cuando Sorine soltó un suspiro y entrelazó sus dedos, Izan inclinó la cabeza y la besó con la misma intensidad de su primera vez. La empujó de a poco hasta que la barra en la cocina se lo permitió y con sumo cuidado buscó su lengua para hacer el beso más apasionado.

Y cuando eso no fue suficiente, cuando la necesidad de saborear su piel fue incontrolable, bajó los labios para recorrer su cuello con ellos mientras Sorine enredaba las manos en su cabello.

Sintió la mano del chico subir por el interior de su blusa con un lentitud desesperante que la hizo impulsar la cabeza hacia atrás.

—Izan —susurró cuando besó su clavícula y puso la otra mano en su cintura antes de tomar el borde de su blusa.

Lo sintió dudar, así que depositó un beso en su mejilla tratando de asegurarle que estaba bien y que quería que continuara.

La cálida respiración del castaño sobre su piel la erizaba y estaba provocando estragos en su interior. Pero cuando el chico le quitó la prenda superior y se agachó para besar su vientre con ternura, la envió a otra dimensión donde solo debía sentirlo; era una necesidad tan básica como el respirar.

Izan subió la mirada y se encontró con sus orbes verdes cargados de expectación y pasión. Metió los pulgares en cada costado de sus jeans y puso suma atención a sus gestos; ella jadeaba pero no parecía querer detenerse. Besó una vez más su vientre y sin apartar el rostro de su piel comenzó a bajar la tela lentamente.

La sintió estremecer y de reojo la vio poner las manos en la barra para estrujarla con fuerza. Cuando la fina tela de su ropa interior se asomó, dejó otro beso sobre esta y la escuchó jadear y gemir.

Bajó el pantalón completamente y subió los labios a su vientre para recorrer el camino hasta su cuello dejando pequeños besos en la piel expuesta. Cuando llegó a su boca se besaron con lentitud.

Sorine metió las manos debajo de la playera del castaño y subió hasta su pecho sin apartarse del beso. Trazó con las uñas un inexistente camino y lo sintió estremecerse ante el acto.

Entonces Izan la tomó de la cintura y con facilidad la subió a la barra quedando en medio de sus piernas. Sorine aprovechó la altura ganada para separarse y recorrer con sus labios los hombros y cuello del castaño; cuando la playera le estorbó, bajó las manos y la empuñó para retirarla y aventarla a un lado.

El contacto de piel con piel los llenó de escalofríos y necesidad por sentirse aún más cerca. Izan la levantó un poco y Sorine enroscó las piernas en su cintura.

Con pasos torpes y caricias desesperadas, caminaron hasta la cama donde finalmente se dejaron caer para darle rienda suelta a esa pasión que llevaban controlando desde hacía semanas.

La ropa se fue apartando del camino, los roces subieron de intensidad y sus labios recorrieron toda la piel que pudieron. Y cuando por fin se unieron en medio de jadeos, Izan besó a la chica de ojos verdes en la frente y nariz antes de dejar sus labios a centímetros de los de ella sin dejar de moverse como su cuerpo le pedía.

—Te amo —musitó en voz baja.

Sorine arqueó el cuerpo y sin querer le enterró las uñas en la espalda; no podía hablar, los sentimientos eran demasiado y tenía ganas de llorar por todo lo que estaba experimentando.

Sus ojos eran más verdes que nunca, incluso en medio de la oscuridad logró vislumbrar la manera tan potente en la que lo veía. Ella pasó una mano por el costado de su rostro y se elevó para volver a besarlo sin que ninguno dejara de moverse.

—También te amo, Izan —replicó sobre sus labios.

Aquella declaración cargada de sinceridad quedó en medio de ellos. Se besaron una y otra vez y se demostraron de manera especial lo mucho que sentían el uno por el otro.

Cuando Izan se incorporó con Sorine en su regazo, se besaron de manera lenta en medio de gemidos, dejando que el éxtasis los consumiera al grado de dejarlos sin aliento y con estremecimientos recorriendo sus cuerpos.

Se miraron a los ojos tratando de recuperar la respiración y finalmente la castaña apoyó su aperlada frente en la del chico. Él besó su hombro con ternura y la abrazó no queriendo terminar aquello.

Por primera vez había comprendido el término "hacer el amor".

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